Poema del hijo
13 Abril 2019, 23:00
Cae la tarde dorada
tras de los verdes pinos.
Hay en las altas cumbres
un resplandor rojizo,
y el perfil de los montes
se recorta en un nimbo
de luz verdosa, azul, aurirrosada.
En el añil el humo está dormido.
Quieta la tarde y dulce.
-Ven al campo hijo mío;
comeremos majuelas,
iremos al endrino,
te alcanzaré las vayas de los robles,
y, en aquel regatillo
de los helechos, cogerás las piedras,
y cortarás los lirios.
Entre mi mano, suave,
su manecita oprimo,
y avanzamos parejos
por el albo camino.
Los cuencos y colodras
del viejo cabrerizo,
llenando va la ordeña
con blanco chorro mantecoso y tibio.
Y la leche, aromada
de menta y de tomillo,
sus fragancias esparce
por el verdor ya seco del aprisco.
-¿Tienes hambre? Si vemos
al pastor de los chivos,
al que en las “Maribuenas”
la otra tarde te dijo:
“Vaya un zagal con los ojuelos guapos”
llámale, y le pedimos
una cuerna de leche
y el cantero de pan que te ha ofrecido.
Es tarde, los trucheros
se recogen del río;
cubren con sucias ropas
los cuerpos denegridos
y entre la malla de la red platea
la pesca que rebosa del cestillo.
De su pinar se tornan los hacheros;
aire lento y cansino;
en los hombros, las hachas,
y en sus gastados filos,
un reflejo fugaz, que a ratos hiere
los semblantes cetrinos.
Se acercan. -Buenas tardes.
-Vayan con Dios, amigo...
-¿Pero no los conoces?
El de la aijada es Lino
el que la otra mañana
trajo al Paular el nido,
el que baja en el carro de sus bueyes
los troncos de los pinos...
-¿Te fatiga la cuesta?
Descansaremos, hijo.
Aquí, no; más arriba,
que ya se siente la humedad del río.
La espesura del roble
va cerrando el camino;
se oye el graznar de un cuervo
y un lejano silbido.
-¿Por qué te paras?... ¿Tiemblas?...
¿Acaso tienes frío?...
¡Ah, ya...Caperucita¡
No temas; vas conmigo.
El lobo vive lejos
y es generoso y noble con los niños.
Finge un céfiro blando
misterioso suspiro;
el pipiar de las aves
ha cesado en los nidos.
-¿Que te lleve en mis brazos?
¡Siempre acabas lo mismo¡
Agárrate a mi cuello;