EL VÉRTIGO 

Guarneciendo de una ría
la entrada incierta y angosta,
sobre un peñón de la costa
que bate el mar noche y día,
se alza gigante y sombría
ancha torre secular
que un rey mandó edificar
a manera de atalaya,
para defender la playa
contra los riesgos del mar.

Cuando viento borrascoso
sus almenas no conmueve,
no turba el rumor más leve
la majestad del coloso.
Queda en profundo reposo
largas horas sumergido,
y sólo se escucha el ruido
con que los aires azota
alguna blanca gaviota
que tiene en la peña el nido.

Mas cuando en recia batalla
el mar rebramando choca
contra la empinada roca
que allí le sirve de valla;
Cuando en la enhiesta muralla
ruge el huracán violento,
entonces, firme en su asiento,
el castillo desafía
la salvaje sinfonía
de las olas y del viento.

Ció magnánimo el monarca
en feudo a Juan de Tabáres
las seis villas y lugares
de aquella agreste comarca.
Cuanto con la vista abarca
desde el alto parapeto,
a su yugo está sujeto,
y en los reinos de Castilla
no hay señor de horca y cuchilla
que no le tenga respeto.

Para acrecentar sus bríos
contra los piratas moros,
colmóle el Rey de tesoros,
mercedes y señoríos.
Mas cediendo a sus impíos
pensamientos de Luzbel,
desordenado y cruel
roba, asuela, incendia y mata,
y es más bárbaro pirata
que los vencidos por él.

Pasma el mirar su serena
faz y su blondo cabello,
que encubra rostro tan bello
los instintos de una hiena.
Cuando en el monte resuena
su bronca trompa de caza,
con mudo terror abraza
la madre al niño inocente,
y huye medrosa la gente
del turbión que la amenaza.

Autor del poema: Gaspar Núñez de Arce

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