12 Poemas del diablo 

QUE DIOS NOS LIBRE

Que Dios nos libre de los comerciantes
sólo buscan el lucro personal

que nos libre de Romeo y Julieta
sólo buscan la dicha personal

líbrenos de poetas y prosistas
que sólo buscan fama personal

líbrenos de los Héroes de Iquique
líbrenos de los Padres de la Patria
no queremos estatuas personales

si todavía tiene poder el Señor
que nos libre de todos esos demonios
y que también nos libre de nosotros mismos
en cada uno de nosotros hay
una alimaña que nos chupa la médula
un comerciante ávido de lucro
un Romeo demente que sólo sueña con poseer a Julieta
un héroe teatral
en convivencia con su propia estatua

Dios nos libre de todos estos demonios

si todavía sigue siendo Dios.

Autor del poema: Nicanor Parra

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EL DIABLO MUNDO (CANTO VI, Fragmento)

La vieja, en tanto, levantó los ojos
al techo, y murmuró luego entre dientes
quizá sordas palabras maldicientes,
o quizá una oración; que el más sufrido
suele echar en olvido
a veces la paciencia, y darse al diablo.
Y usar por desahogo
refunfuñando como un perro dogo
de algún blasfemador rudo vocablo.
Mas todo se compone
con un «Dios me perdone»,
que así mil veces yo salí del paso
si falto de paciencia juré acaso,
y cierto, vive Dios si no jurara
que el diablo me llevara,
que cuando ahoga el pecho un sentimiento
y el ánimo se achica, porque crezca,
y el corazón se ensanche y engrandezca
no hay suspiro mejor que un juramento,
y aún es mejor remedio
para aliviar el tedio,
mezclarlo con humildes oraciones,
como al son blando de acordada lira
la voz de melancólicas canciones,
confundida suspira.
Y así también se dobla la esperanza,
que donde falta Dios, el diablo alcanza.
Yo a cada cual en su costumbre dejo,
que a nadie doy consejo,
y así como el placer y la tristeza
mezclados vagan por el ancho mundo,
y en su cauce profundo
a un tiempo arrastran flores y maleza,
así suelen también mezclarse a veces
maldiciones y preces,
y yo tan sólo lo que observo cuento,
y a fe no es culpa mía
que la gente sea impía
y mezcle a una oración un juramento.
Testigo aquella vieja
de la antigua conseja
que a San Miguel dos velas le ponía,
y dos al diablo que a sus pies estaba,
por si el uno fallaba
que remediase el otro su agonía.
Ya de seguir a un pensamiento atado
y referir mi historia de seguida,
sin darme a mis queridas digresiones,
y sabias reflexiones
verter de cuando en cuando, y estoy harto
de tanta gravedad, lisura y tino
con que mi historia ensarto.
¡Oh!, cómo cansa el orden; no hay locura
igual a la del lógico severo
y aquí renegar quiero
de la literatura
y de aquellos que buscan proporciones
en la humana figura
y miden a compás sus perfecciones.
¿La música no oís y la armonía
del mundo, donde el apacible ruido
del viento entre los árboles y flores,
se oye la voz del agua y melodía,
y del grillo y las ramas el chirrido
y al dulce ruiseñor cantando amores;
y las de mil colores,
nubes blancas, y azules, y de oro,
que el cielo a trechos pintan;
la blanca luna, el estrellado coro
no veis, y negras sombras a lo lejos,
y entre luz y tinieblas confundidos,
el horizonte terminar perdidos
negros velos y espléndidos reflejos?
Y la noche y la aurora...
Pues entonces. Mas basta, que yo ahora
del rezo o juramento
que allá entre dientes pronunció la vieja,
así como el que deja
senda escabrosa que acabó su aliento,
al llegar a este punto me prevalgo
y de este canto y de su historia salgo.

Autor del poema: José de Espronceda

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