EL CIPRÉS 

Quizá nació en Judea,
Pero se ha hecho ciudadano en todos
Los cementerios de la tierra.

Parece un grito que ha cuajado en árbol
O un padrenuestro hecho ramaje quieto.
No ampara ni cobija. Siempre clama
Por los muertos.

Y si a veces se enrosca por su tronco
Un rosal que florece en los veranos,
Como un trapense extático no siente
La brasa de la flor sobre sus gajos.

Tiene pasta de asceta, el solitario.

O pasta de abstraído.

Pero si uno está hastiado o está triste,
le hace bien recostarse contra el tronco
Recto y liso.

Se siente algo sedante en la mejilla,
como si dentro del leñoso tallo
Una intuición ardiente y sensitiva
Compadeciera el gesto de cansancio.

Nunca el ciprés comprenderá la risa,
La plenitud, la primavera, el alba.
Sólo se da a la angustia de los hombres
Y arrulla el sueño eterno como un aya.

Es un gran dedo vegetal que siempre
Está indicando el ruido: ¡Calla!

Autor del poema: Juana de Ibarbourou

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