10 Poemas de José Asunción Silva 

TRISTE

Cuando al quererlo la suerte
se mezclan a nuestras vidas,
de la ausencia o de la muerte,
las penas desconocidas,

y, envueltos en el misterio
van, con rapidez que asombra,
amigos al cementerio,
ilusiones a la sombra,

la intensa voz de ternura
que vibra en el alma amante
como entre la noche oscura
una campana distante,

saca recuerdos perdidos
de angustias y desengaños
que tienen ocultos nidos
en las ruinas de los años.

Y que al cruzar aleteando
por el espacio sombrío
van en el ser derramando
sueños de angustia y de frío

hasta que alguna lejana,
idea consoladora,
que irradia en el alma humana
como con lumbre de aurora,

en su lenguaje difuso
entabla con nuestros duelos
el gran diálogo confuso
de las tumbas y los cielos.

Autor del poema: José Asunción Silva

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A TI (SUB-UMBRA)

Tú no lo sabes... mas yo he soñado
entre mis sueños color de armiño,
horas de dicha con tus amores
besos ardientes, quedos suspiros
cuando la tarde tiñe de öro
esos espacios que juntos vimos,
Cuando mi alma su vuelo emprende
a las regiones de lo infinito
aunque me olvides, aunque no me ames
aunque me odies, ¡sueño contigo!

Autor del poema: José Asunción Silva

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JUNTOS LOS DOS

Juntos los dos reímos cierto día…
¡Ay, y reímos tanto
Que toda aquella risa bulliciosa
Se tornó pronto en llanto!

Después, juntos los dos, alguna noche,
Reímos mucho, tanto,
Que quedó como huella de las lágrimas
Un misterioso encanto!

Nacen hondos suspiros, de la orgía
Entre las copas cálidas
Y en el agua salobre de los mares,
Se forjan perlas pálidas!

Autor del poema: José Asunción Silva

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A UN PESIMISTA

Hay demasiada sombra en tus visiones,
algo tiene de plácido la vida,
no todo en la existencia es una herida
donde brote la sangre a borbotones.

La lucha tiene sombra, y las pasiones
agonizantes, la ternura huida,
todo lo amado que al pasar se olvida
es fuente de angustiosas decepciones.

Pero, ¿por qué dudar, si aún ofrecen
en el remoto porvenir oscuro
calmas hondas y vívidos cariños

la ternura profunda, el beso puro
y manos de mujer, que amantes mecen
las cunas sonrosadas de los niños?

Autor del poema: José Asunción Silva

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EL MAL DEL SIGLO

El paciente:

Doctor, un desaliento de la vida
que en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
el mal del siglo... el mismo mal de Werther,
de Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
desprecio por lo humano... un incesante
renegar de lo vil de la existencia
digno de mi maestro Schopenhauer;
un malestar profundo que se aumenta
con todas las torturas del análisis...

El médico:

—Eso es cuestión de régimen: camine
de mañanita; duerma largo, báñese;
beba bien; coma bien; cuídese mucho,
¡Lo que usted tiene es hambre!...

Autor del poema: José Asunción Silva

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NOCTURNO

Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro
de tu inocencia cándida conservas el tesoro;
a quien los más audaces, en locos devaneos
jamás se han acercado con carnales deseos;
tú, que adivinar dejas inocencias extrañas
en tus ojos velados por sedosas pestañas,
y en cuyos dulces labios —abiertos sólo al rezo—
jamás se habrá posado ni la sombra de un beso...
Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso,
con esa voz que tiene suavidades de raso:
si entrevieras en sueños a aquél con quien tú sueñas
tras las horas de baile rápidas y risueñas,
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo, y en su lascivia loca
besar todos sus pliegues de tibio aroma llenos
y las rígidas puntas rosadas de tus senos;
si en los locos, ardientes y profundos abrazos
agonizar soñaras de placer en sus brazos,
por aquel de quien eres todas las alegrías,
¡oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?...

Autor del poema: José Asunción Silva

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NOCTURNO II

¡Poeta!, ¡di paso
los furtivos besos!…

¡La sombra! ¡Los recuerdos! La luna no vertía
allí ni un solo rayo… Temblabas y eras mía
Temblabas y eras mía bajo el follaje espeso,
una errante luciérnaga alumbró nuestro beso,
el contacto furtivo de tus labios de seda…
La selva negra y mística fue la alcoba sombría…
En aquel sitio el musgo tiene olor de reseda…
Filtró luz por las ramas cual si llegara el día,
entre las nieblas pálidas la luna aparecía…

¡Poeta, di paso
los íntimos besos!

¡Ah, de las noches dulces me acuerdo todavía!
En señorial alcoba, do la tapicería
amortiguaba el ruido con sus hilos espesos
desnuda tú en mis brazos fueron míos tus besos;
tu cuerpo de veinte años entre la roja seda,
tus cabellos dorados y tu melancolía
tus frescuras de virgen y tu olor de reseda…
Apenas alumbraba la lámpara sombría
los desteñidos hilos de la tapicería.

¡Poeta, di paso
el último beso!

¡Ah, de la noche trágica me acuerdo todavía!
El ataúd heráldico en el salón yacía,
mi oído fatigado por vigilias y excesos,
sintió como a distancia los monótonos rezos!
Tú, mustia, yerta y pálida entre la negra seda,
la llama de los cirios temblaba y se movía,
perfumaba la atmósfera un olor de reseda,
un crucifijo pálido los brazos extendía
y estaba helada y cárdena tu boca que fue mía!

Autor del poema: José Asunción Silva

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UNA NOCHE (NOCTURNO III)

Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas,
Una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra
fina y lángida
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban.
Y eran una
y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!

Esta noche
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
¡entre las blancuras níveas
de las mortüorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada...

Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola
¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!...

Autor del poema: José Asunción Silva

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CÁPSULAS

El pobre Juan de Dios, tras de los éxtasis
del amor de Aniceta, fue infeliz.
Pasó tres meses de amarguras graves,
y, tras lento sufrir,
se curó con copaiba y con las cápsulas
de Sándalo Midy.

Enamorado luego de la histérica Luisa,
rubia sentimental,
se enflaqueció, se fue poniendo tísico
y al año y medio o más
se curó con bromuro y con las cápsulas
de éter de Clertán.

Luego, desencantado de la vida,
filósofo sutil,
a Leopardi leyó, y a Schopenhauer
y en un rato de spleen,
se curó para siempre con las cápsulas
de plomo de un fusil.

Autor del poema: José Asunción Silva

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PSICOPATÍA

El parque se despierta, rie y canta
en la frescura matinal... La niebla,
donde saltan aéreos surtidores,
de arcos iris se puebla
y en luminosos velos se levanta.
Su olor esparcen entrearbiertas flores,
suenan en las ramas verdes pío pío
de los alados huspedes cantores,
brilla en el césped húmedo el rocío...
¡Azul el cielo! ¡Azul!... Y la suave
brisa que pasa, dice:
¡Reid! ¡Cantad! Amad! ¡La vida es fiesta!
¡Es calor, es pasión, es movimiento!
Y forjando en las ramas una orquesta,
con voz grave lo mismo dice el viento
y, por el entre el sutil encantamiento
de la mañana sonrosada y fresca,
de la luz, de las yerbas y las flores,
pálido, descuidado , soñoliento,
sin tener en la boca una sonrisa
y de negro vestido
un filósofo joven se pasea,
olvida luz y olor primaverales,
e impertérrito sigue en su tarea
de pensar en la muerte, en la conciencia
y en las causas finales.
Lo sacuden las ramas de azalea,
dádonle el aire el aromado aliento
de las rosadas flores,
lo llaman unos pájaros, del nido
do cantan sus amores,
y los cantos risueños
van por entre el follaje
estremecido
a suscitar voluptuosos sueños
y él sigue su camino, triste, serio
pensando en Fichete, en Kant, en Vogt, en Hegel,
¡ y del yo complicado en el miserio!

La chicuela del médico que pasa,
una rubia adorable, cuyos ojos
arden como una brasa,
abre los ojos húmedos y rojos
y le pregunta al padre; enternecida...
-Aquel señor, papa, ¿de qué está enfermo,
que tristeza le anubla así la vida?
Cuando va a casa a verle a usted, me duermo;
tan silencioso y triste... ¿qué mal sufre?...

... Una sonrisa el profesor contiene,
mira luego una flor, color de azufre,
oye el canto de un pájaro que viene,
y comienza de pronto, con descaro...
-Ese señor padece un mal raro
qie ataca rara vez a las mujers
y poca a los hombres..., ¡hija mia!
Sufre ese mal: ... pensar...; es la causa
de su grave y sutil melancolía...
El profesor después hace una pausa
y sigue... -En las edades
de bárbaras naciones,
serias autoridades
curaban ese mal dando cicuta,
encerrando al enfermo en las prisiones
o quemándolo vivo... ¡Buen remedio!
Curación decisiva y absoluta
que cortaba de lleno la disputa
y sanaba al paciente... Antes... Ahora
el mal reviste tantas formas graves,
la invasiión se dilata aterradora
y no lo curan polvos ni paisajes;
en vez de prevenirlos los gobiernos
lo riegan y estimulan,
tomos gruesos, revistas y cuadernos
revuelan y circulan
y dispersan el germen homicida...
El mal, gracias Adios, no es contagioso
y lo adquieren muy pocos en la vida,
sólo he curado a dos... Les dije:
" Mozo, vayase usted a trabajar, de lleno,
en una fragua negra encendida
o en un bosque espesísimo y serenos;
machaque hierro hasta arrancarle chispas
o tumbe viejo troncos seculares
y logre que lo piquen las avispas;
si lo prefiere usted, cruce los mares
de grumete en un buque, duerma, coma,
muévase, grite, forcejee y sude,
mire la tempestad cuando se asoma,
y los cables de popa ate y anude
hasta hacerse diez callos en las manos
y limpiarse de ideas el cerebro..."
Ellos lo hicieron y volvieron sanos...
"Estoy tan bien doctor..." -Pues lo celebro!
Pero el joven aquél es caso grave,
como conozco pocos,
más que cuantos nacieron piensa y sabe;
ira a pasar diez años con los locos
y no se curará sino hasta el día
que duerma a sus anchas
en una angusta sepultura fría,
lejos dle mundo y de la vida loca,
entre un negro ataúd de cuatro planchas,
¡con un montón de tierra entre la boca!

Autor del poema: José Asunción Silva

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