17 Romances
YO NO VOLVERÉ
Yo no volveré
Yo no volveré. Y la noche
tibia, serena y callada,
dormirá el mundo, a los rayos
de su luna solitaria.
Mi cuerpo no estará allí,
y por la abierta ventana
entrará una brisa fresca,
preguntando por mi alma.
No sé si habrá quien me aguarde
de mi doble ausencia larga,
o quien bese mi recuerdo,
entre caricias y lágrimas.
Pero habrá estrellas y flores
y suspiros y esperanzas,
y amor en las avenidas,
a la sombra de las ramas.
Y sonará ese piano
como en esta noche plácida,
y no tendrá quien lo escuche
pensativo, en mi ventana.
ROMANCE DE CACERÍA
Repetido por los montes
Alegremente, rompía
Un perfume de romeros
El cuerno de cacería.
Horadando la maleza
Se dispersó la jauría;
Y con sus galas silvestres
Primavera sonreía
Al paso de los monteros,
La condesita María,
Y Tristán que diera el alma
Por hacerle compañía.
En las veladas de Invierno
Cuando la racha gemía,
La castellana nostálgica
Junto ala estufa le oía,
Como un glosario galante,
Leyendas de cacería..
Viendo lucir los carbones
Pensaba en la pedrería
De los saraos de Mayo,
Mientras Tristán le leía
Yen la butaca antañosa
La buena abuela dormía.
Lo mismo que en el Mil y Una
Dorada de mediodía,
El romance de las breñas
El agua clara decía.
Esperaban los hidalgos
Una pieza de valía;
Pero ni negra ni blanca
La gama no aparecía.
Y solamente el sinsonte
Del corazón de la umbría
Como una flauta monótona
Cantaba al astro del día.
Cayendo ya una radiante
Tarde de melancolía
En una revuelta umbrosa
Que el escudero dormía,
Una águila carnicera
Sus ojos sacado había.
Bajó la gama a la fuente,
Pero la dio cobardía,
Tañendo como Roldán
El cuerno de cacería...
Entre las zarzas del monte.
La gama desaparecía.
ROMANCE DE AQUEL HIJO QUE NO TUVE CONTIGO
Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.
Hubiera podido ir,
las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.
Hubiera salido a ti
en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de la risa
y en lo claro del instinto,
y a mí... tal vez que saliera
en lo triste y en lo lírico,
y en esta torpe manera
de verlo todo distinto.
¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
Tres caballos, dos espadas,
un carro verde de pino,
un tren con cuatro estaciones,
un barco, un pájaro, un nido,
y cien soldados de plomo,
de plata y oro vestidos.
¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
¿Te acuerdas de aquella tarde,
bajo el verde de los pinos,
que me dijiste: ¡Qué gloria
cuando tengamos un hijo! ?
Y temblaba tu cintura
como un palomo cautivo,
y nueve lunas de sombra
brillaban en tu delirio.
Yo te escuchaba, distante,
entre mis versos perdido,
pero sentí por la espalda
correr un escalofrío...
Y repetí como un eco:
«¡Cuando tengamos un hijo!...»
Tú, entre sueños, ya cantabas
nanas de sierra y tomillo,
e ibas lavando pañales
por las orillas de un río.
Yo, arquitecto de ilusiones
levantaba un equilibrio
una torre de esperanzas
con un balcón de suspiros.
¡Ay, qué gloria, amor, qué gloria
cuando tengamos un hijo!
En tu cómoda de cedro
nuestro ajuar se quedó frío,
entre azucena y manzana,
entre romero y membrillo.
¡Qué pálidos los encajes,
qué sin gracia los vestidos,
qué sin olor los pañuelos
y qué sin sangre el cariño!
Tu velo blanco de novia,
por tu olvido y por mi olvido,
fue un camino de Santiago,
doloroso y amarillo.
Tú te has casado con otro,
yo con otra hice lo mismo;
juramentos y palabras
están secos y marchitos
en un antiguo almanaque
sin sábados ni domingos.
Ahora bajas al paseo,
rodeada de tus hijos,
dando el brazo a... la levita
que se pone tu marido.
Te llaman doña Manuela,
llevas guantes y abanico,
y tres papadas te cortan
en la garganta el suspiro.
Nos saludamos de lejos,
como dos desconocidos;
tu marido sube y baja
la chistera; yo me inclino,
y tú sonríes sin gana,
de un modo triste y ridículo.
Pero yo no me doy cuenta
de que hemos envejecido,
porque te sigo queriendo
igual o más que al principio.
Y te veo como entonces,
con tu cintura de lirio,
un jazmín entre los dientes,
de color como el del trigo
y aquella voz que decía:
«¡Cuando tengamos un hijo!...»
Y en esas tardes de lluvia,
cuando mueves los bolillos,
y yo paso por tu calle
con mi pena y con mi libro
dices, temblando, entre dientes,
arropada en los visillos:
«¡Ay, si yo con ese hombre
hubiera tenido un hijo!...»
ROMANCE DE LA LUNA, LUNA
A Conchita García Lorca
La luna vino a la fragua
Con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
habrían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
-Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay, como canta en el árbol!
por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.
TODO SE MURMURA
Todo se murmura,
y la culpa toda
tiene, la malicia,
fondo en invidiosa.
Luce un caballero
con hacienda poca;
anda otro, más rico,
su persona sola.
Ríense los dos
(la razón les sobra)
de que el uno gaste,
de que el otro esconda.
Ríese la zorra,
búrlase la mona,
de que le falte cola,
de que le sobre cola.
ROMANCE DEL DUERO
Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja,
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.
Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,
sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.
EN DOS LUCIENTES ESTRELLAS
En dos lucientes estrellas,
y estrellas de rayos negros,
dividido he visto el sol
en breve espacio de cielo;
el luciente oficio hacen,
de las estrellas de Venus,
las mañanas, como el alba,
las noches, como el lucero.
Las formas perfilan de oro,
milagrosamente haciendo,
no las bellezas, obscuras,
sino los obscuros, bellos;
cuyos rayos para él
son las llaves de su puerto,
si tiene puertos un mar
que es todo golfos y estrechos.
Pero no son tan piadosos,
aunque sí lo son, pues vemos
que visten rayos de luto
por cuantas vidas han muerto.
PRECIOSA Y EL AIRE
A Dámaso Alonso
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.
-Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
Preciosa tira el panadero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de nieve.
¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Miralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
mas arriba de los pinos,
el consul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento furioso muerde.
LLORABA LA NIÑA
Lloraba la niña
(y tenía razón)
la prolija ausencia
de su ingrato amor.
Dejóla tan niña
que apenas creo yo
que tenía los años
que ha que la dejó.
Llorando la ausencia
del galán traidor,
la halla la luna
y la deja el sol,
añadiendo siempre
pasión a pasión,
memoria a memoria,
dolor a dolor.
Llorad, corazón,
que tenéis razón.
Dícele su madre:
«Hija, por mi amor,
que se acabe el llanto
o me acabe yo».
Ella le responde:
«No podrá ser, no;
las causas son muchas,
los ojos son dos;
satisfagan, madre,
tanta sinrazón,
y lágrimas lloren
en esta ocasión
tantas como dellos,
un tiempo, tiró
flechas amorosas
el arquero dios.
Ya no canto, madre,
y si canto yo,
muy tristes endechas
mis canciones son;
porque el que se fue,
con lo que llevó,
se dejó el silencio
y llevó la voz».
Llorad, corazón,
que tenéis razón.
LEVANTANDO BLANCA ESPUMA
Levantando blanca espuma,
galeras de Barbarroja
ligeras le daban caza
a una pobre galeota
en que alegre el mar surcaba
un mallorquín con su esposa,
dulcísima valenciana
bien nacida, si hermosa.
Del Amor agradecido,
se la llevaba a Mallorca,
tanto a celebrar las pascuas
cuanto a festejar las bodas.
Y cuando a los sordos remos
más se humillaban las olas,
más se ajustaba a la vela
el blando viento que sopla,
espïándola detrás
de una punta insidïosa
estaba el fiero terror
de las playas españolas;
sobresaltóla en el punto
que por una parte y otra
sus cuatro enemigos leños
tristemente la coronan.
Crece en ellos la cudicia
y en estotros la congoja,
mientras se queja la dama,
derramando tierno aljófar:
«Favorable, cortés viento,
si eres el galán de Flora,
válgasme en este peligro
por el regalo que gozas.
Tú, que, embravecido, puedes,
los bajeles que te enojan,
embestillos en la arena
con más daño que en las rocas;
tú, que con la misma fuerza
cuando al humilde perdonas
sueles de armadas reales
escapar barquillas rotas:
salga esta vela a lo menos
de estas manos rigurosas,
cual de garras de halcón
blancas alas de paloma».
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