11 Poemas de pena 

VAS LACRIMAE

La pena… La melancolía…
La tarde siniestra y sombría…
La lluvia implacable y sin fin…
La pena… La melancolía…
La vida tan gris y tan ruin.
¡La vida, la vida, la vida!
La negra miseria escondida
royéndonos sin compasión
y la pobre juventud perdida
que ha perdido hasta su corazón.
¿Por qué tengo, Señor, esta pena
siendo tan joven como soy?
Ya cumplí lo que tu ley ordena:
hasta lo que no tengo, lo doy…

Autor del poema: Arturo Borja

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TRISTEZAS

( A mi esposo ausente )

Nuestro dulce primogénito,
que sabe sentir y amar,
con tu recuerdo perenne
viene mi pena a aumentar.

Fijo en ti su pensamiento,
no te abandona jamás:
sueña contigo y, despierto,
habla de ti nada más.

Anoche, cuando, de hinojos,
con su voz angelical
dijo las santas palabras
de su oración nocturnal;

cuando allí junto a su lecho
sentéme amante a velar,
esperando que sus ojos
viniese el sueño a cerrar,

incorporándose inquieto,
cual presa de intenso afán,
con ese acento que al labio
las penas tan sólo dan,

exclamó como inspirado:
“!Tú no te acuerdas, mamá?
El sol ¡que bonito era
cuando estaba aquí papá!”

Autor del poema: Salomé Ureña

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LUZ DE TARDE

Me da pena pensar que algún día querré ver de nuevo este espacio,
tornar a este instante.
Me da pena soñarme rompiendo mis alas
contra muros que se alzan e impiden que pueda volver a encontrarme.

Estas ramas en flor que palpitan y rompen alegres
la apariencia tranquila del aire,
esas olas que mojan mis pies de crujiente hermosura,
el muchacho que guarda en su frente la luz de la tarde,
ese blanco pañuelo caído tal vez de unas manos,
cuando ya no esperaban que un beso de amor las rozase...

Me da pena mirar estas cosas, querer estas cosas,
guardar estas cosas. Me da pena soñarme volviendo a buscarlas, volviendo a buscarme,
poblando otra tarde como esta de ramas que guarde en mi alma,
aprendiendo en mí mismo que un sueño no puede volver otra vez a soñarse.

Autor del poema: José Hierro

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LARGA ES LA AUSENCIA

Tu soledad, Abril, todo lo llena.
Colma de luz la espuma y la corriente.
Aurora niña con su sol reciente.
Toro en golpe de mar como mi pena.

La soledad del corazón resuena
desierto ya como un reloj viviente,
como un reloj que late porque siente
la marcha de tu pie sobre la arena.

Y así vas caminando sangre adentro,
sangre hacia arriba, hacia el primer encuentro,
sangre hacia ayer en la memoria mía;

¡ay, corazón, donde me pisas tanto!,
¡qué soledad sin ti, cierva de llanto!
qué soledad de luz buscando el día.

Autor del poema: Luis Rosales

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LA JARDINERA

Para olvidarme de ti
voy a cultivar la tierra.
En ella espero encontrar
remedio para mi pena.

Aquí plantaré el rosal
de las espinas más gruesas.
Tendré lista la corona
para cuando en mí te mueras.

Para mi tristeza, violeta azul,
clavelina roja pa’ mi pasión,
y, para saber si me corresponde,
deshojo un blanco manzanillón:
si me quiere –mucho, poquito, nada–,
tranquilo queda mi corazón.

Creciendo irán poco a poco
los alegres pensamientos.
Cuando ya estén florecidos,
irá lejos tu recuerdo.

De la flor de la amapola
seré su mejor amiga.
La pondré bajo la almohada
para dormirme tranquila.

Cogollo de toronjil,
cuando me aumenten las penas,
las flores de mi jardín
han de ser mis enfermeras.

Y si acaso yo me ausento
antes que tú te arrepientas,
heredarás estas flores:
¡ven a curarte con ellas!

Autor del poema: Violeta Parra

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MI CORAZÓN

Es mentira
que mi corazón porque palpita
esté despierto.
Sus latidos son tan sólo
el goteo
de su llanto glacial
como el que llora al fundirse
el témpano de hielo.

Es mentira
que mi corazón porque palpita
esté despierto.
Su misión se reduce
a mantener de pie
a un muerto
que esperanzado
aún persigue sus sueños.

Autor del poema: Elías Nandino

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LA SUPERVIVIENTE

Me habita un cementerio
me he ido haciendo vieja
aquí
al lado de mis muertos.
no necesito amigos
me da miedo querer porque he querido a muchos
y a todos los perdí en la guerra.

Me basta con mi pena.
Ella me ayuda a vivir estos amaneceres blancos
estas noches desiertas
esta cuenta incesante de las pérdidas.

Autor del poema: Ana María Rodas

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LA CAÍDA DE LA TARDE

Mirar como traspone las montañas
El sol, cansado al fin de su carrera,
De este río sentado en la ribera,
Escuchando su ronco murmurar.
O ver las aves que con tardo vuelo
Van a las ramas a buscar descanso,
O mis ojos clavar en el remanso
Que oscurece la sombra del palmar.

A esta mustia soledad salvaje
Venir ¡ay triste! a demandar remedio,
En mi constante y doloroso tedio;
Y el pesar abatiéndome después.
Y pasar afligido hora tras hora,
De la ausencia en el lóbrego martirio;
De un imposible afán en el delirio...
¡Ésta , lejos de ti, mi vida es!

Tu recuerdo tenaz nunca se esconde,
En el oscuro abismo de mi mente,
Y el fuego de tu amor, aún vive ardiente,
Abrasándome siempre el corazón,
No vale huir de ti... que el alma loca
Vuela a do estás, en alas del deseo,
O te atrae hacia mí, y aquí te veo,
Sombra a quien presta vida mi pasión!

Y evoco las memorias de otros días
Que dichosos, mas breves trascurrieron,
Pero que amantes al pasar nos vieron
Desmayados, del goce en la embriaguez.
Y pido a estas riberas la ventura
De esas horas de amor dulces y bellas,
Mas ¡ay! no pueden darme lo que aquellas
En que te vi por la primera vez.

Nada me sonríe ya, cuando va el cielo
Tiñendo de carmín por un instante,
Desde su tumba de oro, fulgurante,
Del tibio sol la moribunda luz.
Nada promete a mi esperanza ansiosa,
A mi deseo audaz o a mi pena,
La noche, cuando, de delicias llena,
Va envolviendo la tierra en su capuz.

¡Ay! y las palmas, las hermosas palmas
Que tú tan gratas para siempre hicieras,
A ninguno, sus tristes cabelleras
Hoy acarician, de nosotros dos.
Y cuando entre sus ramas solitaria,
Cayendo va la estrella de la tarde
Tu mirada semeja, como ella arde,
Así ardía en tu postrer adiós.

Y esa pálida estrella vespertina
Que un momento en el cielo resplandece,
Y que declina pronto y desparece,
Semeja así nuestro pasado bien!
He ahí lo que me queda, recordarte,
De esta fatal ausencia en el hastío,
Y pensar que en los bordes de ese río,
Tal vez tú lloras por mi amor también.

Autor del poema: Ignacio Manuel Altamirano

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QUE NO SE AMAR DIJISTE Y...

Enviado por stephanie  Seguir

Que no se amar, dijiste, y estallaron las lágrimas
De mi angustia silenciada.
Si no se amar entonces, ¿Qué hago?,
Sé que no te quiero
Porque muero cuando no te tengo y si solo te quisiera
Ya no me tendrías
Y si solo te apreciara nunca me hubieras tenido
Entonces sé que te amo, tal vez de una forma retorcida y a mi manera
De una forma que tu no comprendes, pero te amo.
Qué si te engaño, preguntaste
Me pediste que te mirara a los ojos y respondiera
Y es que en mi vida oí cosa tan más absurda
Que si te engaño dices, entonces dime si
Acaso no escuchaste u omitiste todas las veces que te juré mi amor
O te olvidaste de aquellas veces en que lloré tanto porque creí que te perdería
O si crees que todas las veces que he sido tuya han sido solo por deseo
Entonces en caso de que sigas dándole vueltas a la pregunta,
Esperando creer en mi respuesta te diré:
Que no hay nadie más de quien esté enamorada ni ame como a ti
Que eres motivo de mis pensamientos todo el día.
Que no hay noche que no te sueñe ni día que no te piense
Y si aún no me crees entonces recuerda que nos casamos aquella vez,
Que te entregue mi voz cuando llevábamos tan solo un mes
Y luego en tu cumpleaños, tragándome mi pena esperando que mis manos
No fallaran mientras tocaba la guitarra,
Recuerda todas las veces que corrí tras de ti
Solo para saltar a tus brazos y esconderme en tu pecho.
Sé amar aunque no lo creas y no te engaño aunque lo dudes.
Y cada vez que me lo preguntes, cada vez que lo pienses,
Voy a recordarte lo mismos versos que hoy escribo.

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QUIERO LLORAR MI PENA Y TE LO DIGO...

Quiero llorar mi pena y te lo digo
para que tú me quieras y me llores
en un anochecer de ruiseñores,
con un puñal, con besos y contigo.

Quiero matar al único testigo
para el asesinato de mis flores
y convertir mi llanto y mis sudores
en eterno montón de duro trigo.

Que no se acabe nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre ardida
con decrépito sol y luna vieja.

Que lo que no me des y no te pida
será para la muerte, que no deja
ni sombra por la carne estremecida.

Autor del poema: Federico García Lorca

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