Federico
13 Junio 2022, 18:03
Muerte de Federico
Mi cuerpo, a un olivo lo arrojaron,
piel seca, piel sola, piel blanca,
bajo la luna gitana.
A empujones me bajaron del camión,
gritando: ¡Viva España!
Mis compañeros de infortunio
rezaron en silencio una triste avemaría que escucharon
las golondrinas dormidas.
José asustado me miro de soslayo,
la noche le aclareo el rostro
y un polvo ingenuo se levantó
cual pregonero de la muerte
detrás de sus pisadas.
Unos grillos cantaron
la última partitura que mis oídos escucharan
y unas zarzas preñadas de miedo
rezaron la oración de los difuntos.
Una luna hermosa con reflejos plateados
sobre el suelo gimiente, aclaraba el campo
hasta el último romero,
mis otros compañeros de muerte,
Francisco y Juan, fumaban sendos cigarrillos
en el sendero que los conducía hasta la muerte.
Un cielo rojo con fulgor de Andalucía
acarició mi rostro cubierto de estrellas,
y pálidos brezos se asomaron al barranco,
mientras hombres malvados a punta de pistola
me llevaron hasta el fatídico tronco señalado.
Eran siete hombres,
que hablaban en burdas conversaciones,
y se reían de mis ademanes,
vociferando al aire palabras soeces,
mancillando la quietud de la noche.
El de la camisa azul me llamaba pervertido,
el sargento de gesto adusto, rojo y degenerado,
los observé con iracunda mirada,
mientras un viento nervioso agitaba las ramas de los árboles,
cual atormentados monstruos mi imaginación formaba.
Yo nunca oculte mis preferencias
por el deseo que la piel enciende.
Lo fui todo en la vida:
hombre y mujer,
olivo y limonero,
carne, verso y sonrisa.
Nos formaron delante del olivo
con los ojos vendados,
y una noche de sepulcros
invadió un silencio extraño.
El sargento se dio tiempo,
y cumplió escrupulosamente
con todos los pormenores.
¡Disparen, carajo!”,
gritó con furia incontrolada.
Un estruendo se alzó por el aire
con olor a pólvora malherida.
Dos detonaciones secas
acabaron con mi vida.
La más mortífera fue al pecho,
la otra a mi costado,
un súbito mareo bla