EL PARAÍSO PERDIDO (Fragmento 3)
¡Salve sagrada luz hija primogénita del cielo
Ooh destello inmortal del eterno Ser!
¿Por qué no he de llamarte así, cuando Dios es luz,
Y cuando en inaccesible y perpetua luz tiene su morada,
Y por consiguiente en ti, resplandeciente
Efluvio de su increada esencia?
Y si prefieres el nombre de puro raudal de éter,
¿Quién dirá cuál es tu origen, dado
Que fuiste antes que el sol, antes que los cielos,
Cubriendo a la voz de Dios, como con un manto,
El mundo que salía de entre las profundas
Y tenebrosas hondas, arrancado
Al vacío informe e, inconmensurable?
Vuelvo ahora a ti nuevamente con más atrevidas alas,
Dejando el Estigio lago, en cuya negra mansión
He permanecido sobrado tiempo. Mientras volaba
Cruzando tenebrosas regiones y no menos
Sombríos ámbitos, canté el Caos y la eterna Noche
En tonos desconocidos a la cítara de Orfeo.
Guiado por una musa celestial, osé descender
A las profundas tinieblas, y remontarme de nuevo;
Arduo y penoso empeño. Seguro ya, vuelvo a ti,
Siendo tu influencia vivificadora; pero tú no iluminas estos ojos
Que en vano buscan tu penetrante rayo sin descubrir
Claridad alguna: a tal punto ha consumido
Sus órbitas invencible mal, o se hallan cubiertas de espeso velo.
Más alentado por el amor que me inspiran
Sagrados cantos, recorro sin cesar
Los sitios frecuentados por las Musas,
Las claras fuentes los umbríos bosques,
Las colinas que dora el sol; y a ti sobre todo,
¡Oh Sión!, a ti, y a los floridos arroyos
Que bañan tus santos pies y se deslizan
Con suave murmullo, me dirijo durante la noche.
Ni olvido tampoco a aquellos dos,
Iguales a mi en desgracia (¡así los igualará en gloria!),
El ciego Tamiris y el ciego Meónides,
Ni a los antiguos profetas Tiresias y Fineo,
Deleitándome entonces con los pensamientos
Que inspiran de suyo armoniosos metros,
Como el ave vigilante que canta en la oscura sombra,
Y oculta entre el espeso follaje hace oír sus nocturnos trinos.
Así con el progreso del año vuelven las estaciones.
Autor del poema: John Milton