EL JUGADOR (LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO)
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Andube como pelota,
y más pobre que una rata.
Cuando empecé a ganar plata
se armó no sé qué barullo.
Yo dije: a tu tierra grullo
aunque sea con una pata.
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Eran duros y bastantes
los años que allá pasaron.
Con lo que ellos me enseñaron
formaba mi capital.
Cuanto vine me enrolaron
en la Guardia Nacional.
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Me había egercitao al naipe,
el juego era mi carrera;
hice alianza verdadera
y arreglé una trapisonda
con el dueño de una fonda
que entraba en la peladera.
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Me ocupaba con esmero
en floriar una baraja,
él la guardaba en la caja
en paquetes como nueva;
y la media arroba lleva
quien conoce la ventaja.
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Comete un error inmenso
quien de la suerte presuma,
otro más hábil lo fuma,
en un dos por tres, lo pela;
y lo larga que no vuela
porque le falta una pluma.
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Con un socio que lo entiende
se arman partidas muy buenas,
queda allí la plata agena.,
quedan prendas y botones;
siempre cain a esas riuniones
sonzos con las manos llenas.
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Hay muchas trampas legales,
recursos del jugador.
No cualquiera es sabedor
a lo que un naipe se presta.
Con una ''cincha'' bien puesta
se la pega uno al mejor.
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Deja a veces ver la boca
haciendo el que se descuida.
Juega el otro hasta la vida
y es siguro que se ensarta,
porque uno muestra una carta
y tiene otra prevenida.
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Al monte, las precauciones
no han de olvidarse jamás.
Debe afirnarse a demás
los dedos para el trabajo
y buscar asiento bajo
que le dé la luz de atrás.
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Pa tayar, tome la luz,
dé la sombra al alversario,
acomódese al contrario
en todo juego cartiao;
tener ojo egercitao
es siempre muy necesario.
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El contrario abre los suyos,
pero nada ve el que es ciego.
Dándole soga, muy luego
se deja pezcar el tonto.
Todo chapetón cree pronto
que sabe mucho en el juego.
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Hay hombres muy inocentes
y que a las carpetas van.
Cuando asariados están,
les pasa infinitas veces,
pierden en puertas y en treses,
y dándoles mamarán.
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El que no sabe, no gana
aunque ruegue a Santa Rita.
En la carpeta a un mulita
se le conoce al sentarse.
Y conmigo, era matarse,
no podían ni a la manchita.
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En el nueve y otros juegos
llevo ventaja no poca,
y siempre que dar me toca
el mal no tiene remedio,
porque sé sacar del medio
y sentar la de la boca.
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En el truco, al más pintao
solía ponerlo en apuro;
cuando aventajar procuro,
sé tener, como fajadas,
tiro a tiro el as de espadas,
o flor, o envite seguro.
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Yo sé defender mi plata
y lo hago como el primero.
El que ha de jugar dinero
preciso es que no se atonte.
Si se armaba una de monte,
tomaba parte el fondero.
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Un pastel, como un paquete,
sé llevarlo con limpieza;
dende que a salir empiezan
no hay carta que no recuerde;
Sé cuál se gana o se pierde
en cuanto cain a la mesa.
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También por estas jugadas
suele uno verse en aprietos;
mas yo no me comprometo
porque sé hacerlo con arte,
y aunque les corra el descarte
no se descubre el secreto.
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Si me llamaban al dao
nunca me solía faltar
un cargado que largar,
un cruzao para el más vivo;
y hasta atracarles un chivo
sin dejarlos maliciar.
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Cargaba bien una taba
porque la sé manejar;
no era manco en el billar,
y por fin de lo que esplico,
digo que, hasta con pichicos,
era capaz de jugar.
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Es un vicio de mal fin,
el de jugar, no lo niego;
todo el que vive del juego
anda a la pezca de un bobo,
y es sabido que es un robo
ponerse a jugarle a un ciego.
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Y esto digo claramente
porque he dejao de jugar;
y les puedo asigurar
como que fui del oficio:
más cuesta aprender un vicio
que aprender a trabajar.
Autor del poema: José Hernández