A MI MADRE 

Hace tiempo que triste, sollozando,
La inquieta vida con afán devoro;
Hace tiempo que vivo suspirando,
Y que doliente, cuando canto, lloro.

Distantes ya mis esperanzas bellas
No le mandan al alma sus fulgores;
Ya en mi oscuro horizonte no hay estrellas,
Y en mi triste camino ya no hay flores.

Pensando siempre en la ilusión perdida
Perpetuo afán dentro del alma siento;
Ya me abruma el cansancio de la vida
No tengo ya ni de llorar aliento.

Pero hoy pensando en tu cariño amante
De la suerte desprecio los enojos,
Para ver á lo menos un instante
Brillar la dicha en tus cansados ojos.

Yo sé que tu alma la esperanza siente
Escuchando mis vagas armonías,
Y tus penas aduerme dulcemente
El flébil son de las canciones mías.

Con un dulce y amante sentimiento,
Conmovido levanto mis cantares;
Porque quiero que goces un momento,
Porque quiero que olvides tus pesares.

¡Oh! si pudiera yo de tu camino
Apartar para siempre los dolores,
Y hacer que un astro de esplendor divino
Tu existencia llenara de colores;

¡Con cuánta dicha en apacible calma,
Convirtiera tus horas de quebranto! . . .
Pero solo con lágrimas del alma
Pagarte puedo tu cariño santo.

En vano siempre sin cesar aspiro
A llenar tu existencia de alegría;
Pues siempre triste suspirar te miro
Sin poder evitarlo, madre mía.

Desde el instante que la luz del cielo
Mis ojos vieron por la vez primera,
Huyó la dicha en agitado vuelo
Y la tristeza fue tu compañera.

Siempre ha sido mi dicha tu ventura;
Siempre he sido tu espíritu y tu aliento;
Tu existencia he llenado de amargura;
Mas tu amor no ha cambiado ni un momento.

Tu amor es puro cual lo son las flores;
Que el amor de una madre, siempre toma
De la luz de los cielos sus colores,
Del mismo Dios su celestial aroma.

Aún recuerdo con gratos embelesos
Las dulces horas de la dulce infancia,
Y aún parece que bebo de tus besos
La dulce miel y la inmortal fragancia.

Yo recuerdo que triste me veías,
Al darme abrazos con ternura inquieta,
¡Tal vez entonces contemplar creías
Mi corona de mártir y poeta!

Después, la infausta juventud graciosa
Vi llegar con su séquito de amores,
Derramando en mi vida cariñosa
Su placer, y sus risas, y sus flores.

Corrí al mirarla por su amor llevado
En su seno buscando la alegría,
Y desde entonces ¡ay! nunca he dejado
De llorar un instante, madre mía.

En su lucha perpetua las pasiones
Me llenaron de angustia hora tras hora;
Y agostando mis bellas ilusiones
Llegó la tempestad desoladora.

Huyó de entonces el reposo blando,
La dulce dicha me negó su abrigo,
Se alejó mi esperanza suspirando
Y el tedio vino á caminar conmigo.

Del amor anhelando la ventura,
Ceñirme quise las brillantes galas;
Pero ingrato esquivando mi ternura
Cobijarme no quiso con sus alas.

En vano siempre desolado y triste,
De entonces ¡ay! mi corazón suspira:
El amor en la tierra ya no existe,
Su esperanza y su gloria son mentira

Luchando en vano con la suerte varia
Viví soñando en esperanzas locas,
Como el ave que gime solitaria
En las áridas cumbres de las rocas.

Cuando en triste y amargo desaliento,
Morir mirando la esperanza mía
Exhalaba mi lúgubre lamento,
Sólo el viento á mis ayes respondía.

Mis dolores entonces tú miraste,
Me viste el corazón hecho pedazos,
Y con triste sonrisa me llevaste
A llorar mis pesares en tus brazos.

Nunca tuve un amargo sufrimiento
Ni lloré de la suerte los enojos,
Que no oyera en tus labios un lamento,
Que no viera una lágrima en tus ojos.

Cuando un funesto y desgraciado día,
Cansada ya de padecer el alma,
Partir ansiosa de su hogar quería
En otras playas á buscar la calma;

Contemplando mi lóbrega existencia
Y mis penas mirando tristemente,
Más bien quisiste lamentar mi ausencia
Que verme padecer eternamente.

Al ver mi afán y mi profundo duelo,
Perder quisiste tu feliz reposo,
Llorar quisiste sin hallar consuelo
Por mirarme un instante venturoso.

Y yo entre tanto que por mí llorabas
He vivido soñando un imposible;
Mientras tú mis pesares lamentabas
He vivido mirándote insensible.

No me culpes empero, madre mía,
Que al cruzar presuroso mi camino
Tu pesar aumentando, yo cumplía
Los caprichos del bárbaro destino.

Nunca pienses que olvido tus dolores,
Jamás ¡oh madre! que te olvide esperes;
Daré mi vida porque tú no llores,
Pues yo te quiero como tú me quieres.

Y aunque el hado insensible á mi agonía
De ti me aparte con furor violento,
Donde quiera que me halle, madre mía.
Tendrá una nota para ti mi acento.

Suspiraré por ti perpetuamente
Mientras me dé su luz la vida inquieta,
Y dejaré al morir, sobre tu frente,
Mi corona de mártir y poeta.

Autor del poema: José Rosas Moreno

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