ELEGÍA SIMPLISTA 

Sesenta universitarios fueron
asesinados en Caracas.

A Gonzalo Carnevali: En el destierro.

Con los huesos que blanquean en la noche,
con los huesos de los muchachos muertos por la conquis
ta, con los huesos que blanquean eternamente bajo la
luna cuando la tierra es cal y calma violentamente fría,
alcemos una selva de danzas primitivas.

Será la ofrenda póstuma de los muchachos muertos.

Ellos eran más o menos sesenta,
sesenta en carne y hueso adolescentes confiados,
y después de la pelea que duró treinta horas
sólo volvieron a sus casas
cinco docenas de recuerdos transparentes.

Sus huesos blanquearán en la noche enlutada
pero nosotros tendremos valor para vengarlos.

Pelearon contra un regimiento entero y mejor armado,
contra ametralladoras y fusiles de tiro rápido,
contra prodigiosas bestias de la tierra y del aire
manejadas por hombres perfectamente fríos.

Flotaban en la luz de una nueva conciencia.
Todavía la leche les blanqueaba en los labios
así que alegres, jubilosos y fuertes,
dijeron adiós a sus primas y a sus amigas.

Ellos eran sesenta hazañosos muchachos
–luego, que no creyeran en la muerte–
y volvieron del campo a sus hogares
cinco docenas de sombras solamente.

Pero sabemos que por acerbos étnicos,
rotos sus espinazos y sus tibias,
ensarrados los huesos de sus pies ligeros,
ensarrados por el paludismo,
y tembloroso el cuerpo por la quinina,
siempre hicieron gala de una moral muy alta.

Siempre juntos, siempre, coléricos o alegres,
cantaban las chacotas más obscenas
haciendo chiste las intimidades de sus amigas
o entonando los antiguos himnos del colegio,
según el enemigo hiciera frente o retrocediera.

Porque les alegraba la plenitud del pleito,
el instinto que desborda sin diques en el hombre,
la animalidad piafante y soberana.

Pedro, Octavio, Juan y Luis Alberto
–sus nombres no importen y sean lo de menos–.

Podremos conocerlos y seleccionarlos
para la justicia de mejores tiempos futuros
yendo donde todas las madres que ya no tienen hijos,
donde todas las muchachas que no abrazarán más a sus
mozosrobustos.

Ellos eran sesenta hazañosos muchachos
–luego, que no creyeran en la muerte–
y volvieron del campo a sus hogares
cinco docenas de sombras solamente.

Autor del poema: Manolo Cuadra

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