24 Poemas del Modernismo
A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
¿Tienes, joven amigo, ceñida la coraza
para empezar, valiente, la divina pelea?
¿Has visto si resiste el metal de tu idea
la furia del mandoble y el peso de la maza?
¿Te sientes con la sangre de la celeste raza
que vida con los números pitagóricos crea?
¿Y, como el fuerte Herakles al león de Nemea,
a los sangrientos tigres del mal darías caza?
¿Te enternece el azul de una noche tranquila?
¿Escuchas pensativo el sonar de la esquila
cuando el Angelus dice el alma de la tarde?...
¿Tu corazón las voces ocultas interpreta?
Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta.
La belleza te cubra de luz y Dios te guarde.
LAS JOYAS
Quiero cubrir de joyas tu cabello,
tu garganta y tu pecho, brazos, manos,
en memoria de todas las caricias
que te haga ahora y que te hice antes.
Como lluvia, las joyas en tus miembros,
como lluvia los besos de mi amor,
y bajo cada beso que se encienda
un nuevo resplandor, como una estrella.
Una joya por beso, que ilumine,
quieta noche, lo noble de tu cuerpo;
mas después del gran día, luego el día;
la esposa, sin las joyas, del esposo.
BAILADORA
Con un chambergo puesto como corona
y el chal bajando en hebras a sus rodillas,
baila una sevillana las seguidillas
a los ecos gitanos que un mozo entona.
Coro de recias voces canta y pregona
de su rostro y sus gracias las maravillas,
y ella mueve, inflamadas ambas mejillas,
el regio tren de curvas de su persona.
Cuando enarca su cuerpo como culebra
y en ondas fugitivas gira y se quiebra
al brillante reflejo de las arañas,
estalla atronadora vocinglería,
y en un compás amarra la melodía
palmas, risas, requiebros, cuerdas y cañas.
INSOLADA
En una casa campesina había
una doncella que tenía
los diecisiete años de amor, y era tan bella
que decían de ella:
«Es una moza como un sol.»
Ella bien sabía
el parentesco que con él tenía:
porque cada mañana,
de par en par abierta la ventana,
con su fuego ambarino y mañanero
le llenaba su cuarto por entero,
y ella, toda desnuda, con delicia,
se entregaba al fulgor de su caricia.
De tanto darse a estas tan dulces mañas,
el sol se le quedaba en las entrañas
y bien pronto sentía
un ardor que en su seno se movía.
«Adiós los míos y mi casa amada:
me voy al mundo, por la luz preñada.»
Abandonada y sin hogar
por la comarca comenzó a vagar.
Alegre como un pájaro volando,
iba sola cantando:
«Yo me soy la alborada,
pues llevo dentro el sol y soy rosada,
mis cabellos rojean,
mis ojos centellean,
mis labios bermejean,
llevo en frente y mejillas su color
y en el pecho su ardor:
toda yo soy claror contra claror.»
La gente que la oía
se paraba admirada y la seguía:
la seguía por el llano y la montaña
para escucharle su canción extraña,
que poco a poco la iba embelleciendo.
Que su hermosura era cabal sintiendo,
dijo: «Mi hora ha llegado.»
No canto más y, hallándola a su lado,
entró en una cabaña que allí había.
La gente que en aquel entorno estaba
sólo veía un resplandor y oía
los gritos de dolor que ella lanzaba.
Las grietas de la puerta, de repente
lucieron como estrellas fuertemente.
En seguida se alzó una llamarada,
toda la gente huyó de allí aterrada,
y en la gran soledad sólo quedaba
un niño igual que el sol, que caminaba
y decía, subiendo por la sierra:
«Vengo a juntar al cielo con la tierra...»
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