LOS CAMARADAS 

Pero aquí nadie viene voluntariamente,
nadie quiso seguir esta ruta,
ninguno vino a fondear en la bahía.
Sólo llegan los náufragos,
los doloridos seres que arroja la marea,
los desolados que ni pañuelo tienen,
sólo ellos llegan y sólo ellos son
los asombrados visitantes de la isla.
Al principio hablan unos con otros:
confrontan los detalles de una idéntica historia,
se hacen confidencias extenuantes
y se estrechan las manos reconociéndose.
Durante un breve tiempo la desdicha los une.
Luego viene el desgaste,
las palabras los siguen como cuervos.
Empieza entonces el verdadero tiempo de la isla,
su clima auténtico.
Muy pocos lo soportan,
muy pocos se acostumbran.
La mayoría intenta respirar.
Hacen muecas extrañas,
parecen animales buscando una salida
(los más feroces van hasta el desastre).
Unos pocos tan sólo permanecen tranquilos.
Pero se quedan mudos:
mucho antes de que irrumpan
avanza su silencio;
son un cortejo disgregado,
un arenal en marcha
ellos podrían ir a cualquier parte:
porque donde ellos van allí comienza Ítaca.

Autor del poema: Francisca Aguirre

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