36 Poemas clásicos 

A LIDIA

Por todos los dioses te lo ruego, dime, Lidia, ¿por qué precipitas con tu amor la ruina de Síbaris? ¿Por qué odia ya el campo de Marte, donde sufrió mil veces las molestias del polvo y el sol? ¿Por qué no cabalga esforzado entre sus compañeros, ni reprime la fogosidad del bridón galo con el freno de dientes de lobo?¿Por qué teme cruzar las rojas ondas del Tíber, y el aceite de los atletas le infunde más horror que el veneno de las víboras? ¿Por qué no muestra en sus brazos las señales lívidas de las armas, ni se gloría de arrojar el disco o el venablo más allá del término señalado?¿Por qué se esconde como el hijo de la marina Tetis, según es fama, antes de la ruina lastimosa de Troya, para no lanzarse, vistiendo la armadura, a la matanza contra las falanges de Licia?

Autor del poema: Quinto Horacio Flaco

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DIONISOS

Y Dionisos el de cabello de oro se casó con la rubia Ariadna, hija de Minos, y la desposo en la flor de la juventud, y el Cronión la puso al abrigo de la vejez y la hizo inmortal.

Autor del poema: Hesiodo

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ANTES QUE TODAS LAS COSAS FUE CAOS (TEOGONÍA)

Antes que todas las cosas fue Caos; y después Gea la de amplio seno, asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado
Olimpo y él Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los Dioses Inmortales, que rompe las fuerzas, y que de todos los Dioses y de todos los hombres domeña la inteligencia y la sabiduría en sus pechos.

Autor del poema: Hesiodo

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ANTE TODO (INICIO DE LA TEOGONÍA)

Ante todo, cantemos a las Musas Heliconiadas que del Helicón habitan la enorme y santa montaña, y con sus pies ligeros danzan en torno a la fuente violeta y al altar del poderosísimo Cronión; y que, tras de lavar su cuerpo delicado en el Permeso, o en la Hipocrene, o en el Olmeo sagrado, sobre la cumbre del Helicón, forman encantadores coros y agitan los pies rápidamente.

Autor del poema: Hesiodo

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APOLO Y DAFNE

El primer amor de Febo: Dafne la Peneia, que no
se lo dio el azar ignorante, sino la salvaje ira de Cupido.
El Delio a él, hacía poco, por su vencida sierpe soberbio,
lo había visto, doblando los cuernos para tensar el nervio,
y '¿Qué tienes tú, lascivo niño, con las fuertes armas?'
había dicho: 'esas son cargas decentes para los hombros nuestros,
que darlas certeras a una fiera, dar heridas podemos al enemigo,
que al que ora con su calamitoso vientre tantas yugadas hundía,
hemos derribado, de innumerables saetas henchido, a Pitón.
Tú con tu antorcha no sé qué amores conténtate
con irritar, y no las loas reclames nuestras.'
El hijo a él de Venus 'Atraviese el tuyo todo, Febo,
a ti mi arco' dice, 'y cuanto los seres ceden
todos al dios, tanto menor es tu gloria a la nuestra.'
Dijo, y rasgando el aire a golpes de sus alas,
diligente, en el umbroso recinto del Parnaso se posó,
y de su saetífera aljaba aprestó dos dardos
de diversas obras: ahuyenta este, causa aquel el amor.
El que lo causa de oro es y en su cúspide fulge aguda.
El que lo ahuyenta obtuso es y tiene bajo la caña plomo.
Este el dios en la ninfa Peneide clavó, mas con aquel
hirió de Apolo, pasados a través sus huesos, las medulas.
En seguida el uno ama, huye la otra del nombre de un amante,
de las guaridas de las espesuras, y de los despojos de las cautivas
fieras gozando, y émula de la innupta Febe.
Con una cinta sujetaba, puestos sin ley, sus cabellos.
Muchos la pretendieron; ella, rechazando a los pretendientes,
sin soportar ni conocer varón, bosques no hollados lustra
y de qué sea el Himeneo, qué el Amor, qué el matrimonio, no cura.
A menudo su padre le dijo: 'Un yerno, hija, me debes,'
a menudo su padre le dijo: 'Me debes, niña, unos nietos.'
Ella, como un crimen las teas odiando conyugales,
su pulcro rostro teñía de un verecundo rubor
y de su padre en el cuello prendida con tiernos brazos:
'Dame, padre queridísimo' dijo 'de una perpetua
virginidad disfrutar: dio esto su padre antes a Diana.'
Él, ciertamente, obedece, pero a ti el decor este, lo que deseas
prohíbe que sea, y con tu voto tu hermosura pugna.
Febo ama, y al verla desea las bodas de Dafne,
y lo que desea espera, y sus propios oráculos le engañan;
y como las leves cañas sahúman, despojadas de sus espigas,
como con las hachas los cercados arden, que al acaso un caminante
o demasiado acercó o ya a la luz abandonó,
así el dios en llamas se vuelve, así en su pecho todo
se abrasa, y estéril, esperando, nutre un amor.
Contempla no ornados de su cuello pender los cabellos
y '¿Qué si se los peinara?,' dice. Ve de fuego brillantes,
a estrellas semejantes sus ojos, ve sus labios, que no
es haber visto bastante; alaba sus dedos y manos
y brazos, y desnudos en más de media parte sus hombros;
si algo está oculto, mejor lo cree. Huye más veloz que el aura
ella leve y no ante estas palabras del que la revoca se detiene:
'¡Ninfa, te lo ruego, del Peneo, espera! No te sigue un enemigo,
¡ninfa, espera! Así la cordera al lobo, así la cierva al león,
así al águila con su ala huyen temblorosa las palomas,
a los enemigos cada uno suyos: el amor es para mí la causa de seguirte.
Triste de mí, no de bruces te caigas o indignas de herirse
tus piernas señalen las zarzas y sea yo para ti causa de dolor.
Ásperos, por los que te apresuras, los lugares son: más despacio, te ruego,
corre y tu fuga inhibe, que más despacio persiga yo.
A quién complaces pregunta, con todo: no un paisano del monte,
no yo soy un pastor, no aquí reses y greyes,
hórrido, vigilo. No sabes, temeraria, no sabes
a quién huyes y por eso huyes: a mí la délfica tierra
y Claros y Ténedos y los reales de Pátara me sirven;
Júpiter es mi padre; por mí lo que será, y ha sido,
y es se revela; por mí concuerdan las canciones con los nervios.
Cierta, en verdad, la nuestra es: que la nuestra, con todo, una saeta
más cierta hay, la que en mi vacío pecho estas heridas hizo.
Invento la medicina mío es, y auxiliador por el orbe
me llaman, y de las hierbas la potencia sometida está a nos.
¡Ay de mí, que por ningunas el amor es sanable hierbas,
y no sirven a su dueño, las que sirven a todos, artes!'
Del que más iba a hablar con tímida carrera la Peneia
huye, y con él mismo sus palabras inacabadas deja,
entonces también pareciendo hermosa; desnudaban su cuerpo los vientos,
y las brisas opuestas hacían vibrar sus ropas a su encuentro,
y leve el aura atrás daba, empujados, sus cabellos,
y acreciose su hermosura con la huida. Pero entonces no soporta más
perder sus ternuras el joven dios y, como aconsejaba
el propio Amor, a tendido paso sigue sus plantas.
Como el perro, en un vacío campo, cuando una liebre, el galgo,
vio, y este su presa con los pies busca, aquella su salvación;
el uno, como quien está a punto de cogerla, ya, ya tenerla
espera, y con su extendido morro roza sus plantas;
la otra en la duda está de si ya ha sido apresada, y de los propios
mordiscos se arranca y la boca que le toca atrás deja:
así el dios y la virgen; es él por la esperanza raudo, ella por el temor.
Sin embargo el que persigue, por las alas ayudado del Amor,
más veloz es, y el descanso niega, y a la espalda de la fugitiva
acecha, y sobre su pelo, esparcido por su cuello, alienta.
Sus fuerzas ya consumidas, palideció ella, y vencida
por la fatiga de la rápida huida, contemplando las peneidas ondas
'Presta, padre,' dice 'ayuda; si las corrientes numen tenéis,
por la que demasiado complací, mutándola, pierde mi figura.'
Apenas la plegaria acabó un torpor grave ocupa su cuerpo,
su muelle torso se ciñe de una tenue corteza,
en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen,
el pie, ora tan veloz, con morosas raíces se prende,
su cara copa tiene: permanece su nitor solo en ella.
A esta también Febo ama, y, puesta en su madero su diestra,
siente todavía trepidar bajo la nueva corteza su pecho,
y estrechando en sus brazos esas ramas, como a miembros,
besos da al leño; rehúye en cambio sus besos el leño.
Al cual el dios: 'Mas, puesto que esposa mía no puedes ser,
el árbol serás, ciertamente' dijo 'mío. Siempre te tendrán
a ti mi pelo, a ti mis cítaras, a ti nuestras, laurel, aljabas;
Tú a los generales Lacios asistirás cuando su alegre voz
el Triunfo cante, y divisen los Capitolios las largas pompas;
en los postes Augustos tú misma, fidelísisma guardiana,
ante sus puertas estarás, y la encina central guardarás,
y como mi cabeza es juvenil por sus intonsos cabellos,
tú también perpetuos siempre lleva de la fronda los honores.'
Había acabado Peán: con sus recién hechas ramas la láurea
asiente y, como una cabeza, pareció agitar su copa.

Autor del poema: Ovidio

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DESDE LA ISLA DE PÉLOPE ACUDID

Desde la isla de Pélope acudid,
de Zeus y Leda vástagos valientes;
mostraos con espíritu benévolo,
Cástor y Pólux.
Vosotros, que la tierra inmensa y todo el mar
atravesáis en rápidos corceles,
y al hombre fácilmente arrebatáis
la fría muerte,
saltando a lo alto de los bien bancados barcos,
y traéis, refulgiendo desde lejos,
la luz en la penosa noche para
la negra nave.

Autor del poema: Alceo de Mitilene

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ÉGLOGA III. DAMETAS, MENALCAS, PALEMÓN

Los pastores Menalcas y Dametas, después de decirse groseras injurias, se desafían a cantar. Elegido Palemón árbitro de la contienda, no se atreve a decidirla.

(Menalcas. Dametas. Palemón)

MENALCAS
Dime, Dametas: ¿de quién es ese rebaño? ¿Acaso de Melibeo?
DAMETAS
No; es de Egón, que me lo confió pocos días ha.
MENALCAS
¡Rebaño siempre infeliz! Mientras su dueño se está al lado de Nerea, recelándose de verme preferido, aquí extraño pastor ordeña dos veces en cada hora sus ovejas, quitando así la sustancia al ganado y la leche a los corderos.
DAMETAS
Cuenta que tales denuestos no se dicen a hombres. Ya sabemos lo que te... cuando tus chivos te miraron de reojo... y en cuál gruta sagrada..., pero indulgentes las ninfas lo echaron a risa.
MENALCAS
Sería cuando me vieron cortar con maligna podadera los arbolillos y los majuelos nuevos de Micón.
DAMETAS
O aquí, junto a estas añosas hayas, cuando rompiste el arco y la zampoña de Dafnis, que mirabas con envidia, perverso Menalcas, porque sabías que se los habían regalado, y si no hubieras cebado en algo tu ira, de seguro te mueres.
MENALCAS
¡Qué no harán los amos cuando a tanto se atreven los siervos! ¡Acaso no te vi yo, malvado, sustraer con tretas un cabrito de Damón, mientras ladraba Licisca a todo ladrar? Y cuando yo gritaba: "¿Adónde se escapa ése? ¡Títiro, recoge el hato!", tú te escondías detrás de los carrizales.
DAMETAS
¿Por que, puesto que le vencí en el canto, no me entregaba aquel cabrito que le gané con mis versos al son de mi zampoña? Mía fue, si lo ignoras, aquella res, y el mismo Damón me lo confesaba; pero se negaba a devolvérmela.
MENALCAS
¡Tú vencerle en el canto! ¿Supiste tú nunca tañer las cañas unidas con cera? ¿No andabas tú, ignorante, sembrando despreciables versos por las callejuelas con tu rechinante caña?
DAMETAS
¿Quieres que probemos a ver alternativamente de lo que es capaz cada uno de nosotros? Yo apuesto esta becerrilla (y para que no la tengas en menos, te dire que se deja ordeñar dos veces al día y está criando dos chotos); dime ahora que prenda empeñas en la lid.
MENALCAS
Nada me atrevo a apostar contigo de mi rebaño, porque tengo un padre y una desabrida madrastra que dos veces cada día me cuentan ambos las reses, y uno de ellos en particular las crías; pero supuesto que das en esa locura, apostaré, y tú mismo confesarás que es prenda de mucho mas valor, dos copas de haya cinceladas por mano del divino Alcidemón, en las cuales una flexible vid, torneada de relieve en derredor con fácil giro, cubre los racimos mezclados con la pálida hiedra. En medio tienen dos figuras: una la de Conón y... ¿cuál fue aquel otro que trazó con el compás toda la redondez de la tierra habitada y señaló la época propia para los segadores y la que conviene al encorvado arador? Todavía no las he acercado a mis labios y las conserve bien guardadas.
DAMETAS
También para mi labró Alcidemón dos copas, cuyas asas rodeó con blando acanto y esculpió en el centro a Orfeo y a las selvas que le van siguiendo. Todavía no las he acercado a mis labios y las conserve bien guardadas. Si con mi novilla las comparas, verás que no hay razón para alabarlas tanto.
MENALCAS
No esperes escapárteme hoy; a todo me allano; óiganos solamente aquel que viene hacia aquí. Palemón es; yo haré que a nadie en adelante desafíes a cantar.
DAMETAS
Pues comienza si algo tienes que decir; por mi no habrá demora. Yo a nadie recuso; solo es preciso, vecino Palemón, que nos escuches con atención suma, porque la cosa es grave.
PALEMÓN
Cantad, puesto que estamos sentados sobre la blanda hierba. Ahora florecen las campiñas y los árboles, ahora las selvas se ven cubiertas de hoja; el año está ahora en toda su hermosura. Empieza, Dametas; tú, Menalcas, le seguirás después. Cantad alternativamente; los cantares alternados gustan a las Musas.
DAMETAS
Empecemos por Júpiter, ¡oh Musas! De Júpiter están llenas todas las cosas. Él fecunda las tierras, él inspira mis cantos.
MENALCAS
Y a mí me protege Febo; por eso tengo siempre ofrendas para él, laureles y el suave encendido jacinto.
DAMETAS
Galatea, niña traviesa, me tira una manzana y huye hacia los sauces, mas antes de esconderse procura que la vea.
MENALCAS
De propio grado se me ofrece Amintas, mi amor, y tanto que la misma Delia no es ya mas conocida de mis perros.
DAMETAS
Dispuestas tengo las ofrendas para mi Venus, porque conozco bien el sitio donde anidan las ligeras palomas torcaces.
MENALCAS
Diez pomas de oro, cogidas por mí del árbol, he enviado a mi zagal. No pude más; mañana le enviaré otras tantas.
DAMETAS
¡0h, cuántas y cuán dulces cosas me ha dicho Galatea! Llevad, ¡oh vientos!, una parte de ellas a los oídos de los dioses.
MENALCAS
¡De qué me vale, Amintas, que no me desdeñes, si mientras tú acosas a los jabalíes yo me quedo guardando las redes?
DAMETAS
Envíame mi Filis; hoy es mi natalicio, Iolas; cuando inmole una becerra para alcanzar buenas mieses, ven tú.
MENALCAS
¡Oh Iolas! Amo sobre todas a Filis, porque lloró cuando me partí, y en un largo adiós: "¡Adiós -me dijo-, gentil Menalcas!"
DAMETAS
Terribles son el lobo para los rediles, los aguaceros para las mieses maduras, los vendavales para los árboles y para mí el enojo de Amarilis.
MENALCAS
Grata es la lluvia para los sembrados, grato es el madroño a los destetados cabritillos; el flexible sauce es grato a las preñadas ovejas. Para mí solo es grato Aminta.
DAMETAS
Polión gusta de mis cantos, aunque pastoriles. Musas, apacentad una novilla para vuestro lector.
MENALCAS
También Polión compone versos por nuevo estilo. ¡Oh Musas!, apacentad para él un novillo que embista ya y esparza al viento la arena con los pies.
DAMETAS
El que bien te quiera, ¡oh Polión!, venga adonde se regocije de verte; para él corran arroyos de miel; produzca amomos para él la punzante zarza.
MENALCAS
El que no deteste a Bavio, guste de tus versos, Mevio, y unza al yugo raposas y ordeñe machos cabríos.
DAMETAS
Vosotros, mancebos, los que andáis cogiendo flores y la humilde fresa, huid de aquí; la fría culebra se oculta debajo de la hierba.
MENALCAS
Guay, ovejuelas, detened el paso; no es segura la orilla; los mismos carneros están ahora secando su vellón.
DAMETAS
Aparta del río mis cabras, Títiro; yo mismo, cuando sea sazón, las lavaré todas en la fuente.
MENALCAS
Zagales, recoged las ovejas; si el calor les seca la leche, vanamente las ordeñaremos como antes.
BAMETAS
¡Ay! ¡Ay!, ¡cuán flaco está mi toro en medio de estos abundosos pastos! La misma pasión de amor trae perdidos al ganado y al ganadero.
MENALCAS
No es, por cierto, causa el amor de que mis ovejas estén en los huesos; yo no sé quién aoja a mis tiernos corderillos.
DAMETAS
Dime, y serás para mí el grande Apolo, en qué tierras no se ven mas que tres brazas de cielo.
MENALCAS
Dime en qué tierras nacen las flores llevando estampados los nombres de los reyes, y Filis será para ti solo.
PALEMÓN
No me es dado ajustar entre vosotros tan porfiadas lides; ambos merecéis la novilla, como cualquiera otro que o tema dulces amores o los experimente amargos. Zagales, cerrad ya las acequias; bastante han bebido los prados.

Autor del poema: Virgilio

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Y ZEUS SUJETÓ A PROMETEO

Y Zeus sujetó con cadenas sólidas al sagaz Prometeo, y le ató con duras ligaduras alrededor de una columna. Y le envió un águila de majestuosas alas que le comía su hígado inmortal. Y durante la noche renacía la parte que le había comido durante todo el día el ave de alas desplegadas. Pero el hijo vigoroso de alemana la de hermosos pies, Heracles, mató al águila, y ahuyentó este mal horrible lejos
del Yapeteonida, y le libró de este suplicio. Y esto no fue contra la voluntad de Zeus Olímpico que reina en las alturas, sino a fin de que la gloria de Heracles, nacido en Tebas, fuese todavía mayor sobre la tierra sustentadora. Así, queriendo honrar a
su ilustrísimo hijo, renunció a la cólera que concibiera en otro tiempo contra Prometeo, quien había luchado con astucias contra el poderoso Cronión.

Autor del poema: Hesiodo

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DEMETER

Demeter, la más ilustres de las Diosas, parió a Pluto, tras unirse de amor al héroe Jasio en un campo labrado tres veces, en la fértil Creta; al buen Pluto, que va por toda la tierra y por el ancho lomo del mar. Y a todo hombre con quien se encuentra o que se acerca a el le hace rico y le otorga una gran felicidad.

Autor del poema: Hesiodo

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EL CELOSO PRUDENTE (FRAGMENTO)

A tan segura firmeza,
tan nunca visto valor,
tan no esperada grandeza,
¿qué mucho triunfe tu amor
de la mudanza y pobreza?
Sólo Sigismundo es
quien nombre puede adquirir
de amante firme y cortés
que el hacer junta al decir
y da afrenta al interés.
Ya por él perfeto queda
el amor, a quien obliga
a que estimarse en más pueda,
que estaba lleno de liga
como la baja moneda
y en el fuego del valor
con que su fama acredito
sabe apartar del amor
la mezcla del apetito
para acendrarle mejor.
A amar tu pobreza vino,
quilatando su decoro;
que amor desnudo y divino
cuanto está más limpio de oro,
tanto es más perfeto y fino.
Injuria, hermana, me has hecho
el tiempo que no me has dado
cuenta de tu honra y provecho.

Autor del poema: Tirso de Molina

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Desde el 21 hasta el 30 de un total de 36 Poemas clásicos

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