LAS AMAPOLAS
El sol en medio del cielo
Derramando fuego está;
Las praderas de la costa
Se comienzan a abrasar,
Y se respira en las ramblas
El aliento de un volcán.
Los arrayanes se inclinan,
Y en el sombrío manglar
Las tórtolas fatigadas
Han enmudecido ya;
Ni la más ligera brisa
Viene en el bosque a jugar.
Todo reposa en la tierra,
Todo callándose va,
Y sólo de cuando en cuando
Ronco, imponente y fugaz,
Se oye el lejano bramido
De los tumbos de la mar.
A las orillas del río,
Entre el verde carrizal,
Asoma una bella joven
De linda y morena faz;
Siguiéndola va un mancebo
Que con delirante afán
Ciñe su ligero talle,
Y así le comienza a hablar:
—«Ten piedad, hermosa mía,
Del ardor que me devora,
Y que está avivando impía
Con su llama abrasadora
Esta luz de mediodía.
»Todo suspira sediento,
Todo lánguido desmaya,
Todo gime soñoliento:
El río, el ave y el viento
Sobre la desierta playa.
»Duermen las tiernas mimosas
En los bordes del torrente;
Mustias se tuercen las rosas,
Inclinando perezosas
Su rojo cáliz turgente.
»Piden sombra a los mangueros,
Los floripondios tostados;
Tibios están los senderos
En los bosques perfumados
De mirtos y limoneros.
»Y las blancas amapolas
De calor desvanecidas,
Humedecen sus corolas
En las cristalinas olas
De las aguas adormidas.
»Todo invitarnos parece,
Yo me abraso de deseos;
Mi corazón se estremece,
Y ese sol de Junio acrece
Mis febriles devaneos.
»Arde la tierra, bien mío;
En busca de sombra vamos
Al fondo del bosque umbrío,
Y un paraíso finjamos
En los bordes de ese río.
»Aquí en retiro encantado,
Al pie de los platanares
P or el remanso bañado,
Un lecho te he preparado
De eneldos y de azahares.
»Suelta ya la trenza oscura
Sobre la espalda morena;
Muestra la esbelta cintura,
Y que forme la onda pura
Nuestra amorosa cadena.
»Late el corazón sediento;
Confundamos nuestras almas
E n un beso, en un aliento...
Mientra s se juntan las palmas
A las caricias del viento.
»Mientras que las amapolas,
De calor desvanecidas,
Humedecen sus corolas
En las cristalinas olas
De las agua s adormidas».
Así dice amante el joven,
Y con lánguido mirar
Responde la bella niña
Sonriendo... y nada más.
Entre las palmas se pierden;
Y del día al declinar,
Salen del espeso bosque,
A tiempo que empiezan ya
Las aves a despertarse
Y en los mangles a cantar.
Todo en la tranquila tarde
Tornando a la vida va;
Y entre los alegres ruidos,
Del Sud al soplo fugaz,
Se oye la voz armoniosa
De los tumbos de la mar.
Autor del poema: Ignacio Manuel Altamirano