EPÍSTOLA 

Amigo: en la jornada de la vida
puede hacer mucho bien el que despierte
la generosa aspiración dormida. Hay
alma que tal vez reposa inerte por
falta de una voz que la conmueva
en la inacción, hermana de la
muerte. Pero aquel que por norte
siempre lleva
los preceptos de Dios, con regocijo
al hermano dirá la buena nueva.
Doctrinará la madre al tierno hijo
mezclando con la leche la enseñanza
con que Jesús la humanidad bendijo.
Y sin vacilación, temor, mudanza,
habitaremos este triste valle, de otra
vida mejor con la esperanza.
¡Cuánto será egoísta aquel que calle y
no cante su fe, si voz le queda, hasta
que un eco sus cantares halle! ¡Ay
del que sienta inspiración y pueda
comunicar de su creencia el fuego, si
algún indigno miedo se lo veda! ¡Ay
del que sabe conducir al ciego, y le
deja acercarse al precipicio donde
está expuesto a despeñarse luego!
Ensalzar la Virtud, herir el Vicio: tal
es la misión única que deba llenar la
poesía, en su juicio. ¡El que en el
alma estremecida lleva del poético
numen la raptura, que a profanar sus
aras no se atreva!
Cante en buen hora el genio a la hermosura;
pero no manche la cristiana lira
cínica frase, o teoría impura.
Elévela aquel fuego que la inspira:
tenga un noble entusiasmo, si se inflama;
tenga un santo delirio, si delira.
Eterna, ardiente, inextinguible llama
en lo bueno y lo justo halla el poeta
que honestas musas a su lado llama.
¿No llenará la mente más inquieta el
contemplar, en éxtasis profundo,
obra de Dios, la creación completa?
Las leyes inefables con que al
mundo rige su sabia mano
omnipotente: su orden maravilloso,
sin segundo. Enciende el volcán la
roja frente, y puebla el hondo
abismo de los mares y la linfa del
río transparente. Los claros rayos
animó solares, y salpicó la
inmensidad el cielo con los nunca
contados luminares. Persistir hace
en el estéril suelo el diario milagro
de la vida, y fecundo calor sucede al
hielo. ¿Quién no siente que el alma
estremecida se abisma en
contemplar grandeza tanta,
de gozo interno y gratitud henchida?
Hay otra fruición no menos santa,
que es atraer al hombre al buen camino
que hasta Dios le conduce y le levanta.
¡Cuán noble del poeta es el destino
si entiende su deber y le da cima
penetrado de espíritu divino! Con el
grato concento de la rima, al remiso,
al cobarde, al negligente,
aguija, da valor, mueve y anima.
Firme en la resistencia inteligente
que opone al mal, ni acepta, ni rechaza
las ideas del vulgo ciegamente. La
recta senda que a sus pasos traza no
se tuerce hacia atrás ni hacia adelante,
y lo pasado al porvenir enlaza. La
moral está escrita en diamante; las
civilizaciones se suceden; inmutable
es el bien, uno y constante. Pero sus
vías adornarse pueden con todo
cuanto hay bello en lo creado
para que en su aridez solas no queden.
Purificar el gusto depravado: dar
magníficos cuadros a la escena
donde aprenda y se forme el pueblo honrado;
esto será la poesía buena: así el arte
renace y cobra vida de la Virtud en
la región serena. No arguyen que la
senda está florida que al error y
extravío nos conduce, y la del bien
de abrojos guarnecida. Que si cantar
lo malo nos seduce, es porque
somos malos, y la tea, no el ara
santa, en nuestros ojos luce. El justo
es como el ciervo que desea las
fuentes de agua viva en el desierto y
no el fétido charco que le asquea.
Sepulcro blanqueado y bien cubierto
es la torpe, inmoral literatura:
gusanos devorando un cuerpo
muerto. Vista, como el guerrero, su
armadura, recta intención el que a
escribir se lanza
y acorde sonará su lira pura.
Que puesta en Dios la noble confianza,
dulces cantares brotará la boca en fe
abrasada, rica en esperanza. El
nunca desampara al que le invoca, y
da al poeta voces y armonías, como
al sediento el agua de la roca. Así el
poeta en nuestros turbios días irá, no
en busca de gloriosa palma, sino
agitando las cenizas frías que guarda
al bien en un rincón del alma.

Autor del poema: Emilia Pardo Bazán

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