80 Poemas latinoamericanos 

EL INGENUO

Cada aurora -nos dicen- maquina maravillas
capaces de torcer la más terca fortuna;
hay pisadas humanas que han medido la luna
y el insomnio devasta los años y las millas.

En el azul acechan públicas pesadillas
que entenebran el día. No hay en el orbe una
cosa que no sea otra, o contraria, o ninguna.
A mí sólo me inquietan las sorpresas sencillas.

Me asombra que una llave pueda abrir una puerta,
me asombra que mi mano sea una cosa cierta,
me asombra que del griego la eleática saeta

instantánea no alcance la inalcanzable meta,
me asombra que la espada cruel pueda ser hermosa,
y que la rosa tenga el olor de la rosa.

Autor del poema: Jorge Luis Borges

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A TIENTAS

Se retrocede con seguridad
pero se avanza a tientas
uno adelanta manos como un ciego
ciego imprudente por añadidura
pero lo absurdo es que no es ciego
y distingue el relámpago la lluvia
los rostros insepultos la ceniza
la sonrisa del necio las afrentas
un barrunto de pena en el espejo
la baranda oxidada con sus pájaros
la opaca incertidumbre de los otros
enfrentada a la propia incertidumbre
se avanza a tientas / lentamente
por lo común a contramano
de los convictos y confesos
en búsqueda tal vez
de amores residuales
que sirvan de consuelo y recompensa
o iluminen un pozo de nostalgias
se avanza a tientas/ vacilante
no importan la distancia ni el horario
ni que el futuro sea una vislumbre
o una pasión deshabitada
a tientas hasta que una noche
se queda uno sin cómplices ni tacto
y a ciegas otra vez y para siempre
se introduce en un túnel o destino
que no se sabe dónde acaba.

Autor del poema: Mario Benedetti

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CORDILLERAS (IV)

El frío es el alba de las pérdidas
amanecían gritando estos paisajes


i. Estamos enfermas gritaban las cordilleras congelándose en
sus alturas


i i. Estamos muy enfermas respondían las llanuras de la pradera
central traspasadas de frío como contestándoles a ellas


iii. Pero sabían que es el frío el maldito de las cordilleras y

que nada más que por eso se hubo de yacer junto a los Andes
hasta que la muerte nos helara con ellos desangrados en
vida frente al alba sólo para que revivan los paisajes

Autor del poema: Raúl Zurita

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CUARESMA

Ahora que una fuerza extraña hace crujir mis dientes
Y un oceánico silbo de tromba hace cerrar mis ojos,
En mi alma se extiende el eco de una voz profunda.
Soledades de un mundo abstracto,
Soledades a través del espacio melódico de los cielos,
Soledades, os presiento.

¡Oh Pascal!
El espíritu de aventura y de geometría,
En avalancha me sobrecoge.
¡Y acaso no soy sino un acróbata
Sobre las geodésicas y los meridianos!
Mas, como tú antaño, pequeño Blas,
Boca arriba bajo las sillas,
Con gran estrépito muerdo los travesaños.

¡Oh nupcial estación de la desposada!
El pentecostés de las hojas de otoño ilumina las ventanas.
¡Oh recuerdo! ¡Oh paciente y dulce memoria dignificando sus aguas.
En el amoroso y cálido recinto de las cortinas
¡Oh palpitación vertiginosa
De esas alas bajo las sienes!
(¡Sombra eterna de mis manos!)
Ruta solar de mi potencia
y ruta del pan: la espiga violenta.

Las pupilas ávidas del colegial se consumen a la sombra de los graneros;
las goteras siembran sus gladiolos de cristal
y toda la granja sucumbe bajo la gracia de Dios.

Torrentes, torrentes, ¡oh rieles de Aldebarán
Por donde resbalan los trineos!
El pintor revolotea y canta en el baile de los pájaros
Sobre nuestras cabezas, en el deslumbramiento de la paloma,

En la ardiente seda del movimiento.
¡Ah, que venga,
Flor apagada en el aliento de su tumba,
Nuestra madre hasta nosotros,
Nuestra tierna madre en la augusta presencia de los océanos!

Sobre ti, flora alada de mis manos,
Sobre ti mis ojos se cierran
Como labios
Al sabor de un vino más generoso.

¡Ah, muy pronto serán los remolinos de la penumbra!
Señor: Vuestras seis épocas en un collar.
El himno exaltado de la palabra nos sostiene
¡Y más fresco que todas esas hierbas
De nuestras salivas el pilar de donde salta el licor de los gineceos!
¡Manantial! confesión de un alma que se honra
En ser aún más blanca que la aurora.

Rompeos, puertas: El día que acaba de nacer
Llamea en la hoja límpida de la ventana.
La luna ya se extingue a las brisas del mundo:
Apresúrate,
¡Oh mi alma y despierta, en la octava de tu canto,
El florilegio de la pradera!
Como beben, al filo de la sombra, las vertientes y los valles,
Como se abrevan en esas linfas que brotan de la misma entraña metálica de la roca,
Yo me sacio en la garrafa del ventrílocuo.
¡Ah, bajo la amenaza de los signos siderales,
Huye amigo -cabalga los montes y las tinieblas-
Aún a riesgo de perecer
En la brasa relampagueante de los vitrales!

¡Escucha! Oye cómo cruje a lo lejos la encrucijada,
Génesis de tu soplo,
Teclado del viajero.
-En mí, el más noble ejemplar de las aves zancudas
Espumea y gruñe la saltante savia del caucho.
Esas voces del huracán, aún distantes, sacuden
El bosquecillo sonriente de las brisas en la mañana:
Como ellas me levanto en la verticalidad floral de mi impulso
¡Oh manantiales! Como ellos aspiro a las cimas
líquidas y seculares de la selva.

Cal viva y lustral de las lagartijas del cuerpo en harapos.
A la sombra de las secoyas meditan las formas barrocas
La herrumbre esponjosa de la tormenta rumia y se dilata
En la verde substancia del aire,
El relámpago estalla
En las piedras y en los bosques,
En la noche eocena del cazador.
-Oh flores,

Mi saliva es tan dulce como el elixir de vuestros cálices.
Tan emocionante en el llamado:
¡Ven, acude!
Ven, señor de las ondas y de las especias:
¡Oh navegante Cristóforo,
Dinos el esplendor subterráneo
De tus provincias veteadas de oro!
En el cielo la orilla de sombra, atropellamiento de fantasmas.
Llevad esos lagos, esas islas, esos arrecifes,
¡Oh brazos del semáforo!
Id, oh mis párpados, barcas locas, id a zozobrar incesantemente,
Id, entre las campanas de los náufragos, a tejer vuestras cortinas de plata!

El ángel ronca,
El ángel en acecho.
En el estruendo de mis oídos, el ángel prepara su nido siniestro.
Incansable, la espuma color de humo.
Emerge - baba inmunda de las bebidas de Baltazar.
Los palmípedos, los ganoides remontan la corriente
De esas aguas tumultuosas bajo las aguas,
De esas trombas ensordecedoras y submarinas del trueno.
El águila altiva,
El águila apocalíptica planea y reina sobre los vientos.
¡Tierra! ¡Tierra!
Yo me estremezco hasta las cenizas de mis huesos.
¡Tierra! ¡Tierra! Llegamos a la isla violenta de Pathmos.

Viñas de Neé, racimos de Jafet,
El vino me envuelve con todos sus anillos,
-Detrás de las vigas vigilantes del dintel .
Amigos, cumplamos la orden del alfabeto,
La visión y la estima conyugales.

El polen del solsticio, como la miel, en la basílica
Deslumbrante de mi oído,
Las harinas, las llamas del desierto,
¡El misterio del mundo abierto a mi conocimiento!
¡Ah, yo no tengo el secreto de las sutiles Matemáticas!
Mas los trucos y los nombres, los hilos del Algebra,
Me ayudarán a olfatearte
¡Oh tácita estrella de magnesio!
Ya, luminosa, te anuncias a la turbación de mi pensamiento.
Mis miembros ciegos exploran
las brumosas telas de araña.

El pájaro balsámico
No otea como etapas de su vuelo
Sino las sílabas inciertas de mi palabra.
-¡Detén tus bielas, las facetas de tu ojo,
Oh mosca dactilógrafa de mi sueño!
A grandes pasos subimos por la escala botánica:
¡Dios!
La casa se ausenta de nosotros, con el gran estremecimiento de sus persianas.

Antaño, en Florida, sobre campos de esmeralda y de pimienta
El Cordero Místico pastaba libremente.
¡Oh chantres sobre las colinas
Prestáos a la alborada que os cantan los metales.

-¡Es verdad! Ya no es el bello desorden de la oda:
¡Sobre la playa se expande la umbela del barbero!
Ondinas, oréadas, hijas eternales en éxodo
¡Aleluya! Ved
Aparecer -como zócalo el rumor angélico de las brisas-
En el aire diáfano, las Siete Iglesias.
Abre. las puertas,
Grita las palabras de tu Libro
¡Oh Juan!

¡Descansad
Descansad, astros!
¡Que el autómata vaya a retorcer su corbata de cáñamo!
El imán magnético desata los glaciares de la aurora boreal;
Es la hora
En que el ángel reposa sobre el estante de su sombra,
Para la espera final.
El espíritu de las flores visita las tumbas
Y la extraña morada,
La extraña y melódica morada de las aguas cenitales.

Llevo mi cabeza en la mano como San Dionisio
Desganadamente, Señor, ¿de qué país
Vengo para hacerme una imagen
de la amargura de Vuestro rostro?
Ahora que una fuerza extraña hace crujir mis dientes,
Me penetran como silbidos sordos Vuestras miradas.

Autor del poema: Alfredo Gangotena

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NO ERA EL AMOR, NI LA ROSA, NI LA VOZ DEL VIENTO

No era el amor, ni la rosa, ni la voz del viento en el deshabitado murmullo de la noche.
Era ella, muerta.
Aislada en las serranías ásperas y desvalidas,
bajo el eterno paréntesis de sus cuernos sin amparo,
entre las cuatro sombras de sus pupilas vacías.

Su maternidad en la esfera de sus urbes
dormidas para el hijo,
para la amistad,
la Tierra.

Y luego la blanca llanura de la muerte.

(Yo seguía en el atento afán de la zozobra
aquel recuerdo de nieblas
entre los árboles).

Y cuando lo dijeron,
el niño inocente derramó sus lágrimas en la cocina
y las ciudades del Sur,
ignorando,
dormían.

Era ella, la que iba
a solazarse con el cedro.
La que partía, como el clavel sin sangre, a donde nadie sabe.

Autor del poema: Pablo Antonio Cuadra

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POEMA INMENSO

En estas tardes tu perfil no tiene línea precisa
pues no hay un límite en tu gesto para el principio de tu
sonrisa
pero de repente está en tu boca y no se sabe cómo se filtra
y cuando se va nunca se puede decir si está allí todavía
lo mismo que tu palabra de la cual jamás oímos la primera
sílaba
y nunca terminamos de escuchar lo que decías
porque estás tan cercana en esta lejanía
que es inútil preguntar cuándo vino tu venida
pues entonces nos parece que has estado aquí toda la vida
con esa voz eterna con esa mirada continua
con ese contorno inmarcable de tu mejilla
sin que podamos decir aquí comienza el aire y aquí la
carne viva
sin conocer aún dónde fuiste verdad y no fuiste mentira
ni cuándo principiaste a vivir en estas líneas
detrás de la luz de estas tardes perdidas
detrás de estos versos a los cuales estás tan unida
que en ellos tu perfume no se sabe ni dónde comienza ni
dónde termina

Autor del poema: Joaquín Pasos

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DESDE EL ALMA

Vals

Hermano cuerpo estás cansado
desde el cerebro a la misericordia
del paladar al valle del deseo
cuando me dices/ alma ayúdame
siento que me conmuevo hasta el agobio
que el mismísimo aire es vulnerable

hermano cuerpo has trabajado
a músculo y a estómago y a nervios
a riñones y a bronquios y a diafragma

cuando me dices/ alma ayúdame
sé que estás condenado/ eres materia
y la materia tiende a desfibrarse

hermano cuerpo te conozco
fui huésped y anfitrión de tus dolores
modesta rampa de tu sexo ávido

cuando me pides/ alma ayúdame
siento que el frío me envilece
que se me van la magia y la dulzura

hermano cuerpo eres fugaz
coyuntural efímero instantáneo
tras un jadeo acabarás inmóvil

y yo que normalmente soy la vida
me quedaré abrazada a tus huesitos
incapaz de ser alma sin tus vísceras

Autor del poema: Mario Benedetti

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ESCRITO EN UNA SERVILLETA

Alzo mi copa, camaradas,
y ante todo pido que me perdonéis
por atravesar sin permiso y sin compostura
las puertas de la emoción:
nuestro hermano de tan lejano país,
nuestra hija de las entrañas, niña de nuestros ojos,
fundan su noble casa sobre una firme piedra.
Hijos del pueblo,
comunistas los dos,
han escuchado la fulminante voz del corazón.
La alegría es también revolucionaria, camaradas,
como el trabajo y la paz.
Boda de flores rojas, ¡hurra, por ellos!
¡Mucho amor uno al otro!
Siempre fieles y mutuamente apoyados
nos darán hijos hermosos
(sea esto dicho con el perdón)
que lucirán muy bien los primeros de Mayo.
Y es que a partir de ahora
cada uno es un camarada
multiplicado por dos.
Esto es como si dijéramos
el lado práctico del romance.
Comamos y bebamos, camaradas.

Autor del poema: Roque Dalton

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PARPADEO

Esa pared me inhibe lentamente
piedra a piedra me agravia

ya que no tengo tiempo de bajar hasta el mar
y escuchar su siniestra horadante alegría
ya que no tengo tiempo de acumular nostalgias
debajo de aquel pino perforador del cielo
ya que no tengo tiempo de dar la cara al viento
y oxigenar de veras el alma y los pulmones

voy a cerrar los ojos y tapiar los oídos
y verter otro mar sobre mis redes
y enderezar un pino imaginario
y desatar un viento que me arrastre
lejos de las intrigas y las máquinas
lejos de los horarios y los pelmas

pero puertas adentro es un fracaso
este mar que me invento no me moja
no tiene aroma el árbol que levanto
y mi huracán suplente ni siquiera
sirve para barrer mis odios secos.

Autor del poema: Mario Benedetti

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PSICOPATÍA

El parque se despierta, rie y canta
en la frescura matinal... La niebla,
donde saltan aéreos surtidores,
de arcos iris se puebla
y en luminosos velos se levanta.
Su olor esparcen entrearbiertas flores,
suenan en las ramas verdes pío pío
de los alados huspedes cantores,
brilla en el césped húmedo el rocío...
¡Azul el cielo! ¡Azul!... Y la suave
brisa que pasa, dice:
¡Reid! ¡Cantad! Amad! ¡La vida es fiesta!
¡Es calor, es pasión, es movimiento!
Y forjando en las ramas una orquesta,
con voz grave lo mismo dice el viento
y, por el entre el sutil encantamiento
de la mañana sonrosada y fresca,
de la luz, de las yerbas y las flores,
pálido, descuidado , soñoliento,
sin tener en la boca una sonrisa
y de negro vestido
un filósofo joven se pasea,
olvida luz y olor primaverales,
e impertérrito sigue en su tarea
de pensar en la muerte, en la conciencia
y en las causas finales.
Lo sacuden las ramas de azalea,
dádonle el aire el aromado aliento
de las rosadas flores,
lo llaman unos pájaros, del nido
do cantan sus amores,
y los cantos risueños
van por entre el follaje
estremecido
a suscitar voluptuosos sueños
y él sigue su camino, triste, serio
pensando en Fichete, en Kant, en Vogt, en Hegel,
¡ y del yo complicado en el miserio!

La chicuela del médico que pasa,
una rubia adorable, cuyos ojos
arden como una brasa,
abre los ojos húmedos y rojos
y le pregunta al padre; enternecida...
-Aquel señor, papa, ¿de qué está enfermo,
que tristeza le anubla así la vida?
Cuando va a casa a verle a usted, me duermo;
tan silencioso y triste... ¿qué mal sufre?...

... Una sonrisa el profesor contiene,
mira luego una flor, color de azufre,
oye el canto de un pájaro que viene,
y comienza de pronto, con descaro...
-Ese señor padece un mal raro
qie ataca rara vez a las mujers
y poca a los hombres..., ¡hija mia!
Sufre ese mal: ... pensar...; es la causa
de su grave y sutil melancolía...
El profesor después hace una pausa
y sigue... -En las edades
de bárbaras naciones,
serias autoridades
curaban ese mal dando cicuta,
encerrando al enfermo en las prisiones
o quemándolo vivo... ¡Buen remedio!
Curación decisiva y absoluta
que cortaba de lleno la disputa
y sanaba al paciente... Antes... Ahora
el mal reviste tantas formas graves,
la invasiión se dilata aterradora
y no lo curan polvos ni paisajes;
en vez de prevenirlos los gobiernos
lo riegan y estimulan,
tomos gruesos, revistas y cuadernos
revuelan y circulan
y dispersan el germen homicida...
El mal, gracias Adios, no es contagioso
y lo adquieren muy pocos en la vida,
sólo he curado a dos... Les dije:
" Mozo, vayase usted a trabajar, de lleno,
en una fragua negra encendida
o en un bosque espesísimo y serenos;
machaque hierro hasta arrancarle chispas
o tumbe viejo troncos seculares
y logre que lo piquen las avispas;
si lo prefiere usted, cruce los mares
de grumete en un buque, duerma, coma,
muévase, grite, forcejee y sude,
mire la tempestad cuando se asoma,
y los cables de popa ate y anude
hasta hacerse diez callos en las manos
y limpiarse de ideas el cerebro..."
Ellos lo hicieron y volvieron sanos...
"Estoy tan bien doctor..." -Pues lo celebro!
Pero el joven aquél es caso grave,
como conozco pocos,
más que cuantos nacieron piensa y sabe;
ira a pasar diez años con los locos
y no se curará sino hasta el día
que duerma a sus anchas
en una angusta sepultura fría,
lejos dle mundo y de la vida loca,
entre un negro ataúd de cuatro planchas,
¡con un montón de tierra entre la boca!

Autor del poema: José Asunción Silva

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