CANTO DE LOS ANCIANOS
Nos llamaron para embriagarnos en Michoacán, en Zamacoyahuac,
fuimos a buscar ofrendas, nosotros mexicas:
¡Vinimos a quedar embriagados!
¿En qué momento dejamos a los águilas viejos, a los guerreros?
¿Cómo obrarán los mexicanos,
los viejos casi muertos por la embriaguez?
¡Nadie dice que nuestra lucha fue con ancianas!
¡Chimalpopoca! ¡Yo Axayácatl!
Allá dejamos a vuestro abuelito Cacamaton.
En el lugar de la embriaguez estuve oyendo a vuestro abuelo.
Vinieron a convocarse los viejos águilas,
Tlacaélel, Cahualtzin,
dizque subieron a dar de beber a sus capitanes,
a los que saldrían contra el señor de Michoacán.
¿Tal vez allí se entregaron los cuextecas, los tlatelolcas?
Zacuatzin, Tepantzin, Cihuacuecueltzin,
con cabeza y corazón esforzado,
exclaman:
¡escuchad! ¿qué hacen los valerosos?,
¿ya no están dispuestos a morir?,
¿ya no quieren ofrecer sacrificios?
Cuando vieron que sus guerreros
ante ellos huían,
iba reverberando el oro
y las banderas de plumas de quetzal verdegueaban,
¡que no os hagan prisioneros!,
¡que no sea a vosotros, daos prisa!
A estos jóvenes guerreros
se les quiere sacrificar,
Si así fuere, nosotros graznaremos como águilas,
nosotros entretanto rugiremos como tigres,
nosotros viejos guerreros águilas.
¡Que no os hagan prisioneros!
Vosotros, daos prisa.
Yo el esforzado en la guerra,
yo Axayácatl,
¿Acaso en mi vejez
se dirán estas palabras de mis príncipes águilas?
Que no sea asi, nietos mios,
yo habré de dejaros.
Se hará ofrenda de flores,
con ellas se ataviará, el Guerrero del sur.
Estoy abatido, soy despreciado,
estoy avergonzado, yo, vuestro abuelo Axayácatl.
No descanséis, esforzados y bisoños,
no sea que si huis, seáis consumidos,
con esto caiga el cetro
de vuestro abuelo Axayácatl.
Una y otra vez heridos por las piedras,
los mexicas se esfuerzan.
Mis nietos, los del rostro pintado,
por los cuatro rumbos hacen resonar los tambores,
la flor de los escudos permanece en vuestras manos.
Los verdaderos mexicas, mis nietos,
permanecen en fila, se mantienen firmes,
hacen resonar los tambores,
la flor de los escudos permanece en vuestras manos.
Sobre la estera de las águilas,
sobre la estera de los tigres,
es exaltado vuestro abuelo, Axayácatl.
Itlecatzin hace resonar los caracoles en el combate,
aunque los plumajes de quetzal ya estén humeantes.
No descansa él con su escudo,
allí comienza él con los dardos,
con ellos hiere Itlecatzin,
aunque los plumajes de quetzal ya estén humeantes.
Todavía vivimos vuestros abuelos,
aún es poderosa nuestra lanzadera, nuestros dardos,
con ellos dimos gloria a nuestras gentes.
Ciertamente ahora hay cansancio,
ahora ciertamente hay vejez.
Por esto me aflijo, yo vuestro abuelo Axayácatl,
me acuerdo de mis viejos amigos,
de Cuepanáhuaz, de Tecale, Xochitlahua, Yehuatícac.
Ojalá vinieran aquí
cada uno de aquellos señores
que se dieron a conocer allá en Chalco.
Los esforzados vendrían a tomar los cascabeles,
los esforzados harían giros alrededor de los príncipes.
Por esto yo me río,
yo vuestro abuelo,
de vuestras armas de mujer,
de vuestros escudos de mujer.
¡Conquistadores de tiempos antiguos,
volved a vivir!
Autor del poema: Axayácatl