16 Poemas del Siglo de Oro
SUFRO LLORANDO, EN VANO ERROR PERDIDO
Sufro llorando, en vano error perdido,
el miedo y el dolor de mi cuidado,
sin esperanza; ajeno y entregado
al imperio tirano del sentido.
Mueve la voz Amor de mi gemido
y esfuerza el triste corazón cansado,
porque siendo en mis cartas celebrado
de él se aproveche nunca el ciego olvido.
Quien sabe y ve el rigor de su tormento,
si alcanza sus hazañas en mi llanto,
muestre alegre semblante a mi memoria.
Quien no, huya y no escuche mi lamento,
que para libres almas no es el canto
de quien sus daños cuenta por victoria.
YA VIENE EL ALBA
Mi gallejo, mira quién llama.
- Angeles son, que ya viene el alba.
Hame dado un gran zumbido
que parece cantillana.
Mira Bras, que ya es de día,
vamos a ver la zagala.
Mi gallejo, mira quién llama.
- Angeles son, que ya viene el alba.
¿Es parienta del alcalde,
o quién es esta doncella?
- Ella es hija de Dios Padre,
relumbra, como una estrella.
Mi gallejo, mira quién llama.
- Angeles son, que ya viene el alba.
YO ME MUERO DE AMOR, QUE NO SABÍA...
Yo me muero de amor, que no sabía,
aunque diestro en amar cosas del suelo,
que no pensaba yo que amor del cielo
con tal rigor las almas encendía.
Si llama la moral filosofía
deseo de hermosura a amor, recelo
que con mayores ansias me desvelo
cuanto es más alta la belleza mía.
Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante!
¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros,
qué tiempo que perdí como ignorante!
Mas yo os prometo agora de pagaros
con mil siglos de amor cualquiera instante
que por amarme a mí dejé de amaros.
LOS RAYOS LE CUENTA AL SOL
Los rayos le cuenta al sol
con un peine de marfil
la bella Jacinta, un día
que por mi dicha la vi
en la verde orilla
de Guadalquivir.
A LA DUQUESA
¿A quién daré mis amorosos versos,
que pretienden amor, con virtud junto,
y desean también mostrars'hermosos?
A ti, señora en quien todo esto cabe,
a ti se den, por cuanto si carecen
destas cosas que digo que pretienden,
en ti las hallarán cumplidamente.
Recógelos con blanda mansedumbre
si vieres que son blandos, y si no,
recógelos como ellos merecieren.
Y si después t'importunaren mucho
con llorar, porque así suelen hazello,
no te parezcan mal sus tristes lloros,
que, pues que son sus lágrimas con causa,
no sólo es gran razón que se consientan,
mas an de ser dolidas y lloradas
por todos los que vieren donde caen.
Ellos se van huyendo de mis manos
pensando que podrán bivir doquiera,
pero, según an sido regalados
y poco corregidos en sus vicios,
a peligro andarán si en ti no hallan
manera de bivir en sus regalos
y amparo por valerse en sus errores.
Si pasaren con onra, dales vida,
y si no, no les quites el remedio
que'l tiempo les dará con su justicia:
que mueran y que los cubra la tierra,
y la tierra será el eterno olvido.
SONETO III
La mar en medio y tierras he dejado
de cuanto bien, cuitado, yo tenía;
y yéndome alejando cada día,
gentes, costumbres, lenguas he pasado.
Ya de volver estoy desconfiado;
pienso remedios en mi fantasía,
y el que más cierto espero es aquel día
que acabará la vida y el cuidado.
De cualquier mal pudiera socorrerme
con veros yo, señora, o esperallo,
si esperallo pudiera sin perdello;
mas de no veros ya para valerme,
si no es morir, ningún remedio hallo,
y si éste lo es, tampoco podré habello.
¡OH, FUERA YO EL OLIMPO...
¡Oh, fuera yo el olimpo, que con vuelo
de eterna luz girando resplandece
cuando mengua Timbreo y Cintia crece
en el medroso horror del negro velo!
En lo mejor del noble hesperio suelo,
que cerca baña el Betis, y enriquece,
viera la alma belleza que florece
y esparce lumbre y puro ardor del cielo;
y en su candor clarísimo encendido,
volviera todo en llama, como espira
en fuego cuanto asciende al alta etra.
Tal vigor en sus rayos escondido
yace, que si con fuerza alguno mira
en ella, con más fuerza en él penetra.
SOY COMO AQUEL QUE VIVE EN EL DESIERTO
Soy como aquel que vive en el desierto,
del mundo y de sus cosas olvidado,
y a descuido veis donde l'ha llegado
un gran amigo, al cual tuvo por muerto.
Teme luego d'un caso tan incierto;
pero, después que bien s'ha segurado,
comiença a holgar pensando en lo pasado,
con nuevos sentimientos muy despierto.
Mas cuando ya este amigo se le parte,
al cual partirse presto le conviene,
la soledad empieça a selle nueva;
con las yervas del monte no s'aviene;
para'l yermo le falta toda el arte;
y tiembla cada vez que'ntra en su cueva.
COMPARA EL DISCURSO DE SU AMOR CON EL DE UN ARROYO
Torcido, desigual, blando y sonoro,
te resbalas secreto entre las flores,
hurtando la corriente a los calores,
cano en la espuma, y rubio como el oro.
En cristales dispensas tu tesoro,
Líquido plectro a rústicos amores,
y templando por cuerdas ruiseñores,
te ríes de crecer, con lo que lloro.
De vidrio en las lisonjas divertido,
gozoso vas al monte, y despeñado
espumoso encaneces con gemido.
No de otro modo el corazón cuitado,
a la prisión, al llanto se ha venido,
alegre, inadvertido y confiado.
OTRO DEL MISMO QUE VA POR «SUPER FLUMINA BABILONIS»
Encima de las corrientes
que en Babilonia hallaba,
allí me senté llorando,
allí la tierra regaba,
acordándome de ti,
¡oh, Sión!, a quien amaba.
Era dulce tu memoria,
y con ella más lloraba.
Dejé los trajes de fiesta,
los de trabajo tomaba,
y colgué en los verdes sauces
la música que llevaba,
poniéndola en esperanza
de aquello que en ti esperaba.
Allí me hirió el amor
y el corazón me sacaba.
Díjele que me matase,
pues de tal suerte llagaba;
yo me metía en su fuego
sabiendo que me abrasaba,
disculpando al avecica
que en el fuego se acababa.
Estábame en mí muriendo
y en ti solo respiraba,
en mí por ti me moría
y por ti resucitaba,
que la memoria de ti
daba vida y la quitaba.
Gozábanse los extraños
entre quien cautivo estaba;
preguntábanme cantares
de lo que en Sión cantaba:
«-Canta de Sión un himno,
veamos cómo sonaba».
«-Decid: ¿cómo en tierra ajena,
donde por Sión lloraba,
cantaré yo la alegría
que en Sión se me quedaba?
Echaríala en olvido
si en la ajena me gozaba.
Con mi paladar se junte
la lengua con que hablaba,
si de ti yo me olvidare,
en la tierra do moraba.
¡Sión, por los verdes ramos
que Babilonia me daba,
de mí se olvide mi diestra,
que es lo que en ti más amaba,
si de ti no me acordare,
en lo que más me gozaba,
y si yo tuviere fiesta
y sin ti la festejaba!
¡Oh, hija de Babilonia,
mísera y desventurada!
Bienaventurado era
aquel en quien confiaba,
que te ha de dar el castigo
que de tu mano llevaba,
y juntará sus pequeños,
y a mí, porque en ti esperaba,
a la piedra, que era Cristo,
por el cual yo te dejaba».
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