MANÍA DE SOLEDAD 

Ceno cualquier cosa junto a la clara ventana.
El cuarto tiene ya la oscuridad del cielo.
Al salir, las calles tranquilas conducen,
en pocos pasos, al campo abierto.
Como y miro el cielo —quién sabe cuántas
mujeres
están comiendo a estas horas—; mi cuerpo está
tranquilo;
el trabajo y la mujer aturden mi cuerpo.
Afuera, después de la cena, las estrellas vendrán
a tocar
la tierra en su extensa llanura. Las estrellas están
vivas
pero no valen lo que estas cerezas que como a
solas.
Miro el cielo, pero sé que entre los tejados
mohosos
ya brilla alguna luz y que abajo hay rumores.
Un gran sorbo y mi cuerpo saborea la vida
de las plantas y los ríos, sintiéndose apartado de
todo.
Basta un poco de silencio para que todo se
detenga
en su lugar real, como ahora mi cuerpo.
Toda cosa se aísla frente a mis sentidos
que la aceptan sin corromperse: un murmullo de
silencio.
Puedo saberlo todo en la oscuridad,
como sé que la sangre corre por mis venas.
La llanura es un gran correr de aguas entre las
hierbas,
una cena de todas las cosas. Todas las plantas y
las piedras
viven inmóviles. Oigo a mis alimentos nutrirme
las venas
de todas las cosas que viven sobre esta llanura.
No importa la noche. El cuadrado del cielo
me susurra todos los fragores y una estrella
pequeña
se debate en el vacío, lejana de los alimentos,
de las casas, distinta. No se basta a sí misma,
necesita demasiadas compañeras. Aquí, en la
oscuridad, solo,
mi cuerpo está tranquilo y se siente señor.

Autor del poema: Cesare Pavese

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