Poemas
Aquí, en la portada, puedes leer los 100 mejores poemas de siempre, según vuestros votos, separados en dos listas: 50 son de autores consagrados, y los otros 50 de usuarios. Tiene mucho mérito aparecer en esta selección, así que si te esfuerzas a lo mejor te puntúan tan bien que sales aquí. ¡No dejes de intentarlo!
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MARINA
La luna en crespones
envuelve su faz
de muerta quimérica
y palpita el mar.
De pronto un relámpago
siniestro y brutal
hiende el cielo cárdeno
de un largo zig-zag.
Las olas convulsas
saltan sin cesar;
rugen, fosforecen
y vienen y van.
En la lejanía
silba el huracán
y rugen las furias
de la tempestad.
Y SIN EMBARGO, A VECES, TODAVÍA
Y sin embargo, a veces, todavía,
así de pronto, cuando te estoy viendo,
vuelvo a verte como antes, y me enciendo
del mismo modo inútil que solía.
Y me pongo a soñar en pleno día,
y reprocho al destino, corrigiendo,
como los locos, lo que fue; y no entiendo
cómo no pude nunca hacerte mía.
E imagino que anoche me colmaste
de placeres sin nombre, y que esa chispa
perversa y de ternura en tu mirada
prueba que lo otro es nada -que gozaste,
que a ti también este limbo te crispa,
¡que al fin te di el orgasmo!- y lo otro es nada.
LÁGRIMAS
"En el juicio Final sólo se
pesarán las lágrimas"
Cioran
Conozco las lágrimas.
Sé de las lágrimas.
Un negro rocío cuyo sabor perdido
de nuevo encuentro.
He llorado de noche, a la orilla del mar,
oprimido por el dardo de la belleza...
Sollozado lágrimas por alguna espantosa
verdad,
secretamente. Serio como la muerte.
Donde no hay nada para engañar.
O desde lo alto de los tejados, donde
todos pudieran verme.
He llorado bajito, bajo, así de afligido
-medio-triste medio-enfermo-
por los nobles árboles desarraigados
viejos y negros...
Porque la mañana y la noche vienen otra vez
¡y siempre otra vez!
y una vez más, en inextinguible y eterno infierno.
¡He vivido cargado de lágrimas!
Han brotado mis lágrimas
en algún estupor de vino y silencio...
He llorado cubierto por mi sudor de sangre
en mi Huerto-de-los-Olivos. Herida el alma
en la despedida mas breve.
Compartido anónimos ruidos de lágrimas
en que prevalece, la secreta tristeza del
mundo.
Y sorbido la lágrima desde un párpado...
Una gota sola que cae, con impulso tierno
como e! de la rota cuerda de un arpa.
¡He llorado! ¡Llorado de amor o añoranza!
De vergüenza y orgullo. ¡De puro anhelo!
Lágrimas de vida y de muerte,
me han hecho verter una serie de pequeños hechos.
EL ORÁCULO
Has ido una vez más hasta la orilla
y esta vez has mirado el horizonte
con la avidez del fugitivo.
Te has preguntado con tristeza
quién notaría en Ítaca tu ausencia:
el mar hacia el que siempre miras,
el cielo al que nunca preguntas,
la tierra que te espera segura.
Naturaleza impávida son tus vínculos.
¿Piensas ahora en destruirlos,
piensas en escapar negando
ese sendero que han formado tus pies?
Lo sientes, no lo piensas,
no se puede pensar la ruina.
Miras las aguas con premura:
con premura cansada.
Eres como un oráculo que no cree en el futuro.
LA PIEDRA
Duerme la piedra vieja en su gran misticismo;
y en su opaca sonrisa como un Poema oscuro…
Vive con al sonrisa de su eterno mutismo
en la calma olvidada de un hierático muro.
Sintió de algún Artífice sacerdote el lirismo…
y en la ciudad de Memphis rindió su cuerpo duro,
y con el musgo hermano, en supremo idealismo,
se unieron y formaron su Mito eterno y puro.
¡Renacerá de nuevo tu emoción, y el vestiglo
que ha dormido en tu seno un siglo y otro siglo,
surgirá de la sombra que su espíritu finge,
para sentir, en tanto, en relámpagos rojos,
vislumbrarán las huecas pupilas de los ojos
que duermen quietamente en la Encantada Esfinge.
NUESTRA SEÑORA LA LUNA
La luna vertía
Su color de lágrima.
Por una avenida
De espesas acacias,
Llegaba a la orilla
Del agua estancada
La desconocida
Pareja que hablaba
De días pasados.
Una historia maga
De citas y besos,
Una historia clara
De alegres sonrisas.
Los cisnes soñaban...
La luna vertía
Su color de lágrima.
Hasta la avenida
De espesas acacias,
Llegaba otra noche
La voz apagada
De otra pareja.
El interrogaba,
Ella respondía...
Era una lejana
Historia de amores
Ya casi borrada,
Una historia turbia
Que tenía clara
La angustia presente,
El interrogaba...
La luna vertía
Su color de lágrima.
Otra vez de luna
La avenida blanca
Estaba desierta.
No turbaba nada
El tedio infinito.
Ni la historia maga
De citas y besos,
Ni aquella lejana
Historia de amores
Ya casi borrada.
Estaba desierta
La avenida blanca.
La luna vertía
Su color de lágrima.
SOBRE EL AMOR
Encendido en los boscajes del tiempo, el amor
es deleitada sustancia. Abre
con hociquillo de marmota, senderos y senderos
inextricables. Es el camino de vuelta
de los muertos, el lugar luminoso donde suelen
resplandecer. Como zafiros bajo la arena
hacen su playa, hacen sus olas íntimas, su floración
de pedernal, blanca y hundiéndose
y volcando su espuma. Así nos dicen al oído: del viento
de la calma del agua, y del sol
que toca, con dedos ígneos y delicados
la frescura vital. Así nos dicen
con su candor de caracolas; así van devanándonos
con su luz, que es piedra, y que es principio con el agua, y es mar
de hondos follajes
inexpugnables, a los que sólo así, de noche,
nos es dado ver y encender.
UN FUEGO HABITA EN MI INTERIOR
Un fuego habita en mi interior
las llamas se alzan súbitamente
provocando el irremediable incendio
no
no digas nada.
Ya explotó
todo mi amor.
CAZADORES
Pasaron tres cazadores con escopetas,
a las cinco pasaron a esconderse,
cuando escandilen los zorros,
cuando encandilen al venadito
ya estará alta la luna.
Pasaron tres cazadores
con los ojos envueltos en violetas,
berro en la frente;
pasaron echando olor, suave olor
por el camino.
Saben muchas canciones,
si viene el tigre lo van a embobar.
Esperan que las perdices estén dormidas en la hierba,
esperan que el silbador traiga los venados
al bebedero.
Volvieron los tres cazadores,
volvieron al otro día,
pasaron con un tigre empalado
sobre los hombros.
Le echaron encanto por los ojos, le echaron
un lazo de seda,
lo rodearon de candela y le cantaron
y cayó muerto con plomo en la cabeza
esta mañana,
y la luna todavía estaba alta.
CARTA AL TIEMPO
Estimado señor:
Esta carta la escribo en mi cumpleaños.
Recibí su regalo. No me gusta.
Siempre y siempre lo mismo.
Cuando niña, impaciente lo esperaba;
me vestía de fiesta
y salía a la calle a pregonarlo.
No sea usted tenaz.
Todavía lo veo
jugando ajedrez con el abuelo.
Al principio eran sueltas sus visitas;
se volvieron muy pronto cotidianas
y la voz del abuelo
fue perdiendo su brillo.
Y usted insistía
y no respetaba la humildad
de su carácter dulce
y sus zapatos.
Después me cortejaba.
Era yo adolescente
y usted con ese rostro que no cambia.
Amigo de mi padre
para ganarme a mí.
Pobrecito el abuelo.
En su lecho de muerte
estaba usted presente,
esperando el final.
Un aire insospechado
flotaba entre los muebles
Parecían más blancas las paredes.
Y había alguien más,
usted le hacía señas.
El le cerró los ojos al abuelo
y se detuvo un rato a contemplarme
Le prohíbo que vuelva.
Cada vez que los veo
me recorre las vértebras el frío.
No me persiga más,
se lo suplico.
Hace años que amo a otro
y ya no me interesan sus ofrendas.
¿Por qué me espera siempre en las vitrinas,
en la boca del sueño,
bajo el cielo indeciso del domingo?
Sabe a cuarto cerrado su saludo.
Lo he visto con los niños.
Reconocí su traje:
el mismo tweed de entonces
cuando era yo estudiante
y usted amigo de mi padre.
Su ridículo traje de entretiempo.
No vuelva,
le repito.
No se detenga más en mi jardín.
Se asustarán los niños
y las hojas se caen:
las he visto.
¿De qué sirve todo esto?
Se va a reír un rato
con esa risa eterna
y seguirá saliéndome al encuentro.
Los niños,
mi rostro,
las hojas,
todo extraviado en sus pupilas.
Ganará sin remedio.
Al comenzar mi carta lo sabía.
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