17 Poemas simbolistas 

CROQUIS PARISIENSE

Sobre las fachadas pintaba la luna
con tintes de zinc, ángulos obtusos;
salen de los techos de las chimeneas,
en forma de cinco, penachos de humo.

El cielo está gris, llora la llovizna
igual que un fagot,
y maúlla a lo lejos un gato encelado
por su zapaquilda su extraña canción.

Yo pensando en Fidias, soñando en Platón,
errante mi paso por las calles va
—y con Marathón y con Salamina—
mientras parpadean las luces del gas.

Autor del poema: Paul Verlaine

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VOCALES

A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales
algún día diré vuestro nacer latente:
negro corsé velludo de moscas deslumbrantes,
A, al zumbar en tomo a atroces pestilencias,

calas de umbría; E, candor de pabellones
y naves, hielo altivo, reyes blancos, ombelas
que tiemblan. I, escupida sangre, risa de ira
en labio bello, en labio ebrio de penitencia;

U, ciclos, vibraciones divinas, verdes mares,
paz de pastos sembrados de animales, de surcos
que la alquimia ha grabado en las frentes que estudian.

O, Clarín sobrehumano preñado de estridencias
extrañas y silencios que cruzan Mundos y Ángeles:
O, Omega, fulgor violeta de Sus Ojos.

Autor del poema: Arthur Rimbaud

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LA TUMBA DE EDGAR POE

Como la eternidad lo transforma en Sí mismo,
El poeta se yergue con la desnuda espada
Sobre un siglo aterrado por el que fue ignorada
La muerte que triunfaba en esa voz de abismo.

Vil sobresalto de hidra que al ángel oyó dar
Al habla de la tribu un sentido más puro,
En voz alta anunciaron el bebido conjuro
De una negra mixtura en un innoble mar.

La tierra sea hostil, la nube nos repruebe,
Si no esculpe con ellos nuestra idea un relieve
Que la tumba de Poe de su belleza invista.

Mole calma caída de un cataclismo oscuro,
Que este granito muestre para siempre su arista
A los vuelos de la Blasfemia en el futuro.

Autor del poema: Stéphane Mallarmé

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EFECTO DE NOCHE

La noche. Llueve. Un cielo siniestro. Se destacan
los perfiles borrosos de góticas iglesias
con sus agujas místicas y sus torres de espuma...
Una ciudad antigua allá a lo lejos sueña.
La llanura... Un patíbulo con racimos de ahorcados
renegridos, horribles, con la cárdena lengua
en una mueca trágica de burla, sacudidos
a compás, por los ávidos picos de las cornejas.
Y sus piernas moradas, mordidas por los lobos,
danzan en el espacio zarabandas grotescas.
Espesos jaramagos y zarzales hirsutos
orillan el camino con hórridas malezas
sobre un ferruginoso fondo de pesadilla.
Después, tres prisioneros, cargados de cadenas,
harapientos, en medio de un pelotón de guardias,
cuyos rectos fusiles, como hierros de verja,
a contraviento de las lanzas de la lluvia
fulguran y se clavan en la noche siniestra.

Autor del poema: Paul Verlaine

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Las 13 flores lunares

Enviado por mikkylafey  Seguir

Comí el corazón del Rebis,
con el andrógino y su voto a mí,
soberano de la horizontal, su hechizo,
que te prestas esta noche con nosotros
como un hijo protegido y amado
de la noche, del manto de justicia
el palacio cubierto del manto negro.
Y ante la herida del recuerdo;
Tu memoria jamás será filosa, no cortará
esa alma tan bella, llena de grandeza
te haré fuerte, estaré contigo,
dormirás sobre mi pecho,
despertarás así te abrazaré con mi magia
renovando tu sangre, sin delirios te fijarás
en los detalles de una nueva Historia
La historia que habla de dos reinos
trabajando juntos, nuestras plumas
reposando muy lejos entre las nubes,
en donde llegue el ocaso de nuestras palabras.
¡Oh! Es elegante aquel estado inconexo,
hueles el vapor que brota en tu soledad,
en las regiones desconectadas y muertas,
Alguien prendió el Hades,
no se va cuando el corazón se calienta
con el anhelo;
Es un juguete al dejar al egoísmo
engrandecerse
¡Que pobreza!, es mortal sin aquel vino,
El vino destilado de nuestros días
Que beberán cuando nos iremos
Hacia el santuario,
nuestro cuerpo unido.

No nos arrancaron la vida,
es que nadie vino, se hace a un lado
el matrimonio alquímico, el secreto,
el que nos va a transformar
nos convertirá en esa gloria tejida
entre tantos templos
todos, aquellos que mostraron La Divinidad;
solo esos;
en los demás, nadie vino, fueron estorbos,
¡oh no es una despedida mortal!
Pero… pareciera que lo fuera…
con toda seguridad mi corazón sufrió
en el día lluvioso, los ojos llenos de la lluvia
con tantos relatos de flores
que crecían ya marchitas sobre asteroides
de la desdicha del demonio que pienso tanto
para luego llevarlo a vivir en mi Infierno,
prosperaría allí y lo conocería todo
Aquí en mi mundo interno,
ya crecieron en mi palacio:
Las 13 flores lunares,
que he cultivado
justo para ti
León joven,
Toma tu siesta sobre
mi Sol.

-Mikky Lafey.

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130. LA PLEGARIA DE UN PAGANO

No dejes morir tus llamas;
Caldea mi sordo corazón,
¡Voluptuosidad, cruel tormento!
Diva! supplicem exaudî!

Diosa en el aire difundida,
Llama de nuestro subterráneo,
Escucha a un alma consumida
Que alza hacia ti su férreo canto,

¡Voluptuosidad, sé mi reina!
Toma máscara de sirena
Hecha de carne y de brocado,

O viérteme tus hondos sueños
En el licor informe y místico,
¡Voluptuosidad, fantasma elástico!

Autor del poema: Charles Baudelaire

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EL BARCO EBRIO

Yo sentí al descender los impasibles Ríos
que ya no me sirgaban mis conductores rudos;
de blanco a pieles-rojas chillones y bravíos
sirvieron en los postes, clavados y desnudos.

Por las tripulaciones nunca tuve interés
y cuando terminó la cruel algarabía,
a mí, barco de trigo y de algodón inglés,
me dejaron los Ríos ir adonde quería.

Bogué en un cabrilleante furor de marejadas
más sordo e insensible que meollo de infantes
y las viejas Penínsulas por el mar desgajadas
no han sufrido vaivenes más recios y triunfantes.

La tempestad bendijo mi despertar marino.
Diez noches he bailado más leve que un tapón
sobre olas que a las víctimas abrían el camino,
sin lamentar la necia mirada de un farón.

Cual para el niño poma modorra, regodeo
fue para el agua verde este casco de pino;
dispersando el timón y perdiendo el arpeo
me lavó de inmundicias y de manchas de vino.

Desde entonces me baña el poema del mar
lactascente, infundido de astros; muchas veces,
devorando lo azul, en él se va pasar
un pensativo ahogado de turbias palideces.

Algo tiñe la azul inmensidad y delira
en ritmos lentos, bajo el diurno resplandor.
Más fuerte que el alcohol, más vasta que una lira
fermenta la amargura de las pecas de amor.

He visto las resacas, la tormenta sonora,
las corrientes, las mangas -y de todo sé el nombre-;
cual vuelo de palomas a la exaltada aurora,
y alguna vez he visto lo que cree ver el hombre.

Yo he visto al sol manchado de místicos horrores,
alumbrando cuajados violáceos sedimentos.
Cual en dramas remotos los reflujos actores
lanzaban en un vuelo sus estremecimientos.

Soñé en la noche verde de espuma y nieve ahita
-en los ojos del mar, lentos besos de amor-
y en la circulación de la savia inaudita
que arrastra áureo y azul, al fósforo cantor.

Asaltando arrecifes, un mes tras otro mes,
seguí a la marejada histérica y vesánica,
sin creer que las Marías con sus fúlgidos pies
cortaran el resuello a la jeta oceánica.

¡No sabéis... ! Dí con muchas increíbles Floridas,
con ojos de panteras y con pieles humanas
mezclábanse arcos-iris, tendidos como bridas,
al rebaño marino de las verdosas lanas.

He visto fermentar las enormes lagunas
en cuyas espadañas se pudre un Leviathán
y he visto, con bonanza, desplomándose algunas
cataratas remotas que a los abismos van...

Vi el sol de plata, el nácar del mar, el cielo ardiente,
horrores encallados en las pardas bahías
y mucha retorcida y gigante serpiente
cayendo de los árboles, con fragancias sombrías.

Quisiera yo enseñar a un niño esas doradas
de la onda azul. pescados cantores, rutilantes...
Me bandijo la espuma al salir de las radas
y el inefable viento me elevó por instantes...

Fui mártir de los polos y las zonas hastiado,
el sollozo del mar dulcificó mi arfada;
con flores amarillas ventosas fui obsequiado,
y me quedé como una mujer arrodillada.

Igual que una península llevaba las disputas
y el fimo de chillonas aves de ojos melados,
y mientras yo bogaba, de entre jarcias enjutas
bajaban a dormir, de espaldas, los ahogados.

Y yo, barco perdido entre la cabellera
de ensenadas, al éter echado por la racha,
no merecí el remolque de anseáticas veleras
ni de los monitores, nave de agua borracha.

Humeante, libre, ornado de neblinas violetas
segué el cielo rojizo con brío de segur
llevando -almíbar grato a los buenos poetas-
mis líquenes de sol y mis mocos de azur.

Las lúnulas eléctricas me fueron recubriendo,
almadía, escoltada por negros hipocampos.
Las ardientes canículas golpearon abatiendo
en trombas, a los cielos de ultramarinos lampos.

Yo que temblé al oír a través latitudes
el rugir de los Behemots y los Maelstroms en celo,
eterno navegante de azuladas quietudes,
por los muelles de Europa ahora estoy sin consuelo.

Yo vi los archipiélagos siderales que el hondo
y delirante cielo abren al bogador.
¿Te recoges tú y duermes en las noches sin fondo,
millón de aves de oro, venidero Vigor?

El acre amor me ha henchido de embriagador letargo.
Lloré mucho. Las albas son siempre lacerantes.
Toda luna es atroz y todo sol amargo.
¡Que se rompa mi quilla y vaya al mar cuanto antes!

Si yo ansío algún agua de Europa es la del charco
negro y frío en el cual, al caer la tarde rosa,
en cuclillas y triste, un niño suelta un barco
endeble y delicado como una mariposa.

Ya nunca más podré, olas acariciantes,
aventajar a otros transportes de algodón,
ni cruzando el orgullo de banderas flameantes
nadar junto a los ojos horribles de un pontón.

Autor del poema: Arthur Rimbaud

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