10 Poemas de Guillermo Prieto
INVASIÓN DE LOS FRANCESES
“Mejicanos, tomad el acero,
ya rimbomba en la playa el cañón:
odio eterno al francés altanero,
¡vengarse o morir con honor”.
Lodo vil de ignominia horrorosa
se arrojó de la patria a la frente:
¿dónde está, dónde está el insolente?
mejicanos, su sangre bebed,
y romped del francés las entrañas,
do la infamia cobarde se abriga:
destrozad su bandera enemiga,
y asentad en sus armas el pie.
Si intentaren pisar nuestro suelo,
en la mar sepultemos sus vidas,
y en las olas, de sangre teñidas,
luzca opaco el reflejo del sol.
Nunca paz, mejicanos; juremos
en los viles cebar nuestra rabia.
¡Infeliz del que a Méjico agravia!
gima al ver nuestro justo rencor.
¡Oh qué gozo! Borremos la lujuria:
al combate nos llama la gloria.
Escuchad. . . ¡Ya vencimos! ¡Victoria!
¡ay de ti, miserable francés!
Venceremos, lo palpo, lo juro;
¡de sangre francesas empapadas,
nuestras manos serán levantadas
al Eterno con vivo placer.
Ya contemplo al valiente guerrero
que hasta en sueños su mano esforzada,
busca incierta, anhelosa, la espada
para herir al soberbio invasor.
Mejicanos, al campo volemos,
en sagrado furor arda el alma;
y al que quiera ignominia, a la calma
lo condene ofendido el valor.
DÉCIMAS GLOSADAS
Pajarito corpulento,
Préstame tu medecina
Para curarme una espina
Que tengo en el pensamiento,
Que es traidora y me lastima.
Es de muerte la aparencia
Al dicir del hado esquivo;
Pero está enterrado vivo
Quien sufre males de ausencia.
¿cómo hacerle resistencia
a la juerza del tormento?
Voy a remontarme al viento
Para que tú con decoro
Digas a mi bien que lloro,
Pajarito corpulento.
Dile que voy tentalenando
En lo oscuro de mi vida,
Porque es como luz perdida
El bien por que estoy penando.
Di que me estoy redibando
Por su hermosura devina,
Y, si la mirares fina,
Pon mi ruego de por medio,
Y dí: "Tú eres su remedio;
Préstame tu medecina."
El presil tiene sus flores
Y el manantial sus frescuras,
Y yo todas mis venturas y sus alegres amores
Hoy me punzan los dolores
Con terquedá tan indiana,
Que no puedo estar ansina.
Aigre, tierra, mar y cielo,
¿quién quire darme un consuelo
para curarme una espina?
Es la deidad que yo adoro,
Es mi calandria amorosa,
Mi lluvia de hojas de rosa
Y mi campanita de oro.
Hoy su perdido tesoro
Me tiene como en el viento,
Sin abrigo, sin asiento:
Su recuerdo de ternura
Es como una sepultura
Que tengo en el pensamiento.
Es mirar la que era fuente
Hoyo espantable y vacío;
Es ver cómo mató el frío
La mata airosa y potente;
Es un sentir redepente
A la muerte que se arrima,
Es que tiene mi alma encima
Una fantasma hechicera
Que me sigue adonde quiera,
Que es traidora y me lastima.
ENSUEÑOS
Eco sin voz que conduce
El huracán que se aleja,
Ola que vaga refleja
A la estrella que reluce;
Recuerdo que me seduce
Con engaños de alegría;
Amorosa melodía
Vibrando de tierno llanto,
¿qué dices a mi quebranto,
qué me quieres, quién te envía?
Tiende su ala el pensamiento
Buscando una sombra amiga,
Y se rinde de fatiga
En los mares del tormento;
De pronto florido asiento
Ve que en la orilla aparece,
Y cundo ya desfallece
Y más se acerca y le alcanza,
Ve que su hermosa esperanza
Es nube que desaparece.
Rayo de sol que se adhiere
A una gota pasajera,
Que un punto luce hechicera
Y al tocar la sombra muere.
Dulce memoria que hiere
Con los recuerdos de un cielo,
Murmurios de un arroyuelo
Que en inaccesible hondura
Brinda al sediento frescura
Con imposible consuelo,
En inquietud, como el mar,
Y sin dejar de sufrir,
Ni es mi descanso dormir,
Ni me consuela llorar.
En vano quiero ocultar
Lo que el pecho infeliz siente;
Tras cada sueño aparente,
Tras cada mentida calma,
Hay más sombras en el alma,
Más arrugas en la frente.
Si bien entra este empeño
En que tan doliente gimo
La esperanza de un arrimo,
De un halago en un ensueño,
Si de mí no siendo dueño
Sonreír grato me veis,
Os ruego que recordéis
Que estoy de dolor rendido. . .
Pasad. . . dejadme dormido. . .
Pasad. . . ¡no me despertéis!
TAL FUE JUÁREZ
Nació de la miseria, de su vencida raza
Desecho, abandonado, renuevo sin vigor
Nació como la yerba que mustia sobrevive
Del implacable invierno al pertinaz rigor.
(…)
Llevaba dolorido como hondas cicatrices
Los recuerdos del amo, los golpes del poder
La ausencia del derecho para el que pobre llora,
Lo infame del que manda sin trabas y sin ley.
(…)
¿Sabéis que es un carácter? !Sabedlo! Es que en un hombre
Encarnen como en bronce las leyes del honor,
Y entero a todo embate le oponga resistencia
Sin vacilar un punto su fe y su valor.
(…)
Esclavo del derecho, custodio de la idea
Que promete a los pueblos los goces y la paz,
Debió sus laudos todos a que llevaba en alto
Como en un eterno lema: justicia y libertad.
(…)
¿Sabéis que es un carácter? ¡Es dar a los principios
Con la existencia, vida; y aliento con el ser.
Es que ponga en el olvido el hombre su bien mismo,
¡Mirando con desprecio la pena o el placer!
(…)
Tal fue Juárez: el pueblo le vio como a esas boyas
Que en las olas perdidas se encuentran en el mar
Y apartan a las naves del formidable escollo
Do airado las empuje la horrenda tempestad.
(…)
Juárez la fe en un pueblo representó constante,
Sinónimo de patria su nombre resonó
Y dejó como timbres de inmarcesible gloria,
El culto de los libres y el odio del traidor.
(…)
Rindámosle homenaje, cubramos de coronas
Con reverentes almas, su excelso pedestal,
Y muéstrelo orgulloso, al mundo, cual modelo
Entre efluvios de gloria, de augusta humanidad.
CÓMO SERÁ EL MAR
Tu nombre ¡o mar! en mi interior resuena;
despierta mi cansada fantasía:
conmueve, engrandece al alma mía,
de entusiasmo férvido la llena.
Nada de limitado me comprime,
cuando imagino contemplar tu seno;
aludo, melancólico y sereno,
o frente augusta; tu mugir sublime.
Serás ¡oh mar! magnifico y grandioso
cuando duermas risueño y sosegado;
cuando a tu seno quieto y dilatado
acaricie el ambiente delicioso?
¿Cuando soberbio, ardiente, enfurecido
gimiendo te abalances hasta el cielo:
cuando haga retemblar al ancho cielo
de tus inquietas aguas el bramido?
Dulce será la luz del claro día
si en tus diáfanas ondas reverbera;
grata el aura y la roca que altanera
tus impulsos vehementes desafía.
Creo ver en tu imperio turbulento
la excelsa eternidad en su palacio,
dominando en el mundo y el espacio,
midiendo la extensión del firmamento.
De la divinidad eres idea;
del mundo miserable poesía
la dulce admiración del alma mía;
con tu vista el Eterno se recrea.
La rama de la playa, que distante
en tu inquieta extensión vaga perdida,
como el recuerdo triste de la vida
en la mente del hombre agonizante.
De la luna fulgente la luz pura,
al través de la nube borrascosa,
cual memoria de madre cariñosa
en medio de una amarga desventura.
De embarcación el mísero deshecho
que gire por tu seno sosegado,
como presentimiento desgraciado
que hace agitar del navegante el pecho.
Todo, todo lo harás interesante:
¿no te habré de admirar? ¿Será vedado
a mis oídos tu mugir sagrado
Y siempre, siempre te tendré distante?
¿La mano del dolor que me comprime,
a perecer cautivo me destina
entre paredes de ciudad mezquina
sin venerar tu majestad sublime?
¿O a ti, me llevará la suerte impía,
cubierto de dolor, sin tener padre;
sin mi dulce adorada; sin mi madre,
lanzado, ay triste, de la patria mía?
LA CONFIANZA DEL HOMBRE
Cuando la juventud despavorida,
víctima de delirios y pasiones,
vaga entre incertidumbre y aflicciones,
errante en el desierto de la vida,
¡sublime religión! le das asilo,
consuelas su existir desesperado,
en tus brazos el hombre reclinado
no teme el porvenir, duerme tranquilo.
Cuando la tempestad sus rayos lanza,
tiembla el malvado al rebramar del viento,
mientras del justo a Dios el firme acento
glorifica con himnos de alabanza.
Dulce es al hombre en su penoso duelo,
cuando el tormento pertinaz le aterra,
decir burlando a la mezquina tierra:
“Allí es mi patria”, y señalar el cielo.
Indicadme la mano que atrevida
el velo desgarró de lo futuro:
¿quién es aquel que penetró seguro
el misterio insondable de otra vida?
Nadie: terrible porvenir retumba,
y el mortal ciego que en el mundo vive,
el eco, y nada más, lejos percibe,
que vuelve desde el seno de la tumba.
Se busca el porvenir allá en el cielo,
cree mirarle el mortal, a Dios insulta,
y al señalarle osado, le sepulta
el lodo vil del miserable suelo.
¡Mísera humanidad, cuál es tu suerte!
¡Cuál tu destino que lo ignora el mundo!
¿El placer puro y el dolor profundo
se apagan con el soplo de la muerte?
Como la flor cuando el invierno asoma,
que al frío soplo precursor del hielo,
el tallo inclina en el humilde suelo
sin colores, sin vida, sin aroma?
¿Y aquesta alma que me anima hora,
jamás del linde de la tumba pasa,
cual gota que al caer sobre la brasa
tócala, y al momento se evapora?
No, jamás; nuestra noble inteligencia
nunca perece, que las almas puras
reflejarán por siempre en las alturas
el brillo de la augusta omnipotencia.
¿Qué dio el Eterno, el Padre de la vida,
su lumbre a sol, su animación al mundo,
para hacinar en él el polvo inmundo
de nuestra humanidad envilecida?
Tiemble al futuro el infeliz malvado,
cuando a la muerte atónito sucumba,
que no será su crimen en la tumba
con su asqueroso cuerpo sepultado.
Desprecie los horrores del averno
y burle los misterios de la vida,
cesará el sueño y su alma sorprendida
se aterrará a la vista del Eterno.
Y el justo, con gozo más profundo,
verá de gloria su alma circundada,
cuando en los negros centros de la nada
se pierda el tiempo y se desplome el mundo.
CANTARES
Yo soy quien sin amparo cruzó la vida
En su nublada aurora, niño doliente,
Con mi alma herida,
El luto y la miseria sobre la frente;
Y en mi hogar solitario y, agonizante,
Mi madre amante.
Yo soy quien vagabundo cuentos fingía,
Y los ecos del pueblo que recogía
Torné en cantares;
Porque era el pueblo humilde toda mi ciencia
Y era escudo, en mis luchas con la indigencia,
De mis pesares.
La soledad austera y el libre viento
Le dieron a mi pecho robusto aliento,
Fiera entereza;
Y así tuvo mi lira cantos sentidos,
En lo íntimo de mi alma sordos gemidos
De mi pobreza.
La nube quien volaba con alas de oro,
La tórtola amorosa que se quejaba
Como con lloro;
El murmullo del aura que remedaba
Las voces expresivas del sentimiento
Cobijó mi acento.
Y el bandolón que un barrio locuaz conmueve,
Y el placer tempestuoso con que la plebe
Muestra contento;
Sus bailes, sus cantares y sus amores,
Fueron luz arroyuelos, aves y flores
De mi talento.
Cantando ni yo mismo me sospechaba
Que en mí, la patria hermosa con voz nacía,
Que en mí brotaba
Con sus penas , con sus gloria s y su alegría,
Sus montes y sus lagos, su lindo cielo,
Y su alma que en perfumes se esparcía.
Entonces a la choza del jornalero,
Al campo tumultuoso del guerrillero
Llevé mis sones;
Y no a regias beldades ni peregrinas,
Sino a obreras modestas, a alegres chinas
Di mis canciones.
¡Oh patria idolatrada, yo en tus quebrantos,
ensalcé con ternura tus fueros santos,
sin arredrarme;
tu tierra era mi carne, tu amor mi vida,
hiel acerba en tus duelos fue mi bebida
para embriagarme!
YO tuve himnos triunfales para tus muertos,
Mi voz sembró esperanzas en tus desiertos
Y, complaciente,
A la tropa cansada la consolaba,
Y oyendo mis leyendas me reanimaba
Riendo valiente.
Hoy merezco recuerdo de ese pasado
de luz y de tinieblas, de llanto y gloria;
soy un despojo, un resto casi borrado
de la memoria. . .
Pero esta pobre lira que está en mis manos,
Guarda para mi pueblo sentidos sones;
Y acentos vengadores y maldiciones;
A sus tiranos. . . ¡
ROMANCE DE LA MIGAJITA
"¡Détente! Que está rendida,
¡eh, contente, no la mates!"
Y aunque la gente gritaba
Corraía como el aire,
Cuando quiso ya no pudo,
Aunque quiso llegó tarde,
Que estaba la Migajita
Revolcándose en su sangre. . .
Sus largas trenzas en tierra,
Con la muerte al abrazarse,
Las miramos de rodillas
Ante el hombre, suplicante;
Pero él le dio tres metidas
Y una al sesgo de remache.
De sus labios de claveles
Salen dolientes los ayes,
Se ven entre sus pestañas,
Los ojos al apagarse. . .
Y el Ronco está como piedra
En medio de los sacrifantes,
Que lo atan codo con codo
Para llevarlo a la cárcel.
"Ve al hespital, Migajita,
vete con los palticantes,
y atente a la Virgen pura
para que tu alma se salve.
¡Probrecita casa sin tus brazos!
¡Pobrecita de tu madre!
¿Y quién te lo hubiera dicho,
tan preciosa cono un ángel,
con tu rebozo de seda,
con tus sartas de corales,
con tus zapatos de raso
que ibas llenando la calle,
como guardando tus gracias,
porque no se redamasen.
El celo es punta de rabia,
El celo alcanzó matarte,
Que es veneno que hace furias
Las mas finas voluntades.
Esto dijo con conciencia
Una siñora ya grande
Que vido del papa al pepe
Cómo pasó todo el lance.
Y yendo y viniendo días
La Migajita preciosa
Fue retoñando en San Pablo;
Pero la infeliz era otra;
Está como pan de cera,
El aigre la desmorona,
Se le pintan las costillas,
Se alevanta con congoja;
Sólo de sus lindos ojos
Llamas de repente brotan.
"¡Muerto!. . .¡dése!" A la ventana
la pobre herida se asoma,
y vio que llevan difunto,
por otra mano alevosa,
a su Ronco que idolatra,
que fue su amor y su gloria.
Olvida que está baldada
Y de sus penas se olvida,
Y corre como una loca,
Y al muerto se precipita,
Y aulla de dolor la triste
Llenándolo de caricias.
"Madre, mi madre (le dice)
-que su madre la seguía -,
vendan mis aretes de oro,
mis trasts de loza fina,
mis dos rebozos de seda,
y el rebozo de bolita;
vendan mis tumbagas de oro,
y de coral la soguilla,
y mis arracadas grandes,
guarnecidas con perlitas;
vendan la cama de fierro,
y el ropero y las camisas,
y entierren con lujo a ese hombre
porque era el bien de mi vida;
que lo entierren con mi almohjada
con su funda de estopilla,
que pienso que su cabeza
con el palo se lastima.
Que le ardan cirios de cera,
Cuatro, todos de a seis libras;
que le pongan muchas flores,
Que le digan muchas misas
Mientras que me arranco el alma
Para hacerle compañía.
Tú, ampáralo con tu sombra,
Sálvalo, Virgen María:
Que si en esta positura
Me puso, lo merecía;
No porque le diera causa,
Pues era suya mi vida". . .
Y dando mil alaridos
La infelice Migajita,
Se arrancaba los cabellos,
Y aullando se retorcía.
De pronto los gritos cesan,
De pronto se quedó fija:
Se acercan los platicantes,
La encuentran sin vida y fría,
Y el silencio se destiende
Convirtiendo en noche el día.
En el panteón de Dolores,
Lejos, en la última fila,
Entre unas cruces de palo
Nuevas o medio podridas,
Hay una cruz levantada
De pulida cantería,
Y en ella el nombre del Ronco,
"Arizpe José Marías",
y el pie, en un montón de tierra,
medio cubierto de ortigas,
sin que lo sospeche nadie
reposa la Migajita,
flor del barrio de la Palma
y envidia de las catrinas.
UNA TARDE
Comenzaba el otoño.
El sol caía
como broquel de fuego tras la espalda
del áspera montaña.
Una alquería
blanca, del cerro en la aromosa falda,
era mi albergue, que ceñían en torno
un huerto al pie y dos parras por guirnalda.
Los que engendró en la fiebre del bochorno
agrios frutos la tierra, eran a octubre
miel sazonada y primoroso adorno.
Como la madre en el regazo encubre
al hijo tierno, y con alegre risa
pone en sus labios la repleta ubre,
así naturaleza, a la indecisa
luz de la tarde, acarició mi frente
con los besos callados de la brisa.
Y me brindó el racimo transparente
entre los verdes pámpanos, o el frío
licor que mana en la escondida fuente.
Sentado al pie del álamo sombrío
cerré el poema místico de Dante
y abismé la mirada en el vacío.
¿Fue sueño?
¿Fue visión?
Surgir delante
vi las lúgubres sombras de su Infierno,
símbolos tristes de la edad distante.
Y ora dulce, ora horrible, en giro alterno
sonaba el canto celestial del vate
o el gran sollozo del dolor eterno.
Mas, como suelen, en marcial combate,
los corceles pasar, suelta la brida
y en los flancos clavado el acicate,
así la turba réproba en huida
rauda pasó y en torbellino inmenso,
cual paja vil, del huracán barrida.
Entre el nublado de la noche denso
se perdió la angustiada muchedumbre,
que tuvo un punto mi ánimo suspenso.
Luego, una blanca y apacible lumbre
bañó la tierra y los vecinos mares,
y por las breñas de la opuesta cumbre
vi descender hacia mis.
pobres lares
dos sombras: una, de laurel ceñida,
y otra, nublado el rostro de pesares.
Paráronse ante mí, y con dolorida
voz, la más triste de las dos, me dijo:
-Alma gentil, para sufrir nacida,
tú revuelves en vano, entre el prolijo
curso de tu angustiado pensamiento,
la oscura frase que al mortal dirijo
en aquel prolongado, hondo lamento
que, desde el antro de la vida humana,
lancé en mi canto a la merced del viento.
Yo respondí: -Si no eres sombra vana,
ilumina mi espíritu y la clave
préstame de tu ciencia soberana.
Ella inclinó hacia tierra el rostro grave,
y dijo con palabra y con gemido:
-¡Quien sabe de dolor todo lo sabe!
El secreto en mis versos escondido,
es la excitada indignación, que azota
los vicios de mi tiempo envilecido;
es esa noble aspiración que brota
del pecho, y busca en la región serena
de un prometido bien la luz remota.
Es la gloria comprada con la pena;
es la lucha del ánima cautiva
que ansia volar, rompiendo su cadena.
Yo lo tracé para que eterno viva
el cuadro fiel de la miseria nuestra,
dote fatal de la maldad nativa.
Y esos que ante tus ojos en siniestra
falange huyeron, del mundano vicio
los monstruos son, que mi canción te muestra.
Yo hice rodar sobre su duro quicio
las puertas, ¡ay!, del corazón humano,
y me asomé temblando al precipicio.
Y penetré en su fondo, y vi el arcano
de la existencia terrenal, y el lloro
de entonces quiero contener en vano.
La avaricia cruel, sedienta de oro;
la ira sangrienta, lívida y cobarde;
la adulación astuta y sin decoro;
la envidia artera; el fastuoso alarde
del necio orgullo; la lascivia impura,
que aún en las venas agotadas arde;
el ciego azar de la ignorancia oscura
la soberbia razón, rebelde al yugo,
vistiéndose el disfraz de la locura;
el egoísmo ruin, árbol sin jugo,
sin frutos y sin sombra; el vil recelo,
sirviéndose a sí propio de verdugo;
la falsa ciencia huérfana del cielo;
trémula y suspicaz la tiranía;
la venganza, sin goce y sin consuelo;
pálida la menguada hipocresía,
haciendo, infame, su bazar del templo
y en los dones de Dios su granjería:
eso miré en su fondo, y lo contemplo
hoy como ayer, cual ponzoñosa yerba,
cual negra mancha y cual dañino ejemplo.
Ese fue el numen que mí frase acerba
dictó contra mi siglo y con que azoto
al torpe vulgo y la ruindad proterva.
Yo, que las puertas del Infierno he roto,
sé de dolor y sé lo que se esconde
del pecho humano en el recinto ignoto.
Calló.
Yo alcé la frente, y dije: -¿En dónde
buscar la amada paz y la alegría,
que al santo afán de la virtud responde?
Ésta fue mi maestro y fue mi gula
-dijo la sombra, y se volvió hacia aquella
que el lauro de oro en la alta sien ceñía-:
fue la piadosa Beatriz la estrella
que me alumbró por el confín precito,
y el gran Virgilio encaminó mi huella.
La Poesía y el Amor bendito
las fuentes son en donde el alma apaga
su abrasadora sed de lo infinito.
Reinó el silencio, y la penumbra vaga
del ancho espacio esclareció un momento
la luz de los relámpagos aciaga.
Visión y sombras, cántico y lamento,
todo despareció, como llevado
sobre las libres ráfagas del viento.
Pero de entonces sé que del pecado
redimir pueden nuestra amarga vida,
el canto de los vates inspirado
y el casto amor de la mujer querida.
AL MAR
Te siento en mí: cuando tu voz potente
saludó retronando en lontananza,
se renovó mi ser; alce la frente
nunca abatida por el hado impío,
y vibrante brotó del pecho mío
un cántico de amor y alabanza.
Te encadenó el Señor en estas playas
cuando, Satán del mundo,
temerario plagiando el infinito,
le quisiste anegar, y en lo profundo
gimes ¡oh mar! en sempiterno grito.
Tú también te retuerces cual remedo
de la eterna agonía;
también, como al ser mío,
la soledad te cerca y el vacío;
y siempre en in quietud y en amargura,
te acaricia la luz del claro día,
te ven los astros en la noche oscura.
A ti te vi venir, como en locura,
esparcido el cabello de tus ondas
de espuma en el vaivén, como cercada
de invisibles espíritus, llegando
de abismos ignorados y clamando
en acentos humanos que morían,
y el grito y el sollozo confundían.
A mí te vi venir ¡oh mar divino!
y supe contener tanta grandeza,
como tiembla la gota de la lluvia
en la hoja leve del robusto encino.
Eres sublime ¡oh mar! los horizontes
recogiendo las alas fatigadas,
se prosternan ante ti desde los montes.
Prendida de tus hombros la luz bella
forma los pliegues de tu manto inmenso.
Entre la blanca bruma
se perciben los tumbos de tus ondas,
cual de hermosa en el seno palpitante
los encajes levísimos de espuma.
Si te agitas, arrojas de tu seno
en explosión tremenda las montañas,
y es un remedo de la brisa el trueno,
terrible mar, si gimen tus entrañas.
¿Quién te describe ¡oh mar! cuando bravía,
como mujer celosa,
en medio de tu marcha procelosa
el escollo de tus iras desafía?
Vas, te encrespas, te ciñes con porfía,
retrocedes rugiente,
y del tenaz luchar desesperada,
te precipitas en su negro seno
despedazando tu altanera suerte.
En tanto, al viento horrible,
arrastrando al relámpago y al rayo,
cimbra el espacio, rasga el negro velo
de la tiniebla, se prosterna el mundo
y un siniestro contento se percibe
¡oh mar!, en lo profundo,
cual si con esa pompa celebraras,
entre el eterno duelo,
tus nupcias con el cielo.
Cansada de fatiga, cual si el aura
tierna te prodigara sus caricias,
a su encanto dulcísimo te entregas,
calmas tu enojo, viertes tus sonrisas,
y como niña con las olas juegas
cuando te dan su música las brisas.
Tú eres un ser de vida y de pasiones:
escuchas, amas, te enloqueces, lloras,
nos sobrecoges de terrible espanto,
embriagas de grandeza y enamoras.
Cuando por vez primera ¡oh mar sublime!
me vi junto de ti, como tocando
el borde del magnifico infinito,
Dios, clamó el labio en entusiasta grito:
Dios, repitió tu inquieta lontananza:
y Dios, me pareció que proclamaban
las olas, repitiendo mi alabanza.
Entonces ¡ay! la juventud hervía
en mi temprano corazón; la suerte,
cual guirnalda de luz, embellecía
la frente horrible de la misma muerte.
Y grande, grande el corazón y abierto
al amor, a la patria y a la gloria,
émulo me sentí de tu grandeza
y mi orgullo me daba la victoria.
Entonces, el celaje que cruzaba
por el espacio con sus alas de oro,
de la patria me hablaba.
Entonces, ¡ay! en la ola que moría
reclinada en la arena sollozando
recordaba el mirar de mi María,
sus lindos ojos y su acento blando.
Si una huérfana rama atravesaba,
juguete de las ondas, cual yo errante,
lejos de su pensil y de su fuente,
la saludaba con mi voz amante,
la consolaba de la patria ausente.
Si el pájaro perdido iba siguiendo
rendido de fatiga mi navío,
¡cuánto sufrir, Dios mío!
su ala se plega, aléjase la nave,
y se esfuerza y se abate y desfallece,
y convulso, arrastrándose en las ondas,
el hijo de los bosques desparece.
En tanto, tus inmensas soledades
la gaviota recorre, desafiando
las fieras tempestades.
Entonces, en la popa, dominando
la inmensa soledad, me parecía
que una voz a lo lejos me llamaba
y acentos misteriosos me decía
y yo le preguntaba:
¿Quién eres tú? ¿De la creación olvido,
te quedaste tus formas esperando,
engendro indescifrable, en agonía
entre el ser y el no ser siempre luchando?
¿Al desunirse de la tierra el cielo
en tus entrañas refugiaste al caos?
¿O, mágica creación rebelde un día,
provocaste a tu Dios, se alzó tremendo;
sobre tu frente derramó la nada,
y te dejo gimiendo
a tu muro de arena encadenada?
¿O, promesa de bien, en tus cristales
los átomos conservas que algún día,
cuando la tierra muera,
produzcan con encantos celestiales
otra luz, otros seres, otro mundo,
y entonces nuestro suelo
a tus plantas, se llame mar profundo
en que retrate tu grandeza el cielo?
Hoy llegue junto a ti como otro tiempo,
siguiendo, ¡oh, Libertad! tu blanca estela;
hoy llegue junto a ti cuando se hundía
en abismos de horror y anarquía
la linfa de cristal de mi esperanza;
porque eres un poema de grandeza,
porque en ti el huracán sus notas vierte,
luz y vida coronan tu cabeza,
tienes por pedestal tiniebla y muerte.
Nadie muere en la tierra; allí se duerme
de tierna madre en el amante pecho:
velan cipreses nuestro sueño triste,
y riegan flores nuestro triste lecho.
Solitaria una cruz dice al viajero
que pague su tributo
de lágrimas y luto,
en el extenso llano y el sendero.
En ti se muere ¡oh mar! ni la ceniza
le das al viento: en la ola se sepulta
la rica pompa de poblada nave
nada conserva las mortales huellas;
se pierden y en tu seno indiferente
nace la aurora y brillan las estrellas.
A ti me entrego ¡oh mar!, roto navío,
destrozado en las recias tempestades,
sin rumbo, sin timón, siempre anhelante
por el seguro puerto,
encerrado en mi pecho dolorido
las tumbas y el desierto...
Pero humillado no; y en mi fiereza
a ti tendiendo las convulsas manos,
sintiendo en ti de mi alma la grandeza
y ahogando mi tormento,
le pido a Dios la paz de mis hermanos;
y renuevo mi augusto juramento
de mi odio a la traición y a los tiranos.
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