EL DILUVIO 

Y ya iba sobre todas las tierras a esparcir sus rayos;
pero temió que acaso el sagrado éter por causa de tantos fuegos
no concibiera llamas, y que el largo ardiera eje.
Que está también en los hados, recuerda, que llegaría un tiempo
en el que el mar, en el que la tierra y los arrebatados reales del cielo
ardan y del mundo la mole, afanosa, sufra.
Esas armas devuelve, por manos fabricadas de los Ciclopes.
Un castigo place inverso: el género mortal bajo las ondas
perder, y tormentas lanzar desde todo el cielo.
En seguida al Aquilón encierra en los eolios antros,
y a cuantos soplos ahuyentan a las congregadas nubes,
y suelta al Noto: con sus mojadas alas el Noto vuela,
su terrible semblante cubierto de una bruma como la pez;
la barba pesada de borrascas, fluyen ondas de sus canos cabellos,
en su frente se asientan nieblas, roran sus alas y senos.
Y cuando con su mano, a lo ancho suspendidas, las nubes apretó,
se hace un fragor: entonces densas se derraman desde el éter las borrascas.
La mensajera de Juno, de variados vestida colores,
concibe, Iris, aguas, y alimentos a las nubes allega.
Póstranse los sembrados, y llorados por los colonos
sus votos yacen, y perece el trabajo frustrado de un largo año.
Y no con el cielo suyo se contentó de Júpiter la ira, sino que a él
su azul hermano le ayuda con auxiliares ondas.
Convoca este a los caudales: los cuales, después de que en los techos
de su tirano entraron, 'Una arenga larga ahora de usar,
dice 'no he. Las fuerzas derramad vuestras:
así menester es. Abrid vuestras casas y, la mole apartada,
a las corrientes vuestras todas soltad las riendas.'
Había ordenado; ellos regresan, y de sus fontanas las bocas relajan,
y en desenfrenado ruedan a las superficies curso.
Él mismo con el tridente suyo la tierra golpeó, mas ella
tembló, y con su movimiento vías franqueó de aguas.
Desorbitadas se lanzan por los abiertos campos las corrientes
y, junto con los sembrados, arbustos a la vez y ganados y hombres
y techos, y con sus sacramentos arrebatan sus penetrales.
Si alguna casa quedó y pudo resistir indemne
a tan gran mal, el culmen, sin embargo, más alto de ella,
la onda cubre, y hundidas se esconden bajo el abismo sus torres.
Y ya el mar y la tierra ninguna distinción tenían:
todo ponto era, faltaban incluso playas al ponto.
Ocupa este un collado, en una barca se sienta otro combada
y lleva los remos allí donde hace poco araba;
aquel sobre los sembrados o las cúpulas de una sumergida villa
navega, este en lo alto un pez prende de un olmo;
se fija en un verde prado, si la fortuna lo lleva, el ancla,
o, a ellas sometidos, curvadas quillas trillan viñedos,
y por donde ora gráciles cabritas grama arrancaban,
ahora allí ponen sus cuerpos las deformes focas.
Admiran bajo el agua florestas y ciudades y casas
las Nereides, y las espesuras poseen los delfines, y por sus altas
ramas corren, y los zarandeados troncos baten.
Nada el lobo entre las ovejas, dorados lleva la onda leones,
la onda lleva tigres, y ni sus fuerzas de rayo al jabalí,
ni sus patas veloces sirven al arrebatado ciervo,
y buscadas largo tiempo tierras donde posarse pudiera,
al mar, fatigadas sus alas, el pájaro errante cayó.
Había sepultado túmulos la inmensa licencia del ponto,
y pulsaban las montanas cumbres unos nuevos oleajes.
La mayor parte por la onda fue arrebatada; a los que la onda ahorró,
los largos ayunos doman por el indigente alimento.

Autor del poema: Ovidio

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