LOS ESPEJOS DEL ALMA 

Desde la más remota antigüedad, los ojos han servido de
tema para poemas, ensayos, proverbios, leyendas, etcétera.
Los de Cleopatra (que se los maquillaba mucho, como las
elegantes modernas) eran tan célebres como su nariz y deben de haber desempeñado también un papel importante
en el cambio de destino de la humanidad.
La moda actual –insensata en tantos aspectos–, al menos
por lo que se refiere a los ojos, demuestra haber comprendido su importancia para destacar la belleza de un rostro.
En efecto, nunca ha habido tanto refinamiento en el maquillaje de los ojos como ahora. Su forma es subrayada y
alargada con trazos de lápiz; el rímel, que hasta hace bien
poco tiempo se limitaba al negro y al marrón, hoy se encuentra en los más variados matices de verde, azul, violeta
o gris, y un muestrario de sombras para ojos recuerda la
paleta de un pintor abstracto.
Pero no sólo eso. Recientemente en París han salido sombras doradas y plateadas para la noche. Y Josephine Baker,
la famosa cantante y bailarina «café au lait», ha lanzado la
moda de pegarse sobre cada párpado una pequeña piedra
preciosa. De esta manera, cualquiera que quiera tomarse
esa molestia (un trabajo casi de orfebre) podrá exhibir una
mirada refulgente...
En cuanto a las pestañas postizas, en otro tiempo usadas
sólo por las actrices en el escenario o en la pantalla, su uso
se está difundiendo cada vez más, incluso de día.
Para que los ojos sean bellos, no basta, sin embargo, que
sean grandes, que tengan un color especial o que estén maquillados con cuidado. Es necesario que en ellos haya algo
más. Porque, al ser «los espejos del alma», deben reflejar
dulzura, comprensión, inteligencia.
En resumen, más importante que los ojos es la mirada.

Autor del poema: Clarice Lispector

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