PEREZA
¡Cuán descansadamente,
Lejos del vano mundo, se reposa
A la orilla de límpida corriente
O de un moral bajo la sombra hojosa!
En el césped mullido,
Sin luz los ojos, sin vigor los brazos,
De la tranquila soledad el ruido
Se pierde por la atmósfera a pedazos.
El ánima descansa
De la ciega pasión y su braveza,
Y el cuerpo, presa de indolencia mansa,
Se goza en su pacífica pereza.
Entonces, no el tesoro
Ni la sed del placer el alma aviva;
El más rico licor, en copa de oro,
Entonces se desprecia y no se liba.
La mente no se inquieta
Por pensamientos de dolor cercada:
Que a su honda languidez yace sujeta,
Y a su propia impotencia encadenada.
Sin luz el ojo vago,
Sin un sonido sobre el labio abierto,
Pasa la vida cual por hondo lago
De incierta luz el resplandor incierto.
Así vuelan las horas,
Y así pasan pacíficas y bellas,
Cual las aves del viento voladoras,
Cual la cobarde luz de las estrellas?.
Así el pesar se aduerme,
Y al grato son de una aura que murmura,
Tal vez se goza del reposo inerme
Que confunde el pesar con la ventura.
Así mis horas quiero
Que pasen sin valor y sin fortuna,
Ya al manso son del céfiro ligero,
Ya al resplandor de la amarilla luna.
Ven, amorosa Elvira,
Ven a mis brazos, que de amor sediento,
El perezoso corazón suspira
Por ver tus ojos, por beber tu aliento.
Ven, adorado dueño,
Sepa que estás, en mi descanso inerte,
Cercado mí para velar mi sueño;
Cerca, hermosa, de mí cuando despierte.
Yo, en la hierba tendido,
En la sombra de un álamo frondoso,
Entreveré, con ojo adormecido,
Cuál velas mi descanso silencioso.
El sol, a lento paso,
Hundió en el mar su faz esplendorosa,
Marcando su camino en el ocaso
Vivo arrebol de púrpura y de rosa,
El agua, mansamente,
Con monótono arrullo le despide;
Y arrastrando sus ondas lentamente,
El ancho espacio de sus ondas mide.
Sólo queda en la tierra
El vapor del crepúsculo dudoso,
Y el vago aroma que la flor encierra,
Se esparce por el aire vagaroso.
Y las fuentes corriendo,
Y las brisas volando, se estremecen,
Y su soplo en los árboles creciendo,
A su soplo los árboles se mecen.
Trémulas van las olas
Bajo sus alas mansas y ligeras,
Reflejando las sueltas banderolas
De las naves que el mar surcan veleras.
Y la luna argentina,
La bóveda al cruzar del firmamento,
La inmensidad del Bósforo ilumina,
Color prestando al invisible viento.
Y al son del mar vecino,
Y al murmullo del viento caluroso,
Y al reflejo del éter cristalino,
Se aduerme el cuerpo en lánguido reposo
En la quietud amiga
De la callada noche macilenta,
Hasta la misma languidez fatiga,
Y el ánima se rinde soñolienta.
¡Oh! Bien haya el estío
Con su tranquila y bochornosa calma,
Que roba al corazón su ardiente brío
Y en blanda inercia nos aduerme el alma
Ya de ese insomnio presa,
Me faltan voluntad y pensamiento,
Y hasta mi cuerpo sin valor me pesa,
Y el son me cansa de mi propio aliento.
Dadme deleites, dadme;
Henchidme de placeres los sentidos;
Venid, eunucos, y al harén llevadme
En vuestros brazos, al placer vendidos.
Abridme esas ventanas,
Dadme a beber el aura de la noche
Y a saborear las ráfagas livianas
Que a la flor rasgan su aromado broche.
Quiero al son de las olas
Secar un corazón en solo un beso;
Traedme mis esclavas españolas,
Que el mío tienen en sus ojos preso.
Venid, venid, hermosas,
Divertidme con danzas y canciones;
Venid en lechos de fragantes rosas,
Venid, blancas y espléndidas visiones,
Quemad en mis pebetes
Cuanto aroma encontréis en mi palacio,
Y respiren sus anchos gabinetes
Ámbar opreso en reducido espacio.
Ven, voluptuosa Elvira,
Trénzame con tu mano mis cabellos;
Y tú, Inés, por quien Málaga suspira,
Nardo derrama y azahar en ellos.
Traedme a esos esclavos
Que aportan mis bajeles viento en popa;
Presa que hicieron mis piratas bravos
En un rincón de la dormida Europa.
Vengan a mi presencia,
Y al son de sus extraños instrumentos
Sirvan a mi poder y a mi opulencia,
Si no con su canción, con sus lamentos.
Dadme deleites, dadme;
Cúbreme, Elvira, con tu chal de espumas,
Y las tostadas sienes refrescadme
Con abanicos de rizadas plumas.
Suene en mi torpe oído
Su suave son como murmullo blando
De arroyo que a la mar baja perdido,
De peña en peña juguetón rodando;
Cual tórtola que llama,
Con lento arrullo que en el viento pierde,
La descarriada tórtola a quien ama,
De árbol sombrío en el columpio verde.
Danzad mientras reposo,
Cantad en derredor mientras descanso,
Y no sienta en mi sueño voluptuoso
Más que murmullo lisonjero y manso.
Autor del poema: José Zorrilla