17 Poemas de invierno
EN EL CORAZÓN DE TODOS LOS INVIERNOS
En el corazón de todos los inviernos
vive una primavera palpitante
y detrás de cada noche
viene una aurora sonriente.
INVIERNO
Agosto ha pasado ya.
Duras primaveras
acosan mis olvidados
recuerdos.
(Las cicatrices
del tiempo y del olvido,
lo cicatrices del odio
y el amor,
las llanuras de sangre
abiertas con la mano,
los campos desolados
por la sed y el amor).
NOS CASAREMOS EN INVIERNO
Nos casaremos ahora que llueve a carcajadas.
Vos y yo y la tierra celebraremos juntos
el verdor de los cuerpos,
el sexo de las flores,
el polen de la risa
y todas las estrellas
que vienen confundidas
en la gota de lluvia.
Pondremos inviernos en el amor
para verlo crecer
al ritmo de las plantas.
Uniremos las nubes
para formar el trueno,
uniremos la tierra con el agua.
Nos casaremos con el cielo cerrado,
cuando suenen los techos
como ametralladoras
y el canto de las ranas
suba desde el jardín
junto con un cortejo de hormigas voladoras.
Nos casaremos sin sombrillas, amor,
con la cabeza descubierta,
en un patio mojado,
oloroso de tierra,
sin otra sed más que la del uno por el otro,
con la ropa empapada,
juntando nuestros quehaceres
para que se venga el temporal
que lo va a lavar todo,
como la lluvia, amor, de cuando nos casemos.
SUEÑO PARA EL INVIERNO
a ella...
En el invierno viajaremos en un vagón de tren
con asientos azules.
Seremos felices. Habrá un nido de besos
oculto en los rincones.
Cerrarán sus ojos para no ver los gestos
en las últimas sombras,
esos monstruos huidizos, multitudes oscuras
de demonios y lobos.
Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño...
un beso muy pequeño como una araña suave
correrá por tu cuello...
Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara
-y tardaremos mucho en hallar esa araña,
por demás indiscreta.
DE INVIERNO
En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.
El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de Aleçón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.
Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño:
entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño
como una rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los ojos; mírame con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.
SOL DE INVIERNO
Es mediodía. Un parque.
Invierno. Blancas sendas;
simétricos montículos
y ramas esqueléticas.
Bajo el invernadero,
naranjos en maceta,
y en su tonel, pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice,
para su capa vieja:
«¡El sol, esta hermosura
de sol!...» Los niños juegan.
El agua de la fuente
resbala, corre y sueña
lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.
NO PARA MÍ, DEL ARRUGADO INVIERNO
No para mí, del arrugado invierno
rompiendo el duro cetro, vuelve mayo
la luz al cielo, a su verdor la tierra,
No el blando vientecillo sopla amores
o al rojo despuntar de la mañana
se llena de armonía el bosque verde.
Que a quien el patrio nido y los amores
de su niñez dejó, todo es invierno.
CANCIÓN DE AMIGA
Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.
No recuerdo un invierno tan frío como éste.
ES TEMPRANO AÚN
Es temprano aún.
Miro la oscura mañana en la ventana.
La cortina amarilla no está.
Aguda y grave
escucho las dos voces el viento
y, súbitamente, siento frío.
Me froto los tobillos. Las rodillas.
Golpeo las manos:
“Ninguna mano aplaude sola”.
Frente a la pared
sacudo los brazos como un espantapájaros;
lucho con la rapidez de mi sombra
y después recito de un tirón:
“Para entrar en el reino de lo cálido
tenemos que aprender a salir de la frialdad”.
CUANDO POR EL DURO INVIERNO
Cuando por el duro invierno que tristemente vuelve
La nieve con sus largos copos cae, blanqueando el techo,
Permita que el gemido del tiempo la enfrente.
Por nuestros numerosos haces, ¡devuélvame la estrecha chimenea!
Para el ocioso soñador, la dulce sobremesa
Con los pies sobre los morrillos, sueña, cree
¡La felicidad! - él no quiere delante de su chimenea más
Que una butaca bien suave, ¡donde pueda burlarse del frío!
Atiza su fuego por medio de sus tenazas ;
La llama crece, como una estrella caída
La chispa que el ojo ve en la sombra se mantiene y sigue.
A él le parece entonces ver que los astros de la noche se muestran ;
La ilusión se redobla; ¡está feliz! piensa unir
¡Al calor del día el encanto de la noche!
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