LA SALIDA DEL SOL
Ya brotan del sol naciente
los primeros resplandores,
dorando las altas cimas
de los encumbrados montes.
Las neblinas de los valles
hacia las alturas corren,
y de las rocas se cuelgan
o en las cañadas se esconden.
En ascuas de oro convierten
del astro rey los fulgores,
del mar que duerme tranquilo
las mansas ondas salobres.
sus hilos tiende el rocío
de diamantes tembladores,
en la alfombra de los prados
y en el manto de los bosques.
sobre la verde ladera
que esmaltan gallardas flores,
elevan sus frente altiva
los enhiestos girasoles,
y las caléndulas rojas
vierte al pie sus olores.
Las amarillas retamas
visten las colinas, donde
se ocultan pardas y alegres
las chozas de los pastores.
Purpúrea el agua del río
lame de esmeralda el bordo,
que con sus hojas encubren
los plátanos cimbradores;
mientras que allá en la montaña,
flotando en la peña enorme,
la cascada se reviste
de iris con los colores.
El ganado en las llanuras
trisca alegre, salta y corre;
cantan las aves, y zumban
mil insectos bullidores
que el rayo del sol anima,
que pronto mata la noche.
En tanto el sol se levanta
sobre el lejano horizonte,
bajo la bóveda limpia
de un cielo sereno . . . Entonces
sus fatigosas tareas
suspenden los labradores,
y un santo respeto embarga
sus sencillos corazones.
En el valle, en la floresta,
en el mar, en todo el orbe
se escuchan himnos sagrados,
misteriosas oraciones;
porque el mundo en esta hora
es altar inmenso, en donde
la gratitud de los seres
su tierno holocausto pone;
y Dios, que todos los días
ofrenda tan santa acoge,
la enciende de Sol que nace
con los puros resplandores.
Autor del poema: Ignacio Manuel Altamirano