47 Poemas largos 

LA VICTORIA DE JUNÍN (CANTO A BOLÍVAR)

El trueno horrendo que en fragor revienta
y sordo retumbando se dilata
por la inflamada esfera,
al Dios anuncia que en el cielo impera.

Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta
la hispana muchedumbre
que, más feroz que nunca, amenazaba,
a sangre y fuego, eterna servidumbre,
y el canto de victoria
que en ecos mil discurre, ensordeciendo
el hondo valle y enriscada cumbre,
proclaman a Bolívar en la tierra
árbitro de la paz y de la guerra.

Las soberbias pirámides que al cielo
el arte humano osado levantaba
para hablar a los siglos y naciones
-templos do esclavas manos
deificaban en pompa a sus tiranos-,
ludibrio son del tiempo, que con su ala
débil, las toca y las derriba al suelo,
después que en fácil juego el fugaz viento
borró sus mentirosas inscripciones;
y bajo los escombros, confundido
entre la sombra del eterno olvido
-¡oh de ambición y de miseria ejemplo!-
el sacerdote yace, el dios y el templo.

Mas los sublimes montes, cuya frente
a la región etérea se levanta,
que ven las tempestades a su planta
brillar, rugir, romperse, disiparse,
los Andes, las enormes, estupendas
moles sentadas sobre bases de oro,
la tierra con su peso equilibrando,
jamás se moverán. Ellos, burlando
de ajena envidia y del protervo tiempo
la furia y el poder, serán eternos
de libertad y de victoria heraldos,
que con eco profundo,
a la postrema edad dirán del mundo:
«Nosotros vimos de Junín el campo,
vimos que al desplegarse
del Perú y de Colombia las banderas,
se turban las legiones altaneras,
huye el fiero español despavorido,
o pide paz rendido.
Venció Bolívar, el Perú fue libre,
y en triunfal pompa Libertad sagrada
en el templo del Sol fue colocada.»

¿Quién me dará templar el voraz fuego
en que ardo todo yo? Trémula, incierta,
torpe la mano va sobre la lira
dando discorde son. ¿Quién me liberta
del dios que me fatiga...?

Siento unas veces la rebelde Musa,
cual bacante en furor, vagar incierta
por medio de las plazas bulliciosas,
o sola por las selvas silenciosas,
o las risueñas playas
que manso lame el caudaloso Guayas;
otras el vuelo arrebatada tiende
sobre los montes, y de allí desciende
al campo de Junín, y ardiendo en ira,
los numerosos escuadrones mira,
que el odiado pendón de España arbolan,
y en cristado morrión y peto armada,
cual amazona fiera,
se mezcla entre las filas la primera
de todos los guerreros,
y a combatir con ellos se adelanta,
triunfa con ellos y sus triunfos canta.

Tal en los siglos de virtud y gloria,
donde el guerrero sólo y el poeta
eran dignos de honor y de memoria,
la musa audaz de Píndaro divino,
cual intrépido atleta,
en inmortal porfía
al griego estadio concurrir solía;
y en estro hirviendo y en amor de fama
y del metro y del número impaciente,
pulsa su lira de oro sonorosa
y alto asiento concede entre los dioses
al que fuera en la lid más valeroso,
o al más afortunado;
pero luego, envidiosa
de la inmortalidad que les ha dado,
ciega se lanza al circo polvoroso,
las alas rapidísimas agita
y al carro vencedor se precipita,
y desatando armónicos raudales
pide, disputa, gana,
o arrebata la palma a sus rivales.

¿Quién es aquel que el paso lento mueve
sobre el collado que a Junín domina?
¿que el campo desde allí mide, y el sitio
del combatir y del vencer desina?
¿que la hueste contraría observa, cuenta,
y en su mente la rompe y desordena,
y a los más bravos a morir condena,
cual águila caudal que se complace
del alto cielo en divisar la presa
que entre el rebaño mal segura pace?
¿Quién el que ya desciende
pronto y apercibido a la pelea?
Preñada en tempestades le rodea
nube tremenda; el brillo de su espada
es el vivo reflejo de la gloria;
su voz un trueno, su mirada un rayo.
¿Quién aquél que al trabarse la batalla,
ufano como nuncio de victoria,
un corcel impetuoso fatigando,
discurre sin cesar por toda parte...?
¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte?

Sonó su voz: «Peruanos,
mirad allí los duros opresores
de vuestra patria; bravos Colombianos
en cien crudas batallas vencedores,
mirad allí los enemigos fieros
que buscando venís desde Orinoco:
suya es la fuerza y el valor es vuestro,
vuestra será la gloria;
pues lidiar con valor y por la patria
es el mejor presagio de victoria.
Acometed, que siempre
de quien se atreve más el triunfo ha sido;
quien no espera vencer, ya está vencido.»

Dice, y al punto, cual fugaces carros,
que dada la señal, parten y en densos
de arena y polvo torbellinos ruedan,
arden los ejes, se estremece el suelo,
estrépito confuso asorda el cielo,
y en medio del afán cada cual teme
que los demás adelantarse puedan:
así los ordenados escuadrones
que del iris reflejan los colores
o la imagen del sol en sus pendones,
se avanzan a la lid. ¡Oh! ¡quién temiera,
quién, que su ímpetu mismo los perdiera!

¡Perderse! no, jamás; que en la pelea
los arrastra y anima e importuna
de Bolívar el genio y la fortuna.
Llama improviso al bravo Necochea,
y mostrándole el campo,
partir, acometer, vencer le manda,
y el guerrero esforzado,
otra vez vencedor, y otra cantado,
dentro en el corazón por patria jura
cumplir la orden fatal, y a la victoria
o a noble y cierta muerte se apresura.

Ya el formidable estruendo
del atambor en uno y otro bando
y el son de las trompetas clamoroso,
y el relinchar del alazán fogoso,
que erguida la cerviz y el ojo ardiendo
en bélico furor, salta impaciente
do más se encruelece la pelea,
y el silbo de las balas, que rasgando
el aire, llevan por doquier la muerte,
y el choque asaz horrendo
de selvas densas de ferradas picas,
y el brillo y estridor de los aceros
que al sol reflectan sanguinosos visos,
y espadas, lanzas, miembros esparcidos
o en torrentes de sangre arrebatados,
y el violento tropel de los guerreros
que más feroces mientras más heridos,
dando y volviendo el golpe redoblado,
mueren, mas no se rinden... todo anuncia
que el momento ha llegado,
en el gran libro del destino escrito,
de la venganza al pueblo americano,
de mengua y de baldón al castellano.

Si el fanatismo con sus furias todas,
hijas del negro averno, me inflamara,
y mi pecho y mi musa enardeciera
en tartáreo furor, del león de España,
al ver dudoso el triunfo, me atreviera
a pintar el rencor y horrible saña.
Ruge atroz, y cobrando
más fuerza en su despecho, se abalanza,
abriéndose ancha calle entre las haces,
por medio el fuego y contrapuestas lanzas;
rayos respira, mortandad y estrago,
y sin pararse a devorar la presa,
prosigue en su furor, y en cada huella
deja de negra sangre un hondo lago.

En tanto el Argentino valeroso
recuerda que vencer se le ha mandado,
y no ya cual caudillo, cual soldado
los formidables ímpetus contiene
y uno en contra de ciento se sostiene,
como tigre furiosa
de rabiosos mastines acosada,
que guardan el redil, mata, destroza,
ahuyenta sus contrarios, y aunque herida,
sale con la victoria y con la vida.

Oh capitán valiente,
blasón ilustre de tu ilustre patria,
no morirás, tu nombre eternamente
en nuestros fastos sonará glorioso,
y bellas ninfas de tu Plata undoso
a tu gloria darán sonoro canto
y a tu ingrato destino acerbo llanto.

Ya el intrépido Miller aparece
y el desigual combate restablece.
Bajo su mando ufana
marchar se ve la juventud peruana
ardiente, firme, a perecer resuelta,
si acaso el hado infiel vencer le niega.
En el arduo conflicto opone ciega
a los adversos dardos firmes pechos,
y otro nombre conquista con sus hechos.

¿Son ésos los garzones delicados
entre seda y aromas arrullados?
¿los hijos del placer son esos fieros?
Sí, que los que antes desatar no osaban
los dulces lazos de jazmín y rosa
con que amor y placer los enredaban,
hoy ya con mano fuerte
la cadena quebrantan ponderosa
que ató sus pies, y vuelan denodados
a los campos de muerte y gloria cierta,
apenas la alta fama los despierta
de los guerreros que su cara patria
en tres lustros de sangre libertaron,
y apenas el querido
nombre de libertad su pecho inflama,
y de amor patrio la celeste llama
prende en su corazón adormecido.

Tal el joven Aquiles
que en infame disfraz y en ocio blando
de lánguidos suspiros,
los destinos de Grecia dilatando,
vive cautivo en la beldad de Sciros:
los ojos pace en el vistoso alarde
de arreos y de galas femeniles
que de India y Tiro y Menfis opulenta
curiosos mercadantes le encarecen;
mas a su vista apenas resplandecen
pavés, espada y yelmo, que entre gasas
el Itacense astuto le presenta,
pásmase... se recobra, y con violenta
mano el templado acero arrebatando,
rasga y arroja las indignas tocas,
parte, traspasa el mar y en la troyana
arena muerte, asolación, espanto
difunde por doquier; todo le cede...
aun Héctor retrocede...
y cae al fin, y en derredor tres veces
su sangriento cadáver profanado,
al veloz carro atado
del vencedor inexorable y duro,
el polvo barre del sagrado muro.

Ora mi lira resonar debía
del nombre y las hazañas portentosas
de tantos capitanes, que este día
la palma del valor se disputaron
digna de todos... Carvajal... y Silva...
y Suárez... y otros mil... Mas de improviso
la espada de Bolívar aparece
y a todos los guerreros,
como el sol a los astros, oscurece.

Yo acaso más osado le cantara,
si la meonia Musa me prestara
la resonante trompa que otro tiempo
cantaba al crudo Marte entre los Traces,
bien animando las terribles haces,
bien los fieros caballos, que la lumbre
de la égida de Palas espantaba.

Tal el héroe brillaba
por las primeras filas discurriendo.
Se oye su voz, su acero resplandece,
do más la pugna y el peligro crece.
Nada le puede resistir... Y es fama.
-¡oh portento inaudito!
que el bello nombre de Colombia escrito
sobre su frente, en torno despedía
rayos de luz tan viva y refulgente
que, deslumbrado el español, desmaya,
tiembla, pierde la voz, el movimiento,
sólo para la fuga tiene aliento.

Así cuando en la noche algún malvado
va a descargar el brazo levantado,
si de improviso lanza un rayo el cielo,
se pasma y el puñal trémulo suelta,
hielo mortal a su furor sucede,
tiembla y horrorizado retrocede.
Ya no hay más combatir. El enemigo
el campo todo y la victoria cede;
huye cual ciervo herido, y a donde huye,
allí encuentra la muerte. Los caballos
que fueron su esperanza en la pelea,
heridos, espantados, por el campo
o entre las filas vagan, salpicando
el suelo en sangre que su crin gotea,
derriban al jinete, lo atropellan,
y las catervas van despavoridas,
o unas en otras con terror se estrellan.

Crece la confusión, crece el espanto,
y al impulso del aire, que vibrando
sube en clamores y alaridos lleno,
tremen las cumbres que respeta el trueno.
Y discurriendo el vencedor en tanto
por cimas de cadáveres y heridos,
postra al que huye, perdona a los rendidos

Padre del universo, Sol radioso,
dios del Perú, modera omnipotente
el ardor de tu carro impetüoso,
y no escondas tu luz indeficiente...
Una hora más de luz... -Pero esta hora
no fue la del destino. El dios oía
el voto de su pueblo; y de la frente
el cerco de diamante desceñía.
En fugaz rayo el horizonte dora,
en mayor disco menos luz ofrece
y veloz tras los Andes se oscurece.

Tendió su manto lóbrego la noche:
y las reliquias del perdido bando,
con sus tristes y atónitos caudillos,
corren sin saber dónde, espavoridas,
y de su sombra misma se estremecen;
y al fin en las tinieblas ocultando
su afrenta y su pavor, desaparecen.

¡Victoria por la patria! ¡oh Dios, victoria!
¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria!

Ya el ronco parche y el clarín sonoro
no a presagiar batalla y muerte suena
ni a enfurecer las almas, mas se estrena
en alentar el bullicioso coro
de vivas y patrióticas canciones.
Arden cien pinos, y a su luz, las sombras
huyeron, cual poco antes desbandadas
huyeron de la espada de Colombia
las vandálicas huestes debeladas.

En torno de la lumbre,
el nombre de Bolívar repitiendo
y las hazañas de tan claro día,
los jefes y la alegre muchedumbre
consumen en acordes libaciones
de Baco y Ceres los celestes dones.

«Victoria, paz -clamaban-,
paz para siempre. Furia de la guerra,
húndete al hondo averno derrocada.
Ya cesa el mal y el llanto de la tierra.
Paz para siempre. La sanguínea espada,
o cubierta de orín ignominioso,
o en el útil arado transformada
nuevas leyes dará. Las varias gentes
del mundo, que a despecho de los cielos
y del ignoto ponto proceloso,
abrió a Colón su audacia o su codicia,
todas ya para siempre recobraron
en Junín libertad, gloria y reposo.»

«Gloria, mas no reposo» -de repente
clamó una voz de lo alto de los cielos-;
y a los ecos los ecos por tres veces
«Gloria, mas no reposo», respondieron.
El suelo tiembla, y cual fulgentes faros,
de los Andes las cúspides ardieron;
y de la noche el pavoroso manto
se transparenta y rásgase y el éter
allá lejos purísimo aparece,
y en rósea luz bañado resplandece.
Cuando improviso, veneranda Sombra,
en faz serena y ademán augusto,
entre cándidas nubes se levanta:
del hombro izquierdo nebuloso manto
pende, y su diestra aéreo cetro rige;
su mirar noble, pero no sañudo;
y nieblas figuraban a su planta
penacho, arco, carcaj, flechas y escudo;
una zona de estrellas
glorificaba en derredor su frente
y la borla imperial de ella pendiente.

Miró a Junín, y plácida sonrisa
vagó sobre su faz. «Hijos -decía-
generación del sol afortunada,
que con placer yo puedo llamar mía,
yo soy Huayna-Cápac, soy el postrero
del vástago sagrado;
dichoso rey, mas padre desgraciado.
De esta mansión de paz y luz he visto
correr las tres centurias
de maldición, de sangre y servidumbre
y el imperio regido por las Furias.

No hay punto en estos valles y estos cerros
que no mande tristísimas memorias.
Torrentes mil de sangre se cruzaron
aquí y allí; las tribus numerosas
al ruido del cañón se disiparon,
y los restos mortales de mi gente
aun a las mismas rocas fecundaron.
Más allá un hijo expira entre los hierros
de su sagrada majestad indignos...
Un insolente y vil aventurero
y un iracundo sacerdote fueron
de un poderoso Rey los asesinos...
¡Tantos horrores y maldades tantas
por el oro que hollaban nuestras plantas!

Y mi Huáscar también... ¡Yo no vivía!
Que de vivir, lo juro, bastaría,
sobrara a debelar la hidra española
ésta mi diestra triunfadora, sola.
Y nuestro suelo, que ama sobre todos
el Sol mi padre, en el estrago fiero
no fue, ¡oh dolor!, ni el solo, ni el primero:
que mis caros hermanos
el gran Guatimozín y Motezuma
conmigo el caso acerbo lamentaron
de su nefaria muerte y cautiverio,
y la devastación del grande imperio,
en riqueza y poder igual al mío...
Hoy, con noble desdén, ambos recuerdan
el ultraje inaudito, y entre fiestas
alevosas el dardo prevenido
y el lecho en vivas ascuas encendido.

¡Guerra al usurpador! -¿Qué le debemos?
¿luces, costumbres, religión o leyes...?
¡Si ellos fueron estúpidos, viciosos,
feroces y por fin supersticiosos!
¿Qué religión? ¿la de Jesús?... ¡Blasfemos!
Sangre, plomo veloz, cadenas fueron
los sacramentos santos que trajeron.
¡Oh religión! ¡oh fuente pura y santa
de amor y de consuelo para el hombre!
¡cuántos males se hicieron en tu nombre!
¿Y qué lazos de amor...? Por los oficios
de la hospitalidad más generosa
hierros nos dan, por gratitud, suplicios.
Todos, sí, todos; menos uno sólo:
el mártir del amor americano,
de paz, de caridad apóstol santo,
divino Casas, de otra patria digno;
nos amó hasta morir. Por tanto ahora
en el empíreo entre los Incas mora.

En tanto la hora inevitable vino
que con diamante señaló el destino
a la venganza y gloria de mi pueblo:
y se alza el vengador. Desde otros mares,
como sonante tempestad, se acerca,
y fulminó; y del Inca en la Peana,
que el tiempo y un poder furial profana,
cual de un dios irritado en los altares,
las víctimas cayeron a millares.
«¡Oh campos de Junín!... ¡Oh predilecto
Hijo y Amigo y Vengador del Inca!
¡Oh pueblos, que formáis un pueblo sólo
y una familia, y todos sois mis hijos!
vivid, triunfad...»
El Inca esclarecido
iba a seguir, mas de repente queda
en éxtasis profundo embebecido:
atónito, en el cielo
ambos ojos inmóviles ponía,
y en la improvisa inspiración absorto,
la sombra de una estatua parecía.

Cobró la voz al fin. «Pueblos -decía-
la página fatal ante mis ojos
desenvolvió el destino, salpicada
toda en purpúrea sangre, mas en torno
también en bello resplandor bañada.
Jefe de mi nación, nobles guerreros,
oíd cuanto mi oráculo os previene,
y requerid los ínclitos aceros,
y en vez de cantos nueva alarma suene;
que en otros campos de inmortal memoria
la Patria os pide, y el destino os manda
otro afán, nueva lid, mayor victoria.»

Las legiones atónitas oían:
mas luego que se anuncia otro combate,
se alzan, arman, y al orden de batalla
ufanas y prestísimas corrieran
y ya de acometer la voz esperan.

Reina el silencio; mas de su alta nube
el Inca exclama: «De ese ardor es digna
la ardua lid que os espera;
ardua, terrible, pero al fin postrera.
Ese adalid vencido
vuela en su fuga a mi sagrada Cuzco,
y en su furia insensata,
gentes, armas, tesoros arrebata,
y a nuevo azar entrega su fortuna;
venganza, indignación, furor le inflaman
y allá en su pecho hirvieron, como fuegos
que de un volcán en las entrañas braman.
Marcha; y el mismo campo donde ciegos
en sangrienta porfía
los primeros tiranos disputaron
cuál de ellos solo dominar debía
-pues el poder y el oro dividido
templar su ardiente fiebre no podía-,
en ese campo, que a discordia ajena
debió su infausto nombre y la cadena
que después arrastró todo el imperio,
allí, no sin misterio,
venganza y gloria nos darán los cielos.
¡Oh valle de Ayacucho bienhadado!
Campo serás de gloria y de venganza...
Mas no sin sangre... ¡Yo me estremeciera
si mi ser inmortal no lo impidiera!

Allí Bolívar en su heroica mente
mayores pensamientos revolviendo,
el nuevo triunfo trazará, y haciendo
de su genio y poder un nuevo ensayo,
al joven Sucre prestará su rayo,
al joven animoso,
a quien del Ecuador montes y ríos
dos veces aclamaron victorioso.
Ya se verá en la frente del guerrero
toda el alma del héroe reflejada,
que él le quiso infundir de una mirada.

Como torrentes desde la alta cumbre
al valle en mil raudales despeñados,
vendrán los hijos de la infanda Iberia,
soberbios en su fiera muchedumbre,
cuando a su encuentro volará impaciente
tu juventud, Colombia belicosa,
y la tuya, ¡oh Perú! de fama ansiosa,
y el caudillo impertérrito a su frente.

¡Atroz, horrendo choque, de azar lleno!
Cual aturde y espanta en su estallido
de hórrida tempestad el postrer trueno.
Arder en fuego el aire,
en humo y polvo oscurecerse el cielo
y, con la sangre en que rebosa el suelo,
se verá al Apurímac de repente
embravecer su rápida corriente.

Mientras por sierras y hondos precipicios,
a la hueste enemiga
el impaciente Córdova fatiga,
Córdova, a quien inflama
fuego de edad y amor de patria y fama,
Córdova, en cuyas sienes con bello arte
crecen y se entrelazan
tu mirto, Venus, tus laureles, Marte.
Con su Miller los Húsares recuerdan
el nombre de Junín, Vargas su nombre,
y Vencedor el suyo22 con su Lara
en cien hazañas cada cual más clara.

Allá por otra parte,
sereno, pero siempre infatigable,
terrible cual su nombre, batallando
se presenta La Mar,23 y se apresura
la tarda rota del protervo bando.
Era su antiguo voto, por la patria
combatir y morir; Dios complacido
combatir y vencer le ha concedido.
Mártir del pundonor, he aquí tu día:
ya la calumnia impía
bajo tu pie bramando confundida,
te sonríe la Patria agradecida;
y tu nombre glorioso,
el armónico canto que resuena
en las floridas margenes del Guayas
que por oírlo su corriente enfrena,
se mezclará, y el pecho de tu amigo,
tus hazañas cantando y tu ventura,
palpitará de gozo y de ternura.

Lo grande y peligroso
hiela al cobarde, irrita al animoso.
¡Qué intrepidez! ¡qué súbito coraje
el brazo agita y en el pecho prende
del que su patria y libertad defiende!
El menor resistir es nuevo ultraje.
El jinete impetuoso,
el fulmíneo arcabuz de sí arrojando,
lánzase a tierra con el hierro en mano,
pues le parece en trance tan dudoso
lento el caballo, perezoso el plomo.
Crece el ardor. Ya cede en toda parte
el número al valor, la fuerza al arte.

Y el Ibero arrogante en las memorias
de sus pasadas glorias,
firme, feroz resiste, ya en idea,
bajo triunfales arcos, que alzar debe
la sojuzgada Lima, se pasea.
Mas su afán, su ilusión, sus artes... nada;
ni la resuelta y numerosa tropa
le sirve. Cede al ímpetu tremendo;
y el arma de Baylén rindió cayendo
el vencedor del vencedor de Europa.
Perdió el valor, mas no las iras pierde,
y en furibunda rabia el polvo muerde;
alza el párpado grave, y sanguinosos
ruedan sus ojos y sus dientes crujen;
mira la luz, se indigna de mirarla,
acusa, insulta al cielo, y de sus labios
cárdenos, espumosos,
votos y negra sangre y hiel brotando,
en vano un vengador muere invocando.

¡Ah! ya diviso míseras reliquias,
con todos sus caudillos humillados,
venir pidiendo paz; y generoso,
en nombre de Bolívar y la Patria,
no se la niega el Vencedor glorioso,
y su triunfo sangriento
con el ramo feliz de paz corona.
Que si Patria y honor le arman la mano
arde en venganza el pecho americano,
y cuando vence, todo lo perdona.

Las voces, el clamor de los que vencen,
y de Quinó las ásperas montañas
y los cóncavos senos de la tierra
y los ecos sin fin de la ardua sierra,
todos repiten sin cesar: ¡Victoria!

Y las bullentes linfas de Apurímac
a las fugaces linfas de Ucayale
se unen, y unidas, llevan presurosas,
en sonante murmullo y alba espuma,
con palmas en las manos y coronas,
esta nueva feliz al Amazonas.
Y el espléndido rey al punto ordena
a sus delfines, ninfas y sirenas
que, en clamorosos plácidos cantares,
tan gran victoria anuncien a los mares.

¡Salud, oh Vencedor! ¡oh Sucre! vence,
y de nuevo laurel orla tu frente;
alta esperanza de tu insigne patria,
como la palma al margen de un torrente
crece tu nombre..., y sola, en este día
tu gloria, sin Bolívar, brillaría.
Tal se ve Héspero arder en su carrera,
que del nocturno cielo
suyo el imperio sin la luna fuera.

Por las manos de Sucre la Victoria
ciñe a Bolívar lauro inmarcesible.
¡Oh Triunfador! la palma de Ayacucho,
fatiga eterna al bronce de la Fama,
segunda vez Libertador te aclama.

Esta es la hora feliz. Desde aquí empieza
la nueva edad al Inca prometida
de libertad, de paz y de grandeza.
Rompiste la cadena aborrecida,
la rebelde serviz hispana hollaste,
grande gloria alcanzaste;
pero mayor te espera, si a mi Pueblo,
así cual a la guerra lo conformas
y a conquistar su libertad le empeñas,
la rara y ardua ciencia
de merecer la paz y vivir libre,
con voz y ejemplo y con poder le enseñas,

Yo con riendas de seda regí el pueblo,
y cual padre le amé, mas no quisiera
que el cetro de los Incas renaciera;
que ya se vio algún Inca, que teniendo
el terrible poder todo en su mano,
comenzó padre y acabó tirano.
Yo fui conquistador, ya me avergüenzo
del glorioso y sangriento ministerio,
pues un conquistador, el más humano,
formar, mas no regir debe un imperio.

Por no trillada senda, de la gloria
al templo vuelas, ínclito Bolívar:
que ese poder tremendo que te fía
de los Padres el íntegro senado,
si otro tiempo perder a Roma pudo,
en su potente mano
es a la Libertad del Pueblo escudo.

¡Oh Libertad! el Héroe que podía
ser el brazo de Marte sanguinario,
ése es tu sacerdote más celoso,
y el primero que toma el incensario
y a tus aras se inclina silencioso.
¡Oh Libertad! si al pueblo americano
la solemne misión ha dado el cielo
de domeñar el monstruo de la guerra
y dilatar tu imperio soberano
por las regiones todas de la tierra
y por las ondas todas de los mares,
no temas, con este héroe, que algún día
eclipse el ciego error tus resplandores,
superstición profane tus altares,
ni que insulte tu ley la tiranía;
ya tu imperio y tu culto son eternos.
Y cual restauras en su antigua gloria
del santo y poderoso
Pacha-Cámac el templo portentoso,
tiempo vendrá, mi oráculo no miente,
en que darás a pueblos destronados
su majestad ingénita y su solio,
animarás las ruinas de Cartago,
relevarás en Grecia el Areópago,
y en la humillada Roma el Capitolio.

Tuya será, Bolívar, esta gloria,
tuya romper el yugo de los reyes
y, a su despecho, entronizar las leyes;
y la discordia en áspides crinada,
por tu brazo en cien nudos aherrojada,
ante los haces santos29 confundidas
harás temblar las armas parricidas.

Ya las hondas entrañas de la tierra
en larga vena ofrecen el tesoro
que en ellas guarda el Sol, y nuestros montes
los valles regarán con lava de oro.
Y el Pueblo primogénito dichoso
de Libertad,30 que sobre todo tanto
por su poder y gloria se enaltece,
como entre sus estrellas,
la estrella de Virginia resplandece,
nos da el ósculo santo
de amistad fraternal. Y las naciones
del remoto hemisferio celebrado,
al contemplar el vuelo arrebatado
de nuestras musas y artes,
como iguales amigos nos saludan;
con el tridente abriendo la carrera,
la Reina de los mares, la primera.

Será perpetua, ¡oh pueblos! esta gloria
y vuestra libertad incontrastable
contra el poder y liga detestable
de todos los tiranos conjurados
si en lazo federal, de polo a polo,
en la guerra y la paz vivís unidos;
vuestra fuerza es la unión. Unión, ¡oh pueblos!
para ser libres y jamás vencidos.
Esta unión, este lazo poderoso
la gran cadena de los Andes sea,
que en fortísimo enlace, se dilatan
del uno al otro mar. Las tempestades
del cielo ardiendo en fuego se arrebatan,
erupciones volcánicas arrasan
campos, pueblos, vastísimas regiones,
y amenazan horrendas convulsiones
el globo destrozar desde el profundo;
ellos, empero, firmes y serenos
ven el estrago funeral del mundo.

Esta es, Bolívar, aun mayor hazaña
que destrozar el férreo cetro a España,
y es digna de ti solo; en tanto, triunfa...
Ya se alzan los magníficos trofeos
y tu nombre, aclamado
por las vecinas y remotas gentes
en lenguas, voces, metros diferentes,
recorrerá la serie de los siglos
en las alas del canto arrebatado
Y en medio del concento numeroso
la voz del Guayas crece
y a las más resonantes enmudece.

Tú la salud y honor de nuestro pueblo
serás viviendo, y Ángel poderoso
que lo proteja, cuando
tarde al empíreo el vuelo arrebatares
y entre los claros Incas
a la diestra de Manco te sentares.

Así place al destino, ¡Oh! ved al cóndor,
al peruviano rey del pueblo aerio,
a quien ya cede el águila el imperio,
vedle cuál desplegando en nuevas galas
las espléndidas alas,
sublime a la región del sol se eleva
y el alto augurio que os revelo aprueba.
Marchad, marchad, guerreros,
y apresurad el día de la gloria;
que en la fragosa margen de Apurímac
con palmas os espera la victoria».

Dijo el Inca; y las bóvedas etéreas
de par en par se abrieron,
en viva luz y resplandor brillaron
y en celestiales cantos resonaron.
Era el coro de cándidas Vestales,
las vírgenes del Sol, que rodeando
al Inca como a Sumo Sacerdote,
en gozo santo y ecos virginales
en torno van cantando
del Sol las alabanzas inmortales.

«Alma eterna del mundo,
dios santo del Perú, Padre del Inca,
en tu giro fecundo
gózate sin cesar, Luz bienhechora
viendo ya libre el pueblo que te adora.

La tiniebla de sangre y servidumbre
que ofuscaba la lumbre
de tu radiante faz pura y serena
se disipó, y en cantos se convierte
la querella de muerte
y el ruido antiguo de servil cadena.

Aquí la Libertad buscó un asilo,
amable peregrina,
y ya lo encuentra plácido y tranquilo,
y aquí poner la diosa
quiere su templo y ara milagrosa;
aquí olvidada de su cara Helvecia,
se viene a consolar de la ruina
y en todos sus oráculos proclama
que al Madalén y al Rímac bullicioso
ya sobre el Tíber y el Eurotas ama.

¡Oh Padre! ¡oh claro Sol! no desampares
este suelo jamás, ni estos altares.

Tu vivífico ardor todos los seres
anima y reproduce: por ti viven
y acción, salud, placer, beldad reciben.
Tú al labrador despiertas
y a las aves canoras
en tus primeras horas,
y son tuyos sus cantos matinales;
por ti siente el guerrero
en amor patrio enardecida el alma,
y al pie de tu ara rinde placentero
su laurel y su palma,
y tuyos son sus cánticos marciales.

Fecunda, ¡oh Sol! tu tierra,
y los males repara de la guerra.

Da a nuestros campos frutos abundosos,
aunque niegues el brillo a los metales,
da naves a los puertos,
pueblos a los desiertos,
a las armas victoria,
alas al genio y a las Musas gloria.

Dios del Perú, sostén, salva, conforta
el brazo que te venga,
no para nuevas lides sanguinosas,
que miran con horror madres y esposas,
sino para poner a olas civiles
límites ciertos, y que en paz florezcan
de la alma paz los dones soberanos,
y arredre a sediciosos y a tiranos.
Brilla con nueva luz, Rey de los cielos,
brilla con nueva luz en aquel día
del triunfo que magnífica prepara
a su Libertador la patria mía.
¡Pompa digna del Inca y del imperio
que hoy de su ruina a nuevo ser revive!

Abre tus puertas, opulenta Lima,
abate tus murallas y recibe
al noble triunfador que rodeado
de pueblos numerosos, y aclamado
Ángel de la esperanza
y Genio de la paz y de la gloria,
en inefable majestad avanza.
Las musas y las artes revolando
en torno van del carro esplendoroso,
y los pendones patrios vencedores
al aire vago ondean, ostentando
del sol la imagen, de iris los colores.
Y en ágil planta y en gentiles formas
dando al viento el cabello desparcido,
de flores matizado.
cual las horas del sol, raudas y bellas,
saltan en derredor lindas doncellas
en giro no estudiado;
las glorias de su patria
en sus patrios cantares celebrando
y en sus pulidas manos levantando,
albos y tersos como el seno de ellas
cien primorosos vasos de alabastro
que espiran fragantísimos aromas,
y de su centro se derrama y sube
por los cerúleos ámbitos del cielo
de ondoso incienso transparente nube,

Cierran la Pompa espléndidos trofeos
y por delante en larga serie marchan
humildes confundidos
los pueblos y los jefes ya vencidos:
allá procede el Ástur belicoso,
allí va el Catalán infatigable
y el agreste Celtíbero indomable
y el Cántabro feroz, que a la romana
cadena el cuello sujetó el postrero,
y el Andaluz liviano
y el adusto, severo Castellano;
ya el áureo Tajo cetro y nombre cede,
y las que antes, graciosas
fueron honor del fabuloso suelo,
Ninfas del Tormes y el Genil, en duelo
se esconden silenciosas;
y el grande Betis viendo ya marchita
su sacra oliva, menos orgulloso,
paga su antiguo feudo al mar undoso.

El sol suspenso en la mitad del cielo
aplaudirá esta pompa -¡Oh Sol! ¡oh Padre!
tu luz rompa y disipe
las sombras del antiguo cautiverio,
tu luz nos dé el imperio,
tu luz la libertad nos restituya;
tuya es la tierra y la victoria es tuya».

Cesó el canto; los cielos aplaudieron
y en plácido fulgor resplandecieron.
Todos quedan atónitos; y en tanto
tras la dorada nube el Inca santo
y las santas Vestales se escondieron.
Mas ¿cuál audacia te elevó a los cielos,
humilde musa mía? ¡Oh! no reveles
a los seres mortales
en débil canto, arcanos celestiales.
Y ciñan otros la apolínea rama
y siéntense a la mesa de los dioses,
y los arrulle la parlera fama,
que es la gloria y tormento de la vida;
yo volveré a mi flauta conocida,
libre vagando por el bosque umbrío
de naranjos y opacos tamarindos,
o entre el rosal pintado y oloroso
que matiza la margen de mi río,
o entre risueños campos, do en pomposo
trono piramidal y alta corona,
la piña ostenta el cetro de Pomona,
y me diré feliz si mereciere,
el colgar esta lira en que he cantado
en tono menos dino
la gloria y el destino
del venturoso pueblo americano,
yo me diré feliz si mereciere
por premio a mi osadía
una mirada tierna de las Gracias
y el aprecio y amor de mis hermanos,
una sonrisa de la Patria mía,
y el odio y el furor de los tiranos.

Autor del poema: José Joaquín de Olmedo

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PIEDRA DE SOL

Un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
un caminar tranquilo
de estrella o primavera sin premura,
agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,

un caminar entre las espesuras
de los días futuros y el aciago
fulgor de la desdicha como un ave
petrificando el bosque con su canto
y las felicidades inminentes
entre las ramas que se desvanecen,
horas de luz que pican ya los pájaros,
presagios que se escapan de la mano,

una presencia como un canto súbito,
como el viento cantando en el incendio,
una mirada que sostiene en vilo
al mundo con sus mares y sus montes,
cuerpo de luz filtrado por un ágata,
piernas de luz, vientre de luz, bahías,
roca solar, cuerpo color de nube,
color de día rápido que salta,
la hora centellea y tiene cuerpo,
el mundo ya es visible por tu cuerpo,
es transparente por tu transparencia,

voy entre galerías de sonidos,
fluyo entre las presencias resonantes,
voy por las transparencias como un ciego,
un reflejo me borra, nazco en otro,
oh bosque de pilares encantados,
bajo los arcos de la luz penetro
los corredores de un otoño diáfano,

voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,

vestida del color de mis deseos
como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño de esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños,

tu falda de maíz ondula y canta,
tu falda de cristal, tu falda de agua,
tus labios, tus cabellos, tus miradas,
toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
cierras mis ojos con tu boca de agua,
sobre mis huesos llueves, en mi pecho
hunde raíces de agua un árbol líquido,

voy por tu talle como por un río,
voy por tu cuerpo como por un bosque,
como por un sendero en la montaña
que en un abismo brusco se termina
voy por tus pensamientos afilados
y a la salida de tu blanca frente
mi sombra despeñada se destroza,
recojo mis fragmentos uno a uno
y prosigo sin cuerpo, busco a tientas,

corredores sin fin de la memoria,
puertas abiertas a un salón vacío
donde se pudren todos lo veranos,
las joyas de la sed arden al fondo,
rostro desvanecido al recordarlo,
mano que se deshace si la toco,
cabelleras de arañas en tumulto
sobre sonrisas de hace muchos años,

a la salida de mi frente busco,
busco sin encontrar, busco un instante,
un rostro de relámpago y tormenta
corriendo entre los árboles nocturnos,
rostro de lluvia en un jardín a obscuras,
agua tenaz que fluye a mi costado,

busco sin encontrar, escribo a solas,
no hay nadie, cae el día, cae el año,
caigo en el instante, caigo al fondo,
invisible camino sobre espejos
que repiten mi imagen destrozada,
piso días, instantes caminados,
piso los pensamientos de mi sombra,
piso mi sombra en busca de un instante,

busco una fecha viva como un pájaro,
busco el sol de las cinco de la tarde
templado por los muros de tezontle:
la hora maduraba sus racimos
y al abrirse salían las muchachas
de su entraña rosada y se esparcían
por los patios de piedra del colegio,
alta como el otoño caminaba
envuelta por la luz bajo la arcada
y el espacio al ceñirla la vestía
de un piel más dorada y transparente,

tigre color de luz, pardo venado
por los alrededores de la noche,
entrevista muchacha reclinada
en los balcones verdes de la lluvia,
adolescente rostro innumerable,
he olvidado tu nombre, Melusina,
Laura, Isabel, Perséfona, María,
tienes todos los rostros y ninguno,
eres todas las horas y ninguna,
te pareces al árbol y a la nube,
eres todos los pájaros y un astro,
te pareces al filo de la espada
y a la copa de sangre del verdugo,
yedra que avanza, envuelve y desarraiga
al alma y la divide de sí misma,

escritura de fuego sobre el jade,
grieta en la roca, reina de serpientes,
columna de vapor, fuente en la peña,
circo lunar, peñasco de las águilas,
grano de anís, espina diminuta
y mortal que da penas inmortales,
pastora de los valles submarinos
y guardiana del valle de los muertos,
liana que cuelga del cantil del vértigo,
enredadera, planta venenosa,
flor de resurrección, uva de vida,
señora de la flauta y del relámpago,
terraza del jazmín, sal en la herida,
ramo de rosas para el fusilado,
nieve en agosto, luna del patíbulo,
escritura del mar sobre el basalto,
escritura del viento en el desierto,
testamento del sol, granada, espiga,

rostro de llamas, rostro devorado,
adolescente rostro perseguido
años fantasmas, días circulares
que dan al mismo patio, al mismo muro,
arde el instante y son un solo rostro
los sucesivos rostros de la llama,
todos los nombres son un solo nombre
todos los rostros son un solo rostro,
todos los siglos son un solo instante
y por todos los siglos de los siglos
cierra el paso al futuro un par de ojos,

no hay nada frente a mí, sólo un instante
rescatado esta noche, contra un sueño
de ayuntadas imágenes soñado,
duramente esculpido contra el sueño,
arrancado a la nada de esta noche,
a pulso levantado letra a letra,
mientras afuera el tiempo se desboca
y golpea las puertas de mi alma
el mundo con su horario carnicero,

sólo un instante mientras las ciudades,
los nombres, lo sabores, lo vivido,
se desmoronan en mi frente ciega,
mientras la pesadumbre de la noche
mi pensamiento humilla y mi esqueleto,
y mi sangre camina más despacio
y mis dientes se aflojan y mis ojos
se nublan y los días y los años
sus horrores vacíos acumulan,

mientras el tiempo cierra su abanico
y no hay nada detrás de sus imágenes
el instante se abisma y sobrenada
rodeado de muerte, amenazado
por la noche y su lúgubre bostezo,
amenazado por la algarabía
de la muerte vivaz y enmascarada
el instante se abisma y se penetra,
como un puño se cierra, como un fruto
que madura hacia dentro de sí mismo
y a sí mismo se bebe y se derrama
el instante translúcido se cierra
y madura hacia dentro, echa raíces,
crece dentro de mí, me ocupa todo,
me expulsa su follaje delirante,
mis pensamientos sólo son su pájaros,
su mercurio circula por mis venas,
árbol mental, frutos sabor de tiempo,

oh vida por vivir y ya vivida,
tiempo que vuelve en una marejada
y se retira sin volver el rostro,
lo que pasó no fue pero está siendo
y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece:

frente a la tarde de salitre y piedra
armada de navajas invisibles
una roja escritura indescifrable
escribes en mi piel y esas heridas
como un traje de llamas me recubren,
ardo sin consumirme, busco el agua
y en tus ojos no hay agua, son de piedra,
y tus pechos, tu vientre, tus caderas
son de piedra, tu boca sabe a polvo,
tu boca sabe a tiempo emponzoñado,
tu cuerpo sabe a pozo sin salida,
pasadizo de espejos que repiten
los ojos del sediento, pasadizo
que vuelve siempre al punto de partida,
y tú me llevas ciego de la mano
por esas galerías obstinadas
hacia el centro del círculo y te yergues
como un fulgor que se congela en hacha,
como luz que desuella, fascinante
como el cadalso para el condenado,
flexible como el látigo y esbelta
como un arma gemela de la luna,
y tus palabras afiladas cavan
mi pecho y me despueblan y vacían,
uno a uno me arrancas los recuerdos,
he olvidado mi nombre, mis amigos
gruñen entre los cerdos o se pudren
comidos por el sol en un barranco,

no hay nada en mí sino una larga herida,
una oquedad que ya nadie recorre,
presente sin ventanas, pensamiento
que vuelve, se repite, se refleja
y se pierde en su misma transparencia,
conciencia traspasada por un ojo
que se mira mirarse hasta anegarse
de claridad:
yo vi tu atroz escama,
Melusina, brillar verdosa al alba,
dormías enroscada entre las sábanas
y al despertar gritaste como un pájaro
y caíste sin fin, quebrada y blanca,
nada quedó de ti sino tu grito,
y al cabo de los siglos me descubro
con tos y mala vista, barajando
viejas fotos:
no hay nadie, no eres nadie,
un montón de ceniza y una escoba,
un cuchillo mellado y un plumero,
un pellejo colgado de unos huesos,
un racimo ya seco, un hoyo negro
y en el fondo del hoyo los dos ojos
de una niña ahogada hace mil años,

miradas enterradas en un pozo,
miradas que nos ven desde el principio,
mirada niña de la madre vieja
que ve en el hijo grande un padre joven,
mirada madre de la niña sola
que ve en el padre grande un hijo niño,
miradas que nos miran desde el fondo
de la vida y son trampas de la muerte
¿o es al revés: caer en esos ojos
es volver a la vida verdadera?,

¡caer, volver, soñarme y que me sueñen
otros ojos futuros, otra vida,
otras nubes, morirme de otra muerte!
esta noche me basta, y este instante
que no acaba de abrirse y revelarme
dónde estuve, quién fui, cómo te llamas,
cómo me llamo yo:
¿hacía planes
para el verano? y todos los veranos?
en Christopher Street, hace diez años,
con Filis que tenía dos hoyuelos
donde bebían luz los gorriones?,
¿por la Reforma Carmen me decía
“no pesa el aire, aquí siempre es octubre”,
o se lo dijo a otro que he perdido
o yo lo invento y nadie me lo ha dicho?,
¿caminé por la noche de Oaxaca,
inmensa y verdinegra como un árbol,
hablando solo como el viento loco
y al llegar a mi cuarto? ¿siempre un cuarto?
no me reconocieron los espejos?,
¿desde el hotel Vernet vimos al alba
bailar con los castaños? “ya es muy tarde”
decías al peinarte y yo veía
manchas en la pared, sin decir nada?,
¿subimos juntos a la torre, vimos
caer la tarde desde el arrecife?
¿comimos uvas en Bidart?, ¿compramos
gardenias en Perote?,
nombres, sitios,
calles y calles, rostros, plazas, calles,
estaciones, un parque, cuartos solos,
manchas en la pared, alguien se peina,
alguien canta a mi lado, alguien se viste,
cuartos, lugares, calles, nombres, cuartos,

Madrid, 1937,
en la Plaza del Ángel las mujeres
cosían y cantaban con sus hijos,
después sonó la alarma y hubo gritos,
casas arrodilladas en el polvo,
torres hendidas, frentes esculpidas
y el huracán de los motores, fijo:
los dos se desnudaron y se amaron
por defender nuestra porción eterna,
nuestra ración de tiempo y paraíso,
tocar nuestra raíz y recobrarnos,
recobrar nuestra herencia arrebatada
por ladrones de vida hace mil siglos,
los dos se desnudaron y besaron
porque las desnudeces enlazadas
saltan el tiempo y son invulnerables,
nada las toca, vuelven al principio,
no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres,
verdad de dos en sólo un cuerpo y alma,
oh ser total…
cuartos a la deriva
entre ciudades que se van a pique,
cuartos y calles, nombres como heridas,
el cuarto con ventanas a otros cuartos
con el mismo papel descolorido
donde un hombre en camisa lee el periódico
o plancha una mujer; el cuarto claro
que visitan las ramas de un durazno;
el otro cuarto: afuera siempre llueve
y hay un patio y tres niños oxidados;
cuartos que son navíos que se mecen
en un golfo de luz; o submarinos:
el silencio se esparce en olas verdes,
todo lo que tocamos fosforece;
mausoleos de lujo, ya roídos
los retratos, raídos los tapetes;
trampas, celdas, cavernas encantadas,
pajareras y cuartos numerados,
todos se transfiguran, todos vuelan,
cada moldura es nube, cada puerta
da al mar, al campo, al aire, cada mesa
es un festín; cerrados como conchas
el tiempo inútilmente los asedia,
no hay tiempo ya, ni muro: ¡espacio, espacio,
abre la mano, coge esta riqueza,
corta los frutos, come de la vida,
tiéndete al pie del árbol, bebe el agua!,

todo se transfigura y es sagrado,
es el centro del mundo cada cuarto,
es la primera noche, el primer día,
el mundo nace cuando dos se besan,
gota de luz de entrañas transparentes
el cuarto como un fruto se entreabre
o estalla como un astro taciturno
y las leyes comidas de ratones,
las rejas de los bancos y las cárceles,
las rejas de papel, las alambradas,
los timbres y las púas y los pinchos,
el sermón monocorde de las armas,
el escorpión meloso y con bonete,
el tigre con chistera, presidente
del Club Vegetariano y la Cruz Roja,
el burro pedagogo, el cocodrilo
metido a redentor, padre de pueblos,
el Jefe, el tiburón, el arquitecto
del porvenir, el cerdo uniformado,
el hijo predilecto de la Iglesia
que se lava la negra dentadura
con el agua bendita y toma clases
de inglés y democracia, las paredes
invisibles, las máscaras podridas
que dividen al hombre de los hombres,
al hombre de sí mismo,
se derrumban
por un instante inmenso y vislumbramos
nuestra unidad perdida, el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser hombres
y compartir el pan, el sol, la muerte,
el olvidado asombro de estar vivos;

amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;
el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen,
amar es desnudarse de los nombres:
“déjame ser tu puta”, son palabras
de Eloísa, mas él cedió a las leyes,
la tomó por esposa y como premio
lo castraron después;
mejor el crimen,
los amantes suicidas, el incesto
de los hermanos como dos espejos
enamorados de su semejanza,
mejor comer el pan envenenado,
el adulterio en lechos de ceniza,
los amores feroces, el delirio,
su yedra ponzoñosa, el sodomita
que lleva por clavel en la solapa
un gargajo, mejor ser lapidado
en las plazas que dar vuelta a la noria
que exprime la substancia de la vida,
cambia la eternidad en horas huecas,
los minutos en cárceles, el tiempo
en monedas de cobre y mierda abstracta;

mejor la castidad, flor invisible
que se mece en los tallos del silencio,
el difícil diamante de los santos
que filtra los deseos, sacia al tiempo,
nupcias de la quietud y el movimiento,
canta la soledad en su corola,
pétalo de cristal en cada hora,
el mundo se despoja de sus máscaras
y en su centro, vibrante transparencia,
lo que llamamos Dios, el ser sin nombre,
se contempla en la nada, el ser sin rostro
emerge de sí mismo, sol de soles,
plenitud de presencias y de nombres;

sigo mi desvarío, cuartos, calles,
camino a tientas por los corredores
del tiempo y subo y bajo sus peldaños
y sus paredes palpo y no me muevo,
vuelvo donde empecé, busco tu rostro,
camino por las calles de mí mismo
bajo un sol sin edad, y tú a mi lado
caminas como un árbol, como un río
caminas y me hablas como un río,
creces como una espiga entre mis manos,
lates como una ardilla entre mis manos,
vuelas como mil pájaros, tu risa
me ha cubierto de espumas, tu cabeza
es un astro pequeño entre mis manos,
el mundo reverdece si sonríes
comiendo una naranja,
el mundo cambia
si dos, vertiginosos y enlazados,
caen sobre las yerba: el cielo baja,
los árboles ascienden, el espacio
sólo es luz y silencio, sólo espacio
abierto para el águila del ojo,
pasa la blanca tribu de las nubes,
rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma,
perdemos nuestros nombres y flotamos
a la deriva entre el azul y el verde,
tiempo total donde no pasa nada
sino su propio transcurrir dichoso,

no pasa nada, callas, parpadeas
(silencio: cruzó un ángel este instante
grande como la vida de cien soles),
¿no pasa nada, sólo un parpadeo?
y el festín, el destierro, el primer crimen,
la quijada del asno, el ruido opaco
y la mirada incrédula del muerto
al caer en el llano ceniciento,
Agamenón y su mugido inmenso
y el repetido grito de Casandra
más fuerte que los gritos de las olas,
Sócrates en cadenas” (el sol nace,
morir es despertar: “Critón, un gallo
a Esculapio, ya sano de la vida”),
el chacal que diserta entre las ruinas
de Nínive, la sombra que vio Bruto
antes de la batalla, Moctezuma
en el lecho de espinas de su insomnio,
el viaje en la carretera hacia la muerte
?el viaje interminable mas contado
por Robespierre minuto tras minuto,
la mandíbula rota entre las manos?,
Churruca en su barrica como un trono
escarlata, los pasos ya contados
de Lincoln al salir hacia el teatro,
el estertor de Trotsky y sus quejidos
de jabalí, Madero y su mirada
que nadie contestó: ¿por qué me matan?,
los carajos, los ayes, los silencios
del criminal, el santo, el pobre diablo,
cementerio de frases y de anécdotas
que los perros retóricos escarban,
el delirio, el relincho, el ruido obscuro
que hacemos al morir y ese jadeo
que la vida que nace y el sonido
de huesos machacados en la riña
y la boca de espuma del profeta
y su grito y el grito del verdugo
y el grito de la víctima…
son llamas
los ojos y son llamas lo que miran,
llama la oreja y el sonido llama,
brasa los labios y tizón la lengua,
el tacto y lo que toca, el pensamiento
y lo pensado, llama el que lo piensa,
todo se quema, el universo es llama,
arde la misma nada que no es nada
sino un pensar en llamas, al fin humo:
no hay verdugo ni víctima…
¿y el grito
en la tarde del viernes?, y el silencio
que se cubre de signos, el silencio
que dice sin decir, ¿no dice nada?,
¿no son nada los gritos de los hombres?,
¿no pasa nada cuando pasa el tiempo?

no pasa nada, sólo un parpadeo
del sol, un movimiento apenas, nada,
no hay redención, no vuelve atrás el tiempo,
los muerto están fijos en su muerte
y no pueden morirse de otra muerte,
intocables, clavados en su gesto,
desde su soledad, desde su muerte
sin remedio nos miran sin mirarnos,
su muerte ya es la estatua de su vida,
un siempre estar ya nada para siempre,
cada minuto es nada para siempre,
un rey fantasma rige sus latidos
y tu gesto final, tu dura máscara
labra sobre tu rostro cambiante:
el monumento somos de una vida
ajena y no vivida, apenas nuestra,

¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuando somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, ¿todos somos
la vida? pan de sol para los otros,
¿los otros todos que nosotros somos?,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos,

Eloísa, Perséfona, María,
muestra tu rostro al fin para que vea
mi cara verdadera, la del otro,
mi cara de nosotros siempre todos,
cara de árbol y de panadero,
de chofer y de nube y de marino,
cara de sol y arroyo y Pedro y Pablo,
cara de solitario colectivo,
despiértame, ya nazco:
vida y muerte
pactan en ti, señora de la noche,
torre de claridad, reina del alba,
virgen lunar, madre del agua madre,
cuerpo del mundo, casa de la muerte,
caigo sin fin desde mi nacimiento,
caigo en mí mismo sin tocar mi fondo,
recógeme en tus ojos, junta el polvo
disperso y reconcilia mis cenizas,
ata mis huesos divididos, sopla
sobre mi ser, entiérrame en tu tierra,
tu silencio dé paz al pensamiento
contra sí mismo airado;
abre la mano,
señora de semillas que son días,
el día es inmortal, asciende, crece,
acaba de nacer y nunca acaba,
cada día es nacer, un nacimiento
es cada amanecer y yo amanezco,
amanecemos todos, amanece
el sol cara de sol, Juan amanece
con su cara de Juan cara de todos,

puerta del ser, despiértame, amanece,
déjame ver el rostro de este día,
déjame ver el rostro de esta noche,
todo se comunica y transfigura,
arco de sangre, puente de latidos,
llévame al otro lado de esta noche,
adonde yo soy tú somos nosotros,
al reino de pronombres enlazados,

puerta del ser: abre tu ser, despierta,
aprende a ser también, labra tu cara,
trabaja tus facciones, ten un rostro
para mirar mi rostro y que te mire,
para mirar la vida hasta la muerte,
rostro de mar, de pan, de roca y fuente,
manantial que disuelve nuestros rostros
en el rostro sin nombre, el ser sin rostro,
indecible presencia de presencias . . .

quiero seguir, ir más allá, y no puedo:
se despeñó el instante en otro y otro,
dormí sueños de piedra que no sueña
y al cabo de los años como piedras
oí cantar mi sangre encarcelada,
con un rumor de luz el mar cantaba,
una a una cedían las murallas,
todas las puertas se desmoronaban
y el sol entraba a saco por mi frente,
despegaba mis párpados cerrados,
desprendía mi ser de su envoltura,
me arrancaba de mí, me separaba
de mi bruto dormir siglos de piedra
y su magia de espejos revivía
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre.

Autor del poema: Octavio Paz

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ALTAZOR (PREFACIO). EL VIAJE EN PARACAÍDAS

Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.
Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.
Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.
Amo la noche, sombrero de todos los días.
La noche, la noche del día, del día al día siguiente.
Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.
Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas.» He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.
Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcoiris.
Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.
El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós» con su pañuelo soberbio.
Hacia las dos aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.
Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.
Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente infladas.
Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso, como un ombligo.
«Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.
»Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.
»Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los días que tienen un oriente legítimo y reconstituido, pero indiscutible.
»Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.
»Después bebí un poco de cognac (a causa de la hidrografía).
»Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas y los dientes de la boca, para vigilar las groserías que nos vienen a la boca.
»Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol, haciéndola aprender a hablar... a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.»
Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.
Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.
Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.
Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las casillas de mi tablero:
«Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.
»Se debe escribir en una lengua que no sea materna.
»Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte.
»Un poema es una cosa que será.
»Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.
»Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.
»Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.
»Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco.»
Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me lanzo a la atmósfera del último suspiro.
Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.
Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:
»Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?
»Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad.
»Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.
»Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.
»Digo siempre adiós, y me quedo.
»Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.
»Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.
»Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.
»Ámame.»
Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi paracaídas.
Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.
Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo gracias y se alejó, sentada sobre su rosa blanda.
Y heme aquí, solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.
Ah, qué hermoso..., qué hermoso.
Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles.
Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.
Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su garganta con claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol sobre los planetas.
De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar como a botellas de vino.
Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.
La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar los pies de la amada.
Aquél que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman, pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los arroyos helados.
Aquél que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos, que son solamente astrónomos activos.
Aquél que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las palomas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los barcos.
Aquél que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.
Él, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los ponientes amaestrados hacia los polos únicos.
Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin testigo.
El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del reposo agrícola.
Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.
Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen después de una noche de trabajo continuo.
El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.
Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes.
Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del destierro.
Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.
Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad y rica como la línea ecuatorial.
Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas y de las abejas sin experiencia.
La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.
Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.
Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al nadir porque ése es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra.
Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo.
Ah mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte, despeñada entre los astros de la muerte.
¿Habéis oído? Ese es el ruido siniestro de los pechos cerrados.
Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán.
Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo.
Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.
Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.
¿Qué esperas?
Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.
Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga interminable.

Autor del poema: Vicente Huidobro

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ALTAZOR (CANTO 2). EL VIAJE EN PARACAÍDAS

Mujer el mundo está amueblado por tus ojos
Se hace más alto el cielo en tu presencia
La tierra se prolonga de rosa en rosa
Y el aire se prolonga de paloma en paloma

Al irte dejas una estrella en tu sitio
Dejas caer tus luces como el barco que pasa
Mientras te sigue mi canto embrujado
Como una serpiente fiel y melancólica
Y tú vuelves la cabeza detrás de algún astro

¿Qué combate se libra en el espacio?
Esas lanzas de luz entre planetas
Reflejo de armaduras despiadadas
¿Qué estrella sanguinaria no quiere ceder el paso?
En dónde estás triste noctámbula
Dadora de infinito
Que pasea en el bosque de los sueños

Heme aquí perdido entre mares desiertos
Solo como la pluma que se cae de un pájaro en la
( noche
Heme aquí en una torre de frío
Abrigado del recuerdo de tus labios marítimos
Del recuerdo de tus complacencias y de tu
( cabellera
Luminosa y desatada como los ríos de montaña
¿Irías a ser ciega que Dios te dio esas manos?
Te pregunto otra vez

El arco de tus cejas tendido para las armas de
( los ojos
En la ofensiva alada vencedora segura con orgullos
( de flor
Te hablan por mí las piedras aporreadas
Te hablan por mí las olas de pájaros sin cielo
Te habla por mí el color de los paisajes sin viento
Te habla por mí el rebaño de ovejas taciturnas
Dormido en tu memoria
Te habla por mí el arroyo descubierto
La yerba sobreviviente atada a la aventura
Aventura de luz y sangre de horizonte
Sin más abrigo que una flor que se apaga
Si hay un poco de viento

Las llanuras se pierden bajo tu gracia frágil
Se pierde el mundo bajo tu andar visible
Pues todo es artificio cuando tú te presentas
Con tu luz peligrosa
Inocente armonía sin fatiga ni olvido
Elemento de lágrima que rueda hacia adentro
Construido de miedo altivo y de silencio

Haces dudar al tiempo
Y al cielo con instintos de infinito
Lejos de ti todo es mortal
Lanzas la agonía por la tierra humillada de
( noches
Sólo lo que piensa en ti tiene sabor a eternidad

He aquí tu estrella que pasa
Con tu respiración de fatigas lejanas
Con tus gestos y tu modo de andar
Con el espacio magnetizado que te saluda
Que nos separa con leguas de noche

Sin embargo te advierto que estamos cosidos
A la misma estrella
Estamos cosidos por la misma música tendida
De uno a otro
Por la misma sombra gigante agitada como árbol
Seamos ese pedazo de cielo
Ese trozo en que pasa la aventura misteriosa
La aventura del planeta que estalla en pétalos de
( sueño

En vano tratarías de evadirte de mi voz
Y de saltar los muros de mis alabanzas
Estamos cosidos por la misma estrella
Estás atada al ruiseñor de las lunas
Que tiene un ritual sagrado en la garganta

Qué me importan los signos de la noche
Y la raíz y el eco funerario que tengan en mi
( pecho
Qué me importa el enigma luminoso
Los emblemas que alumbran el azar
Y esas islas que viajan por el caos sin destino a
( mis ojos
Qué me importa ese miedo de flor en el vacío
Qué me importa el nombre de la nada
El nombre del desierto infinito
O de la voluntad o del azar que representan
Y si en ese desierto cada estrella es un deseo de
( oasis
O banderas de presagio y de muerte

Tengo una atmósfera propia en tu aliento
La fabulosa seguridad de tu mirada con sus cons-
( telaciones íntimas
Con su propio lenguaje de semilla
Tu frente luminosa como un anillo de Dios
Más firme que todo en la flora del cielo
Sin torbellinos de universo que se encabrita
Como un caballo a causa de su sombra en el aire

Te pregunto otra vez
¿Irías a ser muda que Dios te dio esos ojos?

Tengo esa voz tuya para toda defensa
Esa voz que sale de ti en latidos de corazón
Esa voz en que cae la eternidad
Y se rompe en pedazos de esferas fosforescentes
¿Qué sería la vida si no hubieras nacido?
Un cometa sin manto muriéndose de frío

Te hallé como una lágrima en un libro olvidado
Con tu nombre sensible desde antes en mi pecho
Tu nombre hecho del ruido de palomas que se
( vuelan
Traes en ti el recuerdo de otras vidas más altas
De un Dios encontrado en alguna parte
Y al fondo de ti misma recuerdas que eras tú
El pájaro de antaño en la clave del poeta

Sueño en un sueño sumergido
La cabellera que se ata hace el día
La cabellera al desatarse hace la noche
La vida se contempla en el olvido
Sólo viven tus ojos en el mundo
El único sistema planetario sin fatiga
Serena piel anclada en las alturas
Ajena a toda red y estratagema
En su fuerza de luz ensimismada
Detrás de ti la vida siente miedo
Porque eres la profundidad de toda cosa
El mundo deviene majestuoso cuando pasas
Se oyen caer lágrimas del cielo
Y borras en el alma adormecida
La amargura de ser vivo
Se hace liviano el orbe en las espaldas

Mí alegría es oír el ruido del viento en tus cabellos
(Reconozco ese ruido desde lejos)
Cuando las barcas zozobran y el río arrastra tron-
( cos de árbol
Eres una lámpara de carne en la tormenta
Con los cabellos a todo viento
Tus cabellos donde el sol va a buscar sus mejores
( sueños
Mi alegría es mirarte solitaria en el diván del
( mundo
Como la mano de una princesa soñolienta
Con tus ojos que evocan un piano de olores
Una bebida de paroxismos
Una flor que está dejando de perfumar
Tus ojos hipnotizan la soledad
Como la rueda que sigue girando después de la
( catástrofe

Mi alegría es mirarte cuando escuchas
Ese rayo de luz que camina hacia el fondo del
( agua
Y te quedas suspensa largo rato
Tantas estrellas pasadas por el harnero del mar
Nada tiene entonces semejante emoción
Ni un mástil pidiendo viento
Ni un aeroplano ciego palpando el infinito
Ni la paloma demacrada dormida sobre un
( lamento
Ni el arcoiris con las alas selladas
Más bello que la parábola de un verso
La parábola tendida en puente nocturno de alma
( a alma

Nacida en todos los sitios donde pongo los ojos
Con la cabeza levantada
Y todo el cabello al viento
Eres más hermosa que el relincho de un potro en
( la montaña
Que la sirena de un barco que deja escapar toda
( su alma
Que un faro en la neblina buscando a quien
( salvar
Eres más hermosa que la golondrina atravesada
( por el viento
Eres el ruido del mar en verano
Eres el ruido de una calle populosa llena de
( admiración

Mi gloria está en tus ojos
Vestida del lujo de tus ojos y de su brillo interno
Estoy sentado en el rincón más sensible de tu
( mirada
Bajo el silencio estático de inmóviles pestañas
Viene saliendo un augurio del fondo de tus ojos
Y un viento de océano ondula tus pupilas

Nada se compara a esa leyenda de semillas que
( deja tu presencia
A esa voz que busca un astro muerto que volver a
( la vida
Tu voz hace un imperio en el espacio
Y esa mano que se levanta en ti como si fuera a
( colgar soles en el aire
Y ese mirar que escribe mundos en el infinito
Y esa cabeza que se dobla para escuchar un mur-
( mullo en la eternidad
Y ese pie que es la fiesta de los caminos
( encadenados
Y esos párpados donde vienen a vararse las cente-
( llas del éter
Y ese beso que hincha la proa de tus labios
Y esa sonrisa como un estandarte al frente de tu
( vida
Y ese secreto que dirige las mareas de tu pecho
Dormido a la sombra de tus senos

Si tú murieras
Las estrellas a pesar de su lámpara encendida
Perderían el camino
¿Qué sería del universo?

Autor del poema: Vicente Huidobro

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EN UN LUGAR DE TU VIENTRE...

En un lugar de tu vientre
de cuyo nombre no quiero acordarme,
deposité la seca perla de la demencia.

Como era natural,
ya había perdido todo lo deseable,
y realizado trabajosamente
los más feroces estudios obscenográficos.
(Amó tanto, el pobre,
que ni perdón de Dios alcanzó.)

No hizo llorar a los muertos ni a los vivos
ni utilizó el cuchillito filoso que siempre cargaba
como si fuera el libro del más maldito amor.
Vio muertos y heridos pero a él nada le pasó.
Y en tu oreja derecha, que es mi biografía,
murmuré en desolada piedad:
¡Desnúdate, que yo te ayudaré!
Te desnudaste con sol y agua
y el siniestro pudo escalar los muros
con sentido de río, árboles y luna.
Fue cuando me extravié en tu selva oscura
y hube de perder toda verde esperanza
pues no hay dulzura ni piedad para los afligidos.
Por eso tropecé entre los linderos de las mariposas.
(Hablé en mexicano, lloré en portugués y en chichimeca
y en mazahua y en otomí.
Me detuve a cavar mi fosa en San José Atlán,
al pie del sabino fieramente hendido por un rayo.
Callé las miserias de este mundo, las del otro,
las de siempre, las de toda la carne
y todo color y todo aroma.)

Ocurrió en medio camino de la Poesía
a la hora en que me tropecé con doscientos cadáveres
de poetitas marxianos;
‘tonces tomé mi quinto aire
cogí las curvas como un loco
y como un loco me reí de aquellos
que llegaron a la estación de Finlandia
y se regresaron como peces embrutecidos.

(Era el tiempo del poeta que dijo:
Tú eres más deseable que la guerra de los cien años,
y luego se escuchó, como el primer eco del planeta:
Adoro tu pecho cercenado,
la mútila sonrisa de piadoso ardor,
porque eres bella, con la belleza total de ciertos asesinatos
la hermosura de los ahorcamientos
el inminente vaso vacío del suicida
y la dulce entrega
sobre diamante y musgo.)

Escribió su Poema del Bajío
(ah, su primer poema)
y en él estaba la tierra negra
y relampaguearon los ojos de Hidalgo.

Los ciclos finales de su larga vida
se los pasó causando lástimas
en las antesalas de los cardiólogos y otorrinos.
Olía a hospital de mala muerte
y a veces a persona mal educada
a poeta despaciosamente exterminado.
Su mujer y sus hijos lo cobijaron
como a una gallina mojada
o el último cisne con el cuello torcido.

Resulta pues
que el orgullosamente marginado
el proscrito
hubo de meterle mano a la Historia
y releer que un obispo
y decenas de frailes y tenientes
humillaron universalmente
al hombre de los ojos jade-jadeantes:
Anatema y excomunión
para el Padre frenético.
Tormento, despojo y entrega a Datán y Abirán.
Maldición para él en nombre de todas
-sin faltar una- las huestes celestiales.
Persecución total, santísima condenación
para el Padre alfarero
en donde quiera que esté,
ya sea en la casa, en el campo,
en el bosque, en el agua, o en la iglesia.
(Era el 27 de septiembre de 1810)
Sea maldito en vida y muerte.
Sea maldito en todas las facultades de su cuerpo.
Sea maldito comiendo y bebiendo, hambriento,
sediento, ayunando, durmiendo,
sentado, parado, trabajando o descansando y sangrando.
Sea maldito interior y exteriormente;
sea maldito en su pelo,
sea maldito en su cerebro y en sus vértebras;
en sus sienes, en sus hombros,
en sus manos y en sus dedos.

(Dígote, amor mío,
que al cura párroco de Dolores
le siguieron dos capitanes
un bachiller cinco sargentos
un granadero tres presbíteros
dos serenos cuatro correos
un herrero cuatro músicos
y veinticinco vecinos, mi amor, tú que eres
adorable paloma como una patria.)

Pero espera -descansemos-: mis labios
no pueden más y tu piel toda es
una magnolia de dorada y celestial bendición.
Espera que te cuente
sobre alguien que una vez dijo:
Donde yo nací
fue el jardín de Nueva España
-y hablaba de Valladolid, la que hoy
tiene su nombre suave y varonil
como una fruta madura terracalenteña.
Te hablo del Señor Morelos, que bajaba
por Pátzcuaro, Santa Clara del Cobre,
llegaba y descansaba en un mesón
de Tacámbaro
y luego seguía por Loma Larga
y San Antonio de las Huertas
hasta sus terrenos de Nocupétaro
y Carácuaro.
En Nocupétaro verás un día un púlpito
hecho por él mismo con madera
del frondoso árbol llamado parota,
pues era hombre dedicado a la arriería
y fue maestro de primeras letras
a orillas del Cupatitzio y sus orquídeas
y era ingenioso arquitecto
y un minucioso tenedor de libros
hasta que un día en Carácuaro oyó decir
que su maestro de San Nicolás
el Padre Hidalgo
andaba metido en la fiera lucha
contra los gachupines
y montó a caballo, cabalgó
hasta Valladolid
pero ya el Padre y sus hombres
iban rumbo al Monte de las Cruces.
El Señor Morelos corrió
alcanzándolo en Charo
y juntos anduvieron
hasta Indaparapeo.
Aquí pues se despidieron
en un estrecho abrazo de Padre e Hijo
para no verse nunca más
pero ya el Señor Morelos llevaba
el noble nombramiento
de Lugarteniente Brigadier
y Jefe de las Operaciones Militares del Sur.

Ahora voy a poner, oh tú la mi dulzura,
miel y aroma, en líneas de mando prosaísmo
lo que fue y es poesía altamente heroica.
El 5 de diciembre de 1810
el Padre Hidalgo dictó lo siguiente:
Por el presente mando a los Jueces y Justicias
del distrito de esta capital
(el Padre estaba en Guadalajara)
que inmediatamente procedan a la
recaudación de las rentas vencidas
hasta el día por los arrendatarios de las
tierras pertenecientes
a la Comunidades de los Naturales, para que
enterándolas en la Caja Nacional,
se entreguen a los Naturales
las tierras para su cultivo,
para que en los sucesivo [no]
puedan arrendarse,
pues es mi voluntad que su goce
sea únicamente de los Naturales
en sus respectivos pueblos.

Cuatro años más tarde, con mayor energía,
el Señor Morelos dijo lo que ahora escucharás:
Deben inutilizarse todas las haciendas grandes
cuyas tierras laborales pasen de dos leguas
cuando mucho, porque el beneficio
de la agricultura consiste
en que muchos se dediquen
con separación a beneficiar
un corto terreno que puedan asistir
con su trabajo e industria,
y no en que un solo particular
tenga mucha extensión de tierras infructíferas,
esclavizando a millares de gentes
para que cultiven por fuerza
en la clase de gañanes o esclavos
cuando pueden hacerlo como
propietarios de un terreno limitado,
con libertad
y beneficio suyo
y del pueblo.

(El Señor Morelos murió fusilado
en San Cristóbal Ecatepec
el 22 de diciembre de 1815.
Emiliano Zapata nacó en 1873
en el pueblo de Anenecuilco
del estado de Morelos.)

Sigamos ahora con la pestilente
palabra de la excomunión del Padre:

Sea condenado en su boca,
en su pecho, en su corazón, en sus entrañas
y hasta en su mismo estómago,
Sea maldito en sus riñones,
en sus ingles, en sus muslos,
en sus genitales, en sus caderas,
en sus piernas, sus pies y sus uñas.
Sea maldito en todas sus coyunturas
y articulaciones de todos sus miembros;
desde la corona de su cabeza
hasta la planta de sus pies,
no tenga un puntito bueno…
(Y así llegó su aprehensión,
y en Monclova lo ataron a un nogal.)

Pero ahora recuerdo: déjame buscar
el texto de un sinsonte cubano
llamado José Martí. Aquí esta, en su afamado
Discurso sobre México, de 1891, y haciendo
la dramática historia desde la Conquista:
Trescientos años después, un cura.
ayudado de una mujer y de unos cuantos locos,
citó su aldea a guerra contra los padres
que negaban la vida de alma a sus propios hijos;
era la hora del Sol, cuando clareaban
por entre las moreras las chozas de adobe
de la pobre indiada; ¡y nunca, aunque velado
cien veces por la sangre, ha dejado desde entonces
el sol de Hidalgo de lucir!

(Porque, amor mío, el ave a punto de morir
en la batalla, en su país, supo de nuestros
héroes, de todos los héroes.
Supo de sí mismo.)

Y así mira José Martí a Hidlgo, en
Dolores:
Vio maltratar a los indios,
que son tan mansos y generosos,
y se sentó entre ellos como un hermano viejo,
a enseñarles las artes finas que el indio aprende bien:
la música que consuela; la cría del gusano, que da la seda;
la cría de la abeja, que da miel. Tenía fuego en sí,
y le gustaba fabricar: creó hornos para cocer ladrillos.
Le veían lucir mucho de cuando en cuando
los ojos verdes…

Veo Martí melancólico, escribiendo poemas,
manifiestos. ¿Puedes verlos a los dos, al sacerdote
que leía a los filósofos del siglo XVIII
y al poeta que amó y fue amado? Los junta
una palma real, una morera, un mezquite del Bajío
y un huizache para perfumar el ensangrentado paisaje.

Te decía pues que en Chihuahua
un día de horrores… Pero no, si lo dejamos
atado a un nogal, comenzando a padecer.
y en Chihuahua, un día horroroso,
lo sacaron de su celda para ser degradado.
Luego doce soldados lo condujeron a un corral.
Alguien dijo que el Padre nuestro
llegó al cadalso como un acto ordinario,
sin significación, como quien se dirige
a una ventana de su recámara
para ver si lloverá…

¡Pero si ya estaba destazado!
Si te cuento, dulce mía
que disparó la primera fila y tres de las balas
le dieron en el vientre
y la otra en un brazo que le quebró.
El dolor lo hizo torcerse un poco el cuerpo,
por lo que le safó la venda de la cabeza
y nos clavó aquellos sus hermosos ojos que tenía.
Las balas de la segunda fila
le dieron todas en el vientre…
Poco estremo hizo, sólo sí
le rodaron unas lágrimas muy gruesas.
Pero nada hizo desmerecer su hermosa vista.
La tercera fila de soldados lo despedazó.
…después se metió adentro,
le cortaron la cabeza, que se saló,
y el cuerpo se enterró en el camposanto.

No cuento más, por que es mucho el amor
y muchísima la resignación
y excesiva la pasión
y desbordada la demencia.

¿Termino? ¿Así lo quieres tú, encendida
y desnuda como el sol y su silencio?

Don Miguel Hidalgo y Costilla murió
a los cincuenta y ocho años dos meses
y veintidós días de edad y al cabo
de tres meses y siete días en prisión,
el día treinta de julio de 1811.
Luego, las cabezas de los héroes se apilaron,
fueron conservadas en sal para después…
Eran las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez.
Como cabezas asesinas, guardadas en unos cajones,
fueron escoltadas por los realistas de Chihuahua a Zacatecas,
de Zacatecas a Lagos,
de Lagos a León,
y de León a Guanajuato,
hasta que al mediar el mes de octubre
aparecieron colocadas en los cuatro ángulos
de la Alhóndiga de Granaditas,
teatro de sus primeras expediciones y sanguinarios proyectos.

La proclama así decía:
Las cabezas: de Miguel Hidalgo,
Ignacio Allende, Juan Aldama
y Mariano Jiménez
-insignes facinerosos y primeros
caudillos de la revolución.
Que saquearon y robaron
los bienes del culto de Dios
y del Real Erario. Derramaron
con la mayor atrocidad la inocente sangre
de sacerdotes fieles y magistrados justos
y fueron causa de todos los desastres,
desgracias y calamidades que experimentamos
y que afligen y deploran los habitantes todos
de esta parte tan integrante
de la Nación Española,
aquí clavada por orden
del Sr. Brigadier
D. Félix María Calleja del Rey,
Ilustre vencedor
de Aculco, Guanajuato y Calderón
y restaurador de la paz de esta América.

Oh cómo arden esas cabezas, esos
garfios hoy solitarios: míralos
en este recio arte de subir y bajar
bordear la siniestra Alhóndiga,
memorizar cabellos, frentes, ojos,
orejas, narices y bocas pendientes
del atrocísimo cielo de la real venganza.

1810 ardió y 1811 fue la humareda final
de la insurgencia primera.
Ay, amor, oh tú, que llegaste como un aire
despacioso pero firme y oloroso a clavel:
ya parece que llego al final, a mi propio fin,
al definitivo hospital, a un quirófano
de olas amargas; acaso a un bosquecillo
como el que ahora beso en este sitio exacto
de tu viente cuyo nombre he olvidado.

Mi amor por ti es una brizna purísima,
una luz interminable como la muerte,
como esta dolencia en toda mi cabeza y en mis uñas.
Te doy las gracias que no necesitas por comprender
el silencio que me rodea y mis sílabas apenas perceptibles.
Mil gracias pongo aquí, en tu pecho, en tu cabellera,
en el inminente adiós de tus resecos labios,
en la tibia humedad de tus ojos,
por cuanto has escuchado,
por la heroicidad y el martirio
y porque quiero que sepas, amor y oleaje,
que las cabezas de los héroes
permanecieron en Granaditas hasta 1821,
¡once años allí, cabecitas de patriotas,
mi Mariano Jiménez, mi Juan Aldama,
mi capitán Allende y mi padrecito
de las vidas y el barrio cocido
y de las moreras y la campanada a la hora precisa!

Once años, pues, hasta que fueron trasladadas
a la ermita de San Sebastián,
que no sé dónde está ni me importa,
porque más que la ceniza me importa la sangre,
y la sangre, oh limpitamente desnuda,
amada de todo mi corazón,
está más un poco más cerca
de esta milagrosa vida mía
que de la muerte de los míos
y la temerosa y vibrante
llanura de sombras que es
nuestra patria.

Autor del poema: Efraín Huerta

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A BUEN JUEZ, MEJOR TESTIGO

I
Entre pardos nubarrones
pasando la blanca luna
con resplandor fugitivo,
la baja tierra no alumbra.
La brisa con frescas alas
juguetona no murmura,
y las veletas no giran
entre la cruz y la cúpula.
Tal vez un pálido rayo
la opaca atmósfera cruza,
y unas en otras las sombras
confundidas se dibujan.
Las almenas de las torres
un momento se columbran
como lanzas de soldados
apostados en la altura.
Reverberan los cristales
la trémula llama turbia,
y un instante entre las rocas
ríela la fuente oculta.
Los álamos de la vega
parecen en la espesura
de fantasmas apiñados
medrosa y gigante turba;
y alguna vez desprendida
gotea pesada lluvia,
que no despierta a quien duerme,
ni a quien medita importuna.
Yace Toledo en el sueño
entre las sombras confusas,
y el Tajo a sus pies pasando
con pardas ondas la arrulla.
El monótono murmullo
sonar perdido se escucha,
cual si por las hondas calles
hirviera del mar la espuma.
¡Qué dulce es dormir en calma
cuando a lo lejos susurran
los álamos que se mecen,
las aguas que se derrumban!
Se sueñan bellos fantasmas
que el sueño del triste endulzan,
y en tanto que sueña el triste,
no le aqueja su amargura.
Tan en calma y tan sombría
como la noche que enluta
la esquina en que desemboca
una callejuela oculta,
se ve de un hombre que aguarda
la vigilante figura,
y tan a la sombra vela
que entre las sombras se ofusca.
Frente por frente a sus ojos
un balcón a poca altura
deja escapar por los vidrios
la luz que dentro le alumbra;
mas ni en el claro aposento,
ni en la callejuela oscura
el silencio de la noche
rumor sospechoso turba.
Pasó así tan largo tiempo
que pudiera haberse duda
de si es hombre, o solamente
mentida ilusión nocturna;
pero es hombre, y bien se ve,
porque con planta segura
ganando el centro a la calle
resuelto y audaz pregunta:
",Quién va?", y a corta distancia
el igual compás se escucha
de un caballo que sacude
las sonoras herraduras.
-"Quién va?" - repite, y cercana
otra voz menos robusta
responde : "Un hidalgo, ¡calle!"
Y el paso el bruto apresura.
-Téngase el hidalgo - el hombre
replica, y la espada empuña.
-Ved más bien si me haréis calle
-repusieron con mesura
que hasta hoy a nadie se tuvo
Ibán de Vargas y Acuña.
-Pase el Acuña y perdone
dijo el mozo en faz de fuga,
pues teniéndose el embozo
sopla un silbato, y se oculta.
Paró el jinete a una puerta,
y con precaución difusa salió
una niña al balcón
que llama interior alumbra.
"¡Mi padre!", clamó en voz baja
y el viejo en la cerradura metió
la llave pidiendo
a sus gentes que le acudan.
Un negro por ambas bridas
tomó la cabalgadura,
cerróse detrás la puerta
y quedó la calle muda.
En esto desde el balcón,
como quien tal acostumbra,
un mancebo por las rejas
de la calle se asegura.
Asió el brazo al que apostado
hizo cara a Ibán de Acuña,
y huyeron con el embozo
velando la catadura.


II
Clara, apacible y serena
pasa la siguiente tarde,
y el sol tocando a su ocaso
apaga su luz gigante:
se ve la imperial Toledo
dorada por los remates
como una ciudad de grana
coronada de cristales.
El Tajo por entre rocas
sus anchos cimientos lame,
dibujando en las arenas
las ondas con que las bate.
Y la ciudad se retrata
en las ondas desiguales,
como en prenda de que el río
tan afanoso la bañe.
A lo lejos en la vega
tiende galán por sus márgenes
de sus álamos y huertos
el pintoresco ropaje,
y porque su altiva gala
más que a los ojos halague,
la salpica con escombros
de castillos y de alcázares.
Un recuerdo es cada piedra
que toda una historia vale,
cada colina un secreto
de príncipes o galanes.
Aquí se bañó la hermosa
por quien dejó un rey culpable
amor, fama, reino y vida
en manos de musulmanes.
Allí recibió Galiana
a su receloso amante
en esa cuesta que entonces
era un plantel Me azahares.
Allá por aquella torre
que hicieron puerta los árabes
subió el Cid sobre Babieca
con su gente y su estandarte.
Más lejos se ve al castillo
de San Servando o Cervantes,
donde nada se hizo nunca
y nada al presente se hace.
A este lado está la almena
por do sacó vigilante
el conde don Peranzules
al rey, que supo una tarde
fingir tan tenaz modorra
que político y constante,
tuvo siempre el brazo quedo
las palmas al horadarle.
Allí está el circo romano,
gran cifra de un pueblo grande,
y aquí la antigua basílica
de bizantinos pilares,
que oyó en el primer concilio
las palabras de los padres
que velaron por la Iglesia
perseguida o vacilante.
La sombra en este momento
tiende sus turbios cendales
por todas esas memorias
de las pasadas edades,
y del Cambrón y Visagra
los caminos desiguales,
camino a los toledanos
hacia las murallas abren.
Los labradores se acercan
al fuego de sus hogares,
cargados con sus aperos,
cansados de sus afanes.
Los ricos y sedentarios
se tornan con paso grave
calado el ancho sombrero,
abrochados los gabanes,
y los clérigos y monjes
y los prelados y abades
sacudiendo el leve polvo
de capelos y sayales.
Quédase solo un mancebo
de impetuosos ademanes
que se pasea ocultando
entre la capa el semblante.
Los que pasan le contemplan
con decisión de evitarle,
y él contempla a los que pasan
como si a alguien aguardase.
Los tímidos aceleran
los pasos al divisarle,
cual temiendo de seguro
que les proponga un combate ;
y los valientes le miran
cual si sintieran dejarle
sin que libres sus estoques,
en riña sonora dancen.
Una mujer también sola
se viene el llano adelante
la luz del rostro escondida
en tocas y tafetanes.
Mas en lo leve del paso
y en lo flexible del talle
puede a través de los velos
una hermosa adivinarse.
Vase derecha al que aguarda
y él al encuentro la sale
diciendo... cuanto se dicen
en las citas los amantes.
Mas ella galanterías
dejando severa aparte,
así al mancebo interrumpe
en voz decisiva y grave:
-Abreviemos de razones,
Diego Martínez ; mi padre,
que un hombre ha entrado en su ausencia
dentro mi aposento sabe;
y así quien mancha mi honra
con la suya me la lave ;
o dadme mano de esposo,
o libre de vos dejadme
Miróla Diego Martínez
atentamente un instante,
y echando a un lado el embozo,
repuso palabras tales:
-Dentro de un mes, Inés mía,
parto a la guerra de Flandes;
al año estaré de vuelta
y contigo en los altares.
Honra que yo te deduzca
con honra mía se lave,
que por honra vuelven honra
hidalgos que en honra nacen.
-Júralo - exclamó la niña.
-Más que mi palabra. vale
no te valdrá un juramento.
-Diego, la palabra es aire.
-¡Vive Dios que estás tenaz!
Dalo por jurado y baste.
-No me basta, que olvidar
puedes la palabra en Flandes.
-¡Voto a Dios!, ¿qué más pretendes?
-Que a los pies de aquella imagen
lo jures como cristiano
del santo Cristo delante.
Vaciló un poco Martínez,
mas porfiando que jurase
llevólo Inés hacia el templo
que en medio de la vega yace.
Enclavado en un madero,
en duro y postrero trance,
ceñida la sien de espinas,
descolorido el semblante,
víase allí un crucifijo
teñido de negra sangre,
a quien Toledo devota
acude hoy en sus azares.
Ante sus plantas divinas
llegaron ambos amantes,
y haciendo Inés que Martínez
los sagrados pies tocase,
preguntóle
-Diego, ¿juras
a tu vuelta desposarme?
Contestó el mozo
-¡ Sí, juro!
Y ambos del templo se salen.


III
Pasó un día y otro día,
un mes y otro mes pasó
y un año pasado había;
mas de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió.
Lloraba la bella Inés
su vuelta aguardando en vano;
oraba un mes y otro mes
del crucifijo a los pies
do puso el galán su mano.
Todas las tardes venía
después de traspuesto el sol,
y a Dios llorando pedía
la vuelta del español,
y el español no volvía.
Y siempre al anochecer,
sin dueña y sin escudero,
en un manto una mujer
el campo salía a ver
al alto del Miradero.
¡Ay del triste que consume
su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
que el duelo con que él se abrume
al ausente ha de pesar!
La esperanza es de los cielos
precioso y funesto don,
pues los amantes desvelos
cambian la esperanza en celos,
que abrasan el corazón.
Si es cierto lo que se espera,
es un consuelo en verdad,
pero siendo una quimera,
en tan frágil realidad
quien espera desespera.
Así Inés desesperaba
sin acabar de esperar,
y su tez se marchitaba,
y su llanto se secaba
para volver a brotar.
En vano a su confesor
pidió remedio o consejo
para aliviar su dolor;
que mal se cura el amor
con las palabras de un viejo.
En vano a Ibán acudía,
llorosa y desconsolada,
el padre no respondía,
que la lengua le tenía
su propia deshonra atada.
Y ambos maldicen su estrella,
callando el padre severo
y suspirando la bella,
porque nació mujer ella,
y el viejo nació altanero.
Dos años al fin pasaron
en esperar y gemir,
y las guerras acabaron,
y los de Flandes tornaron
a sus tierras a vivir.
Pasó un día y otro día,
un mes y otro mes pasó,
y el tercer año corría;
Diego a Flandes se partió,
mas de Flandes no volvía.
Era una tarde serena;
doraba el sol de Occidente
del Tajo la vega amena,
y apoyada en una almena
miraba Inés la corriente.
Iban las tranquilas olas
las riberas azotando
bajo las murallas solas,
musgo, espigas y amapolas
ligeramente doblando.
Algún olmo que escondido
creció entre la yerba blanda,
sobre las aguas tendido
se reflejaba perdido
en su cristalina banda.
Y algún ruiseñor colgado
entre su fresca espesura
daba al aire embalsamado
su cántico regalado
desde la enramada oscura.
Y algún pez con cien colores,
tornasolada la escama,
saltaba a besar las flores
que exhalan gratos olores
a las puntas de una rama.
Y allá en el trémulo fondo
el torreón se dibuja
como el contorno redondo
del hueco sombrío y hondo
que habita nocturna bruja.
Así la niña lloraba
el rigor de su fortuna,
y así la tarde pasaba
y al horizonte trepaba
la consoladora luna.
A lo lejos por el llano
en confuso remolino,
vio de hombres tropel lejano
que en pardo polvo liviano
dejan envuelto el camino.
Bajó Inés del torreón,
y llegando recelosa
a las puertas del Cambrón,
sintió latir zozobrosa,
más inquieto el corazón.
Tan galán como altanero
dejó ver la escasa luz
por bajo el arco primero
un hidalgo caballero
en un caballo andaluz.
Jubón negro acuchillado,
banda azul, lazo en la hombrera,
y sin pluma al diestro lado
el sombrero derribado
tocando con la gorguera.
bombacho gris guarnecido,
bota de ante, espuela de oro,
hierro al cinto suspendido,
y a una cadena prendido,
agudo cuchillo moro.
Vienen tras este jinete,
sobre potros jerezanos,
de lanceros hasta siete,
y en la adarga y coselete
diez peones castellanos.
Asióse a su estribo Inés,
gritando: "¿Diego, eres tú?"
Y él, viéndola de través,
dijo: "¡Voto a Belcebú,
que no me acuerdo quién es!"
Dio la triste un alarido
tal respuesta al escuchar,
y a poco perdió el sentido
sin que más voz ni gemido
volviera en tierra a exhalar..
Frunciendo ambas a dos cejas,
encomendóla a su gente
diciendo: "¡Malditas viejas
que a las mozas malamente
enloquecen con consejas!"
Y aplicando el capitán
a su potro las espuelas,
el rostro a Toledo dan,
y a trote cruzando van
las oscuras callejuelas.


IV
Así por sus altos fines
dispone y permite el cielo
que puedan mudar al hombre
fortuna, poder y tiempo.
A Flandes partió Martínez
de soldado aventurero,
y por su suerte y hazañas
allí capitán le hicieron.
Según alzaba en honores
alzábase en pensamientos,
y tanto ayudó en la guerra
con su valor y altos hechos,
que el mismo rey a su vuelta
le armó en Madrid caballero,
tomándole a su servicio
por capitán de lanceros.
Y otro no fue que Martínez,
quien ha poco entró en Toledo,
tan orgulloso y ufano
cual salió humilde y pequeño.
Ni es otro a quien se dirige,
cobrado el conocimiento,
la amorosa Inés de Vargas,
que vive por él muriendo.
Mas él, que olvidando todo
olvidó su nombre mesmo,
puesto que Diego Martínez
es el capitán don Diego,
ni se ablanda a sus caricias,
ni cura de sus lamentos,
diciendo que son locuras
de gente de poco seso;
que ni él prometió casarse
ni pensó jamás en ello.
¡Tanto mudan a los hombres
fortuna, poder y tiempo!
En vano porfiaba Inés
con amenazas y ruegos;
cuanto más ella importuna,
está Martínez severo.
Abrazada a sus rodillas,
enmarañado el cabello,
la hermosa niña lloraba
prosternada por el suelo.
Mas todo empeño es inútil,
porque el capitán don Diego
no ha de ser Diego Martínez,
como lo era en otro tiempo.
Y así llamando a su gente,
de amor y piedad ajeno
mandóles que a Inés llevaran
de grado o de valimento.
Mas ella antes que la asieran
cesando un punto en su duelo,
así habló, el rostro lloroso
hacia Martínez volviendo:
"Contigo se fue mi honra,
conmigo tu juramento;
pues buenas prendas son ambas
en buen fiel las pesaremos."
Y la faz descolorida
en la mantilla envolviendo
a pasos desatentados
salióse del aposento.


V
Era entonces en Toledo
por el rey gobernador
el justiciero y valiente
don Pedro Ruiz de Alarcón.
Muchos años por su patria
el buen viejo peleó;
cercenado tiene un brazo,
mas entero el corazón.
La mesa tiene delante,
los jueces en derredor,
los corchetes a la puerta
y en la derecha el bastón.
Está, como presidente
del tribunal superior,
entre un dosel y una alfombra
reclinado en un sillón,
escuchando -con paciencia
la casi asmática voz
con que un tétrico escribano
solfea una apelación.
Los asistentes bostezan
al murmullo arrullador;
los jueces medio dormidos
hacen pliegues al ropón;
los escribanos repasan
sus pergaminos al sol.
Los corchetes a una moza
guiñan en un corredor,
y abajo, en Zocodover,
gritan en discorde son
los que en el mercado venden
lo vendido y el valor.
Una mujer en tal punto,
en faz de gran aflicción,
rojos de llorar los ojos,
ronca de gemir la voz,
suelto el cabello y el manto,
tomó plaza en el salón
diciendo a gritos: "¡Justicia,
jueces; justicia, señor!"
Y a los pies se arroja humilde,
de don Pedro de Alarcón,
en tanto que los curiosos
se agitan alrededor.
Alzóla cortés don Pedro
calmando la confusión
y el tumultuoso murmullo
que esta escena ocasionó,
diciendo
-Mujer, ¿qué quieres?
-Quiero justicia, señor.
-¿De qué?
-De una prenda hurtada.
-¿Qué prenda?
-Mi corazón.
-¿Tú le diste?
-Le presté.
-¿Y no te le han vuelto?
-No.
-¿Tienes testigos?
-Ninguno.
-¿ Y promesa?
-¡Sí, por Dios!
Que al partirse de Toledo
un juramento empeñó.
-¿Quién es él?
-Diego Martínez.
-¿ Noble?
-Y capitán, señor.
-Presentadme al capitán,
que cumplirá si juró.
Quedó en silencio la sala,
y a poco en el corredor
se oyó de botas y espuelas
el acompasado son.
Un portero, levantando
el tapiz, en alta voz
dijo: "El capitán don Diego.
Y entró luego en el salón
Diego Martínez, los ojos
llenos de orgullo y furor.
¿Sois el capitán don Diego
-díjole don Pedro- vos?
Contestó altivo y sereno
Diego Martínez:
-Yo soy.
-¿Conocéis a esta muchacha?
-Ha tres años, salvo error.
-¿Hicísteisla juramento
de ser su marido?
-No.
-¿Juráis no haberlo jurado?
-Sí juro.
-Pues id con Dios.
-¡Mientes! - clamó Inés llorando(
de despecho y de rubor.
-Mujer, ¡piensa lo que dices!
-Digo que miente: juró.
¿Tienes testigos?
-Ninguno.
-Capitán, idos con Dios,
y dispensad. que acusado,
dudara de vuestro honor.
Tornó Martínez la espalda
con brusca satisfacción,
e Inés, que le vio partirse,
resuelta y firme gritó:
-Llamadle, tengo un testigo.
Llamadle otra vez, señor.
Volvió el capitán don Diego,
sentóse Ruiz de Alarcón,
la multitud aquietóse
y la de Vargas siguió:
-Tengo un testigo a quien nunca
faltó verdad ni razón.
-¿Quién?
-Un hombre que de lejos
nuestras palabras oyó
mirándonos desde arriba.
-¿Estaba en algún balcón?
-No, que estaba en un suplicio
donde ha tiempo que expiró.
-¿Luego es muerto?
-No, que vive.
-Estáis loca, ¡vive Dios!
¿Quién fue?
-El Cristo de la Vega
a cuya faz perjuró.
Pusiéronse en pie los jueces
al nombre del Redentor,
escuchando con asombro
tan excelsa apelación.
Reinó un profundo silencio
de sorpresa y de pavor,
y Diego bajó los ojos
de vergüenza y confusión.
Un instante con los jueces
don Pedro en secreto habló,
y levantóse diciendo
con respetuosa voz:
"La ley es ley para todos;
tu testigo es el mejor,
mas para tales testigos
no hay más tribunal que Dios.
Haremos ... lo que sepamos;
escribano: al caer el sol,
al Cristo que está en la vega
tomaréis declaración."


VI
Es una tarde serena,
cuya luz tornasolada
del purpurino horizonte
blandamente se derrama.
Plácido aroma las flores
sus hojas plegando exhalan,
y el céfiro entre perfumes
mece las trémulas alas.
Brillan abajo en el valle
con suave rumor las aguas,
y las aves en la orilla
despidiendo al día cantan.
Allá por el Miradero,
por el Cambrón y Visagra,
confuso tropel de gente
del Tajo a la vega baja.
Vienen delante don Pedro
de Alarcón, Ibán de Vargas,
su hija Inés, los escribanos,
los corchetes y los guardias;
y detrás monjes, hidalgos,
mozas, chicos y canalla.
Otra turba de curiosos
en la vega les aguarda,
cada cual comentariando
el caso según le cuadra.
Entre ellos está Martínez
en apostura bizarra,
calzadas espuelas de oro,
valona de encaje blanca,
bigote a la borgoñesa,
melena desmelenada,
el sombrero guarnecido
con cuatro lazos de plata,
un pie delante del otro,
y el puño en el de la espada.
Los plebeyos de reojo
le miran de entre las capas:
los chicos, al uniforme,
y las mozas a la cara.
Llegado el gobernador
y gente que le acompaña
entraron todos al claustro
que iglesia y patio separa.
Encendieron ante el Cristo
cuatro cirios y una lámpara,
y de hinojos un momento
le rezaron en vox baja.
Está el Cristo de la Vega
la cruz en tierra posada,
los pies alzados del suelo
poco menos que una vara;
hacia la severa imagen
un notario se adelanta,
de modo que con el rostro
al pecho santo llegaba.
A un lado tiene a Martínez,
a otro lado a Inés de Vargas,
detrás al gobernador
con sus jueces y sus guardias.
Después de leer dos veces
la acusación entablada,
el notario a Jesucristo
así demandó en voz alta
"Jesús, Hijo de María,
ante nos esta mañana
citado como testigo
por boca de Inés de Vargas,
¿juráis ser cierto que un día
a vuestras divinas plantas
juró a Inés Diego Martínez
por su mujer desposarla?"
Asida a un brazo desnudo
una mano atarazada
vino a posar en los autos
la seca y hendida palma,
y allá en los aires ¡Sí, juro!,
clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
la vista a la imagen santa...
Los labios tenía abiertos
y una mano desclavada.

Conclusión
Las vanidades del mundo
renunció allí mismo Inés,
y espantado de sí propio
Diego Martínez también.
Los escribanos temblando
dieron de esta escena fe,
firmando como testigos
cuantos hubieron poder.
Fundóse un aniversario
y una capilla con él,
y don Pedro de Alarcón
el altar ordenó hacer
donde hasta el tiempo que corre
y en cada año una vez,
con la mano desclavada
el crucifijo se ve.

Autor del poema: José Zorrilla

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ALTAZOR (CANTO 6). EL VIAJE EN PARACAÍDAS

Alhaja apoteosis y molusco
Anudado
noche
nudo
El corazón
Esa entonces dirección
nudo temblando
Flexible corazón la apoteosis
Un dos tres
cuatro
Lágrima
mi lámpara
y molusco
El pecho al melodioso
Anudado la joya
Con que temblando angustia
Normal tedio
Sería pasión
Muerte el violoncelo
Una bujía el ojo
Otro otra
Cristal si cristal era
Cristaleza
Magnetismo
sabéis la seda
Viento flor
lento nube lento
Seda cristal lento seda
El magnetismo
seda aliento cristal seda
Así viajando en postura de ondulación
Cristal nube
Molusco sí por violoncelo y joya
Muerte de joya y violoncelo
Así sed por hambre o hambre y sed
Y nube y joya
Lento
nube
Ala ola ole ala Aladino
El ladino Aladino Ah ladino dino la
Cristal nube
Adónde
en dónde
Lento lenta
ala ola
Ola ola el ladino si ladino
Pide ojos
Tengo nacar
En la seda cristal nube
Cristal ojos
y perfumes
Bella tienda
Cristal nube
muerte joya o en ceniza
Porque eterno porque eterna
lento lenta
Al azar del cristal ojos
Gracia tanta
y entre mares
Mira mares
Nombres daba
por los ojos hojas mago
Alto alto
Y el clarín de Babel
Pida nácar
tenga muerte
Una dos y cuatro muerte
Para el ojo y entre mares
Para el barco en los perfumes
Por la joya al infinito
Vestir cielo sin desmayo
Se deshoja tan prodigio
El cristal ojo
Y la visita
flor y rama
Al gloria trino
apoteosis
Va viajando Nudo Noche
Me daría
cristaleras
tanto azar
y noche y noche
Que tenía la borrasca
Noche y noche
Apoteosis
Que tenía cristal ojo cristal seda cristal nube
La escultura seda o noche
Lluvia
Lana flor por ojo
Flor por nube
Flor por noche
Señor horizonte viene viene
Puerta
Iluminando negro
Puerta hacia ideas estatuarias
Estatuas de aquella ternura
A dónde va
De dónde viene
el paisaje viento seda
El paisaje
señor verde
Quién diría
Que se iba
Quién diría cristal noche
Tanta tarde
Tanto cielo que levanta
Señor cielo
cristal cielo
Y las llamas
y en mi reino
Ancla noche apoteosis
Anudado
la tormenta
Ancla cielo
sus raíces
El destino tanto azar
Se desliza deslizaba
Apagándose pradera
Por quien sueña
Lunancero cristal luna
El que sueña
El que reino
de sus hierros
Ancla mía golondrina
Sus resortes en el mar
Ángel mío
tan obscuro
tan color
Tan estatua y tan aliento
Tierra y mano
La marina tan armada
Armaduras los cabellos
Ojos templo
y el mendigo
Estallado corazón
Montanario
Campañoso
Suenan perlas
Llaman perlas
El honor de los adioses
Cristal nube
El rumor y la lanzada
Nadadora
Cristal noche
La medusa irreparable
Dirá espectro
Cristal seda
Olvidando la serpiente
Olvidando sus dos piernas
Sus dos ojos
Sus dos manos
Sus orejas
Aeronauta
en mi terror
Viento aparte
Mandodrina y golonlina
Mandolera y ventolina
Enterradas
Las campanas
Enterrados los olvidos
En su oreja
viento norte
Cristal mío
Baño eterno
el nudo noche
El gloria trino
sin desmayo
Al tan prodigio
Con su estatua
Noche y rama
Cristal sueño
Cristal viaje
Flor y noche
Con su estatua
Cristal muerte.

Autor del poema: Vicente Huidobro

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EL TOQUE

Meses permaneció mi mano aislada
en una lata. No había nada allí salvo rejas de metro.
Quizá esté magullada, pensé,
y es por eso que la han encerrado.
Pero cuando miré yacía en silencio.
Se podría medir con esto el tiempo, pensé,
como con un reloj, por sus cinco nudillos
y las finas venas subterráneas.
Allí yacía, como una mujer inconsciente,
alimentada por tubos que no conoce.

La mano se había colapsado,
diminuta paloma salvaje
entrada en reclusión.
Le di la vuelta y la palma era vieja,
con líneas finamente bordadas
y puntadas subiendo por los dedos.
Era gruesa y blanda y ciega en algunos sitios.
Tan solo vulnerable.

Y todo esto es metáfora.
Una mano corriente, sólo que añorando
tocar algo que pueda devolver
el toque.
La perra no lo hará.
Mueve el rabo en la ciénaga mientras busca una rana.
No soy mejor que una lata de comida de perro.
Ella es dueña de su propia hambre.
No lo harán mis hermanas.
Viven en la escuela, salvo para botones
y lágrimas que corren como la limonada.
Mi padre no lo hará.
Él viene con la casa e incluso de noche
habita una máquina que fabricó mi madre
y bien engrasada por su trabajo, su trabajo.

El problema es
que dejé que mis gestos se congelaran.
El problema no estaba
en la cocina ni en los tulipanes,
tan sólo en mi cabeza, mi cabeza.

Después todo fue historia.
Tu mano se encontró la mía.
La vida corrió hasta mis dedos como un coágulo.
Oh, carpintero mío,
ya están reconstruidos esos dedos.
Bailan junto a los tuyos.
Danzan ya en el desván y en Viena.
Mi mano vive sobre toda América.
No podrá detenerla ni la muerte,
la muerte derramando su sangre.
Nada la detendrá, pues es éste el reino
y el juicio final.

Autor del poema: Anne Sexton

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ALTAZOR (CANTO 4). EL VIAJE EN PARACAÍDAS

No hay tiempo que perder
Enfermera de sombras y distancias
Yo vuelvo a ti huyendo del reino incalculable
De ángeles prohibidos por el amanecer

Detrás de tu secreto te escondías
En sonrisa de párpados y de aire
Yo levanté la capa de tu risa
Y corté las sombras que tenían
Tus signos de distancia señalados

Tu sueño se dormirá en mis manos
Marcado de las líneas de mi destino inseparable
En el pecho de un mismo pájaro
Que se consume en el fuego de su canto
De su canto llorando al tiempo
Porque se escurre entre los dedos

Sabes que tu mirada adorna los veleros
De las noches mecidas en la pesca
Sabes que tu mirada forma el nudo de las
(estrellas
Y el nudo del canto que saldrá del pecho
Tu mirada que lleva la palabra al corazón
Y a la boca embrujada del ruiseñor

No hay tiempo que perder
A la hora del cuerpo en el naufragio ambiguo
Yo mido paso a paso el infinito

El mar quiere vencer
Y por lo tanto no hay tiempo que perder
Entonces
Ah entonces
Más allá del último horizonte
Se verá lo que hay que ver

Por eso hay que cuidar el ojo precioso regalo del
( cerebro
El ojo anclado al medio de los mundos
Donde los buques se vienen a varar
¿Mas si se enferma el ojo qué he de hacer?
¿Qué haremos si han hecho mal de ojo al ojo?
Al ojo avizor afiebrado como faro de lince
La geografía del ojo digo es la más complicada
El sondaje es difícil a causa de las olas
Los tumultos que pasan
La apretura continua
Las plazas y avenidas populosas
Las procesiones con sus estandartes
Bajando por el iris hasta perderse
El rajah en su elefante de tapices
La cacería de leones en selvas de pestañas
( seculares
Las migraciones de pájaros friolentos hacia otras
( retinas
Yo amo mis ojos y tus ojos y los ojos
Los ojos con su propia combustión
Los ojos que bailan al son de una música interna
Y se abren cómo puertas sobre el crimen
Y salen de su órbita y se van como cometas
( sangrientos al azar
Los ojos que se clavan y dejan heridas lentas a
( cicatrizar
Entonces no se pegan los ojos como cartas
Y son cascadas de amor inagotables
Y se cambian día y noche
Ojo por ojo.
Ojo por ojo como hostia por hostia
Ojo árbol
Ojo pájaro
Ojo río
Ojo montaña
Ojo mar
Ojo tierra
Ojo luna
Ojo cielo
Ojo silencio
Ojo soledad por ojo ausencia
Ojo dolor por ojo risa

No hay tiempo que perder
Y si viene el instante prosaico
Siga el barco que es acaso el mejor
Ahora que me siento y me pongo a escribir
Qué hace la golondrina que vi esta mañana
¿Firmando cartas en el vacío?
Cuando muevo el pie izquierdo
¿Qué hace con su pie el gran mandarín chino?
Cuando enciendo un cigarro
¿Qué hacen los otros cigarros que vienen en el
( barco?
¿En dónde está la planta del fuego futuro?
Y si yo levanto los ojos ahora mismo
¿Qué hace con sus ojos el explorador de pie en el
( polo?
Yo estoy aquí
¿En dónde están los otros?
Eco de gesto en gesto
Cadena electrizada o sin correspondencias
Interrumpido el ritmo solitario
¿Quiénes se están muriendo y quiénes nacen
Mientras mi pluma corre en el papel?

No hay tiempo que perder
Levántate alegría
Y pasa de poro en poro la aguja de tus sedas

Darse prisa darse prisa
Vaya por los globos y los cocodrilos mojados
Préstame mujer tus ojos de verano
Yo lamo las nubes salpicadas cuando el otoño
( sigue la carreta del asno
Un periscopio en ascensión debate el pudor del
( invierno
Bajo la perspectiva del volantín azulado por el
( infinito
Color joven de pájaros al ciento por ciento
Tal vez era un amor mirado de palomas
( desgraciadas
O el guante importuno del atentado que va a
( nacer de una mujer o una amapola
El florero de mirlos que se besan volando
Bravo pantorrilla de noche de la más novia que
( se esconde en su piel de flor

Rosa al revés rosa otra vez y rosa y rosa
Aunque no quiera el carcelero
Río revuelto para la pesca milagrosa

Noche préstame tu mujer con pantorrillas de flo-
( rero de amapolas jóvenes
Mojadas de color como el asno pequeño
( desgraciado
La novia sin flores ni globos de pájaros
El invierno endurece las palomas presentes
Mira la carreta y el atentado de cocodrilos
( azulados
Que son periscopios en las nubes del pudor
Novia en ascensión al ciento por ciento celeste

Lame la perspectiva que ha de nacer salpicada de
( volantines
Y de los guantes agradables del otoño que se
debate en la piel del amor

No hay tiempo que perder
La indecisión en barca para los viajes
Es un presente de las crueldades de la noche
Porque el hombre malo o la mujer severa
No pueden nada contra la mortalidad de la casa
Ni la falta de orden
Que sea oro o enfermedad
Noble sorpresa o espión doméstico para victoria
( extranjera
La disputa intestina produce la justa desconfianza
De los párpados lavados en la prisión
Las penas tendientes a su fin son travesaños antes
del matrimonio
Murmuraciones de cascada sin protección
Las disensiones militares y todos los obstáculos
A causa de la declaración de esa mujer rubia
Que critica la pérdida de la expedición
O la utilidad extrema de la justicia
Como una separación de amor sin porvenir
La prudencia llora los falsos extravíos de la locura
( naciente
Que ignora completamente las satisfacciones de
( la moderación

No hay tiempo que perder
Para hablar de la clausura de la tierra y la llegada
del día agricultor a la nada amante de lotería sin
proceso ni niño para enfermedad pues el dolor
imprevisto que sale de los cruzamientos de la espera
en este campo de la sinceridad nueva es un poco
negro como el eclesiástico de las empresas para
la miseria o el traidor en retardo sobre el agua que
busca apoyo en la unión o la disensión sin reposo
de la ignorancia Pero la carta viene sobre la ruta y
la mujer colocada en el incidente del duelo conoce
el buen éxito de la preñez y la inacción del deseo
pasado de la ventaja al pueblo que tiene inclinación
por el sacerdote pues él realza de la caída y se hace
más íntimo que el extravío de la doncella rubia
o la amistad de la locura

No hay tiempo que perder
Todo esto es triste como el niño que está quedándose
huérfano
O como la letra que cae al medio del ojo
O como la muerte del perro de un ciego
O como el río que se estira en su lecho de agonizante
Todo esto es hermoso como mirar el amor de los
( gorriones
Tres horas después del atentado celeste
O como oír dos pájaros anónimos que cantan a la
( misma azucena
O como la cabeza de la serpiente donde sueña el
( opio
O como el rubí nacido de los deseos de una mujer
Y como el mar que no se sabe si ríe o llora
Y como los colores que caen del cerebro de las
( mariposas
Y como la mina de oro de las abejas
Las abejas satélites del nardo como las gaviotas
del barco
Las abejas que llevan la semilla en su interior
Y van más perfumadas que pañuelos de narices
Aunque no son pájaros
Pues no dejan sus iniciales en el cielo
En la lejanía del cielo besada por los ojos
Y al terminar su viaje vomitan el alma de los
( pétalos
Como las gaviotas vomitan el horizonte
Y las golondrinas el verano
No hay tiempo que perder
Ya viene la golondrina monotémpora
Trae un acento antípoda de lejanías que se
( acercan
Viene gondoleando la golondrina

Al horitaña de la montazonte
La violondrina y el goloncelo
Descolgada esta mañana de la lunala
Se acerca a todo galope
Ya viene viene la golondrina
Ya viene viene la golonfina
Ya viene la golontrina
Ya viene la goloncima
Viene la golonchína
Viene la golonclima
Ya viene la golonrima
Ya viene la golonrisa
La golonniña
La golongira
La golonlira
La golonbrisa
La golonchilla
Ya viene la golondía
Y la noche encoge sus uñas como el leopardo
Ya viene la golontrina
Que tiene un nido en cada uno de los dos calores
Como yo lo tengo en los cuatro horizontes
Viene la golonrisa
Y las olas se levantan en la punta de los pies

Viene la golonniña
Y siente un vahído la cabeza de la montaña
Viene la golongira
Y el viento se hace parábola de sílfides en orgía
Se llenan de notas los hilos telefónicos
Se duerme el ocaso con la cabeza escondida
Y el árbol con el pulso afiebrado

Pero el cielo prefiere el rodoñol
Su niño querido el rorreñol
Su flor de alegría el romiñol
Su piel de lágrima el rofañol
Su garganta nocturna el rosolñol
El rolañol
El rosiñol

No hay tiempo que perder
El buque tiene los días contados
Por los hoyos peligrosos que abren las estrellas en
( el mar
Puede caerse al fuego central
El fuego central con sus banderas que estallan de
( cuando en cuando
Los elfos exacerbados soplan las semillas y me
( interrogan
Pero yo sólo oigo las notas del alhelí
Cuando alguien aprieta los pedales del viento
Y se presenta el huracán
El río corre como un perro azotado
Corre que corre a esconderse en el mar
Y pasa el rebaño que devasta mis nervios
Entonces yo sólo digo
Que no compro estrellas en la nochería
Y tampoco olas nuevas en la marería
Prefiero escuchar las notas del alhelí
Junto a la cascada que cuenta sus monedas
O el bromceo del aeroplano en la punta del cielo
O mirar el ojo del tigre donde sueña una mujer
( desnuda
Porque si no la palabra que viene de tan lejos
Se quiebra entre los labios

Yo no tengo orgullos de campanario
Ni tengo ningún odio petrificado
Ni grito como un sombrero afectuoso que viene
( saliendo del desierto
Digo solamente
No hay tiempo que perder
El vizir con lenguaje de pájaro
Nos habla largo largo como un sendero
Las caravanas se alejan sobre su voz
Y los barcos hacia horizontes imprecisos
Él devuelve el oriente sobre las almas
Que toman un oriente de perla
Y se llenan de fósforos a cada paso
De su boca brota una selva
De su selva brota un astro
Del astro cae una montaña sobre la noche
De la noche cae otra noche
Sobre la noche del vacío
La noche lejos tan lejos que parece una muerta
( que se llevan
Adiós hay que decir adiós
Adiós hay que decir a Dios
Entonces el huracán destruido por la luz de la
lengua
Se deshace en arpegios circulares
Y aparece la luna seguida de algunas gaviotas
Y sobre el camino
Un caballo que se va agrandando a medida que
( se aleja

Darse prisa darse prisa
Están prontas las semillas
Esperando una orden para florecer
Paciencia ya luego crecerán
Y se irán por los senderos de la savia
Por su escalera personal
Un momento de descanso
Antes del viaje al cielo del árbol
El árbol tiene miedo de alejarse demasiado
Tiene miedo y vuelve los ojos angustiados
La noche lo hace temblar
La noche y su licantropía
La noche que afila sus garras en el viento
Y aguza los oídos de la selva
Tiene miedo digo el árbol tiene miedo
De alejarse de la tierra

No hay tiempo que perder
Los iceberg que flotan en los ojos de los muertos
Conocen su camino
Ciego sería el que llorara
Las tinieblas del féretro sin límites
Las esperanzas abolidas
Los tormentos cambiados en inscripción de
( cementerio

Aquí yace Carlota ojos marítimos
Se le rompió un satélite
Aquí yace Matías en su corazón dos escualos se
( batían
Aquí yace Marcelo mar y cielo en el mismo vio-
( loncelo
Aquí yace Susana cansada de pelear contra el
( olvido
Aquí yace Teresa ésa es la tierra que araron sus
( ojos hoy ocupada por su cuerpo
Aquí yace Angélica anclada en el puerto de sus
( brazos
Aquí yace Rosario río de rosas hasta el infinito
Aquí yace Raimundo raíces del mundo son sus
( venas
Aquí yace Clarisa clara risa enclaustrado en la
( luz
Aquí yace Alejandro antro alejado ala adentro
Aquí yace Gabriela rotos los diques sube en las
( savias hasta el sueño esperando la resurrección
Aquí yace Altazor azor fulminado por la altura
Aquí yace Vicente antipoeta y mago

Ciego sería el que llorara
Ciego como el cometa que va con su bastón
Y su neblina de ánimas que lo siguen
Obediente al instinto de sus sentidos
Sin hacer caso de los meteoros que apedrean
( desde lejos
Y viven en colonias según la temporada
El meteoro insolente cruza por el cielo
El meteplata el metecobre
El metepiedras en el infinito
Meteópalos en la mirada
Cuidado aviador con las estrellas
Cuidado con la aurora
Que el aeronauta no sea el auricida
Nunca un cielo tuvo tantos caminos como éste
Ni fue tan peligroso
La estrella errante me trae el saludo de un amigo
( muerto hace diez años
Darse prisa darse prisa
Los planetas maduran en el planetas
Mis ojos han visto la raíz de los pájaros
El más allá de los nenúfares
Y el ante acá de las mariposas
¿Oyes el ruido que hacen las mandolinas al morir?
Estoy perdido
No hay más que capitular
Ante la guerra sin cuartel
Y la emboscada nocturna de estos astros
La eternidad quiere vencer
Y por lo tanto no hay tiempo que perder
Entonces
Ah entonces
Más allá del último horizonte
Se verá lo que hay que ver
La ciudad
Debajo de las luces y las ropas colgadas
El jugador aéreo
Desnudo
Frágil
La noche al fondo del océano
Tierna ahogada
La muerte ciega
Y su esplendor
Y el sonido y el sonido
Espacio la lumbrera
A estribor
Adormecido
En cruz
en luz
La tierra y su cielo
El cielo y su tierra
Selva noche
Y río día por el universo
El pájaro tralalí canta en las ramas de mi cerebro
Porque encontró la clave del eterfinifrete
Rotundo como el unipacio y el espaverso
Uiu uiui
Tralalí tralalá
Aia ai ai aaia i i

Autor del poema: Vicente Huidobro

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A LA VACUNA

Vasconcelos ilustre, en cuyas manos
el gran monarca del imperio ibero
las peligrosas riendas deposita
de una parte preciosa de sus pueblos;
tú que, de la corona asegurando
en tus vastas provincias los derechos,
nuestra paz estableces, nuestra dicha
sobre inmobles y sólidos cimientos;
iris afortunado que las negras
nubes que oscurecían nuestro cielo
con sabias providencias ahuyentaste,
el orden, la quietud restituyendo;
órgano respetable, que al remoto
habitador de este ignorado suelo
con largueza benéfica trasmites
el influjo feliz del solio regio;
digno representante del gran Carlos,
recibe en nombre suyo el justo incienso
de gratitud, que a su persona augusta,
tributa la ternura de los pueblos;
y pueda por tu medio levantarse
nuestra unánime voz al trono excelso,
donde, cual numen bienhechor, derrama
toda especie de bien sobre su imperio;
sí, Venezuela exenta del horrible
azote destructor, que, en otro tiempo
sus hijos devoraba, es quien te envía
por mi tímido labio sus acentos.

¿Venezuela? Me engaño. Cuantos moran
desde la costa donde el mar soberbio
de Magallanes brama enfurecido,
hasta el lejano polo contrapuesto;
y desde aquellas islas venturosas
que ven precipitarse al rubio Febo
sobre las ondas, hasta las opuestas
Filipinas, que ven su nacimiento,
de ternura igualmente poseídos,
sé que unirán gustosos a los ecos
de mi musa los suyos, pregonando
beneficencia tanta al universo.
Tal siempre ha sido del monarca hispano
el cuidadoso paternal desvelo
desde que las riberas de ambas Indias
la española bandera conocieron.

Muchas regiones, bajo los auspicios
españoles produce el hondo seno
del mar; y en breve tiempo, las adornan
leyes, industrias, población, comercio.
El piloto que un tiempo las hercúleas
columnas vio con religioso miedo,
aprende nuevas rutas, y las artes
del antiguo traslada al mundo nuevo.
Este mar vasto, donde vela alguna
no vieron nunca flamear los vientos;
este mar, donde solas tantos siglos
las borrascas reinaron o el silencio,
vino a ser el canal que, trasladando
los dones de la tierra y los efectos
de la fértil industria, mil riquezas
derramó sobre entrambos hemisferios.

Un pueblo inteligente y numeroso
el lugar ocupó de los desiertos,
y los vergeles de Pomona y Flora
a las zarzas incultas sucedieron.
No más allí con sanguinarios ritos
el nombre se ultrajó del Ser Supremo,
ni las inanimadas producciones
del cincel, le usurparon nuestro incienso;
con el nombre español, por todas partes,
la luz se difundió del evangelio,
y fue con los pendones de Castilla
la cruz plantada en el indiano suelo.
Parecía completa la grande obra
de la real ternura; en lisonjero
descanso, las nacientes poblaciones
bendecían la mano de su dueño,
cuando aquel fiero azote, aquella horrible
plaga exterminadora que, del centro
de la abrasada Etiopía transmitida,
funestó los confines europeos,
a las nuevas colonias trajo el llanto
y la desolación; en breve tiempo,
todo se daña y vicia; un gas impuro
la región misma inficionó del viento;
respirar no se pudo impunemente;
y este diáfano fluido en que elemento
de salud y existencia hallaron siempre
el hombre, el bruto, el ave y el insecto,
en cuyo seno bienhechor extrae
la planta misma diario nutrimento,
corrompiose, y en vez de dones tales,
nos trasmitió mortífero veneno.
Viéronse de repente señalados
de hedionda lepra los humanos cuerpos,
y las ciudades todas y los campos
de deformes cadáveres cubiertos.
No; la muerte a sus víctimas infaustas
jamás grabó tan horroroso sello;
jamás tan degradados de su noble
belleza primitiva, descendieron
al oscuro recinto del sepulcro,
Humanidad, tus venerables restos,
la tierra las entrañas parecía
con repugnancia abrir para esconderlos.
De la marina costa a las ciudades,
de los poblados pasa a los desiertos
la mortandad; y con fatal presteza,
devora hogares, aniquila pueblos.

El palacio igualmente que la choza
se ve de luto fúnebre cubierto;
perece con la madre el tierno niño;
con el caduco anciano, los mancebos.
Las civiles funciones se interrumpen;
el ciudadano deja los infectos
muros; nada se ve, nada se escucha,
sino terror, tristeza, ayes, lamentos.
¡Qué de despojos lleva ante su carro
Tisífone! ¡Qué número estupendo
de víctimas arrastran a las hoyas
la desesperación y el desaliento!
¡Cuántos a manos mueren del más duro
desamparo! Los nudos más estrechos
se rompen ya: la esposa huye al esposo,
el hijo al padre y el esclavo al dueño.
¡Qué mucho si las leyes autorizan
tan dura división!... Tristes degredos,
hablad vosotros; sed a las edades
futuras asombroso monumento,
del mayor sacrificio que las leyes
por la pública dicha prescribieron;
vosotros, que, en desorden espantoso,
mezclados presentáis helados cuerpos,
y vivientes que luchan con la Parca,
en cuyo seno oscuro, digno asiento
hallaron la miseria y los gemidos;
mal segura prisión, donde el esfuerzo
humano, encarcelar quiso el contagio,
donde es delito el santo ministerio
de la piedad, y culpa el acercarse
a recoger los últimos alientos
de un labio moribundo, donde falta
al enfermo infelice hasta el consuelo
de esperar que a los huesos de sus padres,
se junten en el túmulo sus huesos.
Tú también contemplaste horrorizada
de aquella fiera plaga los efectos;
tú, mar devoradora, donde ejercen
la tempestad y los airados Euros
imperio tan atroz, donde amenaza,
aliado con los otros tu elemento
cada instante un naufragio; entonces diste
nuevo asunto al pavor del marinero;
entonces diste a la severa Parca
duplicados tributos. De su seno,
las apestadas naves vomitaron
asquerosos cadáveres cubiertos
de contagiosa podre. El desamparo
hizo allí más terrible, más acerbo
el mortal golpe; en vano solicita
evitar en la tierra tan funesto
azote el navegante; en vano pide
el saludable asilo de los puertos,
y reclamando va por todas partes
de la hospitalidad los santos fueros;
las asustadas costas le rechazan,
Pero corramos finalmente el velo
a tan tristes objetos, y su imagen
del polvo del olvido no saquemos,
sino para que, en cánticos perennes,
bendigan nuestros labios al Eterno,
que ya nos ve propicio, y, al gran Carlos,
de sus beneficencias instrumento.

Suprema Providencia, al fin llegaron
a tu morada los llorosos ecos
del hombre consternado, y levantaste
de su cerviz tu brazo justiciero;
admirable y pasmosa en tus recursos,
tú diste al hombre medicina, hiriendo
de contagiosa plaga los rebaños;
tú nos abriste manantiales nuevos
de salud en las llagas, y estampaste
en nuestra carne un milagroso sello
que las negras viruelas respetaron.
Jenner es quien encuentra bajo el techo
de los pastores tan precioso hallazgo.
Él publicó gozoso al universo
la feliz nueva, y Carlos distribuye
a la tierra la dádiva del cielo.

Carlos manda; y al punto una gloriosa
expedición difunde en sus inmensos
dominios el salubre beneficio
de aquel grande y feliz descubrimiento.
Él abre de su erario los tesoros;
y estimulado con el alto ejemplo
de la regia piedad, se vigoriza
de los cuerpos patrióticos el celo.
Él escoge ilustrados profesores
y un sabio director, que, al desempeño
de tan honroso cargo, contribuyen
con sus afanes, luces y talento.
¡Ilustre expedición! La más ilustre
de cuantas al asombro de los tiempos
guardó la humanidad reconocida;
y cuyos salutíferos efectos,
a la edad más remota propagados,
medirá con guarismos el ingenio,
cuando pueda del Ponto las arenas,
o las estrellas numerar del cielo.
Que de polvo se cubran para siempre
estos tristes anales, donde advierto
sobre humanas cenizas erigidos
de una bárbara gloria los trofeos.

Expedición famosa, tú desluces,
tú sepultas en lóbrego silencio
aquellas melancólicas hazañas,
que la ambición y el fausto sugirieron;
tú, mientras que guerreros batallones
en sangre van sus pasos imprimiendo,
y sobre estragos y rüina corren
a coronarse de un laurel funesto,
ahuyentas a la Parca de nosotros
a costa de fatigas y desvelos;
y en galardón recibes de tus penas
el llanto agradecido de los pueblos.
Con destrucción, cadáveres y luto,
marcan su infausta huella los guerreros;
y tú, bajo tus pies, por todas partes,
la alegría derramas y el consuelo.
A tu vista, los hórridos sepulcros
cierran sus negras fauces; y sintiendo
tus influjos, vivientes nuevos brota
con abundancia inagotable el suelo.
Tú, mientras la ambición cruza las aguas
para llevar su nombre a los extremos
de nuestro globo, sin pavor arrostras
la cólera del mar y de los vientos,
por llevar a los pueblos más lejanos
que el sol alumbra, los favores regios,
y la carga más rica nos conduces
que jamás nuestras costas recibieron.
La agricultura ya de nuevos brazos
los beneficios siente, y a los bellos
días del siglo de oro, nos traslada;
ya no teme esta tierra que el comercio
entre sus ricos dones le conduzca
el mayor de los males europeos;
y a los bajeles extranjeros, abre
con presuroso júbilo sus puertos.
Ya no temen, en cambio de sus frutos,
llevar los labradores hasta el centro
de sus chozas pacíficas la peste,
ni el aire ciudadano les da miedo.
Ya con seguridad la madre amante
la tierna prole aprieta contra el pecho,
sin temer que le roben las viruelas
de su solicitud el caro objeto.
Ya la hermosura goza el homenaje
que el amor le tributa, sin recelo
de que el contagio destructor, ajando
sus atractivos, le arrebate el cetro.
Reconocidos a tan altas muestras
de la regia bondad, nuestros acentos
de gratitud a los remotos días
de la posteridad trasmitiremos.
Entonces, cuando el viejo a quien agobia
el peso de la edad pinte a sus nietos
aquel terrible mal de las viruelas,
y en su frente arrugada, muestre impresos
con señal indeleble los estragos
de tan fiero contagio, dirán ellos:
«Las virüelas, cuyo solo nombre
con tanto horror pronuncias, ¿qué se han hecho?»
Y le responderá con las mejillas
inundadas en lágrimas de afecto:
«Carlos el Bienhechor, aquella plaga
desterró para siempre de sus pueblos».
¡Sí, Carlos Bienhechor! Este es el nombre
con que ha de conocerte el universo,
el que te da Caracas, y el que un día
sancionará la humanidad y el tiempo.
De nuestro labio, acéptale gustoso
con la expresión unánime que hacemos
a tu persona y a la augusta Luisa
de eterna fe, de amor y rendimiento.
Y tú que del ejército dispones
en admirables leyes el arreglo,
y el complicado cuerpo organizando
de la milicia, adquieres nombre eterno;
tú, por quien de la paz los beneficios
disfruta alegre el español imperio,
y a cuya frente vencedora, honroso
lauro los cuerpos lusitanos dieron;
tú, que, teniendo ya derechos tantos
a nuestro amor, al público respeto
y a la futura admiración, añades
a tu gloriosa fama timbres nuevos,
protegiendo, animando la perpetua
propagación de aquel descubrimiento,
grande y sabio Godoy, tú también tienes
un lugar distinguido en nuestro pecho.
Y a ti, Balmis, a ti que, abandonando
el clima patrio, vienes como genio
tutelar, de salud, sobre tus pasos,
una vital semilla difundiendo,
¿qué recompensa más preciosa y dulce
podemos darte? ¿Qué más digno premio
a tus nobles tareas que la tierna
aclamación de agradecidos pueblos
que a ti se precipitan? ¡Oh, cuál suena
en sus bocas tu nombre!... ¡Quiera el Cielo,
de cuyas gracias eres a los hombres
dispensador, cumplir tan justos ruegos;
tus años igualar a tantas vidas,
como a la Parca roban tus desvelos;
y sobre ti sus bienes derramando
Con largueza, colmar nuestros deseos!

Autor del poema: Andrés Bello

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