EN EL CAMPO 

¡ Qué noche ! El techo que escuda
mi solitario aposento
cruje al soplo que lo abate ;
y desde mi asiento, muda,
oigo del agua y el viento
el prolongado combate.

Mas, ya cesa ; lentamente
callan los lúgubres ecos
de la tempestad lejana.
Ya sólo se oye el torrente
que entre los pedrosos huecos
gime al pié de mi ventana.

Contra los vidrios, afuera,
presa en la peña musgosa
que forma rústico banco,
la débil enredadera
tiembla empapada y llorosa
sobre el oscuro barranco.

En la fragosa quebrada
murmullos hondos, sombríos,
van ya cediendo en violencia,
y la lluvia sosegada
se escurre por los bajíos
con monótona cadencia.

Yo sola en pie permanezco ;
yo sola en toda la casa,
que la oscuridad rodea;
a intervalos me estremezco
al ver vacilar la escasa
luz que junto a mí flamea.

Nervioso desasosiego
turba con terrores varios,
vagamente mis sentidos,
y en el lúgubre sosiego
pienso que escucho lejanos
pavorosos alaridos

¿Qué dice el viento en su vuelo
trayéndome del pasado
el eco desvanecido?...

— ¡ Morir ! !oh, triste consuelo !
¡morir sin haber amado,
morir sin haber vivido !

Negro espectro de la nada
que te alzas en los rincones
y llegas pausado y ledo,
sombra doliente y callada
de mis mustias ilusiones
no vengas, que tengo miedo...

Mañana, cuando la aurora
con su luz brillante y pura
bañe la vega lozana,
llena de horror, como ahora
me oprimirá la negrura
de mi noche sin mañana.

Autor del poema: Adela Zamudio

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