11 Poemas dominicanos 

RUINAS

Memorias venerandas de otros días,
soberbios monumentos,
del pasado esplendor reliquias frías,
donde el arte vertió sus fantasías,
donde el alma expresó sus pensamientos.

Al veros ¡ay! con rapidez que pasma
por la angustiada mente
que sueña con la gloria y se entusiasma
la bella historia de otra edad luciente.

¡Oh Quisqueya! Las ciencias agrupadas
te alzaron en sus hombros
del mundo a las atónitas miradas;
y hoy nos cuenta tus glorias olvidadas
la brisa que solloza en tus escombros.

Ayer, cuando las artes florecientes
su imperio aquí fijaron
y creaciones tuviste eminentes,
fuiste pasmo y asombro de las gentes,
y la Atenas moderna te llamaron.

Águila audaz que rápida tendiste
tus alas al vacío
y por sobre las nubes te meciste:
¿por qué te miro desolada y triste?
¿dó está de tu grandeza el poderío?

Vinieron años de marguras tantas,
de tanta servidumbre;
que hoy esa historia al recordar te espantas,
porque inerme, de un dueño ante las plantas,
humillada te vió la muchedumbre.

Y las artes entonces, inactivas,
murieron en tu suelo,
se abatieron tus cúpulas altivas,
y las ciencias tendieron, fugitivas,
a otras regiones, con dolor, su vuelo.

¡Oh mi Antilla infeliz que el alma adora!
Doquiera que la vista
ávida gira en tu entusiasmo ahora,
una ruina denuncia acusadora
las muertas glorias de tu genio artista.

¡Patria desventurada! ¿Qué anatema
cayó sobre tu frente?
Levanta ya de tu indolencia extrema:
la hora sonó de redención suprema
y ¡ay, si desmayas en la lid presente!

Pero vano temor: ya decidida
hacia el futuro avanzas;
ya del sueño despiertas a la vista,
y a la gloria te vas engrandecida
en alas de risueñas esperanzas.

Lucha, insiste, tus títulos reclama:
que el fuego de tu zona
preste a tu genio su potente llama,
y entre el aplauso que te dé la fama
vuelve a ceñirte la triunfal corona.

Que mientras sueño para ti una palma,
y al porvenir caminas,
no más se oprimirá de angustia el alma
cuando contemple en la callada calma
la majestad solemne de tus ruinas

Autor del poema: Salomé Ureña

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SI ALGUIEN QUIERE SABER CUÁL ES MI PATRIA

Si alguien quiere saber cuál es mi patria
no la busque,
no pregunte por ella.

Siga el rastro goteante por el mapa
y su efigie de patas imperfectas.
No pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene sabor ultramarino
o si el clima le huele en primavera.
No la busque ni alargue las pupilas.
No pregunte por ella.

(¡Tanto arrojo en la lucha irremediable
y aún no hay quien lo sepa!
¡Tanto acero y fulgor de resistir
y aún no hay quien lo vea!)

No, no la busque.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
no pregunte por ella.
No quiera saber si hay bosques, trinos,
penínsulas muchísimas y ajenas,
o si hay cuatro cadenas de montañas,
todas derechas,
o si hay varios destinos de bahías
y todas extranjeras.

Siga el rastro goteando por la brisa
y allí donde la sombra se presenta,
donde el tiempo castiga y desmorona,
ya no la busque,
no pregunte por ella.
Su propia sangre, su órbita querida,
su instantáneo chispazo de presencia,
su funeral de risa y de sonrisa,
su potrero de espaldas indirectas,
su puño de silencio en cada boca,
su borbotón de ira en cada mueca,
sus manos enguatadas en la fábrica y
sus pies descalzos en la carretera,
las largas cicatrices que le bajan
como antiguos riachuelos, su siniestra
figura de mujer
obligada a parir
con cada coz que busca su cadera
para echar una fila de habitantes
listos para la rueda,
todo dirá de pronto dónde existe
una patria moderna.
Dónde habrá que buscar y qué pregunta
se solicita. Porque apenas
surge la realidad y se apresura
una pregunta, ya está la respuesta.

No, no la busque.
Tendría que pelear por ella…

Autor del poema: Pedro Mir

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ALEGRÍA DE LA MAÑANA BLANCA

Son
las nubes
de almidón.
¡Estoy de besos henchido
como una vela blanca!
Alza mi alma un sonoro
cáliz de ritmo de plata
en la misa del sol y del verso
bajo los cúmulos de algodón.

Esta es la fiesta de un hombre
que emborrachó de emoción.
¿Quién te llevó por el río
para besarte la falda?
¿Quién te decía los versos
y te confiaba las cartas?
¿Quién te apretaba el meñique
y los besos te robaba?

¡Ah, las nubes de almidón
me poetizan la mañana!
Nadie te cuenta mis gozos
de almidón de nube blanca,
y tu sombra me persigue
por esta alegría larga…
¡Siga el canto! ¡Siga el canto!

¡Que el pecho me da en merengues
un corazón de guitarras!
Están de almidón los días
y de almidón las semanas:
días,
semanas,
días,
semanas
y siempre las alegrías
de almidón por las mañanas.

¿Quién sorprendió los cariños
y te contó las pisadas?
¿Quién se achicó en tus pupilas
por culpa de una mirada?
¡Ah, la mañana se asombra
de nubes almidonadas…!

Fiebre de luz y de sombra
violentamente contrastan,
las mismas que me dibujan
y en tus ojos me retratan.

¿Fiesta? La de tus ojos.
¿Parranda? La de tu cara.
Felicidad y alegría.
¡Triunfo de las nubes blancas!
Conviérteme todo en besos
para estamparme en tu cara.

Autor del poema: Pedro Mir

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PEQUEÑA CARTA A UNA ROSA

Déjame ver qué lloras, que tienes tantos párpados.
Déjame ver qué gozas, sexo de tantos labios.
Ya sé que mi mirada te hace crecer espinas.
Ya sé que eres tan vieja como yo cuando callo.
Pero tú que en tus pétalos coleccionas mañanas,
tú que apretando alas, todo el amor del bosque
me lo das en tu breve primavera,
déjame que la mano te conserve,
déjame ...
Digital biografía de los duendes,
cerebro del jardín, pasto del sueño,
tú,
que encuadernada en pétalos no vuelas,
pero en el aire estás, te vas muriendo
cuando te respiramos,
cuando empieza a vivir tu vegetal cadáver,
cuando a vivir empiezas como pájaro,
como trino extraviado que oye sólo el olfato.
Ya sé que eres tan vieja como yo cuando canto,
sin embargo, yo que en tu poco espacio, tanto aprendo,
que veo en tu rocío que hay párpados secretos,
vuelvo a tocar tu abismo que cabe en una mano.
Tú, que guillotinada, vives ya de los vidrios
de mi fluvial mirada, siempre triste,
tú que creces de súbito
cuando te da estatura mi llanto jardinero,
tú, que sin comprenderlo,
indefensa en mis manos me defiendes.

Autor del poema: Manuel del Cabral

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HOMBRE Y PERRO

Hombre que vas con tu perro:
con tu guardián.

Cuida mi voz, como el perro
cuida tu pan.

Perro que vas con un hombre
que amigo tuyo no es...
Acércate un poco al pobre,
huélelo bien.

Fíjate que tengo boca,
fíjate en mí.

Mira que soy hombre, pero ..,
con estas manos vacías
cómo me parezco a ti.

Perro que vas con tu amo,
fíjate bien:
que al hablar contigo, hablo
conmigo mismo... ¿No ves
que tan cerca del patrón,
no somos tres,
sino dos...?

Hombre que vas con tu perro:
tu servidor.

¡Qué grueso que está tu perro,
y qué flaco que estoy yo!
¡Estoy flaco porque tengo
gorda la voz!

Autor del poema: Manuel del Cabral

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DIANA

Este concierto
Ha sido escrito
Para una sola mano
Porque en esencia
Todo ha sido reducido
A polvo. ¡Polvo!
Y no subsiste nada.
Ni en pie ni en piedra.

Apenas la esperanza
Llenándose de muerte
Y esperando la muerte
De la esperanza
La abolible agonía
De la esperanza
Cuando ya reverbera
La radiante explosión
De la realidad
Brotando de los despojos
De la esperanza.

Y aquí concluye
Entre nosotros
Este convicto concierto
De la esperanza.

Autor del poema: Pedro Mir

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A LA PATRIA

Desgarra, Patria mía, el manto que vilmente,
sobre tus hombros puso la bárbara crueldad;
levanta ya del polvo la ensangrentada frente,
y entona el himno santo de unión y libertad.

Levántate a ceñirte la púrpura de gloria
¡oh tú, la predilecta del mundo de Colón!
Tu rango soberano dispútale a la historia,
demándale a la fama tu lauro y tu blasón.

Y pídele a tus hijos, llamados a unión santa,
te labren de virtudes grandioso pedestal,
do afirmes para siempre la poderosa planta,
mostrando a las naciones tu título inmortal.

Y deja, Patria amada, que en el sonoro viento
se mezclen a los tuyos mis himnos de placer;
permite que celebre tu dicha y tu contento,
cual lamenté contigo tu acerbo padecer.

Yo vi a tus propios hijos uncirte al férreo yugo,
haciéndote instrumento de su venganza cruel;
por cetro te pusieron el hacha del verdugo,
y fúnebres cipreses formaron tu dosel.

Y luego los miraste proscritos, errabundos,
por playas extranjeras llorosos divagar;
y tristes y abatidos los ojos moribundos
te vi volver al cielo cansados de llorar.

Tú sabes cuántas veces con tu dolor aciago
lloré tu desventura, lloré tu destrucción,
así cual de sus muros la ruina y el estrago
lloraron otro tiempo las hijas de Sión.

Y sabes que, cual ellas, colgué de tus palmares
el arpa con que quise tus hechos discantar,
porque al mirar sin tregua correr tu sangre a mares
no pude ni un acorde sonido preludiar.

Mas hoy que ya parece renaces a otra vida,
con santo regocijo descuelgo mi laúd,
para decir al mundo, si te juzgó vencida,
que, fénix, resucitas con nueva juventud;

que ostentas ya por cetro del libre el estandarte
y por dosel tu cielo de nácar y zafir,
y vas con el progreso, que vuela a iluminarte,
en pos del que te halaga brillante porvenir;

que ya tus nuevos hijos se abrazan como hermanos,
y juran devolverte tu angustia dignidad,
y entre ellos no se encuentran ni siervos ni tiranos,
y paz y bien nos brindan unión y libertad.

¡Oh Patria idolatrada! Ceñida de alta gloria
prepárate a ser reina del mundo de Colón:
tu rango soberano te guarda ya la historia,
la fama te presenta tu lauro y tu blasón.

Autor del poema: Salomé Ureña

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¡PADRE MÍO!

Muda yace la alcoba solitaria
donde naciste a la existencia un día,
do, desdeñando la fortuna varia,
tu vida entre el estudio discurría.

¡Ay! De una madre en el regazo tierno
por vez primera te dormiste allí,
y allí, de hinojos, tu suspiro eterno
entre sollozos tristes recogí.

Hoy, al entrar en tu mansión doliente,
donde reina silencio sepulcral,
nadie a posar vendrá sobre mi frente
el beso del cariño paternal.

Ninguna voz halagará mi acento.
ni un eco grato halagará mi oído:
sólo memoria; de tenaz tormento
tendré a la vista de tu hogar querido.

Sí, que a la tumba descender te viera
tras largas horas do perenne afán,
horas eternas de congoja fiera
que en el alma por siempre vivirán.

Cuando de angustia desgarrado el pecho
te sostuve en mis brazos moribundo;
cuando tu cuerpo recosté en el lecho
donde el postrer adiós dijiste al mundo;

cuando, de hinojos, anegada en llanto,
llevé mis labios a tu mano fría,
y entre tanta amargura y duelo tanto
miraba palpitante tu agonía;

después, ¡oh, Dios! cuando besé tu frente
y a mi beso filial no respondiste,
de horror y espanto se turbó mi mente...
Y aun teme recordarlo el alma triste.

¡Memento aciago! Su fatal memoria
cubre mi frente de dolor sombrío.
Siempre en el alma vivirá su historia,
y vivirá tu imagen, padre mío...

Cuando las sombras con su velo denso
dejan el orbe en lobreguez sumido,
en el misterio de la noche pienso
que aun escucho doliente tu gemido;

y finge verte mi amoroso anhelo
bajo el abrigo de tu dulce hogar,
y me brindas palabras de consuelo
y mis lágrimas llegas a enjugar.

Sombra querida que incesante vagas
en torno de la huérfana errabunda,
visión perenne que mi sueño halagas,
alma del alma que mi ser inunda:

si de ese mundo que el dolor extraña
mi llanto has visto y mi amargura extrema,
sobre mi frente, que el pesar empaña,
haz descender tu bendición suprema.

Autor del poema: Salomé Ureña

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HABLA COMPADRE MON

Lo que ayer dije yo
a gritarlo vuelvo ya:
¿tierra en el mar?
No señor,
aquí la isla soy yo.

Algo yo tengo en el cinto
que estoy como está la isla,
rodeada de peligro.

Sí, señor, mi cinturón:
ola de pólvora y plomo.
Aquí la isla soy yo.

Cabe, lo que dije ya,
siempre aquí, como le cabe
el día en el pico de ave.
¡Qué bien me llevan la voz
las balas que sueño yo!

Y no está lejos del hombre
de tierra adentro y dormido
la verde fiera que siempre
nos pone un rabioso anillo...
Estoy hablando del mar
porque en él hay algo mío...

¿Pero estoy hablando yo
de una Antilla, tierra en agua?
No señor,
con la cintura entre balas,
al mapa le digo no.
Aquí la isla soy yo.

Autor del poema: Manuel del Cabral

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MI OFRENDA A LA PATRIA

¡Hace ya tanto tiempo...! Silenciosa
sí, indiferente no, Patria bendita,
yo he seguido la lucha fatigosa
con que llevas de bien tu ansia infinita.

Ha tiempo que no llena
tus confines la voz de mi esperanza,
ni el alma, que contigo se enajena,
a señalarte el porvenir se lanza.

He visto a las pasiones
levantarse en tu daño conjuradas
para ahogar tus supremas ambiciones,
tus anhelos de paz y de progreso,
y rendirse tus fuerzas fatigadas
al abrumarte peso.

¿Por qué, siempre que el ruido
de la humana labor que al mundo asombra,
recorriendo el espacio estremecido
a sacudir tu indiferencia viene,
oculta mano férrea, entre la sombra,
tus generosos ímpetus detiene?

¡Ah! yo quise indagar de tu destino
la causa aterradora:
te miro en el comienzo del camino,
clavad siempre allí la inmóvil planta
como si de algo que en llegar demora,
de algo que no adelanta,
la potencia aguardaras impulsora...

¡Quién sabe si tus hijos
esperan una voz de amor y aliento!
dijo el alma, los ojos en ti fijos,
dijo en su soledad mi pensamiento.

¿Y ese amoroso acento
de qué labio saldrá, que así acuda
el espíritu inerme, y lo levante,
la fe llevando a reemplazar la duda,
y del deber la religión implante?

¡Ah! la mujer encierra,
a despecho del vicio y su veneno,
los veneros inmensos de la tierra,
el germen de lo grande y de lo bueno.

Más de una vez en el destino humano
su imperio se ostentó noble y fecundo:
ya es Veturia, y desarme a Coriolano;
ya Isabel, y Colón halla otro mundo.

Hágase luz en la tiniebla oscura,
que al femenil espíritu rodea,
y en sus alas de amor irá segura
del porvenir la salvadora idea.

Y si progreso y paz e independencia
mostrar al orbe tu ambición ansía,
fuerte, como escudada en su conciencia,
de sus propios destinos soberana,
para ser del hogar lumbrera y guía
formemos la mujer dominicana.

Así, de tu futura
suerte soñado con el bien constante,
las fuerzas consagré de mi ternura,
instante tras instante,
a dar a ese ideal forma y aliento,
y rendirte después como tributo,
cual homenaje atento,
de mi labor el recogido fruto.

Hoy te muestro ferviente
las almas que mi afán dirigir pudo:
yo les di de verdad rica simiente,
y razón y deber forman su escudo.

En patrio amor sublime
templadas al calor de mis anhelos,
ya sueña que tu suerte se redime,
ya ven de tu esperanza abrir los cielos.

Digna de ti es la prenda
que mi esfuerzo vivísimo corona
y que traigo a tus aras en ofrenda
¡el don acepta que mi amor te abona!

Que si cierto es cual puro
mi entusiasta creer en esas glorias
que siempre, siempre, con placer te auguro;
si no mienten victorias
la voz que en mi interior se inspira y canta,
los sueños que en mi espíritu se elevan,
ellas al porvenir que se adelanta
de ciencia y de virtud gérmenes llevan.

Autor del poema: Salomé Ureña

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