NADA ES MÍO
¿Me preguntas, ¡oh, Rosa!, cómo escribo?
¿De qué manera, con menudas hojas,
cintas de seda y pétalos de flores,
voy construyendo estancia por estancia?
Yo mismo no lo sé! Como la tuya
es, Rosa de los cielos, mi ignorancia.
Yo no escribo mis versos, no los creo;
viven dentro de mí; vienen de fuera:
a ese, travieso, lo formó el deseo;
a aquel, lleno de luz, la Primavera!
A veces en mis cantos colabora
una rubia magnífica: la aurora!
Hago un verso y lo plagio sin sentirlo
de algún poeta inédito, del mirlo,
del parlanchín gorrión o de la abeja
que, silbando a las bellas mariposas,
se embriaga en la taberna de las rosas.
Los versos que más amo, los que expresan
mis ansias y mis íntimos cariños,
esos versos que lloran y que besan,
¿sabes tú lo que son? Risas de niños.
Otras veces me ayudan las estrellas
y sus rayos de luz trazan en mi alma
líneas celestes y figuras de oro.
Aquel soneto a Dios, es del Boyero;
de Sirio deslumbrante, esa cuarteta,
y ese canto a la rubia que yo quiero
fue escrito por la cauda del cometa.
Yo escucho nada más, y dejo abiertas
de mi curioso espíritu las puertas.
Los versos entran sin pedir permiso;
mi espíritu es su casa: Dios los manda
con cédula formal del Paraíso
para que aloje a la traviesa banda.
Algunos a mis castas ilusiones
escandalizan con su alegre charla:
esos son los soldados, los dragones,
los que traen en su clámide sombría
«húmeda noche tras caliente día».
Otros de aquellos huéspedes pequeños
se detienen muy poco: los risueños,
cantan, mis penas con su voz consuelan,
sacuden las alitas y se vuelan.
Los tristes… ¡esos sí que son constantes!
Alguno como lúgubre corneja
posada en la cornisa de la torre,
mientras la noche silenciosa corre,
hace ya mucho tiempo que se queja!
No soy poeta: ¡ya lo ves! En vano
halagas con tal título mi oído,
¡que no es zenzontle o ruiseñor el nido
ni tenor o barítono el piano!
Autor del poema: Manuel Gutiérrez Nájera