ÉGLOGA II. ALEXIS
El pastor Coridón ardía por el hermoso Alexis,
las delicias del dueño, y no tenía qué esperar.
Solamente a las densas hayas, sombrías copas,
asiduamente venía. Allí estos desconciertos, solo,
a montes y espesuras lanzaba, con ardor vano:
“Oh, cruel Alexis, ¿nada de mis canciones te preocupas?
¿Nada de nos te apiadas? ¿A morir por fin me obligas?
Ahora incluso los rebaños sombras y fríos buscan,
ahora los espinos ocultan incluso a los verdes lagartos,
Testílide también, para los segadores, del arrebatador calor agotados,
ajos y serpol, hierbas olientes, maja.
Mas conmigo, para las roncas cigarras, mientras tus huellas
lustro, bajo el sol ardiente, resuenan los arbustos.
¿No fue más que bastante las tristes iras de Amarílide
y sus soberbios hastíos soportar? ¿No a Menalcas,
aunque él negro, aunque tú blanco seas?
Oh, hermoso muchacho, demasiado no fíes al color;
las blancas alheñas caen, los arándanos negros se cogen.
Me has despreciado, y quién soy, Alexis, no inquieres,
cuán rico de ganado, de nívea leche cuán abundante.
Mil corderas mías erran en los sicilianos montes;
leche nueva en el verano ni en el frío me falta.
Canto lo que solía, si alguna vez a sus ganados llamaba,
Anfión el dirceo en el acteo Aracinto.
Y no soy tan feo; hace poco en el litoral me he visto,
cuando plácido de vientos estaba el mar. A Dafnis yo,
contigo de juez, no temería, si nunca engaña una imagen.
Oh, sólo plázcate a ti conmigo los sucios campos
y las humildes cabañas habitar y tirar a los ciervos,
y de los cabritos la grey apremiar al verde hibisco.
Conmigo a una en las espesuras imitarás a Pan cantando.
Pan el primero conjugar calamos varios con cera
instituyó, Pan cuida de las ovejas, y de los maestros de las ovejas;
y no te apene con el cálamo trizarte el labio.
esto mismo por saber, ¿qué no hacía Amintas?
Tengo, de siete dispares cicutas compactada,
una fístula; Dametas como don me la dio en tiempos,
y me dijo, muriendo. “A ti ahora te tiene ésta el segundo”;
dijo Dametas; se enojó el necio Amintas.
Además dos cabritillos -y no en un seguro valle
hallados-, asperjadas todavía sus pieles de blanco:
dos ubres de oveja secan al día, y te los guardo.
Ya hace tiempo que Testílide para llevárselos me ruega,
y lo hará, ya que te inquinan los presentes nuestros.
Aquí ven, oh hermoso muchacho, para ti lirios traen,
helos, las Ninfas en llenos canastos; para ti la blanca Náyade,
pálidas violetas y lo alto de las amapolas cogiendo,
narciso y la flor unce del bien oliente eneldo;
después con casia, y entretejiéndolos con otras suaves hierbas,
blandos arándanos pinta con la arcillosa calta.
Yo mismo canos frutos cogeré de tierno vello,
y castañeras nueces, las que mi Amarílide amaba;
añadiré céreas ciruelas -honor tendrá también esta fruta-
y a vosotros, oh laureles, os carpiré y a ti, mirto, junto a ellos,
ya que así puestos mezcláis vuestros suaves olores.
Eres un rústico, Coridón; ni de presentes se preocupa Alexis
ni si en presentes compites cederá Yolas.
Ay, ay, ¿qué he pretendido, pobre de mí? Con las flores el austro,
perdido, he mezclado, y jabalíes con los límpidos manantiales.
¿De quién huyes, ah, loco? Habitaron los dioses también las espesuras
y el dardanio Paris. Que Palas los recintos que fundó
ella misma honre: a nosotros nos plazcan ante todo las espesuras.
La torva leona al lobo sigue, el lobo mismo a la cabrita,
el floreciente cítiso sigue la retozona cabrita,
a ti Coridón, oh Alexis; arrastra su placer a cada uno.
Mira, los arados al yugo suspendidos de vuelta traen los novillos
y el sol al retirarse duplica, crecientes, las sombras.
Pero a mí me quema el amor, pues ¿qué medida asista al amor?
Ah, Coridón, Coridón, qué locura te ha atrapado,
y tu vid semipodada en el frondoso olmo.
¿Por qué algo al menos, mejor, de lo que menester es,
con verdasca no te dispones a tejer, y con blando junco?
Encontrarás, si éste te hastía, otro Alexis.”
Autor del poema: Virgilio