29 Poemas de melancolía
Una parte de tí
Quiero decirte,
Que si el amor muere,
Me iré de ti, sin irme de tu lado,
Porque tú,
Eres la luz de mi alma,
Y aunque nuestros caminos se dividan,
Tú, te llevas una parte de mí.
¿POR QUÉ TE FUISTE?
Entonces te volví a ver de manos
De alguien que no era yo.
Enserio no sabes cuanto me dolió,
Ustedes jugueteando, de aquí para allá,
Y yo, yo solo observaba.
Es que eres tan tierna, como pudiste!
Delicada, dócil a la hora de hablar,
¿Pero de amar?
Musa de mis letras,
ahora a quien le escribo,
Para quien serán mis delirios?
Me dejaste ahí, solo y sin sentido.
Amor en silencio
Amor en silencio,
que guarda en secreto tu nombre.
Que discute con el viento,
las amargas notas de tu ausencia.
Que te espera en el tiempo,
para que de mi te enamores.
Que besa tu sombra
y acaricia tu olvido.
Amor que sufre,
que calla y llora.
Como un barco que encalla
sobre el peñasco que esconden
las olas.
Amor que enmudece
y no dice nada.
Amor que en la eterna lluvia
disimula sus lágrimas.
Ese es mi amor,
que se turba en tu mirada
y se pierde en tu perfume,
que se asoma por la ventana
cuando pasas por la calle
y en silencio llora de rabia.
HACE TIEMPO
Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.
Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.
Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.
Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.
Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.
Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.
ES MELANCOLÍA
Te llamarás silencio en adelante.
Y el sitio que ocupabas en el aire
se llamará melancolía.
Escribiré en el vino rojo un nombre:
el tu nombre que estuvo junto a mi alma
sonriendo entre violetas.
Ahora miro largamente, absorto,
esta mano que anduvo por tu rostro,
que soñó junto a ti.
Esta mano lejana, de otro mundo,
que conoció una rosa y otra rosa,
y el tibio, el lento nácar.
Un día iré a buscarme, iré a buscar
mi fantasma sediento entre los pinos
y la palabra amor.
Te llamarás silencio en adelante.
Lo escribo con la mano que aquel día
iba contigo entre los pinos.
POEMA DEL DOMINGO TRISTE
Este domingo triste pienso en ti dulcemente
y mi vieja mentira de olvido, ya no miente.
La soledad, a veces, es peor castigo...
Pero, ¡qué alegre todo, si estuvieras conmigo!
Entonces no querría mirar las nubes grises,
formando extraños mapas de imposibles países;
y el monótono ruido del agua no sería
el motivo secreto de mi melancolía.
Este domingo triste nace de algo que es mío,
que quizás es tu ausencia y quizás es mi hastío,
mientras corren las aguas por la calle en declive
y el corazón se muere de un ensueño que vive.
La tarde pide un poco de sol, como un mendigo,
y acaso hubiera sol si estuvieras conmigo;
y tendría la tarde, fragantemente muda,
el ingenuo impudor de una niña desnuda.
Si estuvieras conmigo, amor que no volviste,
¡qué alegre me sería este domingo triste!
LA VUELTA A LA ALDEA
Ya el sol oculta su radiosa frente;
melancólico brilla en occidente
su tímido esplendor;
ya en las selvas la noche inquieta vaga
y entre las brisas lánguido se apaga
el último cantar del ruiseñor.
¡Cuánto gozo escuchando embelesado
ese tímido acento apasionado
que en mi niñez oí!
Al ver de lejos la arboleda umbrosa
¡cuál recuerdo, en la tarde silenciosa,
la dicha que perdí!
Aquí al son de las aguas bullidoras,
de mi dulce niñez las dulces horas
dichoso vi pasar,
y aquí mil veces, al morir el día
vine amante después de mi alegría
dulces sueños de amor a recordar.
Ese sauce, esa fuente, esa enramada,
de una efímera gloria ya eclipsada
mudos testigos son:
cada árbol, cada flor, guarda una historia
de amor y de placer, cuya memoria
entristece y halaga el corazón.
Aquí está la montaña, allí está el río;
a mi vista se extiende el bosque umbrío
donde mi dicha fue.
¡Cuántas veces aquí con mis pesares
vine a exhalar de amor tristes cantares!
¡Cuánto de amor lloré!
Acá la calle solitaria; en ella
de mi paso en los céspedes la huella
el tiempo ya borró.
allá la casa donde entrar solía
de mi padre en la dulce compañía.
¡Y hoy entro en su recinto sólo yo!
Desde esa fuente, por la vez primera,
una hermosa mañana, la ribera
a Laura vi cruzar,
y de aquella arboleda en la espesura,
una tarde de mayo, con ternura
una pálida flor me dio al pasar.
Todo era entonces para mi risueño;
mas la dicha en la vida es sólo un sueño,
y un sueño fue mi amor.
Cual eclipsa una nube al rey del día,
la desgracia eclipsó la dicha mía
en su primer fulgor.
Desatóse estruendoso el torbellino,
al fin airado me arrojó el destino
de mi natal ciudad.
Así, cuando es feliz entre sus flores,
¡ay! del nido en que canta sus amores
arroja al ruiseñor la tempestad.
Errante y sin amor siempre he vivido;
siempre errante en las sombras del olvido...
¡cuán desgraciado soy!
Mas la suerte conmigo es hoy piadosa;
ha escuchado mi queja cariñosa,
y aquí otra vez estoy.
No sé, ni espero, ni ambiciono nada;
triste suspira el alma destrozada
sus ilusiones ya:
mañana alumbrará la selva umbría
la luz del nuevo sol, y la alegría
¡jamás al corazón alumbrará!
Cual hoy, la tarde en que partí doliente,
triste el sol derramaba en occidente
su moribunda luz:
suspiraba la brisa en la laguna
y alumbraban los rayos de la luna
la solitaria cruz.
Tranquilo el río reflejaba al cielo,
y una nube pasaba en blando vuelo
cual pasa la ilusión;
cantaba el labrador en su cabaña,
y el eco repetía en la montaña
la misteriosa voz de la oración.
Aquí está la montaña, allí está el río...
Mas ¿dónde está mi fe? ¿Dónde, Dios mío,
dónde mi amor está?
Volvieron al vergel brisas y flores,
volvieron otra vez los ruiseñores...
Mi amor no volverá.
¿De qué me sirven, en mi amargo duelo,
de los bosques los lirios, y del cielo
el mágico arrebol;
el rumor de los céfiros süaves
y el armonioso canto de las aves,
si ha muerto ya de mi esperanza el sol?
Del arroyo en las márgenes umbrías
no miro ahora, como en otros días,
a Laura sonreír.
¡Ay! En vano la busco, en vano lloro;
ardiente en vano su piedad imploro:
¡jamás ha de venir!.
MELANCOLÍA, MADRE MÍA
Melancolía, madre mía,
en tu regazo he de dormir,
y he de cantar, melancolía,
el dulce orgullo de sufrir.
Yo soy el rey abandonado
de una Thulé dorada donde nunca viví
y al verme pobre y desterrado
vuelvo los ojos hacia ti.
Melancolía, tú eres buena,
tú aliviarás este dolor;
para esta pena,
serán tus lágrimas de amor.
¿Qué me ha quedado de aquella hora
primaveral?
La melodía pasó. Ahora
sólo hay un eco funeral.
¿Y la mujer a quien quisimos?
¡Ay! se fue ya.
¿Y la mujer que en sueños vimos?
Nunca vendrá.
(...)
Y así, la vida:
las estrellas mintiendo amores con su luz,
cuando muy bien pudiera que ellas
sean los clavos de una cruz.
(...)
Melancolía, madre mía,
en tu regazo he de dormir,
y he de cantar, melancolía,
el dulce orgullo de sufrir.
NOCTURNO
El jardín está inmóvil bajo el beso de plata
de la luna que riela sobre las mustias flores
que escuchan vagos ecos de una tenue sonata
que solloza el recuerdo de unos tristes amores.
No se rizan las aguas de la verde laguna,
no se mueven las hojas del mezquino frondaje;
mis ojos están ciegos de claridad de luna
y mi alma es un pedazo de alma del paisaje.
Las áureas notas ciegas de la sonata triste
producen en mi alma esa divagación
que precede al olvido de todo cuanto existe
para escuchar la eterna verdad del corazón.
Y el corazón me dice: “Escucha la elegía
de mi otoño que llora la ausente primavera;
murieron los rosales que en mi jardín había,
y sobre mis escombros solloza una quimera”.
Y siento la nostalgia de lo que fue. El recuerdo
de pretéritas dichas lejanas y brumosas
y las angustias de hoy en que solo me pierdo
por esto la senda que hollan cadáveres de rosas.
Una cabeza rubia cerca de mí; una mano
delicada y nerviosa temblando entre las mías;
un ramo abandonado sobre el negro piano
guardador de inefables secretas armonías.
El tenue claro-oscuro del salón... Las ternezas
de la postrera noche de risas y cantares;
después... adioses, besos, suspiros y promesas,
un barco amarillento perdiéndose en los mares...
Hoy mancho con la sombra de mi melancolía
este blanco sendero que perfumó tu huella:
¡cuán lejos de tu vida va pasando la mía
con la desesperanza de no encontrarte en ella!
Por estas mismas sendas nuestras sombras macabras
tal vez mañana crucen noctívagas y errantes;
y entonces sólo el viento oirá nuestras palabras,
como en aquel Coloquio de las Fiestas Galantes.
El jardín viejo y mustio bajo el beso de plata
de la luna que riela como manto de olvido,
escuchando las notas de esta triste sonata,
por soñar con tu sombra, se ha quedado dormido...
ME ACORDÉ DE TI
Eso es un: nunca sabré más de ti,
Que ironía pero esto es así.
Quise quedarme, extender mi partida,
Pero tú, me buscaste la salida.
Quería que este enigma durara,
Pero tú, con ansias, hiciste que se acabara.
Siento punzones en el pecho,
Saber que no estoy más en tu lecho,
Saber que a ti, ya no más pertenezco.
Pensar que en sueños, un mundo creé,
Risas, juegos y caricias empleé.
No nos olvidemos de tus flores favoritas,
En mis días siempre, el olor a margaritas.
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