47 Poemas largos 

JAPÓN

¡Áureo espejismo, sueño de opio,
fuente de todos mis ideales!
¡Jardín que un raro kaleidoscopio
borda en mi mente con sus cristales!

Tus teogonías me han exaltado
y amo ferviente tus glorias todas;
¡yo soy el siervo de tu Mikado!
¡Yo soy el bonzo de tos pagodas!

Por ti mi dicha renace ahora
y en mi alma escéptica se derrama
como los rayos de un sol de aurora
sobre la nieve del Fusiyama.

Tú eres el opio que narcotiza,
y al ver que aduermes todas mis penas
mi sangre - roja sacerdotisa -
tus alabanzas canta en mis venas.

¡Canta! En sus causes corre y se estrella
mi tumultuosa sangre de Oriente,
y ése es el canto de tu epopeya,
mágico Imperio del Sol Naciente.

En tu arte mágico - raro edificio -
viven los monstruos, surgen las flores,
es el poema del Artificio
en la Obertura de los colores.

¡Rían los blancos con risa vana!
Que al fin contemplas indiferente
desde los cielos de tu Nirvana
a las Naciones de Occidente.

Distingue mi alma cuando en ti sueña
- cuando sombrío y aterrador -
la inmóvil sombra de la cigüeña
sobre un sepulcro de emperador.

Templos grandiosos y seculares
y en su pesado silencio ignoto,
Budhas que duermen en los altares
entre las áureas flores de loto.

De tus princesas y tus señores
pasa el cortejo dorado y rico,
y en ese canto de mil colores
es una estrofa cada abanico.

Se van abriendo si reverbera
el sol y lanza sus tibias olas
los parasoles, cual Primavera
de crisantemas y de amapolas.

Amo tus ríos y tus lagunas,
tus ciervos blancos y tus faisanes
y el campo triste con que tus lunas
bañan la cumbre de tus volcanes.

Amo tu extraña mitología,
los raros monstruos, las claras flores
que hay en tus biombos de seda umbría
y en el esmalte de tus tibores.

¡Japón! Tus ritos me han exaltado
y amo ferviente tus glorias todas;
¡yo soy el ciervo de tu Mikado!
¡Yo soy el bonzo de tus pagodas!

Y así quisiera mi ser que te ama,
mi loco espíritu que te adora,
ser ese astro de viva llama
que tierno besa y ardiente dora
¡la blanca nieve del Fusiyama!

Autor del poema: José Juan Tablada

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DIVINA COMEDIA - PARAÍSO (CANTO 2)

Oh vosotros que en una barquichuela
deseosos de oír, seguís mi leño
que cantando navega hacia otras playas,

volved a contemplar vuestras riberas:
no os echéis al océano que acaso
si me perdéis, estaríais perdidos.

No fue surcada el agua que atravieso;
Minerva sopla, y condúceme Apolo
y nueve musas la Osa me señalan.

Vosotros, los que, pocos, os alzasteis
al angélico pan tempranamente
del cual aquí se vive sin saciarse,

podéis hacer entrar vuestro navío
en alto mar, si seguís tras mi estela
antes de que otra vez se calme el agua.

Los gloriosos que a Colcos arribaron
no se asombraron como haréis vosotros,
viendo a Jasón convertido en boyero.

La innata sed perpetua que tenía
de aquel reino deiforme, nos llevaba
tan veloces cual puede verse el cielo.

Beatriz arriba, y yo hacia ella miraba;
y acaso en tanto en cuanto un dardo es puesto
y vuela disparándose del arco,

me vi llegado a donde una admirable
cosa atrajo mi vista; entonces ella
que conocía todos mis cuidados,

vuelta hacia mí tan dulce como hermosa,
«Dirige a Dios la mente agradecida
-dijo- que al primer astro nos condujo.»

Pareció que una nube nos cubriera,
brillante, espesa, sólida y pulida,
como un diamante al cual el sol hiriese.

Dentro de sí la perla sempiterna
nos recibió, como el agua recibe
los rayos de la luz quedando unida.

Si yo era cuerpo, y es inconcebible
cómo una dimensión abarque a otra,
cual si penetra un cuerpo en otro ocurre,

más debiera encendernos el deseo
de ver aquella esencia en que se observa
cómo nuestra natura y Dios se unieron.

Podremos ver allí lo que creemos,
no demostrado, mas por sí evidente,
cual la verdad primera en que cree el hombre.

Yo respondí. «Señora, tan devoto
cual me sea posible, os agradezco
que del mundo mortal me hayáis sacado.

Mas decidme: ¿qué son las manchas negras
de este cuerpo, que a algunos en la tierra
hacen contar patrañas de Caín?»

Rió ligeramente, y «Si no acierta
-me dijo- la opinión de los mortales
donde no abre la llave del sentido,

punzarte no debieran ya las flechas
del asombro, pues sabes la torpeza
con que va la razón tras los sentidos.

Mas dime lo que opinas por ti mismo.»
Y yo: «Lo que aparece diferente,
cuerpos densos y raros lo producen.»

Y ella: «En verdad verás que lo que piensas
se apoya en el error, si bien escuchas
el argumento que diré en su contra.

La esfera octava os muestra muchas luces,
las cuales en el cómo y en el cuánto
pueden verse de aspectos diferentes.

Si lo raro y lo denso hicieran esto
un poder semejante habría en todas,
en desiguales formas repartido.

Deben ser fruto las distintas fuerzas
de principios formales diferentes,
que, salvo uno, en tu opinión destruyes.

Aún más, si fuera causa de la sombra
la menor densidad, o tan ayuno
fuera de su materia en la otra parte

este planeta, o, tal como comparte
grueso y delgado un cuerpo, igual tendría
de éste el volumen hojas diferentes.

Si fuera lo primero, se vería
al eclipsarse el sol y atravesarla
la luz como a los cuerpos poco densos.

Y no sucede así. por ello lo otro
examinemos; y si lo otro rompo,
verás tu parecer equivocado.

Si no traspasa el trozo poco denso,
debe tener un límite del cual
no le deje pasar más su contrario;

y de allí el otro rayo se refleja
como el color regresa del cristal
que por el lado opuesto esconde plomo.

Dirás que se aparece más oscuro
el rayo más aquí que en otras partes,
porque de más atrás viene el reflejo.

De esta objeción pudiera liberarte
la experiencia, si alguna vez lo pruebas,
que es la fuente en que manan vuestras artes.

Coloca tres espejos; dos que disten
de ti lo mismo, y otro, más lejano,
que entre los dos encuentre tu mirada.

Vuelto hacia ellos, haz que tras tu espalda
te pongan una luz que los alumbre
y vuelva a ti de todos reflejada.

Aunque el tamaño de las más distantes
pueda ser más pequeño, notarás
que de la misma forma resplandece.

Ahora, como a los golpes de los rayos
se desnuda la tierra de la nieve
y del color y del frío de antes,

al quedar de igual forma tu intelecto,
de una luz tan vivaz quiero llenarle,
que en ti relumbrará cuando la veas.

Dentro del cielo de la paz divina
un cuerpo gira en cuyo poderío
se halla el ser de las cosas que contiene.

El siguiente, que tiene tantas luces,
parte el ser en esencias diferentes,
contenidas en él, mas de él distintas.

Los círculos restantes de otras formas
la distinción que tienen dentro de ellos
disponen a sus fines y simientes.

Así van estos órganos del mundo
como ya puedes ver, de grado en grado,
que dan abajo lo que arriba toman.

Observa atento ahora cómo paso
de aquí hacia la verdad que deseabas,
para que sepas luego seguir solo.

Los giros e influencias de los cielos,
cual del herrero el arte del martillo,
deben venir de los motores santos;

y el cielo al que embellecen tantas luces,
de la mente profunda que lo mueve
toma la imagen y la imprime en ellas.

Y como el alma llena vuestro polvo
por diferentes miembros, conformados
al ejercicio de potencias varias,

así la inteligencia en las estrellas
despliega su bondad multiplicada,
y sobre su unidad va dando vueltas.

Cada virtud se liga a su manera
con el precioso cuerpo al que da el ser,
y en él se anuda, igual que vuestra vida.

Por la feliz natura de que brota,
mezclada con los cuerpos la virtud
brilla cual la alegría en las pupilas.

Esto produce aquellas diferencias
de la luz, no lo raro ni lo denso:
y es el formal principio que produce,
conforme a su bondad, lo turbio o claro.»

Autor del poema: Dante Alighieri

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DIVINA COMEDIA - PURGATORIO (CANTO 2)

Ya había el sol llegado al horizonte
que cubre con su cerco meridiano
Jerusalén en su más alto punto;

y la noche, que a él opuesta gira,
del Ganges se salía con aquellas
balanzas, que le caen cuando ha triunfado;

tal que la blanca y sonrosada cara,
donde yo estaba, de la bella Aurora
mientras crecía se tornaba de oro.

A la orilla del mar nos encontrábamos,
como aquel que pensara su camino,
que va en corazón y en cuerpo se queda.

Y entonces, cual del alba sorprendido,
por el denso vapor Marte enrojece
sobre el lecho del mar por el poniente,

tal se me apareció, y así aún la viera,
una luz que en el mar tan rauda iba,
que al suyo ningún vuelo se parece.

Y separando de ella unos instantes
los ojos, a mi guía preguntando,
la vi de nuevo más luciente y grande.

Apareció después a cada lado
un no sabía qué blanco, y debajo
poco a poco otra cosa también blanca.

Nada el maestro aún había dicho,
cuando vi que eran alas lo primero;
y cuando supo quién era el piloto,

me gritó: « Dobla, dobla las rodillas.
Mira el ángel de Dios: junta las manos,
verás a muchos de estos oficiales.

Ve que desdeña los humanos medios,
y no quiere más remo ni más velas
entre orillas remotas, que sus alas.

Mira cómo las alza hacia los cielos
moviendo el aire con eternas plumas,
que cual mortal cabello no se mudan.»

Después al acercarse más y más
el pájaro divino, era más claro:
y pues de cerca no lo soportaban

los ojos, me incliné, y llegó a la orilla
con una barca tan ligera y ágil,
que parecía no cortar el.agua.

A popa estaba el celestial barquero,
cual si la beatitud llevara escrita;
y dentro había más de cien espíritus.

«In exitu Israel de Aegipto»
cantaban todos juntos a una voz,
y todo lo que sigue de aquel salmo.

Después les hizo el signo de la cruz;
y todos se lanzaron a la playa:
y él se marchó tan veloz como vino.

La turba que quedó, muy sorprendida
pareció del lugar, mirando en torno
como aquel que contempla cosas nuevas.

De todas partes asaeteaba al día
el sol, que había echado con sus flechas
de la mitad del cielo a Capricornio,

cuando la nueva gente alzó la cara
a nosotros, diciendo: «Si sabéis,
mostradnos el camino que va al monte.»

Y respondió Virgilio: « Estáis pensando
que este sitio nosotros conocemos;
mas peregrinos somos de igual forma.

Llegamos poco antes que vosotros,
por camino tan áspero y tan fuerte,
que ahora el subir parece un simple juego.»

Las almas que se dieron cuenta entonces
por mi respiración, de que vivía,
maravilladas, empalidecieron.

Y como al mensajero que el olivo
trae, va la gente para oír noticias,
y de apretarse esquivos no se muestran,

así a mi vista se agolparon todas
aquellas almas apesadumbradas,
casi olvidando el ir a hacerse bellas.

Y yo vi que una de ellas se acercaba
para abrazarme, con tan grande afecto,
que me movió a que hiciese yo lo mismo.

¡Ah vanas sombras, salvo la apariencia!
tres veces por detrás pasé mis brazos,
y tantas otras los volví a mi pecho.

Creo que enrojecí, maravillado,
y sonrió la sombra y se alejaba,
y yo me fui detrás para seguirla.

Suavemente me dijo que parase;
supe entonces quién era, y le rogué
que, para hablarme, allí se detuviera.

«Así -me respondió- como te amaba
en el cuerpo mortal, libre te amo:
por eso me detengo; y tú ¿qué haces?»

«Por volver otra vez, Cassella mío,
adonde estoy, viajo; mas ¿por qué
-le dije- tantas horas te han quitado?»

Y él a mí: «No me hicieron injusticia,
si aquel que lleva cuándo y a quien quiere,
me ha negado el pasaje muchas veces;

de justa voluntad sale la suya:
mas desde hace tres meses ha traído
a quien quisiera entrar, sin oponerse.

Por lo que yo, que estaba en la marina
donde el agua del Tíber sal se hace,
benignamente fui por él llevado.

El vuelo a aquella desembocadura
dirigió, pues que siempre se congregan
allí los que a Aqueronte no descienden.»

Y yo: «Si no te quitan nuevas leyes
la memoria o el uso de los cantos
de amor, que mis deseos aquietaban,

con ellos té suplico que consueles
mi alma que, viniendo con mi cuerpo
a este lugar, se encuentra muy angustiada.»

El amor que en la mente me razona
entonces comenzó tan dulcemente,
que en mis adentros oigo aún la dulzura.

Mi maestro y yo y aquellas gentes
que estaban junto a él, tan complacidas
parecían, que en nada más pensaban.

Todos pendientes y fijos estábamos
de sus notas; y el viejo venerable
nos gritó: «¿Qué sucede, lentas almas?

¿qué negligencia, qué esperar es éste?
corred al monte a echar las impurezas
que no os permiten contemplar a Dios.»

Como cuando al coger avena o mijo,
las palomas rodean el sustento,
quietas y sin mostrar su usado orgullo,

si algo sucede que las amedrenta,
súbitamente dejan la comida,
pues un mayor cuidado las asalta;

yo vi a aquella mesnada recién hecha
dejar el canto y escapar al monte,
como quien va y no sabe dónde acabe:
no fue nuestra partida menos presta.

Autor del poema: Dante Alighieri

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TRES MUJERES

Primera voz

Soy lenta como la Tierra. Soy muy paciente,
Cumplo mi ciclo, soles y estrellas
Me miran con atención.
El celo de la luna es más personal:
Pasa y vuelve a pasar, luminosa como una enfermera.
¿Lamenta ella lo que me va a suceder?
No lo sé. Está simplemente asombrada
ante la fecundidad.

Cuando salgo, soy un gran suceso.
No tengo necesidad de pensar o de prepararme.
Lo que sucede en mí tendrá lugar
de todos modos.
El faisán se yergue sobre la colina:
Se alisa las plumas pardas.
Sonrío a mi pesar a todo lo que conozco.
Hojas y pétalos me acompañan.
Estoy lista.


Segunda voz

Cuando la vi por vez primera,
esta pequeña hemorragia, no lo creí.
Veía a los hombres andar a mi alrededor, en la oficina.
¡Estaban tan tranquilos!
Algo había de cartón en ellos, después comprendí
Esta banalidad tan vacía, la que engendra las ideas, las destrucciones,
Los buldozers, las guillotinas, las habitaciones blancas llenas
De aullidos. Y las abstracciones. Estos arcángeles fríos.
Yo estaba sentada ante mi máquina de escribir,
en sastre y tacones altos.

Cuando el hombre para el que trabajo me dijo
sonriente: “¿Vio un fantasma?
De pronto está usted tan pálida”. No dije nada.
No alcanzaba a creer. ¿Es que es tan difícil
Para el espíritu concebir una cara, una boca?
Los pedidos salen de las teclas negras y las teclas negras salen
De mis dedos alfabéticos, ellas ordenan las piezas.

Y aún las piezas, los pabilos, los engranajes,
toda una multiplicidad brillante.
Muero sentada. Pierdo una dimensión.
En mis oídos hay trenes que rugen, salen, salen.
La huella plateada del tiempo se devana en la distancia.
El cielo blanco se vacía de sus promesas como un tazón.
Esta resonancia mecánica producida por mis pies.
Tap, tap, tap, tobillos de acero. Siento una insuficiencia.

Es una enfermedad que llevo conmigo, es una muerte.
Una vez más, es una muerte.
¿Es el aire, Las partículas mortales que aspiro? ¿Soy un pulso
Que se debilita cada vez más ante el arcángel frío?
¿Es él mi amante? ¿Esta muerte, es ella otra muerte?
Cuando fui niña, amé un nombre corroído por el liquen.
¿Sería entonces el único pecado, este viejo amor
muerto de la muerte?


Tercera voz

Recuerdo el instante en que realmente lo supe.
Los sauces perdían su calor,
El rostro en el estanque era bello, pero
no era el mío, Tenía un aire importante, como todo el resto,
Y no veía más que peligros:
palomas, palabras,
Estrellas y lluvias de oro — ¡concepciones,
inseminaciones! —
Recuerdo un ala blanca y fría.

Y el gran cisne, con su mirada terrible,
viniendo a mí, como un castillo, de río crecido.
Hay una serpiente en los cisnes.
Ella resbaló cerca de mí; su ojo contenía un mensaje sombrío,
Vi el mundo en ella —pequeño, mezquino y sombrío.
Cada pequeña palabra enganchada a otra, los actos a los actos.
Algo había brotado de ese día cálido y azul.

No estaba lista. Las nubes blancas
se precipitaron.
A los cuatro sentidos.
Ellas me descuartizaron.
No estaba lista.
Carecía de respeto.
Creía poder negar las consecuencias.
Pero ya era demasiado tarde.
Era demasiado tarde,
y el rostro se tornó más nítido,
amoroso, como si yo estuviera lista.


Segunda voz

El mundo ahora es de nieve. No estoy en casa.
Qué blancas son estas sábanas. Los rostros no tienen rasgos.
Son lisos e imposibles, como la cara de mis hijos,
Estos pequeños enfermos que escapan a mi abrazo.
Los otros niños no me tocan: Más bien me tienen miedo.
Tienen buen color, mucha vida. No se están quietos,
Sosegados como el pequeño vacío que llevo en mí.

Tuve oportunidades. Probé y traté.
Cosí la vida a mi vida como una voz rara.
Caminé con cuidado, con precaución, como un objeto extraño.
Intenté no pensar demasiado. Traté de ser natural.
Traté ciegamente de ser amorosa como las demás mujeres,
Ciega en mi lecho, con mi querido ciego.
No buscaré otro rostro en la densa oscuridad.

No busqué. Pero el rostro aún estaba ahí.
La cara del que ya se amaba en su perfección.
La cara del muerto que no podía ser perfecto.
Más que en su fácil calma y que así no podía ser santo.
Y luego hubo otras caras. Los rostros de naciones,
gobiernos, parlamentos, sociedades.
Rostro sin rostro de hombres importantes.

Son estos los hombres que me molestan:
¡Son tan celosos de todo lo que no sea plano! Dioses celosos.
Ellos quieren que el mundo entero sea plano porque ellos lo son.
Veo al Padre que habla con el Hijo.
Una serenidad tal no puede ser más que santa.
Se dicen: "debemos crear un paraíso.
Lavemos y aplanemos el relieve de estas almas"


Primera voz

Estoy tranquila. Estoy tranquila. Es la calma que antecede a lo terrible:
El instante amarillo, anterior al viento caminante cuando las hojas
Voltean sus manos y muestran su palidez. Aquí realmente hay calma.
Las voces retroceden y se ensordecen.
Las sábanas y los rostros blancos se han detenido
Como esferas de péndulo. Sus jeroglíficos visibles
Devienen en cortinas de pergamino que me protegen del viento.
¡Esconden secretos tales en árabe, en chino!

Estoy muda y parda, soy una semilla a punto de reventar.
Lo que en mí es negro está muerto, es decepcionante:
No desea ser más, nada.
El crepúsculo me cubre de azul como una María.
¡Color de distancia y olvido!
¿Cuándo vendrá la suplente, dónde se romperá el tiempo?
¿Será devorada por la eternidad, y dónde me oscureceré?

Hablo conmigo misma, sólo conmigo, yo desvarío-
Estoy llena de desinfectantes rojos, presta al sacrificio.
La espera pasa torpe en mis párpados, pesa como el sueño,
Como el peso del mar. Muy lejos, siento el primer vago
E inevitable mareo que carga sobre mí su pesadez de agonía
Y yo, concha resonante en esta playa blanca,
Afronto estas voces aciagas, este elemento terrible.


Tercera voz

He aquí que soy montaña entre mujeres-montañas.
Los médicos van entre nosotras como si nuestra gordura
Espantara el alma. Sonríen como imbéciles.
Son culpables porque yo lo soy, y lo saben.
Cargan su vacuidad como un modo de salud.
Y si los hubiera sorprendido, como a mí.
Se habrían vuelto locos.

¿Y si dos vidas fluyeran de mis muslos?
Vi la sala blanca y limpia con sus instrumentos.
Es un lugar de gritos sin gozo.
"Aquí vendrá usted cuando esté lista".
Los vigilantes son lunas vacías y rojas, empañadas de sangre.
No estoy lista para lo que pueda suceder.
Tendría que matar lo que me mata.


Primera voz

No hay milagro más cruel que éste.
Soy arrastrada por caballos con cascos de acero.
Resisto. Tengo una herida. Desempeño un trabajo.
Este túnel negro por el que pasan en fogonazos las pruebas,
Las pruebas, los síntomas, los rostros perturbados.
Soy el centro de una atrocidad.
¿Qué sufrimientos, qué tristezas habré de parir y amar?

¿Una inocencia tal, puede matar aún?
Ella se cría de mi vida. Los árboles mueren en la calle.
La lluvia es corrosiva.
La siento en mi lengua, y los dolores del trabajo,
Los horrores que se ensañan, se aflojan, las indiferentes parteras
Con su corazón prendido que golpea y sus estuches de instrumentos.
Seré una pared y un techo que ampara.
Seré un cielo, un monte de bondad: ¡Déjenme vivir!

Una fuerza rota en mí, una antigua tenacidad.
Me agrieto como el mundo. Esta obscuridad,
Esta ráfaga de obscuridad. Cruzo mis manos sobre una montaña.
El aire es denso. Pesado por mi trabajo.
Me usan. Me manipulan. A mis ojos los atormenta la noche.
No veo nada.


Segunda voz

Soy acusada. Sueño matanzas.
Soy un jardín de agonías negras y rojas. Las bebo,
Me odian, rencorosa y espantada. Y ahora el mundo concibe
Su fin y se abalanza hacia ella, los brazos tendidos, llenos de amor.
Es un amor de la muerte, que todo envenena.
Un sol muerto destiñe el periódico. Se torna rojo.
Pierdo vida tras vida. La tierra negra las bebe.

Ella es el vampiro de todas nosotras. Nos mantiene.
Nos ceba, es buena. Su boca es roja.
La conozco, la conozco íntimamente.
Vieja mendiga, escarchada y estéril, vieja bomba de tiempo.
Los hombres la engañaron. Ella se los tragará
Los tragará, los tragará, sí, los tragará.
El sol ya se tendió. Yo muero. Forjo una muerte.


Primera voz

¿Quién es este terrible muchacho azul, extraño y
brillante, como caído de una estrella?
¡Mira con tanta cólera! Atracó
en el cuarto, con un grito en el talón.
El azul se vuelve más pálido. Después de todo es humano.
Un loto rojo se abre en un tazón de sangre;
Me vuelven a coser con seda, como si fuera una tela.

¿Qué hacían mis dedos antes de tenerle?
¿Qué hacía mi corazón antes de amarle?
Nunca vi nada tan límpido
Sus párpados son flores de lilas
Y su aliento es dulce como una mariposa nocturna.
No le abandonaré.
No hay artificio ni defecto en él. Que así se conserve.


Segunda voz

La luna se ve en el alto cristal. Se acabó
¡El invierno me hinchó el alma! Y esta luz caliza
Que pinta escamas en los cristales de oficinas vacías,
De escuelas vacías, de iglesias vacías.¡Cuánto vacío!
Después viene esta suspensión. Esta terrible suspensión de todo.
Estos cuerpos amontonados a mi alrededor, Estos durmientes polares.
¿Qué rayo azul y hielo lunar son sus sueños?

Siento que entra en mí, frío, desconocido, como un instrumento.
En el otro extremo esa silueta dura y loca, esa boca redonda
Siempre abierta en señal de lamento.
Es ella la que, mes tras mes, arrastra tras de sí
sus mareas de sangre negra que anuncian el fracaso.
Suspendido de sus recursos, soy también impotente como el mar.
Me siento inquieta. Inquieta e inútil. Yo también, doy a luz cadáveres.

Iré hacia el norte. Iré a la noche polar.
Me veo como una sombra, ni hombre ni mujer.
Ni como una mujer dichosa de ser un hombre, ni como un hombre
Bastante brutal y lo suficientemente tranquilo para no sentir
una insuficiencia. Siento una carencia.
Tengo mis dedos levantados, diez estacas blancas.
Miro, la oscuridad se filtra y atraviesa los nudillos.
No puedo retenerla. No puedo contener mi vida.

Seré una heroína periférica.
No me dejaré acusar por los botones caídos
Por los agujeros en los talones de calcetines, los rostros blancos y mudos
De cartas sin respuesta, encerrados en estuches.
No se me delatará, no se me acusará.
El reloj no me hallará en la espera, ni esas estrellas
Que clavan un abismo en otro abismo.


Tercera voz

La miro en mi sueño, mi terrible y pequeña niña roja.
Llora a través del vidrio que nos separa.
Llora, está muy molesta.
Sus chillidos son uñas que agarran y rasguñan como gatos.
Por sus uñas afiladas es que roba mi atención.
Llora con la noche, con las estrellas
Que brillan y giran tan lejos de nosotros.

Su cabecita parece esculpida en madera,
De madera roja y dura, los ojos cerrados y la boca grande, abierta,
de la boca abierta salen gritos agudos
Que arañan mis sueños como flechas.
Rasguñan mi sueño, y penetran mis flancos.
Mi hija no tiene dientes. Su boca es larga.
Emite sonidos tan siniestros que no puede ser buena.


Primera voz

¿Quién nos lanza esas criaturas inocentes?
Mira, ellas están extenuadas, todas flácidas
En su cuna de tela, con su nombre anudado en la muñeca,
Esta medallita de plata que ellas vinieron a buscar de tan lejos.
Algunas tienen los cabellos negros y densos, otras están calvas.
El color de su piel es rosa, pálido, moreno o rojo,
Ellas comienzan a recordar sus diferencias.

Parecen hechas de agua; no tienen expresión.
Sus facciones duermen, como la luz en el agua quieta.
Son verdaderos frailes y monjas con hábitos idénticos.
Las veo como cuerpos celestes que llueven sobre la tierra
Estas pequeñas maravillas, estos ídolos puros llueven.
En la India, en el África, las Américas. Huelen a leche.
Sus talones no fueron tocados caminar en el aire.

¿Cómo puede ser tan pródiga la nada?
Ese es mi hijo.
Su ojo desorbitado es por esta vaga, terrible banalidad.
Se vuelve hacia mí como una plantita, ciega y alegre.
Un grito. Es el tejido del que cuelgo.
Me vuelvo un río de leche.
Soy una montaña caliente.


Segunda voz

No soy fea. Yo misma soy bonita.
El espejo me devuelve la imagen de una mujer proporcionada.
Las enfermeras me regresan mis ropas y una identidad.
Es normal, dicen, que esto suceda.
Es común en mi vida, y en la vida de las otras.
Una de cada cinco, más o menos. No perdí la esperanza.
Soy bella como una estadística. Ese es el lápiz rojo para mis labios.

Dibujo la antigua boca
que había patentado con mi identidad.
Hace uno, dos, tres días. Era un viernes.
No tengo necesidad de licencia; puedo trabajar desde hoy.
Puedo querer a mi marido, que comprenderá.
Que me querrá a través de las penas de mi dolencia.
Como si yo hubiera perdido un ojo, una pierna o la lengua.

Heme aquí de pie, un poco ciega. Me alejo
Sobre ruedas, a modo de piernas, esto marcha muy bien.
Y aprendo a hablar con los dedos, no con la lengua.
El cuerpo está pleno de recursos.
El cuerpo de una estrella de mar puede empujar sus brazos
Y las salamandras son ricas en piernas. Que yo sea
Pródiga en lo que me falta.


Tercera voz

Es una pequeña isla, dormida y apacible,
Y yo soy un blanco navío mugiente: Adiós, adiós.
El sol está caliente. Muy lúgubre.
Las flores de esta sala son rojas y tropicales.
Vivieron toda su vida detrás del vaso, cuidadas con ternura.
Todavía enfrentan un invierno de sábanas y rostros blancos.
Tengo muy pocas cosas en mi valija.

Los vestidos de una mujer gorda que no conozco.
Allí está mi peine y mi cepillo. Hay un vacío.
Soy tan vulnerable de repente.
Soy una herida que abandona el hospital.
Soy una herida que dejan partir.
Atrás dejo mi salud. Dejo a alguien
Que querría adherirse a mí: desato su dedos como vendajes: Me voy.


Segunda voz

Soy mía de nuevo. Todo está en su lugar.
Estoy desangrada, blanca como la cera, no tengo ataduras.
Soy plana y virginal, esto quiere decir que nada ha sucedido.
Nada que no pudiera estar borrado, arrancado raspado o recomenzado.
Estas pequeñas ramas negras ya no piensan en florecer,
Y estos cauces tan secos, ya no sueñan con la lluvia
Y esta mujer que me encuentra en los escaparates— está impecable.

Estuvo a punto de ser transparente como un espíritu.
Tímidamente es como ella sobrepone su cuidada persona
Al infierno de naranjas de África, y de cerdos colgados de las patas.
Más tarde ella vuelve a la realidad.
Soy soy. Soy yo—
Quien saborea la amargura entre los dientes.
La incalculable maldad cotidiana.


Primera voz

¿Cuánto tiempo podré ser un muro, protegido del viento?
¿Cuánto tiempo podría yo
Atenuar al sol con la sombra de mi mano,
Interpretar los rayos azules de la luna fría?
Las voces de la soledad, las voces del dolor
Golpean mi espalda incansablemente.
¿Podrá esta pequeña mecedora calmarlas?

¿Cuánto tiempo podré ser pared alrededor de mi propiedad verde?
¿Cuánto tiempo podrán ser mis manos
Una venda para su mal, y mis palabras,
Colibríes deslumbrantes, podrán seguir consolándola?
Es una cosa terrible Que esté tan abierta: como si mi corazón
Elaborara un rostro e hiciera su entrada en el mundo.


Tercera voz

Hoy los sentidos están ebrios de primavera.
Mi capa negra es un pequeño sepelio:
Esto testimonia mi formalidad.
Llevo mis libros especializados a mi costado.
Hace poco tuve una vieja herida, pero
ya está en vías de sanar.
Yo soñaba una isla, roja de gritos.
Fue un sueño sin importancia.


Primera voz

El alba abre sus pétalos en el gran olmo al lado de la casa.
Los vencejos regresaron. Silban como cohetes de papel.
Oigo el sonido de las horas
Que se amplifica y se desvanece en los caminos huecos. Oigo las vacas
que mugen.
Los colores recobran su resplandor, y el heno mojado
humea al sol.
Los narcisos entreabren su rostro blanco en el huerto.

Estoy tranquila. Estoy tranquila.
Estos son los colores claros de la habitación del niño,
Esos son los canarios que picotean y los alegres corderos.
De nuevo soy sencilla. Creo en los milagros.
No creo en esos niños aterradores
Cuyos ojos blancos y manos sin dedos dislocan mi sueño.
Esos no son míos. No me pertenecen.

Voy a meditar en el orden de las cosas.
Voy a meditar en mi muchachito.
No camina. No me dice ni una palabra.
Aún está en pañales, en mantillas blancas.
Sin embargo él es rosa y perfecto. Sonríe tan seguido.
Tapicé su habitación de rosas gigantes.
Por todas partes pinté corazoncitos.

No lo quiero talentoso.
Es la excepción lo que le interesa al diablo.
Es la excepción la que trepa la colina dolorosa.
Que se sienta en el desierto y hace sufrir al corazón de su madre.
Lo quiero superficial,
Y que me ame como lo amo,
y que se case con quien quiera y donde quiera.


Tercera voz

El calor del medio día en los alrededores.
Los botones de oro
Se doblan y funden, y los amantes
No dejan de pasar.
Son oscuros y vacíos como sombras.
¡Es de tal suerte sano que no haya apegos!
Soy solitaria como la hierba.¿Qué es esto que me falta?
¿Jamás le encontraré, sea lo que sea?

Los cisnes se han ido. El río
Aún recuerda su blancura.
Él busca sus fulgores.
Encuentra sus formas en una nube
¿Qué es este pájaro que llama
con tal dolor en la voz?
Dice que estoy más joven que nunca.
¿Qué es esto que me falta?


Segunda voz

Estoy en casa a la luz de la lámpara. Los atardeceres se prolongan,
Remiendo una falda de seda:mi marido lee.
Con qué belleza la luz abarca todo esto.
Hay una suerte de vaho en el aire primaveral.
Un vaho que impregna de rosa los parques
y las pequeñas estatuas como si una ternura se despertara,
Una ternura que no extenúa, que cura.

Espero y estoy mal. Creo que estoy sanando.
Quedan demasiadas cosas por hacer. Mis manos
Pueden coser con cuidado este encaje a esta tela. Mi marido
Puede voltear y volver las páginas de un libro.
Y así estamos juntos en casa, —durante horas.
Sólo el tiempo pesa en nuestras manos.
Sólo el tiempo, que tampoco es material.

De golpe las calles pueden volverse papel, pero me repongo
De mi larga caída, y me recupero en mi cama,
Al amparo del colchón, las manos
atadas como para una caída.
Me recupero. Ya no soy una sombra
Aunque haya una sombra que sale de mis pies. Soy una esposa.
La ciudad espera y tiene un mal. Las hierbitas
Crujen a través de las piedras, y están verdes de vida.

Autor del poema: Sylvia Plath

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DIVINA COMEDIA - PURGATORIO (CANTO 1)

Por surcar mejor agua alza las velas
ahora la navecilla de mi ingenio,
que un mar tan cruel detrás de sí abandona;

y cantaré de aquel segundo reino
donde el humano espíritu se purga
y de subir al cielo se hace digno.

Mas renazca la muerta poesía,
oh, santas musas, pues que vuestro soy; .
y Calíope un poco se levante,

mi canto acompañando con las voces
que a las urracas míseras tal golpe
dieron, que del perdón desesperaron.

Dulce color de un oriental zafiro,
que se expandía en el sereno aspecto
del aire, puro hasta la prima esfera,

reapareció a mi vista deleitoso,
en cuanto que salí del aire muerto,
que vista y pecho contristado había.

El astro bello que al amor invita
hacía sonreir todo el oriente,
y los Peces velados lo escoltaban.

Me volví a la derecha atentamente,
y vi en el otro polo cuatro estrellas
que sólo vieron las primeras gentes.

Parecía que el cielo se gozara
con sus luces: ¡Oh viudo septentrión,
ya que de su visión estás privado!

Cuando por fin dejé de contemplarlos
dirigiéndome un poco al otro polo,
por donde el Carro desapareciera,

vi junto a mí a un anciano solitario,
digno al verle de tanta reverencia,
que más no debe a un padre su criatura.

Larga la barba y blancos mechones
llevaba, semejante a sus cabellos,
que al pecho en dos mechones le caían.

Los rayos de las cuatro luces santas
llenaban tanto su rostro de luz,
que le veía como al Sol de frente.

¿Quién sois vosotros que del ciego río
habéis huido la prisión eterna?
-dijo moviendo sus honradas plumas.

¿Quién os condujo, o quién os alumbraba,
al salir de esa noche tan profunda,
que ennegrece los valles del infierno?

¿Se han quebrado las leyes del abismo?
¿o el designio del cielo se ha mudado
y venís, condenados, a mis grutas?»

Entonces mi maestro me empujó,
y con palabras, señales y manos
piernas y rostro me hizo reverentes.

Después le respondió: «Por mí no vengo.
Bajó del cielo una mujer rogando
que, acompañando a éste, le ayudara.

Mas como tu deseo es que te explique
más ampliamente nuestra condición,
no puede ser el mío el ocultarlo.

Éste no ha visto aún la última noche;
mas estuvo tan cerca en su locura,
que le quedaba ya muy poco tiempo.

Y a él, como te he dicho, fui enviado
para salvarle; y no había otra ruta
más que esta por la cual le estoy llevando.

Le he mostrado la gente condenada;
y ahora pretendo las almas mostrarle
que están purgando bajo tu mandato.

Es largo de contar cómo lo traje;
bajó del Alto virtud que me ayuda
a conducirlo a que te escuche y vea.

Dignate agradecer que haya venido:
busca la libertad, que es tan preciada,
cual sabe quien a cambio da la vida.

Lo sabes, pues por ella no fue amarga
en Utica tu muerte; allí dejaste
la veste que radiante será un día.

No hemos quebrado las eternas leyes,
pues éste vive y Minos no me ata;
soy de la zona de los castos ojos

de tu Marcia, que sigue suplicando
que la tengas por tuya, oh santo pecho:
en nombre de su amor, senos benigno.

Deja que andemos por tus siete reinos;
le mostraré nuestro agradecimiento,
si quieres que te nombre allí debajo.»

«Tan placentera Marcia fue a mis ojos
mientras que estuve allí -dijo él entonces-
que cuanto me pidió le concedía.

Ahora que vive tras el río amargo,
no puede ya moverme, por la ley
que cuando me sacaron fue dispuesta.

Mas si te manda una mujer del cielo,
como has dicho, lisonjas no precisas:
basta en su nombre pedir lo que quieras.

Puedes marchar, mas haz que éste se ciña
con un delgado junco y lave el rostro,
y que se limpie toda la inmundicia;

porque no es conveniente que cubierto
de niebla alguna, vaya hasta el primero
de los ministros ya del Paraíso.

En todo el derredor de aquella islita,
allí donde las olas la combaten,
crecen los juncos sobre el blanco limo:

ninguna planta que tuviera fronda
o que dura se hiciera, viviría,
pues no soportaría sus embates.

Luego no regreséis por este sitio;
el sol os mostrará, que surge ahora,
del monte la subida más sencilla.»

Él desapareció; y me levanté
sin hablar, acercándome a mi guía,
dirigiéndole entonces la mirada.

Él comenzó: «Sigue mis pasos, hijo:
volvamos hacia atrás, que esta llanura
va declinando hasta su último margen.»

Vencía el alba ya a la madrugada
que escapaba delante, y a lo lejos
divisé el tremolar de la marina.

Por la llanura sola caminábamos
como quien vuelve a la perdida senda,
y hasta encontrarla piensa que anda en vano.

Cuando llegamos ya donde el rocío
resiste al sol, por estar en un sitio
donde, a la sombra, poco se evapora,

ambas manos abiertas en la hierba
suavemente puso mi maestro:
y yo, que de su intento me di cuenta,

volví hacia él mi rostro enlagrimado;
y aquí me descubrió completamente
aquel color que me escondió el infierno.

Llegamos luego a la desierta playa,
que nadie ha visto navegar sus aguas,
que conserve experiencias del regreso.

Me ciñó como el otro había dicho:
¡oh maravilla! pues cuando él cortó
la humilde planta, volvió a nacer otra
de donde la arrancó, súbitamente.

Autor del poema: Dante Alighieri

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ALTAZOR (CANTO 3). EL VIAJE EN PARACAÍDAS

Romper las ligaduras de las venas
Los lazos de la respiración y las cadenas

De los ojos senderos de horizontes
Flor proyectada en cielos uniformes

El alma pavimentada de recuerdos
Como estrellas talladas por el viento

El mar es un tejado de botellas
Que en la memoria del marino sueña

Cielo es aquella larga cabellera intacta
Tejida entre manos de aeronauta

Y el avión trae un lenguaje diferente
Para la boca de los cielos de siempre

Cadenas de miradas nos atan a la tierra
Romped romped tantas cadenas

Vuela el primer hombre a iluminar el día
El espacio se quiebra en una herida

Y devuelve la bala al asesino
Eternamente atado al infinito

Cortad todas las amarras
De río mar o de montaña

De espíritu y recuerdo
De ley agonizante y sueño enfermo

Es el mundo que torna y sigue y gira
Es una última pupila

Mañana el campo
Seguirá los galopes del caballo

La flor se comerá a la abeja
Porque el hangar será colmena

El arcoiris se hará pájaro
Y volará a su nido cantando

Los cuervos se harán planetas
Y tendrán plumas de hierba

Hojas serán las plumas entibiadas
Que caerán de sus gargantas

Las miradas serán ríos
Y los ríos heridas en las piernas del vacío

Conducirá el rebaño a su pastor
Para que duerma el día cansado como avión

Y el árbol se posará sobre la tórtola
Mientras las nubes se hacen roca

Porque todo es como es en cada ojo
Dinastía astrológica y efímera
Cayendo de universo en universo

Manicura de la lengua es el poeta
Mas no el mago que apaga y enciende
Palabras estelares y cerezas de adioses
( vagabundos
Muy lejos de las manos de la tierra
Y todo lo que dice es por él inventado
Cosas que pasan fuera del mundo cotidiano
Matemos al poeta que nos tiene saturados

Poesía aún y poesía poesía
Poética poesía poesía
Poesía poética de poético poeta
Poesía
Demasiada poesía
Desde el arcoiris hasta el culo pianista de la
( vecina
Basta señora poesía bambina
Y todavía tiene barrotes en los ojos
El juego es juego y no plegaria infatigable
Sonrisa o risa y no lamparillas de pupila
Que ruedan de la aflicción hasta el océano
Sonrisa y habladurías de estrella tejedora
Sonrisa del cerebro que evoca estrellas muertas
En la mesa mediúmnica de sus irradiaciones

Basta señora arpa de las bellas imágenes
De los furtivos comos iluminados
Otra cosa otra cosa buscamos
Sabemos posar un beso como una mirada
Plantar miradas como árboles
Enjaular árboles como pájaros
Regar pájaros como heliotropos
Tocar un heliotropo como una música
Vaciar una música como un saco
Degollar un saco como un pingüino
Cultivar pingüinos como viñedos
Ordeñar un viñedo como una vaca
Desarbolar vacas como veleros
Peinar un velero como un cometa
Desembarcar cometas como turistas
Embrujar turistas como serpientes
Cosechar serpientes como almendras
Desnudar una almendra como un atleta
Leñar atletas como cipreses
Iluminar cipreses como faroles
Anidar faroles como alondras
Exhalar alondras como suspiros
Bordar suspiros como sedas
Derramar sedas como ríos
Tremolar un río como una bandera
Desplumar una bandera como un gallo
Apagar un gallo como un incendio
Bogar en incendios como en mares
Segar mares como trigales
Repicar trigales como campanas
Desangrar campanas como corderos
Dibujar corderos como sonrisas
Embotellar sonrisas como licores
Engastar licores como alhajas
Electrizar alhajas como crepúsculos
Tripular crepúsculos como navíos
Descalzar un navío como un rey
Colgar reyes como auroras
Crucificar auroras como profetas
Etc. etc. etc.
Basta señor violín hundido en una ola ola
Cotidiana ola de religión miseria
De sueño en sueño posesión de pedrerías

Después del corazón comiendo rosas
Y de las noches del rubí perfecto
El nuevo atleta salta sobre la pista mágica
Jugando con magnéticas palabras
Caldeadas como la tierra cuando va a salir un
( volcán
Lanzando sortilegios de sus frases pájaro
Agoniza el último poeta
Tañen las campanas de los continentes
Muere la luna con su noche a cuestas
El sol se saca del bolsillo el día
Abre los ojos el nuevo paisaje solemne
Y pasa desde la tierra a las constelaciones
El entierro de la poesía

Todas las lenguas están muertas
Muertas en manos del vecino trágico
Hay que resucitar las lenguas
Con sonoras risas
Con vagones de carcajadas
Con cortacircuitos en las frases
Y cataclismo en la gramática
Levántate y anda
Estira las piernas anquilosis salta
Fuegos de risa para el lenguaje tiritando de frío
Gimnasia astral para las lenguas entumecidas
Levántate y anda
Vive vive como un balón de fútbol
Estalla en la boca de diamantes motocicleta
En ebriedad de sus luciérnagas
Vértigo sí de su liberación
Una bella locura en la vida de la palabra
Una bella locura en la zona del lenguaje
Aventura forrada de desdenes tangibles
Aventura de la lengua entre dos naufragios
Catástrofe preciosa en los rieles del verso

Y puesto que debemos vivir y no nos suicidamos
Mientras vivamos juguemos
El simple sport de los vocablos
De la pura palabra y nada más
Sin imagen limpia de joyas
(Las palabras tienen demasiada carga)
Un ritual de vocablos sin sombra
Juego de ángel allá en el infinito
Palabra por palabra
Con luz propia de astro que un choque vuelve
( vivo
Saltan chispas del choque y mientras más violento
Más grande es la explosión
Pasión del juego en el espacio
Sin alas de luna y pretensión
Combate singular entre el pecho y el cielo
Total desprendimiento al fin de voz de carne
Eco de luz que sangra aire sobre el aire

Después nada nada
Rumor aliento de frase sin palabra.

Autor del poema: Vicente Huidobro

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Despecho

Enviado por rafa21  Seguir

En mi mundo de soledad y despecho,solo vivo con el hecho, de que algún día volverás, y no me quiero resignar, al hecho de amarte, porque es tu sonrisa una obra de arte, que al mirarla mi cuerpo se estremece, y mi corazón se entristece, al saber que no estarás, y que nunca me amarás, se siente tan doloroso, cómo las garras de un oso, que en mi corazón se siente, solo quiero ser consciente, y no sentirme dudoso, de que ya estarás con otro lo puedo deducir, que no te tengo a ti, es lo que no me da reposo

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DIVINA COMEDIA - PARAÍSO (CANTO 1)

La gloria de quien mueve todo el mundo
el universo llena, y resplandece
en unas partes más y en otras menos.

En el cielo que más su luz recibe
estuve, y vi unas cosas que no puede
ni sabe repetir quien de allí baja;

porque mientras se acerca a su deseo,
nuestro intelecto tanto profundiza,
que no puede seguirle la memoria.

En verdad cuanto yo del santo reino
atesorar he podido en mi mente
será materia ahora de mi canto.

¡Oh buen Apolo, en la última tarea
hazme de tu poder vaso tan lleno,
como exiges al dar tu amado lauro!

Una cima hasta ahora del Parnaso
me fue bastante; pero ya de ambas
ha menester la carrera que falta.

Entra en mi pecho, y habla por mi boca
igual que cuando a Marsias de la vaina
de sus miembros aún vivos arrancaste.

¡Oh divina virtud!, si me ayudaras
tanto que las imágenes del cielo
en mi mente grabadas manifieste,

me verás junto al árbol que prefieres
llegar, y coronarme con las hojas
que merecer me harán tú y mi argumento.

Tan raras veces, padre, eso se logra,
triunfando como césar o poeta,
culpa y vergüenza del querer humano,

que debiera ser causa de alegría
en el délfico dios feliz la fronda
penea, cuando alguno a aquélla aspira.

Gran llama enciende una chispa pequeña:
quizá después de mí con voz más digna
se ruegue a fin que Cirra le responda.

La lámpara del mundo a los mortales
por muchos huecos viene; pero de ése
que con tres cruces une cuatro círculos,

con mejor curso y con mejor estrella
sale a la par, y la mundana cera
sella y calienta más al modo suyo.

Allí mañana y noche aquí había hecho
tal hueco, y casi todo allí era blanco
el hemisferio aquel, y el otro negro,

cuando Beatriz hacia el costado izquierdo
vi que volvía y que hacia el sol miraba:
nunca con tal fijeza lo hizo un águila.

Y así como un segundo rayo suele
del primero salir volviendo arriba,
cual peregrino que tomar desea,

este acto suyo, infuso por los ojos
en mi imaginación, produjo el mío,
y miré fijo al sol cual nunca hacemos.

Allí están permitidas muchas cosas
que no lo son aquí, pues ese sitio
para la especie humana fue creado.

Mucho no lo aguanté, mas no tan poco
que alrededor no viera sus destellos,
cual un hierro candente el fuego deja;

y de súbito fue como si un día
se juntara a otro día, y Quien lo puede
con otro sol el cielo engalanara.

En las eternas ruedas por completo
fija estaba Beatriz: y yo mis ojos
fijaba en ella, lejos de la altura.

Por dentro me volví, al mirarla, como
Glauco al probar la hierba que consorte
en el mar de los otros dioses le hizo.

Trashumanarse referir per verba
no se puede; así pues baste este ejemplo
a quien tal experiencia dé la gracia.

Si estaba sólo con lo que primero
de mí creaste, amor que el cielo riges,
lo sabes tú, pues con tu luz me alzaste.

Cuando la rueda que tú haces eterna
al desearte, mi atención llamó
con el canto que afinas y repartes,

tanta parte del cielo vi encenderse
por la llama del sol, que lluvia o río
nunca hicieron un lago tan extenso.

La novedad del son y el gran destello
de su causa, un anhelo me inflamaron
nunca sentido tan agudamente.

Y entonces ella, al verme cual yo mismo,
para aquietarme el ánimo turbado,
sin que yo preguntase, abrió la boca,

y comenzó: «Tú mismo te entorpeces
con una falsa idea, y no comprendes
lo que podrías ver si la desechas.

Ya no estás en la tierra, como piensas;
mas un rayo que cae desde su altura
no corre como tú volviendo a ella.»

Si fui de aquella duda desvestido,
con sus breves palabras sonrientes,
envuelto me encontré por una nueva,

y dije: «Ya contento requïevi
de un asombro tan grande; mas me asombro
cómo estos leves cuerpos atravieso.»

Y ella, tras suspirar piadosamente,
me dirigió la vista con el gesto
que a un hijo enfermo dirige su madre,

y dijo: «Existe un orden entre todas
las cosas, y esto es causa de que sea
a Dios el universo semejante.

Aquí las nobles almas ven la huella
del eterno saber, y éste es la meta
a la cual esa norma se dispone.

Al orden que te he dicho tiende toda
naturaleza, de diversos modos,
de su principio más o menos cerca;

y a puertos diferentes se dirigen
por el gran mar del ser, y a cada una
les fue dado un instinto que las guía.

Éste conduce al fuego hacia la luna;
y mueve los mortales corazones;
y ata en una las partes de la tierra;

y no sólo a los seres que carecen
de razón lanza flechas este arco,
también a aquellas que quieren y piensan.

La Providencia, que ha dispuesto todo,
con su luz pone en calma siempre al cielo,
en el cual gira aquel que va más raudo;

ahora hacia allí, como a un sitio ordenado,
nos lleva la virtud de aquella cuerda
que en feliz blanco su disparo clava.

Cierto es que, cual la forma no se pliega
a menudo a la idea del artista,
pues la materia es sorda a responderle,

así de este camino se separa
a veces la criatura, porque puede
torcer, así impulsada, hacia otra parte;

y cual fuego que cae desde una nube,
así el primer impulso, que desvían
falsos placeres, la abate por tierra.

Más no debe admirarte, si bien juzgo,
tu subida, que un río que bajara
de la cumbre del monte a la llanura.

Asombroso sería en ti si, a salvo
de impedimento, abajo te sentaras,
como en el fuego el aquietarse en tierra.»
Volvió su rostro entonces hacia el cielo.

Autor del poema: Dante Alighieri

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LA POBRE GENTE

I

Es de noche. La choza es pobre, aunque segura.
Sombrío es su interior, mas algo se percibe
que irradia entre las sombras de su oscuro crepúsculo.
Redes de pescador cuelgan de sus paredes.
Y al fondo, en un rincón, una vajilla humilde,
encima de un arcón, destella vagamente,
y una gran cama adviértese, echadas sus cortinas.
Cerca, un colchón se extiende sobre unos viejos bancos,
y cinco niños sueñan en él como en un nido
de almas. El hogar donde unas llamas velan
alumbra el techo oscuro, y una mujer, de hinojos,
la frente sobre el lecho, reza y piensa, agitada.
Es su madre. Está sola. Blanco de espuma, afuera,
contra el viento, las rocas, las sombras y la bruma,
el torvo Océano lanza sus oscuros sollozos.

II

Su hombre está en el mar. Marino desde niño,
contra el siniestro azar libra una gran batalla.
Llueva o truene, sin falta ha de salir él siempre,
pues las criaturas tienen hambre. Al atardecer
parte cuando las aguas profundas van subiendo,
del dique, los peldaños.
La mujer quedó en casa cosiendo viejas telas,
remendando las redes, cuidando los anzuelos,
ante el hogar velando la sopa de pescado,
y a Dios luego rezando cuando los niños duermen.
Él, solo, combatido del mar, cambiante siempre,
se adentra en sus abismos y se pierde en la noche.
¡Qué esfuerzo! Todo es negro y frío, nada luce.
En los rompientes, entre las delirantes olas,
el buen banco de pesca y, sobre el mar inmenso,
el lugar móvil, negro, cambiante y caprichoso,
tan querido a los peces de aletas plateadas,
no es más que un punto sólo, grande como dos chozas.
Mas, de noche, en diciembre, con niebla y aguacero,
para encontrar tal punto sobre el desierto inquieto
¡cómo hay que calcular el viento y la marea,
y combinar con tino todas las maniobras!
Bordéanlo las olas como culebras verdes;
el mar tuerce y se encrespa sus pliegues desmedidos,
y hace gemir de horror los pobres aparejos.
Sueña él con su Jeannie, solo en el mar helado,
y ésta, llorando, llámalo, y entrambos pensamientos
se cruzan en la noche cual dos divinos pájaros.

III

Ella reza, y la alondra con su burlón graznido
importúnale, y entre escollos derruidos
le aterra el Océano, y mil distintas sombras
su espíritu atraviesan, de mar y marineros
llevados por la cólera furiosa de las olas;
y mientras, en su caja, cual sangre en las arterias,
el frío reloj late, vertiendo en el misterio
el tiempo gota a gota, inviernos, primaveras,
las varias estaciones; y estas palpitaciones
abren para las almas, y a modo de bandadas
de azores y palomas, por un lado, las cunas;
(las tumbas por el otro.

Ella medita y sueña: —"¡Oh Dios, cuánta pobreza!”
Sus hijos van descalzos en invierno y verano.
No comen pan de trigo, sólo pan de cebada.
¡Oh Dios, el viento ruge como un fuelle de fragua!
El mar bate en la costa como si fuera un yunque,
y las estrellas huyen entre el negro huracán
como un turbión de chispas por una chimenea.

Es ya la medianoche, la hora en la que ésta
como jovial danzante ríe y juguetea
bajo antifaz de raso que iluminan sus ojos;
la hora en que medianoche, bandido misterioso,
de sombra y lluvia lleno y su frente en el cierzo,
toma a un pobre marino tembloroso y lo estrella
contra espantosas rocas que aparecen de pronto.
¡Qué horror!, el hombre cuyos gritos el mar sofoca,
siente ceder y hundirse la barca en que naufraga,
y mientras siente abrirse las sombras y el abismo
bajo sus pies, ¡aún sueña con esa vieja argolla
de hierro, de su muelle, bañado por el sol!

Estas tristes visiones su corazón conturban,
negro como la noche. Y ella tiembla y solloza.

IV

¡Oh la pobre mujer del pescador! Qué horrible
es tener que decirse: —"Todo cuanto yo tengo,
hermano, padre, amante, mis hijos más queridos,
el alma de mi alma, están en ese caos
perdidos, mi corazón, la carne de mi carne.”
¡Ser presa de las olas es serlo de las bestias!
Pensar —¡Cielos!— que el agua juegue con sus cabezas,
desde el hijo, grumete, al marido, patrón,
y que el viento soplando por sus trompas horribles
sobre ellos desate su larga y loca trenza,
y tal vez a esta hora se encuentren en peligro,
sin que saber podamos lo que están ahora haciendo
más que para enfrentarse a ese abismo sin fondo,
a esas oscuras simas donde no hay ni una estrella,
¡tienen sólo una plancha con un poco de tela!
¡Terrible angustia! Corren todas sobre las rocas.
Las olas suben; háblanles, grítanles: —"Devolvédnoslos”.
Mas ¡ay! qué es lo que puede decirse al pensamiento
del mar, siempre sombrío, y siempre trastornado!

Jeannie está aún más triste. ¡Su esposo está allá solo!,
en esta áspera noche, bajo el frío sudario,
sin ayuda. Sus hijos son aún pequeños. Madre,
dices: "¡Si fueran grandes! ¡Qué solo está!” ¡Quimeras!
Mañana, cuando partan ya acompañando al padre
dirás entre sollozos: "¡Oh, si aún pequeños fueran!”

V

Toma ella su linterna y su capote. Es la hora
de ir a ver si regresa y si la mar mejora,
si ya es de día y el mástil muestra su gallardete.
¡Vamos! De casa sale. La brisa matutina
no sopla aún. No hay nada. No está esa línea blanca
en el confín en donde se aclaran las tinieblas.
Llueve. Oh, qué siniestra la lluvia, de mañana.
Parece que el día tiembla, que está incierto y dudoso,
y que al igual que un niño, llora al nacer el alba.
Sale. No hay luz alguna en ninguna ventana.

De repente, a sus ojos que buscan el camino,
con una rara mezcla de lúgubre y de humana
una pobre casucha, decrépita, aparece,
sin luz ni fuego alguno; su puerta bate el viento;
sobre sus viejos muros hay un techo oscilante,
y el cierzo en él retuerce repugnantes rastrojos,
sucios y amarillentos como un río revuelto.

"¡Vaya!”, no me acordaba de esta pobre viuda
—se dice—; mi marido la encontró el otro día
enferma y solitaria; voy a ver cómo anda”.

Golpea ella la puerta; escucha, no hay respuesta,
y Jeannie bajo el viento del mar tirita y tiembla.
"¡Enferma! ¡Y sus hijos andan tan mal nutridos!…
No tiene más que dos, pero está sin marido”.
Golpea otra vez la puerta. "¡Eh, vecina, vecina!”
Pero la casa calla. "Oh Dios —se dice inquieta—,
¡cómo duerme que no oye ni aun tras llamar tanto!”
Pero esta vez la puerta, como si de repente
los objetos sintieran una piedad suprema,
triste, giró en la sombra y abrióse por sí misma.

VI

Entró, y su linterna iluminó la negra
estancia muda al borde de las rugientes olas.
Como por un cedazo caía agua del techo.

Yacía al fondo echada una terrible forma;
una mujer inmóvil, descalza y boca arriba,
con la mirada oscura y un espantoso aspecto,
un cadáver; —un tiempo madre jovial y fuerte—;
el desgreñado aspecto de la miseria muerta;
los despojos del pobre tras su tenaz combate.
Pender dejaba ella un frío y yerto brazo
con su mano ya verde, en medio de la paja,
y brotaba el horror de aquella boca abierta
por la que alma, huyendo, siniestra, había lanzado
¡el grito de la muerte que oye la eternidad!
Cerca donde yacía la madre de familia,
dos niños muy pequeños, un varón y una hembra,
en una misma cuna sonreían en sueños.

Sintiéndose morir, su madre habíales puesto
sobre sus pies su manto, sus ropas sobre el cuerpo,
para que en esa sombra que nos deja la muerte,
no hubieran de sentir perderse la tibieza,
y así calor tuvieran en tanto que frío ella.

VII

¡Cómo duermen los dos en esa pobre cuna!
Su aliento es apacible y sus frentes serenas,
cual si no hubiera nada capaz de despertarlos,
ni siquiera las trompas del Juïcio Final,
pues que, inocentes siendo, a juez ninguno temen.

La lluvia ruge afuera cual si fuera un diluvio.
Del techo, a veces, cae con las rachas del viento
una gota de lluvia sobre esa frente yerta
y corre por su rostro cual si fuera una lágrima.
Las olas suenan como la campana de alarma.
La muerta oye la sombra con expresión absorta.

VIII

Pero Jeannie ¿qué ha hecho en casa de la muerta?
Bajo su amplia capa ¿qué es lo que ella se lleva?
¿Qué es lo que transporta al salir de la puerta?
¿Por qué su pecho late? ¿Por qué apresura el paso?
¿Por qué así, vacilante, entre las callejuelas
corre sin atreverse a volver la cabeza?
¿Qué es, pues, lo que ella oculta con un aire turbado
entre su lecho en sombras? ¿Qué puede haber robado?

IX

Cuando ella entró en su casa, las rocas de la costa
blanqueaban ya. Una silla puso junto a su cama,
y se sentó muy pálida, cual si un remordimiento
la abatiese. Su frente puso en la cabecera
y, por unos instantes, con voz entrecortada
habló mientras que lejos, ronca, la mar bramaba.

"—¡Pobre hombre, Dios mío! ¿Qué va a decir? ¡Ya tiene
tantas preocupaciones! ¿Cómo pudo ocurrírseme?
¡Cinco niños a cuestas! ¡Y trabajando tanto!…
¿No habían bastantes penas, y ahora voy a darle
otra más?… —Oh, ¿es él? No, aún no. Hice mal.
Diré, si me golpea: Tienes razón. ¿Es él?
Aún no. Mejor. La puerta tiembla como si alguien
entrara. Pero no. ¡Pobre hombre!, oír
que regresa él ahora ¿es que va a darme miedo?”
Luego Jeannie quedóse temblando y pensativa,
cada vez más hundiéndose en una angustia íntima,
perdida entre sus cuitas igual que en un abismo,
sin escuchar siquiera los ruidos exteriores,
los negros cormoranes volando vocingleros,
las olas, la marea, la cólera del viento.

Ruidosa y clara abrióse la puerta de repente,
dejando un blanco rayo entrar en la cabaña,
y el pescador, alegre, con sus chorreantes redes
en el umbral mostróse, y "Así es la mar”, le dice.

X

Jeannie gritó: "¡Eres tú!”, y fuerte contra el pecho
estrechó a su marido cual si fuera un amante,
y besó su chaqueta arrebatadamente
en tanto que él decía: "¡Aquí estoy ya, mujer!”,
y mostraba en su frente, que el fuego esclarecía,
su alma franca y buena que Jeannie iluminaba.
"—Me han robado —le dice—; el mar es una selva.”
"—¿Qué tiempo ha hecho? —Duro. —¿Y la pesca? —Muy mala.
Pero mira: te abrazo, y ya me siento a gusto.
No pude pescar nada, y destrocé las redes.
El diablo andaba oculto en el viento que aullaba.
¡Qué noche! Hubo un momento que creí entre el estruendo
que el barco se volcaba, y se rompió la amarra.
Pero dime, ¿qué has hecho tú durante este tiempo?”
Ella sintió en la sombra un estremecimiento.
"—¿Quién, yo? ¡Dios mío!, nada, lo que suelo hacer siempre.
Coser y oír rugir el mar como un gran trueno.
Tuve miedo”. "—El invierno es duro, mas da igual”.
Luego, temblando como quien se ha portado mal,
"—A propósito… —dijo—, nuestra vecina ha muerto.
Ayer debió morir, en fin, ya poco importa,
al caer el sol, después que partiérais vosotros.
Dos niños deja ella, muy pequeños aún.
Se llama uno Guillaume, y la otra Madelaine;
él todavía no anda, la niña apenas habla.
Esa buena mujer vivía en la miseria”.

Cobró él un grave aspecto, y echando en un rincón
su gorro de forzado, mojado por las olas,
"—¡Diablos! —dijo— rascándose, absorto, la cabeza.
Teníamos cinco niños, con éstos serán siete.
Ya alguna noche, a veces, sin cenar nos quedábamos
los meses del invierno. ¿Cómo haremos ahora?
Bueno, no es culpa mía. Eso es tan sólo asunto
de Dios. Aun así, es un grave accidente.
¿Por qué habría de llevarse a esa pobre mujer?
¡Qué cuestión tan difícil! ¡Mucho mayor que un puño!
Para entender todo esto, hay que tener estudios.
¡Criaturas!, tan pequeños no podrán trabajar.
Mujer, vete a buscarles, pues si se han despertado,
estarán asustados de estar junto a un cadáver.
Es su madre ¿no ves?, que llama a nuestra puerta;
abrámosla a esos niños. Vivirán con los nuestros.
A todos los tendremos, de noche, en las rodillas.
Vivirán como hermanos de nuestros cinco hijos.
Cuando vea el Señor que hay que buscar comida
para esos nuevos niños junto a los que tenemos,
para esa pequeñina y para su hermanito,
Él hará que cojamos más abundante pesca.
Beberé sólo agua y haré doble trabajo.
He dicho. Ve a buscarles. Mas, ¿qué tienes? ¿Qué pasa?
Tú sueles hacer siempre las cosas más deprisa.

"—Mira, aquí están”, le dice, abriendo las cortinas.

Autor del poema: Víctor Hugo

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URBE (VRBE, A LOS OBREROS DE MÉXICO)

I
He aquí mi poema
brutal
y multánime
a la nueva ciudad.

Oh ciudad toda tensa
de cables y de esfuerzos,
sonora toda
de motores y de alas.

Explosión simultánea
de las nuevas teorías,
un poco más allá.
En el plano espacial
De Wirman y de Turner
y un poco más acá
de Maples Arce.

Los pulmones de Rusia
soplan hacia nosotros
el viento de la revolución social.
Los asalta braguetas literarios
nada comprenderán
de esta nueva belleza
sudorosa del siglo,
y las lunas
maduras
que cayeron,
son esta podredumbre
que nos llega
de las atarjeas intelectuales.

He aquí mi poema:
Oh ciudad fuerte
y múltiple,
hecha toda de hierro y de acero.

Los muelles. Las dársenas.
las grúas.

Y la fiebre sexual
de las fábricas.

Vrbe:
Escoltas de tranvías
que recorren las calles subversistas.
Los escaparates asaltan las aceras,
y el sol, saquea Ias avenidas.
Al márgen de los días
tarifados de postes telefónicos
desfilan paisajes momentáneos
por sistemas de tubos ascensores.

Súbitamente,
oh el fogonazo
verde de sus ojos.
Bajo las persianas ingenuas de la hora
pasan los barallones rojos.
El romanticismo caníbal de la música yanke
ha ido haciendo sus nidos en los mástiles.

Oh ciudad internacional.
¿hacia qué remoto meridiano
cortó aquel trasatlántico?
Yo siento que se aleja todo.
Los crepúsculos ajados
flotan entre la mampostería del panorama.
Trenes espectrales que van
hacia allá
lejos, jadeantes de civilizaciones.
La multitud desencajada
chapotea musicalmente en las calles.

Y ahora, los burgueses ladrones, se echarán a temblar
por los caudales
que robaron al pueblo,
pero alguien ocultó bajo sus sueños
el pentagrama espiritual del explosivo.

He aquí mi poema;
Gallardetes de hurras al viento,
cabelleras incendiadas
y mañanas cautivas en los ojos.

Oh ciudad
musical
hecha roda de ritmos mecánicos.

Mañana, quizás.
sólo la lumbre viva de mis versos
alumbrará los horizontes humillados.


II
Esta nueva profundidad del panorama
es una proyección hacia los espejismos interiores

La muchedumbre sonora
hoy rebasa las plazas comunales
y los hurras triunfales
del obregonismo
reverberan al sol de las fachadas.

Oh muchacha romántica
flamarazo de oro.

Tal vez entre mis manos
sólo quedaron los momentos vivos.

Los paisajes vestidos de amarillo
se durmieron detrás de los cristales,
y la ciudad arrebatada,
se ha quedado temblando en los cordajes.
Los aplausos son aquella muralla.

-Dios mío¡
-No temas, es la ola romántica de las multitudes.
Después, sobre los desbordes del silencio,
la noche tarahumara irá creciendo.

Apaga tus vidrieras
Entre la maquinaria del insomnio
La lujuria, son millones de ojos
que se untan en la carne.

Un pájaro de acero
ha emprorado su norte hacia una estrella

El puerto:
lejanías incendiadas.
el humo de las fábricas.
Sobre los tendederos de la música
se asolea su recuerdo.

Un adios trasatlántico saltó desde la borda
Los motores cantan
sobre el panorama muerto.


III
La tarde, acribillada de ventanas
flota sobre los hilos del teléfono,
y entre los atravesaños
inversos de la hora
se cuelgan los dioses de las máquinas.
Su juventud maravillosa
estalló una mañana
entre mis dedos.
y en el agua vacía
de los espejos,
naufragaron los rostros olvidados.

Oh la pobre ciudad sindicalista
andamiada
de hurras y de gritos.
Los obreros,
son rojos
y amarillos.

Hay un florecimiento de pistolas
después del trampolín de los discursos,
y mientras los pulmones
del viento
se supuran
perdida en los obscuros pasillos de la música
alguna novia blanca
se deshoja.


IV
Entre los matorrales del silencio
la obscuridad lame la sangre del crepúsculo .
Las estrellas caídas.
son pájaros muertos
en el agua sin sueño
del espejo
y las artillerías
sonoras del atlántico
se apagaron,
al fin,
en la distancia.

Sobre la arboladura del otoño.
sopla un viento nocturno:
es el viento de Rusia,
de las grandes tragedias;
y el jardín
amarillo,
se va a pique en la sombra.
Súbito, su recuerdo
chisporrotea en los interiores apagados.
Sus palabras de oro
criban en mi memoria.

Los ríos de blusas azules
desbordan las esclusas de las fábricas,
y los árboles agitadores
manotean sus discursos en la acera.
Los huelguistas se arrojan
pedradas y denuestos,
y la vida, es una tumultuosa
conversión hacia la izquierda.

Al margen de la almohada
la noche, es un despeñadero;
y el insomnio
se ha quedado escarbando en mi cerebro.

¿De quién son esas voces
que sobre nadan en la sombra?

Y estos trenes que aullan
hacia los horizontes devastados

Las soldados
dormirán esta noche en el infierno

Dios mío,
y de todo este desastre
sólo unos cuantos pedazos
blancos,
de su recuerdo,
se me han quedado entre las manos

V
Las hordas salvajes de la noche
se echaron sobre la ciudad amedrentada.

La bahía
florecida,
de mástiles y lunas,
se derrama
sobre la partitura.
ingenua de sus manos,
y el grito, lejano
de un vapor,
hacia los mares nórdicos.

Adiós
al continente naufragado.

Entre los hilos de su nombre
se quedaron las plumas de los pájaros.

Pobre Celia María Dolores;
el panorama está dentro de nosotros.
Bajo los hachazos del silencio
las arquitecturas de hierro se devastan.

Hay oleadas de sangre y nubarrones de odio.

Desolación

Los discursos marihuanos
de los diputados
salpicaron de mierda su recuerdo.
pero,
sobre las multitudes de mi alma
se ha despeñado su ternura.

Ocotlán
allá lejos.

Voces

Los impactos picotean sobre
las trincheras.

La lujuria, apedreó toda la noche,
los balcones a oscuras de una virginidad.

La metralla
hace saltar pedazos del silencio.
Las calles
sonoras y desiertas,
son ríos de sombra
que van a dar al mar,
y el cielo, deshilachado,
es la nueva
bandera,
que flamea.
sobre la ciudad.

Autor del poema: Manuel Maples Arce

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