PERPETUA, COMO LOS HUESOS QUE ATRAVIESAN MI CARNE...
Perpetua, como los huesos que atraviesan mi carne,
(porque debes saber, amada, que este calcio mortal
no es osamenta, que es traspasante espina y enfurecida
lanza)
como la tierra desesperada y seca, como los árboles;
honda y turbulenta en las viejísimas sangres de
la tarde encendida de sueños y aves...
eres, amada, oh agua, oh nube y hoja en la lenta distancia.
Por buscarte, adelgazados hasta el vuelo de la
muerte están los tristes brazos...
¿Qué saliva pudo, jamás, tocarte?
¿qué polvo pudo, en tus grandes lágrimas, acercarse a
mi barro?
¿Cuántas veces te he dicho mi silencio? ¿cuántas veces
mis palabras, nada más que en tus ojos se abatieron, cansadas, como pájaros?
(Y estoy solo, traspasado de mí, atravesado de mis
huesos, dolorosos y doloridos huesos de hombre, igual
a una raíz inútil en un suelo desconocido, igual
a la lengua de un perro en el agua salobre)
Yo te llamé con el más simple nombre, como el aire,
limpia en lejanos cristales y alta de fugas, oh
perpetua como las alas.
Yo, gemebundo, con pávidas astillas me clavé a la
esperanza, y la esperanza no era más que mi carne
ciega y vana.
¡Qué vegetal dolor el del recuerdo crecido en la
dulce comarca que apacentó tu nombre!
¡qué transparentes sueños a la orilla de sueño de
tus aéreas manos!
(y yo, un hombre en soledad, un tibio borde de amargura, un latido en la ceniza del crepúsculo,
una pequeña nada, una sombra crecida en tu cierta
palabra,
estoy en la mudez de traspasada carne)
Háblame con la infinita voz que en los cielos gira y
canta,
que es estrella en la noche y rocío en la niña mañana.
Háblame tú, recién nacida, eterna y perpetua distancia.
Háblame tú, perpetua al acabado corazón, al enterrado
corazón de tierra y a la ahogada palabra.
Autor del poema: Francisco Granizo