11 Poemas de Andrés Eloy Blanco 

SILENCIO

Cuando tú te quedes muda,
cuando yo me quede ciego,
nos quedarán las manos
y el silencio.

Cuando tú te pongas vieja,
cuando yo me ponga viejo,
nos quedarán los labios
y el silencio.

Cuando tú te quedes muerta,
cuando yo me quede muerto,
tendrán que enterrarnos juntos
y en silencio;

y cuando tú resucites,
cuando yo viva de nuevo,
nos volveremos a amar
en silencio;

y cuando todo se acabe
por siempre en el universo,
será un silencio de amor
el silencio.

Autor del poema: Andrés Eloy Blanco

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GRACIAS

Gracias, mujer; tú me quisiste un poco,
nunca soñé tener cuanto me diste,
siguiendo otra visión, estaba loco;
buscando otro placer, estaba triste...

En mi espejismo, nunca llegué a verte,
ni te sentí, ni te soñé siquiera;
pero así es el el amor, como la muerte,
que cuando va a llegar, nadie la espera.

Buscaba otra mujer, y del follaje
surgiste tú, integral en mi vacío.
Así vamos, sedientos, en un viaje,
y en pleno viaje nos detiene un río.

Toma un beso, otro beso, hasta con llanto
voy pagando el amor que te debía.
Gracias, mujer que me has querido tanto...
Pero no es esto lo que yo quería...

Autor del poema: Andrés Eloy Blanco

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MIEDO

La sombra de una duda sobre mí se levanta
cuando llega el arrullo de tu voz a mi oído;
miedo de conocerte; pero en el miedo hay tanta
pasión, que me parece que ya te he conocido.

Yo adiviné el misterio cantor de tu garganta.
¿Será que lo he soñado? Tal vez lo he presentido:
mujer cuando promete y nido cuando canta;
mentira en la promesa y abandono en el nido.

Quizá no conocernos fuera mejor; yo siento
cerca de ti el asalto de un mal presentimiento
que me pone en los labios una emoción cobarde.

Y si asoma a mis ojos la sed de conocerte,
van a ti mis audacias, mujer extraña y fuerte,
pero el amor me grita: -¡si has llegado muy tarde!...

Autor del poema: Andrés Eloy Blanco

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LEONOR

La palabra de Edgardo dio tu nombre a la Muerte;
yo escuché entre las sombras la palabra cantora;
se agitaron mis ojos en un ansia de verte
y a mi noche cansada se acercó más la Aurora.

Tu blancura me llena de una emoción tan fuerte,
y una luz tan serena te prestigia y te dora,
que en mi silencio un fuego de evocación se advierte:
Esa es la novia muerta de un poeta: ¡Leonora!…

Pasaste; de mis labios cayeron a tu lado
los versos que en el alma del poeta enlutado
clavaron las viudeces de su dolor acerbo;

de tu rubia belleza brotó la paz de un trino,
y la sombra convulsa de un presagio divino
pasó bajo mis ojos, como un ala de cuervo.

Autor del poema: Andrés Eloy Blanco

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EL REGRESO A LA MADRE

Cuando falte a mis hombros, madre mía, la fuerza;
cuando cerca del surco donde me siembren llegue;
cuando ya hasta el más leve remolino me tuerza
y hasta el peso del alma me doblegue...
tu recuerdo, ese fardo de diamante,
seguirá siempre firme sobre mis hombros muertos,
¡porque en todas mis penas Amor es un gigante
y el cariño es un Hércules con los brazos abiertos!

Cada vez que a mi paso los humanos
dolores arrojaron su venablo ofensivo,
se interpuso veloz, sobre tus manos,
tu corazón, como un escudo vivo.

¡Qué mal me han hecho, madre, otros afectos!,
me llenaron los brazos de goces imperfectos;
cada boca de amante fue lengua ponzoñosa;
una fue mi ladrona y otra fue mi asesina;
yo les di de lo mío mucho más de la rosa,
¡pero ellas no pasaron más allá de la espina!

Lejos de ti, mil veces
busqué en ajenos labios el manantial de vida;
el amor que me dieron lo devolví con creces
y por tantas heridas no devolví una herida.

Y fue porque no supe que en ti estaba la blanca
fuente, el cauce divino,
el afluente de amores cuyo origen arranca
del hueco de las manos que Dios tiende al Destino.

Vuelvo a ti. Ya no quiero
sino el raudal templado del amor verdadero.
No más aquel tumulto
de pasión transitoria, de falaces querellas,
que ante tu amor perenne tienen baldón de insulto,
¡como un escopetazo lanzado a las estrellas!

Y encuentro en tu cariño más goce y más regalo;
él es la luz que nunca se refracta en el prisma...
Si Cristo fuera malo,
su madre, más humana, fuera siempre la misma.
Todas son una sola, para el dolor desnudas:
es una policéfala encarnación de diosa;
son iguales la madre de Cristo y la de Judas
¡porque ambas están hechas de pulpa milagrosa!

Madre: Como la tierra, generoso y eterno,
guarda tu vientre vivas sementeras;
arrecien los dolores en cada nuevo invierno...
tú los devolverás en primaveras.

Madre: en este coloquio feliz de mi regreso
dos cielos bendigamos:
la Patria, donde nuestro corazón está preso;
la Madre, que es la patria que primero habitamos.

Y déjame dormir sobre tu traje,
sobre tu vientre, escena de mi primera aurora,
para soñar que voy por un ramaje
donde se oculta un nido con un pichón que llora...

Autor del poema: Andrés Eloy Blanco

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DESPEDIDA

Llegaste a mí, turbada e indecisa,
tu fúlgido mirar de profetisa
reclamando justicia a mis desmanes;
se acrisoló de celos musulmanes.

Oleajes de cólera imprecisa
me hicieron presentir tus huracanes,
y el cínico desdén de mi sonrisa
desvaneció tus últimos afanes...

Entonces fue cuando flotó en la nada
la despedida azul de tu mirada,
y escuché sollozar tu desconsuelo;

saliste, compungida y vacilante,
y un llorar silencioso de diamante
concentró el origán de tu pañuelo.

Autor del poema: Andrés Eloy Blanco

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LA RENUNCIA

He renunciado a ti. No era posible
Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.

Yo me quedé mirando cómo el río se iba
poniendo encinta de la estrella...
hundí mis manos locas hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba...

He renunciado a ti, serenamente,
como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo
que no se deja ver del viejo amigo;

Como el que ve partir grandes navíos
como rumbo hacia imposibles y ansiados continentes;
como el perro que apaga sus amorosos brios
cuando hay un perro grande que le enseña los dientes;

Como el marino que renuncia al puerto
y el buque errante que renuncia al faro
y como el ciego junto al libro abierto
y el niño pobre ante el juguete caro.

He renunciado a ti, como renuncia el loco a la palabra que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales,
con los ojos estáticos y las manos vacías,
que empañan su renuncia, soplando los cristales en los escaparates de las confiterías...

He renunciado a ti, y a cada instante
renunciamos un poco de lo que antes quisimos
y al final, ¡cuántas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!

Yo voy hacia mi propio nivel. Ya estoy tranquilo.
Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando encajes regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño...

Autor del poema: Andrés Eloy Blanco

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PLEITO DE AMAR Y QUERER

Me muero por preguntarte
si es igual o es diferente
querer amar y si es cierto
que yo te amo y tú me quieres.

—Amar y querer se igualan
cuando se ponen parejos
el que quiere y el que ama.

—Pero es que no da lo mismo;
dicen que el querer se acaba
y el amar es infinito,
amar es hasta la muerte
y querer hasta el olvido.

—Dile al que te cuente historias
que el mundo es para querer
y amar es la misma cosa.

—Querer no es amar. Amando
hay tiempo de amarlo todo:
a Dios, al Esposo, al mundo,
tocar el borde y el fondo
y amar al hijo del Pueblo
como al hijo del Esposo.

—¿Querer es ser para uno
y amar es ser para todos?

—No; amar es amar y amar,
es como amar de dos modos:
a unos como hijos de Dios
y como a Dios, a uno solo.

—¿Amar y querer? Parece
que amar es lo que abotona
y querer lo que florece.

—Dicen que amar no hace daño
donde querer deja huella.

—Si querer es con la uña
donde amar es con la yema…

—Querer es lo del deseo
y amar es lo del servicio,
querer puebla los rincones,
amar puebla los caminos,
queriendo se tiene un gozo
y amando se tiene un hijo.

—Amar es con luz prendida,
querer, con luz apagada,
en amar hay más desfile
y en querer hay más batalla.

—Luego querer no es amar,
querer es guerra con guerra
y amar es guerra con paz…

—Querer no es lo que tú sientes;
querer no es lo que tú piensas;
tu querer de agua tranquila
ni bulle, ni arrastra piedras.

Querer no es esa apacible
ternura que no hace huella.
Querer es querer mil veces
en cada vez que se quiera.

Querer es tener la vida
repartida por igual
entre el amor que sentimos
y la plenitud de amar:

es no dormir por las noches,
es no ver de día el sol,
es amar, sin dejar sitio
ni para el amor de Dios:

es tener el corazón
entre las manos guardado
y si Ella pasa, sentir
que se nos abren las manos;

es tener un niño preso
y envejecido en la cuna;
querer es brasa, que vive
de la propia quemadura;

es no reír, porque hay algo
de lágrima en la sonrisa,
es no comer, porque sabe
a corazón la comida.

Es haber amanecido
sin habernos explicado
cómo, sin haber dormido,
pudimos haber soñado.

—Todo eso es querer y amar
y amar es más todavía,
porque amar es la alegría
de crearse y de crear.

Es algo como una idea
que inventa lo que se quiere,
porque al quererlo lo crea:

No hay un hombre que supere
a la versión que de ese hombre
da la mujer que lo quiere;

ni existe mujer tan bella,
ni existe mujer tan pura
como la que se figura
el hombre que piensa en ella.

Por eso, al estarte amando,
si con un amor te quiero
con otro te estoy creando

y tú, en el querer que sientas,
si con un querer me quieres
con otro querer me inventas.

Pero allí no se detiene
la creación del amor
e inventa un mundo mejor
para el que ni mundo tiene.

Y el amor se vuelve afán
de gritarle al pordiosero:
—Quiero y porque quiero, quiero
que nadie te quite el pan;

que nadie te quite el vino,
que no te duela en los pies
la limosna del camino;

que te alces, alzado y frío
el puño de tu derecho,
prestado en rabia a tu pecho
el amor que hay en el mío.

Del obrero y sus quereres
todo el rescoldo se vea
cuando haga la chimenea
suspirar a los talleres

y en la voz del campesino
vaya un poco de mi amor,
como de savia en la flor,
como de agua en el molino;

y así el amor es caricia
que se nos va de las manos
para servicios humanos
en comisión de justicia.

Amar es querer mejor
y si le pones medida
te resulta que el amor
es más ancho que la vida;

Amar es amar de suerte
que al ponerle medidor
te encuentras con que el amor
es más largo que la muerte

y en el querer lo estupendo
y en el amar lo profundo
es que algo le toque al mundo
de lo que estamos queriendo.

Autor del poema: Andrés Eloy Blanco

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LAS UVAS DEL TIEMPO

Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
claro, como todos tienen su madre cerca...
¡Yo estoy tan solo, madre,
tan solo!; pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año
pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas este alboroto: hay hombres
vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes,
cencerros y cornetas;
el hálito canalla
de las mujeres ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.

Esta es la noche en que todos se ponen
en los ojos la venda,
para olvidar que hay alguien cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene y por lo que se queda,
porque no lo sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una perdida.

Aquí es de la tradición que en esta noche,
cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega,
todos los hombres coman, al compas de las horas,
las doce uvas de la Noche Vieja.
Pero aquí no se abrazan ni gritan: ¡FELIZ AÑO!,
como en los pueblos de mi tierra;
en este gozo hay menos caridad; la alegría
de cada cual va sola, y la tristeza
del que está al margen del tumulto acusa
lo inevitable de la casa ajena.

¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,
sin conocerse, con la buena nueva!
Las manos que se buscan con la efusión unánime
de ser hormigas de la misma cueva;
y al hombre que está solo, bajo un árbol,
le dicen cosas de honda fortaleza:
«¡Venid compadre, que las horas pasan;
pero aprendamos a pasar con ellas!»
Y el cañonazo en la Planicie,
y el himno nacional desde la iglesia,
y el amigo que viene a saludarnos:
«feliz año, señores», y los criados que llegan
a recibir en nuestros brazos
el amor de la casa buena.

Y el beso familiar a medianoche:
«La bendición, mi madre»
«Que el Señor la proteja...»
Y después, en el claro comedor, la familia
congregada para la cena,
con dos amigos íntimos, y tú, madre, a mi lado,
y mi padre, algo triste, presidiendo la mesa.
¡Madre, cómo son ácidas
las uvas de la ausencia!

¡Mi casona oriental! Aquella casa
con claustros coloniales, portón y enredaderas,
el molino de viento y los granados,
los grandes libros de la biblioteca
—mis libros preferidos: tres tomos con imágenes
que hablaban de los reinos de la Naturaleza—.
Al lado, el gran corral, donde parece
que hay dinero enterrado desde la Independencia;
el corral con guayabos y almendros,
el corral con peonías y cerezas
y el gran parral que daba todo el año
uvas más dulces que la miel de las abejas.

Bajo el parral hay un estanque;
un baño en ese estanque sabe a Grecia;
del verde artesonado, las uvas en racimos,
tan bajas, que del agua se podría cogerlas,
y mientras en los labios se desangra la uva,
los pies hacen saltar el agua fresca.

Cuando llegaba la sazón tenía
cada racimo un capuchón de tela,
para salvarlo de la gula
de las avispas negras,
y tenían entonces
una gracia invernal las uvas nuestras,
arrebujadas en sus talas blancas,
sordas a la canción de las abejas...

Y ahora, madre, que tan sólo tengo
las doce uvas de la Noche Vieja,
hoy que exprimo las uvas de los meses
sobre el recuerdo de la viña seca,
siento que toda la acidez del mundo
se está metiendo en ella,
porque tienen el ácido de lo que fue dulzura
las uvas de la ausencia.

Y ahora me pregunto:
¿Por qué razón estoy yo aquí? ¿Qué fuerza pudo
más que tu amor, que me llevaba
a la dulce aninomia de tu puerta?
¡Oh miserable vara que nos mides!
¡El Renombre, la Gloria..., pobre cosa pequeña!
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,
cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!

Y esta es la lucha ante los hombres malos
y ante las almas buenas;
yo soy un hombre a solas en busca de un camino.
¿Dónde hallaré camino mejor que la vereda
que a ti me lleva, madre; la verdad que corta
por los campos frutales, pintada de hojas secas,
siempre recién llovida,
con pájaros del trópico, con muchachas de la aldea,
hombres que dicen: «Buenos días, niño»,
y el queso que me guardas siempre para merienda?
Esa es la Gloria, madre, para un hombre
que se llamó fray Luis y era poeta.

¡Oh mi casa sin cítricos, mi casa donde puede
mi poesía andar como una reina!
¿Qué sabes tú de formas y doctrinas,
de metros y de escuela?
Tú eres mi madre, que me dices siempre
que son hermosos todos mis poemas;
para ti, soy grande; cuando dices mis versos,
yo no sé si los dices o los rezas...
¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo
toda una vida absurda, la promesa
de vernos otra vez se va alargando,
y el momento de irnos está cerca,
y no pensamos que se pierde todo!
¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta
y en la última uva libo la última gota
del año que se aleja,
pienso en que tienes todavía, madre,
retazos de carbón en la cabeza,
y ojos tan bellos que por mí regaron
su clara pleamar en tus ojeras,
y manos pulcras, y esbeltez de talle,
donde hay la gracia de la espiga nueva;
que eres hermosa, madre, todavía,
y yo estoy loco por estar de vuelta,
porque tú eres la Gloria de mis años
y no quiero volver cuando estés vieja!...

Uvas del Tiempo que mi ser escancia
en el recuerdo de la viña seca,
¡cómo me pierdo, madre, en los caminos
hacia la devoción de tu vereda!
Y en esta algarabía de la ciudad borracha,
donde va mi emoción sin compañera,
mientras los hombres comen las uvas de los meses,
yo me acojo al recuerdo como un niño a una puerta.
Mi labio está bebiendo de tu seno,
que es el racimo de la parra buena,
el buen racimo que exprimí en el día
sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.

Madre, esta noche se nos muere un año;
todos estos señores tienen su madre cerca,
y al lado mío mi tristeza muda
tiene el dolor de una muchacha muerta...
Y vino toda la acidez del mundo
a destilar sus doce gotas trémulas,
cuando cayeron sobre mi silencio
las doce uvas de la Noche Vieja.

Autor del poema: Andrés Eloy Blanco

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LUNA DE ABRIL

Luna de abril, descotada,
con aguazal circunscrito,
desnuda, con desnudez
pura de pecho con niño.
Luna llena, ubre de vaca,
con lucero becerrillo;
¡qué puro se pone el pecho
cuando se le cuelga el niño!

Esta noche yo no siento
ni sombra de odio por nadie
ni pena de verme preso,
ni ganas de que me quiten
los grillos que me pusieron.

Nada hay más impuro, nada,
que el pecho de las mujeres,
pero no hay nada más puro
ni mejor para mirarlo
que un pecho fuera del pecho
y un niño al lado.

Autor del poema: Andrés Eloy Blanco

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