LOS LAMENTOS (LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO)
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Aquel bravo compañero
en mis brazos espiró;
hombre que tanto sirvió,
varón que fue tan prudente,
por humano y por valiente
en el desierto murió.
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Y yo, con mis propias manos
yo mesmo lo sepulté.
A Dios por su alma rogué
de dolor el pecho lleno.
Y humedeció aquel terreno
el llanto que redamé.
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Cumplí
con mi obligación,
no hay falta de que me acuse,
ni deber de que me escuse
aunque de dolor sucumba.
Allá señala su tumba
una cruz que yo lo puse.
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Andaba de toldo en toldo
y todo me fastidiaba.
El pesar me dominaba
y entregao al sentimiento,
se me hacía cada momento
oír a Cruz que me llamaba.
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Cual más, cual menos los criollos
saben lo que es amargura.
En mi triste desventura
no encontraba otro consuelo
que ir a tirarme en el suelo
al lao de su sepoltura.
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Allí pasaba las horas
sin haber naides conmigo.
Teniendo a Dios por testigo
y mis pensamientos fijos
en mi muger y mis hijos,
en mi pago y en mi amigo.
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Privado de tantos bienes
y perdido en tierra agena,
parece que se encadena
el tiempo y que no pasara,
como si el sol se parara
a contemplar tanta pena.
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Sin saber qué hacer de mí
y entregado a mi aflición,
estando allí una ocasión,
del lado que venía el viento
oí unos tristes lamentos
que llamaron mi atención.
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No son raros los quejidos
en los toldos del salvage,
pues aquel es vandalage
donde no se arregla nada
sino a lanza y puñalada
a bolazos y a corage.
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No preciso juramento,
deben creerle a Martín Fierro.
He visto en ese destierro
a un salvage que se irrita,
degollar una chinita
y tirársela a los perros.
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He presenciado martirios
he visto muchas crueldades,
crímenes y atrocidades
que el cristiano no imagina;
pues ni el indio ni la china
sabe lo que son piedades.
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Quise curiosiar los llantos
que llegaban hasta mí,
al punto me dirigí
al lugar de ande venían.
¡Me horrorisa todavía
el cuadro que descubrí!
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Era una infeliz muger
que estaba de sangre llena,
y como una Madalena
lloraba con toda gana.
Conocí que era cristiana
y esto me dio mayor pena.
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Cauteloso me acerqué
a un indio que estaba al lao;
porque el pampa es desconfiao
siempre de todo cristiano,
y vi que tenía en la mano
el rebenque ensangrentao.
Autor del poema: José Hernández