10 Poemas de Dante Alighieri 

VEDE PERFETTAMENTE...

Bien sabe a cuál saluda y reverencia
el que vea entre damas a la mía;
todas ellas hacerle compañía
tienen de Dios como gentil clemencia.

De su beldad es tánta la excelencia
que envidias no despierta ni falsía:
bien antes, galanura y ufanía
-dones de Amor- afinca su presencia.

De su redor dimana mansedumbre
y así vestidas de su misma lumbre,
cada una, sintiéndolo, se honora.

Fue siempre todo en Ella tan luciente,
que nadie, suspirando dulcemente,
podrá olvidar su gracia arrobadora.

Autor del poema: Dante Alighieri

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TANTO GENTILE

Tanto es gentil el porte de mi amada,
tanto digna de amor cuando saluda,
que toda lengua permanece muda
y a todos avasalla su mirada.

Rauda se aleja oyéndose ensalzada
-humildad que la viste y que la escuda-,
y es a la tierra cual celeste ayuda
en humano prodigio transformada.

Tanto embeleso el contemplarla inspira,
que al corazón embriaga de ternura:
lo siente y lo comprende quien la mira.

Y en sus labios, cual signo de ventura,
vagar parece un rizo de dulzura
que el alma va diciéndole: ¡Suspira!

Autor del poema: Dante Alighieri

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DIVINA COMEDIA - INFIERNO (CANTO 1)

A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.

¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento!

Es tan amarga casi cual la muerte;
mas por tratar del bien que allí encontré,
de otras cosas diré que me ocurrieron.

Yo no sé repetir cómo entré en ella
pues tan dormido me hallaba en el punto
que abandoné la senda verdadera.

Mas cuando hube llegado al pie de un monte,
allí donde aquel valle terminaba
que el corazón habíame aterrado,

hacia lo alto miré, y vi que su cima
ya vestían los rayos del planeta
que lleva recto por cualquier camino.

Entonces se calmó aquel miedo un poco,
que en el lago del alma había entrado
la noche que pasé con tanta angustia.

Y como quien con aliento anhelante,
ya salido del piélago a la orilla,
se vuelve y mira al agua peligrosa,

tal mi ánimo, huyendo todavía,
se volvió por mirar de nuevo el sitio
que a los que viven traspasar no deja.

Repuesto un poco el cuerpo fatigado,
seguí el camino por la yerma loma,
siempre afirmando el pie de más abajo.

Y vi, casi al principio de la cuesta,
una onza ligera y muy veloz,
que de una piel con pintas se cubría;

y de delante no se me apartaba,
mas de tal modo me cortaba el paso,
que muchas veces quise dar la vuelta.

Entonces comenzaba un nuevo día,
y el sol se alzaba al par que las estrellas
que junto a él el gran amor divino

sus bellezas movió por vez primera;
así es que no auguraba nada malo
de aquella fiera de la piel manchada

la hora del día y la dulce estación;
mas no tal que terror no produjese
la imagen de un león que luego vi.

Me pareció que contra mí venía,
con la cabeza erguida y hambre fiera,
y hasta temerle parecia el aire.

Y una loba que todo el apetito
parecía cargar en su flaqueza,
que ha hecho vivir a muchos en desgracia.

Tantos pesares ésta me produjo,
con el pavor que verla me causaba
que perdí la esperanza de la cumbre.

Y como aquel que alegre se hace rico
y llega luego un tiempo en que se arruina,
y en todo pensamiento sufre y llora:

tal la bestia me hacía sin dar tregua,
pues, viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla.
Mientras que yo bajaba por la cuesta,
se me mostró delante de los ojos
alguien que, en su silencio, creí mudo.

Cuando vi a aquel en ese gran desierto
«Apiádate de mi -yo le grité-,
seas quien seas, sombra a hombre vivo.»

Me dijo: «Hombre no soy, mas hombre fui,
y a mis padres dio cuna Lombardía
pues Mantua fue la patria de los dos.

Nací sub julio César, aunque tarde,
y viví en Roma bajo el buen Augusto:
tiempos de falsos dioses mentirosos.

Poeta fui, y canté de aquel justo
hijo de Anquises que vino de Troya,
cuando Ilión la soberbia fue abrasada.

¿Por qué retornas a tan grande pena,
y no subes al monte deleitoso
que es principio y razón de toda dicha?»

« ¿Eres Virgilio, pues, y aquella fuente
de quien mana tal río de elocuencia?
-respondí yo con frente avergonzada-.

Oh luz y honor de todos los poetas,
válgame el gran amor y el gran trabajo
que me han hecho estudiar tu gran volumen.

Eres tú mi modelo y mi maestro;
el único eres tú de quien tomé
el bello estilo que me ha dado honra.

Mira la bestia por la cual me he vuelto:
sabio famoso, de ella ponme a salvo,
pues hace que me tiemblen pulso y venas.»

«Es menester que sigas otra ruta
-me repuso después que vio mi llanto-,
si quieres irte del lugar salvaje;

pues esta bestia, que gritar te hace,
no deja a nadie andar por su camino,
mas tanto se lo impide que los mata;

y es su instinto tan cruel y tan malvado,
que nunca sacia su ansia codiciosa
y después de comer más hambre aún tiene.

Con muchos animales se amanceba,
y serán muchos más hasta que venga
el Lebrel que la hará morir con duelo.

Éste no comerá tierra ni peltre,
sino virtud, amor, sabiduría,
y su cuna estará entre Fieltro y Fieltro.

Ha de salvar a aquella humilde Italia
por quien murió Camila, la doncella,
Turno, Euríalo y Niso con heridas.

Éste la arrojará de pueblo en pueblo,
hasta que dé con ella en el abismo,
del que la hizo salir el Envidioso.

Por lo que, por tu bien, pienso y decido
que vengas tras de mí, y seré tu guía,
y he de llevarte por lugar eterno,

donde oirás el aullar desesperado,
verás, dolientes, las antiguas sombras,
gritando todas la segunda muerte;

y podrás ver a aquellas que contenta
el fuego, pues confían en llegar
a bienaventuras cualquier día;

y si ascender deseas junto a éstas,
más digna que la mía allí hay un alma:
te dejaré con ella cuando marche;

que aquel Emperador que arriba reina,
puesto que yo a sus leyes fui rebelde,
no quiere que por mí a su reino subas.

En toda parte impera y allí rige;
allí está su ciudad y su alto trono.
iCuán feliz es quien él allí destina!»

Yo contesté: «Poeta, te requiero
por aquel Dios que tú no conociste,
para huir de éste o de otro mal más grande,

que me lleves allí donde me has dicho,
y pueda ver la puerta de San Pedro
y aquellos infelices de que me hablas.»
Entonces se echó a andar, y yo tras él.

Autor del poema: Dante Alighieri

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DIVINA COMEDIA - PURGATORIO (CANTO 3)

Por más que aquella huida repentina
por la llanura a todos dispersara,
hacia el monte en que aguija la justicia,

a mi fiel compañero me arrimé:
¿pues cómo habría yo sin él corrido?
¿Quién por el monte hubiérame llevado?

Le creí descontento de sí mismo:
¡Oh qué digna y qué pura concïencia
con qué amargor te muerde un leve fallo!

Cuando sus pies dejaron de ir aprisa,
que a cualquier acto quítale el decoro,
mi pensamiento, empecinado antes,

reanudó su discurso, deseoso,
y dirigí mis ojos hacia el monte
que al cielo más se eleva de las aguas.

El sol, que atrás en rojo flameaba,
se rompia delante de mi cuerpo,
pues sus rayos en mí se detenían.

Me volví hacia los lados temeroso
de estar abandonado, cuando vi
sólo ante mí la tierra oscurecida;

y: «¿Por qué desconfías? -mi consuelo
volviéndose hacia mí empezó a decirme-
¿no crees que te acompaño y que te guío?

Es ya la tarde donde sepultado
está aquel cuerpo en el que sombra hacía;
no en Brindis, sino en Nápoles se encuentra.

Por lo cual si ante mí nada se ensombra,
no debes extrañarte, igual que el cielo
no detiene el camino de los rayos.

Por sufrir penas, frías y calientes,
Dios ha dispuesto cuerpos semejantes,
de modo que no quiere revelarnos.

Loco es quien piense que nuestra razón
pueda seguir por la infinita senda
que sigue una sustancia en tres personas.

Os baste con el quía, humana prole;
pues, si hubierais podido verlo todo,
ocioso fuese el parto de María;

y tú has visto sin frutos desearlo
a tales que aquietaran su deseo,
que eternamente ahora les enluta:

de Aristóteles hablo y de Platón
y aun de otros más»; y aquí inclinó la frente,
y más no dijo y quedóse turbado.

Llegamos entretanto al pie del monte;
tan escarpadas estaban las rocas,
que en vano habrfa piernas bien dispuestas.

Entre Rurbia y Lerice el más desierto
el más roto barranco, es escalera,
comparado con éste, abierta y fácil.

«¿Ahora quién sabe en donde la pendiente
-deteniéndose, dijo mi maestro-
pueda subir aquel que va sin alas?»

Y mientras meditaba con la vista
baja, sobre la suerte del camino,
y yo miraba arriba del peñasco,

a mano izquierda apareció una turba
de almas que venía hacia nosotros,
mas tan lentos que no lo parecía.

«Alza -dije- maestro, la mirada:
hay aquí quien podrá darnos consejo,
si no puedes tenerlo por ti mismo.»

Entonces miró, y con el rostro sereno
me dijo: «Vamos pues, que vienen lentos;
y afirma la esperanza, dulce hijo.»

Tan lejos aún estaba aquella gente,
luego de haber mil pasos caminado,
como un buen lanzador alcanzaria,

cuando a las duras peñas se arrimaron
de la alta sima, quietos y apretados,
cual caminante que dudoso mira.

«Felices muertos, almas elegidas
-Virgilio dijo- por la paz aquella
que todos esperáis, según bien creo,

decidnos dónde baja la montaña,
para poder subir; pues más disgusta
perder el tiempo a quien su precio sabe.»

Cual salen del redil las ovejillas
de una, de dos, de tres y temerosas
están las otras, vista y morro en tierra;

y lo que la primera hacen las otras,
acercándose a ella si se para,
simples y calmas, y el porqué no saben;

así vi que venía la cabeza
de aquella grey afortunada entonces,
con recatado andar y rostro honesto.

Al ver los de delante interrumpida
la luz en tierra a mi derecho flanco
desde mí hasta la roca haciendo sombra,

se detuvieron, y hacia atrás se echaron,
y todos esos que detrás venían,
no sabiendo por qué, lo mismo hicieron.

«Sin que lo preguntéis yo os comunico
que este cuerpo que veis es cuerpo humano;
por lo que el sol ha interceptado en tierra.

No os debéis asombrar, pero creedme
que no sin que lo quieran en el cielo
estas paredes escalar pretende.»

Así el maestro; y esas dignas gentes:
«Volved -dijeron- y seguid un poco»,
haciéndonos señales con la mano.

Y uno de aquéllos empezó: «Quien quiera
que seas, vuelve el rostro mientras andas:
recuerda si me viste en la otra vida.»

Volví la vista a él muy fijamente
rubio era y bello y de gentil aspecto,
mas un tajo una ceja le partía.

Cuando con humildad hube negado
haberle visto nunca, él dijo: «Mira»
y mostróme una llaga sobre el pecho.

Luego sonriendo dijo: «Soy Manfredo:
la emperatriz Constanza fue mi abuela;
y te suplico que, cuando regreses,

le digas a mi hermosa hija, madre
del honor de Aragón y de Sicilia,
la verdad, si es que cuentan de otro modo.

Después de ser mi cuerpo atravesado
por dos golpes mortales, me volví
llorando a quien perdona de buen grado.

Abominables mis pecados fueron
mas tan gran brazo tiene la bondad
infinita, que acoge a quien la implora.

Si el pastor de Cosenza, que a mi caza
entonces fue enviado por Clemente,
la página divina comprendiera,

los huesos de mi cuerpo aún estarían
al pie del puente junto a Benevento,
y por pesadas piedras custodiados.

Mas los baña la lluvia y mueve el viento,
fuera del reino, casi junto al Verde,
donde él los trasladó sin luz alguna.

Mas por su maldición, nunca se pierde,
sin que pueda volver, el infinito
amor, mientras florezca la esperanza.

Verdad es que quien muere contumaz,
con la Iglesia, aunque al fin arrepentido,
fuera debe de estar de esta montaña,

treinta veces el tiempo que viviera
en esa presunción, si tal decreto
no se acorta con buenas oraciones.

Piensa pues lo dichoso que me harías,
a mi buena Constanza revelando
cómo me has visto, y esta prohibición:
que aquí, por los de allá, mucho se avanza.

Autor del poema: Dante Alighieri

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OLTRE LA SPERA...

Allende el orbe de rodar más lento
llega el suspiro que mi pecho exhala:
nuevo intelecto con que Amor escala
célica altura en alas del lamento.

Cuando alcanza la cima de su intento
ve la Mujer que otra ninguna iguala
por su esplendor: a quien todo señala
de Amor para el más alto rendimiento.

Viéndola así, con voz sutil, ardiente,
Amor le habla al corazón doliente
que lo interroga y no comprende nada.

Soy yo quien me hablo a mí y ante la bella
membranza de Beatriz, todo destella
y lo entiende mi mente iluminada.

Autor del poema: Dante Alighieri

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DIVINA COMEDIA - PARAÍSO (CANTO 2)

Oh vosotros que en una barquichuela
deseosos de oír, seguís mi leño
que cantando navega hacia otras playas,

volved a contemplar vuestras riberas:
no os echéis al océano que acaso
si me perdéis, estaríais perdidos.

No fue surcada el agua que atravieso;
Minerva sopla, y condúceme Apolo
y nueve musas la Osa me señalan.

Vosotros, los que, pocos, os alzasteis
al angélico pan tempranamente
del cual aquí se vive sin saciarse,

podéis hacer entrar vuestro navío
en alto mar, si seguís tras mi estela
antes de que otra vez se calme el agua.

Los gloriosos que a Colcos arribaron
no se asombraron como haréis vosotros,
viendo a Jasón convertido en boyero.

La innata sed perpetua que tenía
de aquel reino deiforme, nos llevaba
tan veloces cual puede verse el cielo.

Beatriz arriba, y yo hacia ella miraba;
y acaso en tanto en cuanto un dardo es puesto
y vuela disparándose del arco,

me vi llegado a donde una admirable
cosa atrajo mi vista; entonces ella
que conocía todos mis cuidados,

vuelta hacia mí tan dulce como hermosa,
«Dirige a Dios la mente agradecida
-dijo- que al primer astro nos condujo.»

Pareció que una nube nos cubriera,
brillante, espesa, sólida y pulida,
como un diamante al cual el sol hiriese.

Dentro de sí la perla sempiterna
nos recibió, como el agua recibe
los rayos de la luz quedando unida.

Si yo era cuerpo, y es inconcebible
cómo una dimensión abarque a otra,
cual si penetra un cuerpo en otro ocurre,

más debiera encendernos el deseo
de ver aquella esencia en que se observa
cómo nuestra natura y Dios se unieron.

Podremos ver allí lo que creemos,
no demostrado, mas por sí evidente,
cual la verdad primera en que cree el hombre.

Yo respondí. «Señora, tan devoto
cual me sea posible, os agradezco
que del mundo mortal me hayáis sacado.

Mas decidme: ¿qué son las manchas negras
de este cuerpo, que a algunos en la tierra
hacen contar patrañas de Caín?»

Rió ligeramente, y «Si no acierta
-me dijo- la opinión de los mortales
donde no abre la llave del sentido,

punzarte no debieran ya las flechas
del asombro, pues sabes la torpeza
con que va la razón tras los sentidos.

Mas dime lo que opinas por ti mismo.»
Y yo: «Lo que aparece diferente,
cuerpos densos y raros lo producen.»

Y ella: «En verdad verás que lo que piensas
se apoya en el error, si bien escuchas
el argumento que diré en su contra.

La esfera octava os muestra muchas luces,
las cuales en el cómo y en el cuánto
pueden verse de aspectos diferentes.

Si lo raro y lo denso hicieran esto
un poder semejante habría en todas,
en desiguales formas repartido.

Deben ser fruto las distintas fuerzas
de principios formales diferentes,
que, salvo uno, en tu opinión destruyes.

Aún más, si fuera causa de la sombra
la menor densidad, o tan ayuno
fuera de su materia en la otra parte

este planeta, o, tal como comparte
grueso y delgado un cuerpo, igual tendría
de éste el volumen hojas diferentes.

Si fuera lo primero, se vería
al eclipsarse el sol y atravesarla
la luz como a los cuerpos poco densos.

Y no sucede así. por ello lo otro
examinemos; y si lo otro rompo,
verás tu parecer equivocado.

Si no traspasa el trozo poco denso,
debe tener un límite del cual
no le deje pasar más su contrario;

y de allí el otro rayo se refleja
como el color regresa del cristal
que por el lado opuesto esconde plomo.

Dirás que se aparece más oscuro
el rayo más aquí que en otras partes,
porque de más atrás viene el reflejo.

De esta objeción pudiera liberarte
la experiencia, si alguna vez lo pruebas,
que es la fuente en que manan vuestras artes.

Coloca tres espejos; dos que disten
de ti lo mismo, y otro, más lejano,
que entre los dos encuentre tu mirada.

Vuelto hacia ellos, haz que tras tu espalda
te pongan una luz que los alumbre
y vuelva a ti de todos reflejada.

Aunque el tamaño de las más distantes
pueda ser más pequeño, notarás
que de la misma forma resplandece.

Ahora, como a los golpes de los rayos
se desnuda la tierra de la nieve
y del color y del frío de antes,

al quedar de igual forma tu intelecto,
de una luz tan vivaz quiero llenarle,
que en ti relumbrará cuando la veas.

Dentro del cielo de la paz divina
un cuerpo gira en cuyo poderío
se halla el ser de las cosas que contiene.

El siguiente, que tiene tantas luces,
parte el ser en esencias diferentes,
contenidas en él, mas de él distintas.

Los círculos restantes de otras formas
la distinción que tienen dentro de ellos
disponen a sus fines y simientes.

Así van estos órganos del mundo
como ya puedes ver, de grado en grado,
que dan abajo lo que arriba toman.

Observa atento ahora cómo paso
de aquí hacia la verdad que deseabas,
para que sepas luego seguir solo.

Los giros e influencias de los cielos,
cual del herrero el arte del martillo,
deben venir de los motores santos;

y el cielo al que embellecen tantas luces,
de la mente profunda que lo mueve
toma la imagen y la imprime en ellas.

Y como el alma llena vuestro polvo
por diferentes miembros, conformados
al ejercicio de potencias varias,

así la inteligencia en las estrellas
despliega su bondad multiplicada,
y sobre su unidad va dando vueltas.

Cada virtud se liga a su manera
con el precioso cuerpo al que da el ser,
y en él se anuda, igual que vuestra vida.

Por la feliz natura de que brota,
mezclada con los cuerpos la virtud
brilla cual la alegría en las pupilas.

Esto produce aquellas diferencias
de la luz, no lo raro ni lo denso:
y es el formal principio que produce,
conforme a su bondad, lo turbio o claro.»

Autor del poema: Dante Alighieri

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DIVINA COMEDIA - PURGATORIO (CANTO 2)

Ya había el sol llegado al horizonte
que cubre con su cerco meridiano
Jerusalén en su más alto punto;

y la noche, que a él opuesta gira,
del Ganges se salía con aquellas
balanzas, que le caen cuando ha triunfado;

tal que la blanca y sonrosada cara,
donde yo estaba, de la bella Aurora
mientras crecía se tornaba de oro.

A la orilla del mar nos encontrábamos,
como aquel que pensara su camino,
que va en corazón y en cuerpo se queda.

Y entonces, cual del alba sorprendido,
por el denso vapor Marte enrojece
sobre el lecho del mar por el poniente,

tal se me apareció, y así aún la viera,
una luz que en el mar tan rauda iba,
que al suyo ningún vuelo se parece.

Y separando de ella unos instantes
los ojos, a mi guía preguntando,
la vi de nuevo más luciente y grande.

Apareció después a cada lado
un no sabía qué blanco, y debajo
poco a poco otra cosa también blanca.

Nada el maestro aún había dicho,
cuando vi que eran alas lo primero;
y cuando supo quién era el piloto,

me gritó: « Dobla, dobla las rodillas.
Mira el ángel de Dios: junta las manos,
verás a muchos de estos oficiales.

Ve que desdeña los humanos medios,
y no quiere más remo ni más velas
entre orillas remotas, que sus alas.

Mira cómo las alza hacia los cielos
moviendo el aire con eternas plumas,
que cual mortal cabello no se mudan.»

Después al acercarse más y más
el pájaro divino, era más claro:
y pues de cerca no lo soportaban

los ojos, me incliné, y llegó a la orilla
con una barca tan ligera y ágil,
que parecía no cortar el.agua.

A popa estaba el celestial barquero,
cual si la beatitud llevara escrita;
y dentro había más de cien espíritus.

«In exitu Israel de Aegipto»
cantaban todos juntos a una voz,
y todo lo que sigue de aquel salmo.

Después les hizo el signo de la cruz;
y todos se lanzaron a la playa:
y él se marchó tan veloz como vino.

La turba que quedó, muy sorprendida
pareció del lugar, mirando en torno
como aquel que contempla cosas nuevas.

De todas partes asaeteaba al día
el sol, que había echado con sus flechas
de la mitad del cielo a Capricornio,

cuando la nueva gente alzó la cara
a nosotros, diciendo: «Si sabéis,
mostradnos el camino que va al monte.»

Y respondió Virgilio: « Estáis pensando
que este sitio nosotros conocemos;
mas peregrinos somos de igual forma.

Llegamos poco antes que vosotros,
por camino tan áspero y tan fuerte,
que ahora el subir parece un simple juego.»

Las almas que se dieron cuenta entonces
por mi respiración, de que vivía,
maravilladas, empalidecieron.

Y como al mensajero que el olivo
trae, va la gente para oír noticias,
y de apretarse esquivos no se muestran,

así a mi vista se agolparon todas
aquellas almas apesadumbradas,
casi olvidando el ir a hacerse bellas.

Y yo vi que una de ellas se acercaba
para abrazarme, con tan grande afecto,
que me movió a que hiciese yo lo mismo.

¡Ah vanas sombras, salvo la apariencia!
tres veces por detrás pasé mis brazos,
y tantas otras los volví a mi pecho.

Creo que enrojecí, maravillado,
y sonrió la sombra y se alejaba,
y yo me fui detrás para seguirla.

Suavemente me dijo que parase;
supe entonces quién era, y le rogué
que, para hablarme, allí se detuviera.

«Así -me respondió- como te amaba
en el cuerpo mortal, libre te amo:
por eso me detengo; y tú ¿qué haces?»

«Por volver otra vez, Cassella mío,
adonde estoy, viajo; mas ¿por qué
-le dije- tantas horas te han quitado?»

Y él a mí: «No me hicieron injusticia,
si aquel que lleva cuándo y a quien quiere,
me ha negado el pasaje muchas veces;

de justa voluntad sale la suya:
mas desde hace tres meses ha traído
a quien quisiera entrar, sin oponerse.

Por lo que yo, que estaba en la marina
donde el agua del Tíber sal se hace,
benignamente fui por él llevado.

El vuelo a aquella desembocadura
dirigió, pues que siempre se congregan
allí los que a Aqueronte no descienden.»

Y yo: «Si no te quitan nuevas leyes
la memoria o el uso de los cantos
de amor, que mis deseos aquietaban,

con ellos té suplico que consueles
mi alma que, viniendo con mi cuerpo
a este lugar, se encuentra muy angustiada.»

El amor que en la mente me razona
entonces comenzó tan dulcemente,
que en mis adentros oigo aún la dulzura.

Mi maestro y yo y aquellas gentes
que estaban junto a él, tan complacidas
parecían, que en nada más pensaban.

Todos pendientes y fijos estábamos
de sus notas; y el viejo venerable
nos gritó: «¿Qué sucede, lentas almas?

¿qué negligencia, qué esperar es éste?
corred al monte a echar las impurezas
que no os permiten contemplar a Dios.»

Como cuando al coger avena o mijo,
las palomas rodean el sustento,
quietas y sin mostrar su usado orgullo,

si algo sucede que las amedrenta,
súbitamente dejan la comida,
pues un mayor cuidado las asalta;

yo vi a aquella mesnada recién hecha
dejar el canto y escapar al monte,
como quien va y no sabe dónde acabe:
no fue nuestra partida menos presta.

Autor del poema: Dante Alighieri

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DIVINA COMEDIA - PURGATORIO (CANTO 1)

Por surcar mejor agua alza las velas
ahora la navecilla de mi ingenio,
que un mar tan cruel detrás de sí abandona;

y cantaré de aquel segundo reino
donde el humano espíritu se purga
y de subir al cielo se hace digno.

Mas renazca la muerta poesía,
oh, santas musas, pues que vuestro soy; .
y Calíope un poco se levante,

mi canto acompañando con las voces
que a las urracas míseras tal golpe
dieron, que del perdón desesperaron.

Dulce color de un oriental zafiro,
que se expandía en el sereno aspecto
del aire, puro hasta la prima esfera,

reapareció a mi vista deleitoso,
en cuanto que salí del aire muerto,
que vista y pecho contristado había.

El astro bello que al amor invita
hacía sonreir todo el oriente,
y los Peces velados lo escoltaban.

Me volví a la derecha atentamente,
y vi en el otro polo cuatro estrellas
que sólo vieron las primeras gentes.

Parecía que el cielo se gozara
con sus luces: ¡Oh viudo septentrión,
ya que de su visión estás privado!

Cuando por fin dejé de contemplarlos
dirigiéndome un poco al otro polo,
por donde el Carro desapareciera,

vi junto a mí a un anciano solitario,
digno al verle de tanta reverencia,
que más no debe a un padre su criatura.

Larga la barba y blancos mechones
llevaba, semejante a sus cabellos,
que al pecho en dos mechones le caían.

Los rayos de las cuatro luces santas
llenaban tanto su rostro de luz,
que le veía como al Sol de frente.

¿Quién sois vosotros que del ciego río
habéis huido la prisión eterna?
-dijo moviendo sus honradas plumas.

¿Quién os condujo, o quién os alumbraba,
al salir de esa noche tan profunda,
que ennegrece los valles del infierno?

¿Se han quebrado las leyes del abismo?
¿o el designio del cielo se ha mudado
y venís, condenados, a mis grutas?»

Entonces mi maestro me empujó,
y con palabras, señales y manos
piernas y rostro me hizo reverentes.

Después le respondió: «Por mí no vengo.
Bajó del cielo una mujer rogando
que, acompañando a éste, le ayudara.

Mas como tu deseo es que te explique
más ampliamente nuestra condición,
no puede ser el mío el ocultarlo.

Éste no ha visto aún la última noche;
mas estuvo tan cerca en su locura,
que le quedaba ya muy poco tiempo.

Y a él, como te he dicho, fui enviado
para salvarle; y no había otra ruta
más que esta por la cual le estoy llevando.

Le he mostrado la gente condenada;
y ahora pretendo las almas mostrarle
que están purgando bajo tu mandato.

Es largo de contar cómo lo traje;
bajó del Alto virtud que me ayuda
a conducirlo a que te escuche y vea.

Dignate agradecer que haya venido:
busca la libertad, que es tan preciada,
cual sabe quien a cambio da la vida.

Lo sabes, pues por ella no fue amarga
en Utica tu muerte; allí dejaste
la veste que radiante será un día.

No hemos quebrado las eternas leyes,
pues éste vive y Minos no me ata;
soy de la zona de los castos ojos

de tu Marcia, que sigue suplicando
que la tengas por tuya, oh santo pecho:
en nombre de su amor, senos benigno.

Deja que andemos por tus siete reinos;
le mostraré nuestro agradecimiento,
si quieres que te nombre allí debajo.»

«Tan placentera Marcia fue a mis ojos
mientras que estuve allí -dijo él entonces-
que cuanto me pidió le concedía.

Ahora que vive tras el río amargo,
no puede ya moverme, por la ley
que cuando me sacaron fue dispuesta.

Mas si te manda una mujer del cielo,
como has dicho, lisonjas no precisas:
basta en su nombre pedir lo que quieras.

Puedes marchar, mas haz que éste se ciña
con un delgado junco y lave el rostro,
y que se limpie toda la inmundicia;

porque no es conveniente que cubierto
de niebla alguna, vaya hasta el primero
de los ministros ya del Paraíso.

En todo el derredor de aquella islita,
allí donde las olas la combaten,
crecen los juncos sobre el blanco limo:

ninguna planta que tuviera fronda
o que dura se hiciera, viviría,
pues no soportaría sus embates.

Luego no regreséis por este sitio;
el sol os mostrará, que surge ahora,
del monte la subida más sencilla.»

Él desapareció; y me levanté
sin hablar, acercándome a mi guía,
dirigiéndole entonces la mirada.

Él comenzó: «Sigue mis pasos, hijo:
volvamos hacia atrás, que esta llanura
va declinando hasta su último margen.»

Vencía el alba ya a la madrugada
que escapaba delante, y a lo lejos
divisé el tremolar de la marina.

Por la llanura sola caminábamos
como quien vuelve a la perdida senda,
y hasta encontrarla piensa que anda en vano.

Cuando llegamos ya donde el rocío
resiste al sol, por estar en un sitio
donde, a la sombra, poco se evapora,

ambas manos abiertas en la hierba
suavemente puso mi maestro:
y yo, que de su intento me di cuenta,

volví hacia él mi rostro enlagrimado;
y aquí me descubrió completamente
aquel color que me escondió el infierno.

Llegamos luego a la desierta playa,
que nadie ha visto navegar sus aguas,
que conserve experiencias del regreso.

Me ciñó como el otro había dicho:
¡oh maravilla! pues cuando él cortó
la humilde planta, volvió a nacer otra
de donde la arrancó, súbitamente.

Autor del poema: Dante Alighieri

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DIVINA COMEDIA - INFIERNO (CANTO 2)

El día se marchaba, el aire oscuro
a los seres que habitan en la tierra
quitaba sus fatigas; y yo sólo

me disponía a sostener la guerra,
contra el camino y contra el sufrimiento
que sin errar evocará mi mente.

¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio, sostenedme!
¡Memoria que escribiste lo que vi,
aquí se advertirá tu gran nobleza!

Yo comencé: «Poeta que me guías,
mira si mi virtud es suficiente
antes de comenzar tan ardua empresa.

Tú nos contaste que el padre de Silvio,
sin estar aún corrupto, al inmortal
reino llegó, y lo hizo en cuerpo y alma.

Pero si el adversario del pecado
le hizo el favor, pensando el gran efecto
que de aquello saldría, el qué y el cuál,

no le parece indigno al hombre sabio;
pues fue de la alma Roma y de su imperio
escogido por padre en el Empíreo.

La cual y el cual, a decir la verdad,
como el lugar sagrado fue elegida,
que habita el sucesor del mayor Pedro.

En el viaje por el cual le alabas
escuchó cosas que fueron motivo
de su triunfo y del manto de los papas.

Alli fue luego el Vaso de Elección,
para llevar conforto a aquella fe
que de la salvación es el principio.

Mas yo, ¿por qué he de ir? ¿quién me lo otorga?
Yo no soy Pablo ni tampoco Eneas:
y ni yo ni los otros me creen digno.

Pues temo, si me entrego a ese viaje,
que ese camino sea una locura;
eres sabio; ya entiendes lo que callo.»

Y cual quien ya no quiere lo que quiso
cambiando el parecer por otro nuevo,
y deja a un lado aquello que ha empezado,

así hice yo en aquella cuesta oscura:
porque, al pensarlo, abandoné la empresa
que tan aprisa había comenzado.

«Si he comprendido bien lo que me has dicho
-respondió del magnánimo la sombra
la cobardía te ha atacado el alma;

la cual estorba al hombre muchas veces,
y de empresas honradas le desvía,
cual reses que ven cosas en la sombra.

A fin de que te libres de este miedo,
te diré por qué vine y qué entendí
desde el punto en que lástima te tuve.

Me hallaba entre las almas suspendidas
y me llamó una dama santa y bella,
de forma que a sus órdenes me puse.

Brillaban sus pupilas más que estrellas;
y a hablarme comenzó, clara y suave,
angélica voz, en este modo:

"Alma cortés de Mantua, de la cual
aún en el mundo dura la memoria,
y ha de durar a lo largo del tiempo:

mi amigo, pero no de la ventura,
tal obstáculo encuentra en su camino
por la montaña, que asustado vuelve:

y temo que se encuentre tan perdido
que tarde me haya dispuesto al socorro,
según lo que escuché de él en el cielo.

Ve pues, y con palabras elocuentes,
y cuanto en su remedio necesite,
ayúdale, y consuélame con ello.

Yo, Beatriz, soy quien te hace caminar;
vengo del sitio al que volver deseo;
amor me mueve, amor me lleva a hablarte.

Cuando vuelva a presencia de mi Dueño
le hablaré bien de ti frecuentemente."
Entonces se calló y yo le repuse:

"Oh dama de virtud por quien supera
tan sólo el hombre cuanto se contiene
con bajo el cielo de esfera más pequeña,

de tal modo me agrada lo que mandas,
que obedecer, si fuera ya, es ya tarde;
no tienes más que abrirme tu deseo.

Mas dime la razón que no te impide
descender aquí abajo y a este centro,
desde el lugar al que volver ansías."

" Lo que quieres saber tan por entero,
te diré brevemente --me repuso
por qué razón no temo haber bajado.

Temer se debe sólo a aquellas cosas
que pueden causar algún tipo de daño;
mas a las otras no, pues mal no hacen.

Dios con su gracia me ha hecho de tal modo
que la miseria vuestra no me toca,
ni llama de este incendio me consume.

Una dama gentil hay en el cielo
que compadece a aquel a quien te envío,
mitigando allí arriba el duro juicio.

Ésta llamó a Lucía a su presencia;
y dijo: «necesita tu devoto
ahora de ti, y yo a ti te lo encomiendo».

Lucía, que aborrece el sufrimiento,
se alzó y vino hasta el sitio en que yo estaba,
sentada al par de la antigua Raquel.

Dijo: "Beatriz, de Dios vera alabanza,
cómo no ayudas a quien te amó tanto,
y por ti se apartó de los vulgares?

¿Es que no escuchas su llanto doliente?
¿no ves la muerte que ahora le amenaza
en el torrente al que el mar no supera?"

No hubo en el mundo nadie tan ligero,
buscando el bien o huyendo del peligro,
como yo al escuchar esas palabras.

"Acá bajé desde mi dulce escaño,
confiando en tu discurso virtuoso
que te honra a ti y aquellos que lo oyeron."

Después de que dijera estas palabras
volvió llorando los lucientes ojos,
haciéndome venir aún más aprisa;

y vine a ti como ella lo quería;
te aparté de delante de la fiera,
que alcanzar te impedía el monte bello.

¿Qué pasa pues?, ¿por qué, por qué vacilas?
¿por qué tal cobardía hay en tu pecho?
¿por qué no tienes audacia ni arrojo?

Si en la corte del cielo te apadrinan
tres mujeres tan bienaventuradas,
y mis palabras tanto bien prometen.»

Cual florecillas, que el nocturno hielo
abate y cierra, luego se levantan,
y se abren cuando el sol las ilumina,

así hice yo con mi valor cansado;
y tanto se encendió mi corazón,
que comencé como alguien valeroso:

«!Ah, cuán piadosa aquella que me ayuda!
y tú, cortés, que pronto obedeciste
a quien dijo palabras verdaderas.

El corazón me has puesto tan ansioso
de echar a andar con eso que me has dicho
que he vuelto ya al propósito primero.

Vamos, que mi deseo es como el tuyo.
Sé mi guía, mi jefe, y mi maestro.»
Asi le dije, y luego que echó a andar,
entré por el camino arduo y silvestre.

Autor del poema: Dante Alighieri

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DIVINA COMEDIA - PARAÍSO (CANTO 1)

La gloria de quien mueve todo el mundo
el universo llena, y resplandece
en unas partes más y en otras menos.

En el cielo que más su luz recibe
estuve, y vi unas cosas que no puede
ni sabe repetir quien de allí baja;

porque mientras se acerca a su deseo,
nuestro intelecto tanto profundiza,
que no puede seguirle la memoria.

En verdad cuanto yo del santo reino
atesorar he podido en mi mente
será materia ahora de mi canto.

¡Oh buen Apolo, en la última tarea
hazme de tu poder vaso tan lleno,
como exiges al dar tu amado lauro!

Una cima hasta ahora del Parnaso
me fue bastante; pero ya de ambas
ha menester la carrera que falta.

Entra en mi pecho, y habla por mi boca
igual que cuando a Marsias de la vaina
de sus miembros aún vivos arrancaste.

¡Oh divina virtud!, si me ayudaras
tanto que las imágenes del cielo
en mi mente grabadas manifieste,

me verás junto al árbol que prefieres
llegar, y coronarme con las hojas
que merecer me harán tú y mi argumento.

Tan raras veces, padre, eso se logra,
triunfando como césar o poeta,
culpa y vergüenza del querer humano,

que debiera ser causa de alegría
en el délfico dios feliz la fronda
penea, cuando alguno a aquélla aspira.

Gran llama enciende una chispa pequeña:
quizá después de mí con voz más digna
se ruegue a fin que Cirra le responda.

La lámpara del mundo a los mortales
por muchos huecos viene; pero de ése
que con tres cruces une cuatro círculos,

con mejor curso y con mejor estrella
sale a la par, y la mundana cera
sella y calienta más al modo suyo.

Allí mañana y noche aquí había hecho
tal hueco, y casi todo allí era blanco
el hemisferio aquel, y el otro negro,

cuando Beatriz hacia el costado izquierdo
vi que volvía y que hacia el sol miraba:
nunca con tal fijeza lo hizo un águila.

Y así como un segundo rayo suele
del primero salir volviendo arriba,
cual peregrino que tomar desea,

este acto suyo, infuso por los ojos
en mi imaginación, produjo el mío,
y miré fijo al sol cual nunca hacemos.

Allí están permitidas muchas cosas
que no lo son aquí, pues ese sitio
para la especie humana fue creado.

Mucho no lo aguanté, mas no tan poco
que alrededor no viera sus destellos,
cual un hierro candente el fuego deja;

y de súbito fue como si un día
se juntara a otro día, y Quien lo puede
con otro sol el cielo engalanara.

En las eternas ruedas por completo
fija estaba Beatriz: y yo mis ojos
fijaba en ella, lejos de la altura.

Por dentro me volví, al mirarla, como
Glauco al probar la hierba que consorte
en el mar de los otros dioses le hizo.

Trashumanarse referir per verba
no se puede; así pues baste este ejemplo
a quien tal experiencia dé la gracia.

Si estaba sólo con lo que primero
de mí creaste, amor que el cielo riges,
lo sabes tú, pues con tu luz me alzaste.

Cuando la rueda que tú haces eterna
al desearte, mi atención llamó
con el canto que afinas y repartes,

tanta parte del cielo vi encenderse
por la llama del sol, que lluvia o río
nunca hicieron un lago tan extenso.

La novedad del son y el gran destello
de su causa, un anhelo me inflamaron
nunca sentido tan agudamente.

Y entonces ella, al verme cual yo mismo,
para aquietarme el ánimo turbado,
sin que yo preguntase, abrió la boca,

y comenzó: «Tú mismo te entorpeces
con una falsa idea, y no comprendes
lo que podrías ver si la desechas.

Ya no estás en la tierra, como piensas;
mas un rayo que cae desde su altura
no corre como tú volviendo a ella.»

Si fui de aquella duda desvestido,
con sus breves palabras sonrientes,
envuelto me encontré por una nueva,

y dije: «Ya contento requïevi
de un asombro tan grande; mas me asombro
cómo estos leves cuerpos atravieso.»

Y ella, tras suspirar piadosamente,
me dirigió la vista con el gesto
que a un hijo enfermo dirige su madre,

y dijo: «Existe un orden entre todas
las cosas, y esto es causa de que sea
a Dios el universo semejante.

Aquí las nobles almas ven la huella
del eterno saber, y éste es la meta
a la cual esa norma se dispone.

Al orden que te he dicho tiende toda
naturaleza, de diversos modos,
de su principio más o menos cerca;

y a puertos diferentes se dirigen
por el gran mar del ser, y a cada una
les fue dado un instinto que las guía.

Éste conduce al fuego hacia la luna;
y mueve los mortales corazones;
y ata en una las partes de la tierra;

y no sólo a los seres que carecen
de razón lanza flechas este arco,
también a aquellas que quieren y piensan.

La Providencia, que ha dispuesto todo,
con su luz pone en calma siempre al cielo,
en el cual gira aquel que va más raudo;

ahora hacia allí, como a un sitio ordenado,
nos lleva la virtud de aquella cuerda
que en feliz blanco su disparo clava.

Cierto es que, cual la forma no se pliega
a menudo a la idea del artista,
pues la materia es sorda a responderle,

así de este camino se separa
a veces la criatura, porque puede
torcer, así impulsada, hacia otra parte;

y cual fuego que cae desde una nube,
así el primer impulso, que desvían
falsos placeres, la abate por tierra.

Más no debe admirarte, si bien juzgo,
tu subida, que un río que bajara
de la cumbre del monte a la llanura.

Asombroso sería en ti si, a salvo
de impedimento, abajo te sentaras,
como en el fuego el aquietarse en tierra.»
Volvió su rostro entonces hacia el cielo.

Autor del poema: Dante Alighieri

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