41 Poemas españoles 

AUTOBIOGRAFÍA

Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,

sabiendo que jamás me he equivocado en nada,

sino en las cosas que yo más quería.

Autor del poema: Luis Rosales

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NECESITO DE TI

Necesito de ti, de tu presencia,
de tu alegre locura enamorada.
No soporto que agobie mi morada
la penumbra sin labios de tu ausencia.

Necesito de ti, de tu clemencia,
de la furia de luz de tu mirada;
esa roja y tremenda llamarada
que me impones, amor, de penitencia.

Necesito tus riendas de cordura
y aunque a veces tu orgullo me tortura
de mi puesto de amante no dimito.

Necesito la miel de tu ternura,
el metal de tu voz, tu calentura.
Necesito de ti, te necesito.

Autor del poema: Rafael de León

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XVII

Yo sé cuál el objeto
de tus suspiros es.
Yo conozco la causa de tu dulce
secreta languidez.

¿Te ríes...? Algún día
sabrás, niña, por qué:
Tú acaso lo sospechas,
y yo lo sé.

Yo sé cuándo tú sueñas,
y lo que en sueños ves;
como en un libro puedo lo que callas
en tu frente leer.

¿Te ríes...? Algún día
sabrás, niña, por qué:
Tú acaso lo sospechas
y yo lo sé.

Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez.
Yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.

¿Te ríes...? Algún día
sabrás, niña, por qué:
mientras tú sientes mucho y nada sabes,
yo que no siento ya, todo lo sé.

Autor del poema: Gustavo Adolfo Bécquer

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ASÍ TE QUIERO

A Conchita Piquer

El día trece de julio
yo me tropecé contigo.

Las campanas de mi frente,
amargas de bronce antiguo,
dieron al viento tu nombre
en repique de delirio.
Mi corazón de madera
muerto de flor y de nidos,
floreció en un verde nuevo
de naranjos y de gritos,
y por mi sangre corrió
un toro de escalofrío,
que me dejó traspasado
en la plaza del suspiro.

¡Ay trece, trece de julio,
cuando me encontré contigo!

¡Ay, tus ojos de manzana
y tus labios de cuchillo
y las nueve, nueve letras
de tu nombre sobre el mío
que borraron diferencias
de linaje y apellido!

¡Bendita sea la madre,
la madre que te ha parido,
porque sólo te parió
para darme a mí un jacinto,
y se quedó sin jardines
porque yo tuviera el mío!

¿Quieres que me abra las venas
para ver si doy contigo?
¡Pídemelo y al momento
seré un clavel amarillo!
¿Quieres que vaya descalzo
llamando por los postigos?

¡Dímelo y no habrá aldabón
que no responda a mi brío!
¿Quieres que cuente la arena
de los arroyos más finos?
Haré lo que se te antoje,
lo que mande tu capricho,
que es mi corazón cometa
y está en tu mano el ovillo;
que es mi sinrazón campana
y tu voluntad sonido.

Nunca quise a nadie así;
voy borracho de cariño,
desnudo de conveniencias
y abroquelado de ritmos
como un Quijote de luna
con armadura de lirios.

Te quiero de madrugada,
cuando la noche y el trigo
hablan de amor a la sombra
morena de los olivos;
cuando se callan los niños
y las mocitas esperan
en los balcones dormidos;
te quiero siempre: mañana,
tarde, noche... ¡por los siglos,
de los siglos! ¡Amén! Te
querré constante y sumiso,
y cuando ya me haya muerto
antes que llegue tu olvido,
por la savia de un ciprés
subiré delgado y lírico,
hecho solamente voz
para decirte en un grito:
¡Te quiero! ¡Te quiero muerto
igual que te quise vivo!

Autor del poema: Rafael de León

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ENCUENTRO

Me tropecé contigo en primavera,
una tarde de sol delgada y fina,
y fuiste en mi espalda enredadera
y en mi cintura, lazo y serpentina.

Me diste la blandura de tu cera
y yo te di las sal de mi salina.
Y navegamos juntos, sin bandera,
por el mar de la rosa y de la espina.

Y después, a morir, a ser dos ríos
sin adelfas, oscuros y vacíos,
para la boca torpe de la gente...

Y por detrás, dos lunas, dos espadas,
dos cinturas, dos bocas enlazadas
y dos arcos de amor de un mismo puente.

Autor del poema: Rafael de León

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A RUBÉN DARÍO

A ese del cabello oscuro,
como la nocturna bruma,
púsole Dios en la pluma,
luz de sideral destello.
Cuando de su canto bello nos llega la sensación
se oyen mezcladas al son de las guslas orientales
los sonidos tropicales
de las selvas de Colón.

Autor del poema: Ramón de Campoamor

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ASOMADO AL BALCÓN QUE SOY YO PORQUE TE AMO

Asomado al balcón que soy yo porque te amo,
pasas por mis recuerdos
igual que se atraviesa una casa vacía.
Frente a mi soledad
se alza seriamente
un viejo panorama de edificios sin luna:
luces suaves
de esta madrugada
con gente triste y niebla en las glorietas.
Luces brillantes de la madrugada.

Te quedas en Madrid. A mí me esperan
casas cerca del mar,
ese cansancio azul de los hoteles,
los cuartos alquilados
donde alguien ha muerto alguna vez.
No pasarán,
los días,
tan despacio.

Pero vendrán las lluvias,
la nostalgia creciendo
como crece el amor en épocas de guerra.
Alguien recordará, seguramente,
el largo invierno del ochenta y seis.

Autor del poema: Benjamín Prado

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DUDA

¿Por qué tienes ojeras esta tarde?
¿Dónde estabas, amor, de madrugada,
cuando busqué tu palidez cobarde
en la nieve sin sol de la almohada?

Tienes la línea de los labios fría,
fría por algún beso mal pagado;
beso que yo no sé quién te daría,
pero que estoy seguro que te han dado.

¿Qué terciopelo negro te amorena
el perfil de tus ojos de buen trigo?
¿Qué azul de vena o mapa te condena

al látigo de miel de mi castigo?
¿Y por qué me causaste este pena
si sabes, ¡ay, amor!, que soy tu amigo?

Autor del poema: Rafael de León

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DIGO, DICES,...

Mírame, digo, ven a ver qué ocurre
en el país vacío de mis ojos,
en la desalentada pesadumbre
de mi cuerpo, en la noche de mi vida.

Sal de ti, dices, sal de tu silencio
deshabitado y dame una palabra
que me devuelva al mundo y me rescate
de este pozo de angustia y de amargura.

Mírame, sal de ti, dame el abismo
de tu amor, quémame, muérdeme el alma,
rómpeme, dale al viento mis cenizas.
Digo, dices, decíamos, diremos…

Autor del poema: Luis Alberto de Cuenca

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A LA REINA DOÑA ISABEL

Serenísima reina, en quien se halla
lo que Dios pudo dar a un ser humano;
amparo universal del ser cristiano,
de quien la santa fama nunca calla;

arma feliz, de cuya fina malla
se viste el gran Felipe soberano,
ínclito rey del ancho suelo hispano
a quien Fortuna y Mundo se avasalla:

¿cuál ingenio podría aventurarse
a pregonar el bien que estás mostrando,
si ya en divino viese convertirse?

Que, en ser mortal, habrá de acobardarse,
y así, le va mejor sentir callando
aquello que es difícil de decirse.

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