41 Poemas españoles
PULSO DE AMOR
Iba convaleciente
de una herida de amor en el costado;
iba casi inconsciente
cuando te vi a mi lado
y hasta el pulso por ti se me ha parado...
Buscaba mi cintura
un brazo que de noche la ciñera,
ansiaba con locura,
un labio que se uniera
a mi boca cansada por la espera...
Buscaba un hombro amigo
en donde reposar la madrugada
y un tibio olor a trigo,
una mano apretada
y el divino calor de una mirada.
Estaba tan vacía,
tan harta de soñar y tan sin sueño,
tan lejana y tan fría,
tan libre y tan sin dueño,
que tan sólo morir era mi empeño...
Por lo cual, asombrada,
me quedé contemplando al mediodía
tu figura delgada,
tu süave armonía
y tu casi perfecta geometría.
Alegres nos miramos
en la tarde morada de violetas
y después caminamos
por plazas recoletas
salpicadas de rejas y macetas.
Y de noche temblando,
perdida entre la niebla de tu viento,
me bebí suspirando
la menta de tu aliento,
en un beso apretado, dulce y lento...
¡Qué espesa la saliva!...
¡Qué lejano el rüido de la calle!...
Y el labio como iba
-mariposa en el valle
de la espalda- ... buscando el fino talle...
Se desbocó en mi frente
el pulso como un perro malherido
y paralelamente,
te sentí, en un gemido,
doblarte en mi garganta sin rüido.
Y después... la almohada,
pesarosa del rizo y la postura
y la sábana helada,
-mortaja de blancura-
plisándose sin voz a mi cintura.
EL DESAYUNO
Me gustas cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
«Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno».
EL MANGUITO, EL ABANICO Y EL QUITASOL
También suele ser nulidad el no saber más que una cosa; extremo opuesto del defecto reprehendido en la fábula del pato y la serpiente.
Si querer entender de todo
es ridícula presunción,
servir sólo para una cosa
suele ser falta no menor.
Sobre una mesa, cierto día,
dando estaba conversación
a un abanico y a un manguito
un paraguas o quitasol.
Y, en la lengua que en otro tiempo
con la olla el caldero habló,
a sus dos compañeros dijo:
«¡Oh, qué buenas alhajas sois!
Tú, manguito, en invierno sirves;
en verano vas a un rincón.
Tú, abanico, eres mueble inútil
cuando el frío sigue al calor.
No sabéis salir de un oficio.
Aprended de mí, pese a vos,
que en el invierno soy paraguas
y en el verano quitasol».
EL AMOR Y LA SIERRA
Cabalgaba por agria serranía,
una tarde, entre roca cenicienta.
El plomizo balón de la tormenta
de monte en monte rebotar se oía.
Súbito, al vivo resplandor del rayo,
se encabritó, bajo de un alto pino,
al borde de la peña, su caballo.
A dura rienda le tornó al camino.
Y hubo visto la nube desgarrada,
y, dentro, la afilada crestería
de otra sierra más tenue y levantada
-relámpago de piedra parecía-.
¿Y vio el rostro de Dios? Vio el de su amada.
Gritó: ¡Morir en esta sierra fría!
EL PATO Y LA SERPIENTE
Más vale saber una cosa bien que muchas mal
A orillas de un estanque,
diciendo estaba un pato:
«¿A qué animal dio el cielo
los dones que me ha dado?
Soy de agua, tierra y aire:
cuando de andar me canso,
si se me antoja, vuelo;
si se me antoja, nado».
Una serpiente astuta,
que le estaba escuchando,
le llamó con un silbo
y le dijo «¡Seó guapo!
no hay que echar tantas plantas;
pues ni anda como el gamo,
ni vuela como el sacre,
ni nada como el barbo;
y así, tenga sabido
que lo importante y raro
no es entender de todo,
sino ser diestro en algo».
DEL ORO, COMO MUCHOS, NO DEPENDO
Del oro, como muchos, no dependo,
Fabio, pues ni le guardo ni codicio;
ni dependo jamás del vulgar juicio,
pues dar a luz mis obras no pretendo.
Del sexo mujeril casi no pendo,
pues amo por placer, no por oficio;
y aun menos de la corte y su bullicio,
pues de fingir y de adular no entiendo.
Solamente dependo de la muerte,
ya que discurso no hay ni diligencia
que de su despotismo nos liberte.
Mas la espero sin miedo y con paciencia,
vivo sin desearla; y de esta suerte,
amigo, se acabó la dependencia.
RINCÓN DE LA SANGRE
Tan chico el almoraduj
y... ¡cómo huele!
Tan chico.
De noche, bajo el lucero,
tan chico el almoraduj
y, ¡cómo huele!
Y... cuando en la tarde llueve,
¡cómo huele!
Y cuando levanta el sol,
tan chico el almoraduj
¡cómo huele!
Y, ahora, que del sueño vivo
¡cómo huele,
tan chico, el almoraduj!
¡Cómo duele!...
tan chico el almoraduj
Tan chico.
LOS DOS CONEJOS
No debemos detenernos en cuestiones frívolas, olvidando el asunto principal
Por entre unas matas,
seguido de perros
-no diré corría-
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»
«¿Qué ha de ser? -responde-;
sin aliento llego...
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».
«Sí -replica el otro-,
por allí los veo...
Pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos».
«¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo».
«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso».
«Son galgos, te digo».
«Digo que podencos».
En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.
DE LA VIRGEN SIN PAR, SANTA Y BENDITA
De la Virgen sin par, santa y bendita
(digo, de sus loores), justamente
haces el rico, sin igual presente
a la sin par cristiana Margarita.
Dándole, quedas rico, y queda escrita
tu fama en hojas de metal luciente,
que, a despecho y pesar del diligente
tiempo, será en sus fines infinita:
¡felice en el sujeto que escogiste,
dichoso en la ocasión que te dio el cielo
de dar a Virgen el virgíneo canto;
venturoso también porque heciste
que den las musas del hispano suelo
admiración al griego, al tusco espanto.
EL ASNO Y EL COCHINO
A los caballeros alumnos del
Real Seminario Patriótico Vascongado
Oh jóvenes amables,
Que en vuestros tiernos años
Al templo de Minerva
Dirigís vuestros pasos,
Seguid, seguid la senda
En que marcháis, guiados,
A la luz de las ciencias,
Por profesores sabios.
Aunque el camino sea,
Ya difícil, ya largo,
Lo allana y facilita
El tiempo y el trabajo.
Rompiendo el duro suelo,
Con la esteva agobiado,
El labrador sus bueyes
Guía con paso tardo;
Mas al fin llega a verse,
En medio del verano,
De doradas espigas,
Como Ceres, rodeado.
A mayores tareas,
A más graves cuidados
Es mayor y más dulce
El premio y el descanso.
Tras penosas fatigas,
La labradora mano
¡Con qué gusto recoge
Los racimos de Baco!
Ea, jóvenes, ea,
Seguid, seguid marchando
Al templo de Minerva,
A recibir el lauro.
Mas yo sé, caballeros,
Que un joven entre tantos
Responderá a mis voces:
No puedo, que me canso.
Descansa enhorabuena;
¿Digo yo lo contrario?
Tan lejos estoy de eso,
Que en estos versos trato
De daros un asunto
Que instruya deleitando,
Los perros y los lobos,
Los ratones y gatos,
Las zorras y las monas,
Los ciervos y caballos
Os han de hablar en verso,
Pero con juicio tanto,
Que sus máximas sean
Los consejos más sanos.
Deleitaos en ello,
Y con este descanso,
A las serias tareas
Volved más alentados.
Ea, jóvenes, ea.
Seguid, seguid marchando
Al templo de Minerva,
A recibir el lauro.
Pero ¡qué! ¿os detiene
El ocio y el regalo?
Pues escuchad a Esopo,
Mis jóvenes amados:
Envidiando la suerte del Cochinos,
Un Asno maldecía su destino.
«Yo, decía, trabajo y como paja;
Él come harina, berza, y no trabaja:
A mí me dan de palos cada día;
A él le rascan y halagan a porfia.»
Así se lamentaba de su suerte;
Pero luego que advierte
Que a la pocilga alguna gente avanza
En guisa de matanza,
Armada de cuchillo y de caldera,
Y que con maña fiera
Dan al gordo Cochino fin sangriento,
Dijo entre sí el jumento:
«Si en esto para el ocio y los regalos,
Al trabajo me atengo y a los palos.»
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