80 Poemas latinoamericanos 

ELLIS ISLAND

Yo imaginaba
peces inverosímiles
bajo ese mar que era -entre ocres y azules-
de un verde titubeante,
cuando el ferry ancló en Ellis Island.
Entonces,
mi corazón hiló historias de emigrantes
que pasaron por allí
llevando en su equipaje
las amadas,
pequeñas cosas:
un retrato,
un reloj,
un espejo,
los viejos libros heredados,
las semillas de la tierra que dejaron.
Hoy,
en Ellis Island,
las paredes
ennegrecidas por el tiempo
sólo guardan las memorias
de los altos,
ojiazules hombres y mujeres,
que vinieron del mar.
Hoy,
los robledales bosquejan
sus sombras en actitud litúrgica,
mientras observo desde el ferry
apagada la luz del corazón.

Autor del poema: Carmen Matute

81.82%

votos positivos

Votos totales: 11

Comparte:

A LOS POETAS BRASILEROS

Con una gran fanfarria de roncos olifantes,
con versos que imitasen un trote de elefantes
en una vasta selva de la India ecuatorial,
quisiera saludaros -hermanos en el duelo-
en las exploraciones por la tierra y el cielo,
en el martirologio de los circos del mal.

Mi Pegaso conoce los azules espacios.
Su cola es un cometa, sus ojos son topacios,
el rubio Apolo y Marte cabalgarían en él;
relinchará en los céspedes de vuestro bosque umbrío,
se abrevará en las aguas de vuestro sacro río,
y dormirá a la sombra de vuestro gran laurel!

Venir pude en la concha de Venus Citerea,
sobre el áspero lomo del león de Nemea,
en el ave de Júpiter o en un fiero dragón;
en la camella blanca de una reina de Oriente,
en el cuerpo ondulante de una alada serpiente,
a bordo de la lírica galera de Jasón.

O en la fornida espalda de un genio misterioso,
o envuelto en la vorágine de un viento proceloso,
o de una negra nube en el glacial capuz;
en la marea argentina de una luna de mayo,
asido del relámpago flamígero de un rayo,
o con los duendes gárrulos que juegan en la luz.

Mas en Pegaso vine desde remotos climas,
señor, príncipe, rey o emperador de rimas
sobre el confuso trueno del piélago febril:

¡Salve al coro de Anfiones de estas tierras fragantes!
¡A todos los orfeos del país de los diamantes!
¡A todos los que pulsan su lira en el Brasil!

Tal digo, hermanos míos en la prosapia ibérica.
Saludemos la gloria futura de la América,
que todas las espigas se junten en un haz.
Unamos nuestras liras y nuestros corazones,
que ha llegado el crepúsculo de las anunciaciones,
para que baje el ángel de la celeste paz!

Augurio de ese día se ve en el horizonte.
Hoy tres aves volaron desde un florido monte;
yo las miré perderse en el naciente albor:
un cóndor –que es el símbolo de la fuerza bravía–
un búho –que es el símbolo de la sabiduría–
y una paloma cándida –símbolo del amor–.

Dijo el Cóndor, gritando: la unión da la victoria,
el búho, en un silbido: el saber da la gloria,
la paloma, en su arrullo: el amor da la fe.
Yo –que escruto el enigma de nuestro gran destino–
ante el casual augurio del cielo matutino
siguiendo los tres pájaros en éxtasis quedé.

Pero Pegaso aguarda. Sobre su fuerte lomo
gallardamente salto en un instante, como
el Cid sobre Babieca. Me voy hacia el azur.
¿Acaso os interesa mi suerte misteriosa?
¡Buscadme en mi magnífico palacio de la Osa,
o en mi torre de oro, junto a la Cruz del Sur!

Autor del poema: Juan Ramón Molina

81.82%

votos positivos

Votos totales: 22

Comparte:

EL ENAMORADO

Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
lámparas y la línea de Durero,
las nueve cifras y el cambiante cero,
debo fingir que existen esas cosas.

Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena
sutil midió la suerte de la almena
que los siglos de hierro deshicieron.

Debo fingir las armas y la pira
de la epopeya y los pesados mares
que roen de la tierra los pilares.

Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
y mi ventura, inagotable y pura.

Autor del poema: Jorge Luis Borges

81.58%

votos positivos

Votos totales: 190

Comparte:

A LA NAVE

¿Qué nuevas esperanzas
al mar te llevan? Torna,
torna, atrevida nave,
a la nativa costa.

Aún ves de la pasada
tormenta mil memorias,
¿y ya a correr fortuna
segunda vez te arrojas?

Sembrada está de sirtes
aleves tu derrota,
do tarde los peligros
avisará la sonda.

¡Ah! Vuelve, que aún es tiempo,
mientras el mar las conchas
de la ribera halaga
con apacibles olas.

Presto erizando cerros
vendrá a batir las rocas,
y náufragas reliquias
hará a Neptuno alfombra.

De flámulas de seda
la presumida pompa
no arredra los insultos
de tempestad sonora.

¿Qué valen contra el Euro,
tirano de las ondas,
las barras y leones
de tu dorada popa?

¿Qué tu nombre, famoso
en reinos de la aurora,
y donde al sol recibe
su cristalina alcoba?

Ayer por estas aguas,
segura de sí propia,
desafiaba al viento
otra arrogante proa;

Y ya, padrón infausto
que al navegante asombra,
en un desnudo escollo
está cubierta de ovas.

¡Qué! ¿No me oyes? ¿El rumbo
no tuerces? ¿Orgullosa
descoges nuevas velas,
y sin pavor te engolfas?

¿No ves, ¡oh malhadada!
que ya el cielo se entolda,
y las nubes bramando
relámpagos abortan?

¿No ves la espuma cana,
que hinchada se alborota,
ni el vendaval te asusta,
que silba en las maromas?

¡Vuelve, objeto querido
de mi inquietud ansiosa;
vuelve a la amiga playa,
antes que el sol se esconda!

Autor del poema: Andrés Bello

81.48%

votos positivos

Votos totales: 27

Comparte:

LOS AMOTINADOS

¡Ah, risa loca!
¿Henos aquí tus compañeros
Ilustres en la ciudad de los políperos?
¡Dispara y modela la línea de nuestra muerte!
Anda, corre y toma entre los astros tu noble impulso.
¡La tierra para nosotros! ¡Y en nuestra angustia
Más bien el cieno de los cerdos
Que el hueso que flota
Como leño podrido del alud!
Escucha cómo, avarienta, la oreja ronca,
Encenegada, después de los calados.
Pero cuídate, sostén de nuestro amor:
Los perros que te rodean
Sabremos allanar los caos y los letargos.
¡Ya la uña se aguza en el viento de altamar!

El cinto y el carbúnculo en la muchedumbre,
¡El anillo constrictor para extenuarte!
Basta de palabras de embrujo
Y del filtro que extraemos de nosotros mismos.
¡Ah! ¡Qué bien se vacía el odre de la sierpe
En el artificio de tus canciones!

Autor del poema: Alfredo Gangotena

81.25%

votos positivos

Votos totales: 16

Comparte:

LAS PANTALLAS DE FÁTIMA

Niebla y paisaje. Vago hemisferio
que marca un lírico planisferio;
noche de noches y de zafires
sobre la ruta de los fakires;

luna que azula la lontananza
con las turquesas de su romanza;
cielo que empluma los desahelos
con la quimera de tardos vuelos:

en el desierto de locas glorias
donde se angostan las trayectorias.
Tienden las brumas en los mirajes
Su desabrido guipur de encajes.

Luz indecisa de un asteroide
Sobre la negra mancha elipsoide
Y hay un Mar Muerto tras la neblina,
Como una gota de tinta china.

Autor del poema: Horacio Quiroga

80.49%

votos positivos

Votos totales: 41

Comparte:

AQUÍ PASABA A PIE POR ESTAS CALLES

Aquí pasaba a pie por estas calles,
sin empleo ni puesto y sin un peso.
Sólo poetas, putas y picados
conocieron sus versos.

Nunca estuvo en el extranjero.
Estuvo preso.
Ahora está muerto.
No tiene ningún monumento…

Pero
recordadle cuando tengáis puentes de concreto,
grandes turbinas, tractores, plateados graneros,
buenos gobiernos.

Porque él purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo,
en el que un día se escribirán los tratados de comercio,
la Constitución, las cartas de amor,
y los decretos.

Autor del poema: Ernesto Cardenal

80.00%

votos positivos

Votos totales: 10

Comparte:

EL HOMBRE DE TRUJILLO

A Paul A. Bar

Te visito y te imploro en el sueño, mi esposa ignorada.
Yo me consumo y me abraso en las soledades tórridas y en la avidez de mi amor.
Oh mujer, vengo a mitigar y aplacar mi angustia
En la querencia de tu inocente claridad.

¡Salud, mar vegetal!
Mar jadeante que suspiras y te derrumbas en las trombas argénteas de la aurora.
No obstante que murmuran en la espuma de su lino
Las velas desplegadas de las carabelas,
Escucho, astros en el éter, vuestro mensaje labial y lejano.
¡Aclarad, astros del silencio,
la paz de las tumbas y la existencia de las flores!
Religiosamente entre las brisas y las aguas, vuestro eco se irradia al fondo de las simas.
Para vosotros, astros omnipresentes de la desesperanza,
el ardiente lirio de seda se nutre con la sangre de mi pasión,
Y religiosamente, hacia vosotros se levanta y tiembla en la tarde.
¡No!
Ni esta mural y plural presencia de mis padres,
Ni los candados y las severas fórmulas de la tiniebla y del cemento,
Me impedirán, mil ataduras, ausentarme,
¡Orinadas rejas!
Ausentarme en las delicias y el movimiento de mi espíritu.

¡Oh velas! La llama del aire os persigue sin tregua.
El tormentoso estremecimiento del paisaje se permuta
En selva de seda
Y en cálida resonancia de la abeja semidormida.
Despertaos, flores, todavía más bellas que el cielo puro:
Ahí renace el alba lustral y salina,
El alba de los pájaros.
¡Que el ácido y la herrumbre de nuestras armas
Canten al unísono en el azúcar plácido de las aguas!
Más tarde,
Más tarde, bajo el ocre clamor de otros cielos,
Todas las vasijas y los odres secos,
Apuraremos el edénico licor de nuestras lágrimas!

La sien sonora de mi pensamiento,
La oreja en la tempestad y los clarines de la arena.
El árbol sitibundo que se nutre en los muros de este mundo desolado.
Flexibles y largos en las brisas cristalinas de su follaje,
Tiemblan mis dedos
Como la savia y como el año.

Avizora, hermano, el mantel áspero de este cielo;
Palpa y escucha las balsámicas vibraciones de la aurora que se adelanta,
Oh taciturno,
Y que desaparezca este harapo sumergido en la onda y las brumas de un suspiro,
Oh taciturno,
Como las piedras bajo el peso del futuro.

¡Yo profiero este grito tan alto,
pitanza de las águilas!
Setenta veces me enfango y me revuelvo
En los lagares de las landas y los pantanos.
¡Piedad, piedad! Antaño amaba el lince las semillas de terciopelo
Y extraía su sombra con cuidado
De los plutónicos haberes de la noche.
Pero si yerra y se alarga,
Si ambula famélico paciendo en los soterrados follajes del invierno,
Nadie sabe escucharlo
Sino la estepa en la inmensa e inmemorial espera de su planicie helada.

Piedad, oh piedad, que nos podrirnos en la vitrina de las estaciones.
Después del gran viento líquido del firmamento,
Después de esta fontana de eternidad,
Se arrastran y deterioran las blancas miradas del sitibundo.
Crueldad del cielo en mi pupila. ¡Crueldad
Del alma en la grande e implacable violencia que me destruye para siempre!
¡Oh cruz!
Astro de geometría, mi palabra,
Insignia destellante,
Cruz oblicua de estos mundos nuevos,
¡Mis miembros se levantan hasta la cima de mis vientos cardinales!

Oh virtud de una hierba estimulante que nos procura la resistencia para el viaje.
Cohortes
Bajo mi soplo,
¿Hacia la querencia ilusoria de qué morada descendéis?
Sobre la aorta pesa
Su leche nocturna.
Nuestras pupilas se dilatan en el silencio de su niebla.
¡Espera, tropa descarriada, espera, levadura del olvido,
Que la luna absorba los mostos y los residuos de tu vida!

¡Oh púrpura eclosión del vacío, oh tierras de América,
El edificio se derrumba bajo la sombra de mi fe!
Purificad lo que hay de permutable en mí,
Hermanos, amigos, iluminad las sabanas y los corredores,
Hermanos, para que yo conozca mejor el volumen de la muerte.

Autor del poema: Alfredo Gangotena

80.00%

votos positivos

Votos totales: 5

Comparte:

EL MAL DEL SIGLO

El paciente:

Doctor, un desaliento de la vida
que en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
el mal del siglo... el mismo mal de Werther,
de Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
desprecio por lo humano... un incesante
renegar de lo vil de la existencia
digno de mi maestro Schopenhauer;
un malestar profundo que se aumenta
con todas las torturas del análisis...

El médico:

—Eso es cuestión de régimen: camine
de mañanita; duerma largo, báñese;
beba bien; coma bien; cuídese mucho,
¡Lo que usted tiene es hambre!...

Autor del poema: José Asunción Silva

79.52%

votos positivos

Votos totales: 83

Comparte:

NOCTURNO

Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
a quien los más audaces, en locos devaneos
jamás se han acercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulces labios —abiertos sólo al rezo—
jamás se habrá posado ni la sombra de un beso...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras en sueños a aquél con quien tú sueñas
tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en su lascivia loca
besar todos sus pliegues de tibio aroma llenos
y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñaras de placer en sus brazos,
por aquel de quien eres todas las alegrías,
¡oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?...

Autor del poema: José Asunción Silva

79.21%

votos positivos

Votos totales: 101

Comparte:

Desde el 31 hasta el 40 de un total de 80 Poemas latinoamericanos

Añade tus comentarios