A UNA ESTRELLA 

¿Quién eres tú, lucero misterioso,
tímido y triste entre luceros mil,
que cuando miro tu esplendor dudoso,
turbado siento el corazón latir?

¿Es acaso tu luz recuerdo triste
de otro antiguo perdido resplandor,
cuando engañado como yo creíste
eterna tu ventura que pasó?

Tal vez con sueños de oro la esperanza
acarició tu pura juventud,
y gloria y paz y amor y venturanza
vertió en el mundo tu primera luz.

Y al primer triunfo del amor primero
que embalsamó en aromas el Edén,
luciste acaso, mágico lucero,
protector del misterio y del placer.

Y era tu luz voluptüosa y tierna
la que entre flores resbalando allí
inspiraba en el alma un ansia eterna
de amor perpetuo y de placer sin fin.

Mas ¡ay! que luego el bien y la alegría
en llanto y desventura se trocó:
tu esplendor empañó niebla sombría;
solo un recuerdo al corazón quedó.

Y ahora melancólico me miras
y tu rayo es un dardo del pesar
si amor aun al corazón inspiras,
es un amor sin esperanza ya.

¡Ay lucero! yo te vi
resplandecer en mi frente,
cuando palpitar sentí
mi corazón dulcemente
con amante frenesí.

Tu faz entonces lucía
con más brillante fulgor,
mientras yo me prometía
que jamás se apagaría
para mí tu resplandor.

¿Quién aquel brillo radiante
¡oh lucero! te robó,
que oscureció tu semblante,
y a mi pecho arrebató
la dicha en aquel instante?

¿O acaso tú siempre así
brillaste y en mi ilusión
yo aquel esplendor te di
que amaba mi corazón,
lucero, cuando te vi?

Una mujer adoré
que imaginaría yo un cielo;
mi gloria en ella cifré,
y de un luminoso velo
en mi ilusión la adorné.

Y tú fuiste la aureola
que iluminaba su frente,
cual los aires arrebola
el fúlgido sol naciente,
y el puro azul tornasola.

Y astro de dicha y amores,
se deslizaba mi vida
a la luz de tus fulgores,
por fácil senda florida,
bajo un cielo de colores.

Tantas dulces alegrías,
tantos mágicos ensueños
¿dónde fueron?
Tan alegres fantasías,
deleites tan halagüeños,
¿qué se hicieron?

Huyeron con mi ilusión
para nunca más tornar,
y pasaron,
y solo en mi corazón
recuerdos, llanto y pesar
¡ay! dejaron.

¡Ah lucero! tú perdiste
también tu puro fulgor,
y lloraste;
también como yo sufriste,
y el crudo arpón del dolor
¡ay! probaste.

¡Infeliz! ¿por qué volví
de mis sueños de ventura
para hallar
luto y tinieblas en ti,
y lágrimas de amargura
que enjugar?

Pero tú conmigo lloras,
que eres el ángel caído
del dolor,
y piedad llorando imploras,
y recuerdas tu perdido
resplandor.

Lucero, si mi quebranto
oyes, y sufres cual yo,
¡ay! juntemos
nuestras quejas, nuestro llanto:
pues nuestra gloria pasó,
juntos lloremos.

Mas hoy miro tu luz casi apagada,
y un vago padecer mi pecho siente:
que está mi alma de sufrir cansada,
seca ya de las lágrimas la fuente.

¡Quién sabe!... tú recobrarás acaso
otra vez tu pasado resplandor,
a ti tal vez te anunciará tu ocaso
un oriente más puro que el del sol.

A mí tan sólo penas y amargura
me quedan en el valle de la vida;
como un sueño pasó mi infancia pura,
se agosta ya mi juventud florida.

Astro sé tú de candidez y amores
para el que luz te preste en su ilusión,
y ornado el porvenir de blancas flores,
sienta latir de amor su corazón.

Yo indiferente sigo mi camino
a merced de los vientos y la mar,
y entregado, en los brazos del destino,
ni me importa salvarme o zozobrar.

Autor del poema: José de Espronceda

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