LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD
Ya la guerra y sus horrores
sólo a los pueblos halaga,
y es en vano que Dios haga
las estrellas y las flores.
Ni las rosas, ni los nidos,
ni del cielo la voz pura,
nada enfrena la locura
de sus pechos pervertidos.
La victoria es nuestro amor,
combatir, nuestra costumbre,
y tiene la muchedumbre
por sonaja el atambor.
Como a sus quimeras cuadre,
bajo su carro la Gloria
huella como a vil escoria
a los niños y a la madre.
Matar, morir, es el fin
de nuestra ventura loca,
y llevar sobre la boca
el cerquillo del clarín.
Todo el campo es humo y luz,
la grita, el furor se extienden,
los pechos todos se encienden
al fuego del arcabuz;
Y ello, siempre por tiranos
que, si acaso se os entierra,
mientra os pudrís bajo tierra
estarán de besamanos,
O cuando en profano insulto
los chacales y los cuervos
bajen á saciarse acerbos
en vuestro cuerpo insepulto.
Pueblo ninguno tolera
a otro pueblo por vecino,
y en nuestro pecho mezquino
se insufla pasión artera.
¿Es ruso? ¡Fuego nutrido!
¿Húngaro? ¡Fuego, es muy justo!
¿Porqué hay quien lleva su gusto
hasta usar blanco el vestido?
¿Otro aquí? Démosle fin
y llenamos un deber:
tuvo el crimen de nacer
a la derecha del Rin.
¡Rosbach! ¡Waterloo! ¡Venganza!
Ebrio el hombre de demencia,
sólo tiene inteligencia
para el mal y la matanza.
La fuente á beber convida,
a orar el cielo estrellado,
a amar y soñar el prado:
es mejor ser fratricida.
¡Fuego! ¡sangre! ¡destrucción!
Se saltan montes y llanos:
el pavor crispa las manos
en las crines del bridón.
Y en tanto, el alba clarea…
¡Oh! ¡mucho me admira, a fe,
que oído al odio se dé
cuando la alondra gorjea!
Autor del poema: Víctor Hugo