Poemas
Aquí, en la portada, puedes leer los 100 mejores poemas de siempre, según vuestros votos, separados en dos listas: 50 son de autores consagrados, y los otros 50 de usuarios. Tiene mucho mérito aparecer en esta selección, así que si te esfuerzas a lo mejor te puntúan tan bien que sales aquí. ¡No dejes de intentarlo!
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APARENTE QUIETUD
Aparente quietud ante tus ojos,
aquí, esta herida -no hay ajenos límites-,
hoy es el fiel de tu equilibrio estable.
La herida es tuya, el cuerpo en que está abierta
es tuyo, aun yerto y lívido. Ven, toca,
baja, más cerca. ¿Acaso ves tu origen
entrando por tus ojos a esta parte
contraria de la vida? ¿Qué has hallado?
¿Algo que no sea tuyo en permanencia?
Tira tu daga. Tira tus sentidos.
Dentro de ti te engendra lo que has dado,
fue tuyo y siempre es acción continua.
Esta herida es testigo: nadie ha muerto.
SI FUERA TODO MAR
¡Si fuera todo mar,
para nunca salirme de tu senda!
¡Si Dios me hiciera viento,
para siempre encontrarme por tus velas!
¡Si el universo acelerara el paso,
para romper los ecos de esta ausencia!
Cuando regreses, rodará en mi rostro
la enternecida claridad que sueñas.
Para mirarte, amado,
en mis ojos hay público de estrellas.
Cuando me tomes, trémulo,
habrá lirios naciendo por mi tierra,
y algún niño dormido de caricia
en cada nido azul que te detenga.
Nuestras almas, como ávidas gaviotas,
se tenderán al viento de la entrega,
y yo, fuente de olas, te haré cósmico...
¡Hay tanto mar nadando en mis estrellas!
Recogeremos albas infinitas,
las que duermen al astro en la palmera,
las que prenden el trino en las alondras
y levantan el sueño de las selvas.
En cada alba desharemos juntos
este poema exaltado de la espera,
y detendremos de emoción al mundo
al regalo nupcial de auroras nuestras.
TEMPESTAD
La tempestad lejana.
La noche cuarteada de relámpagos.
El cielo se estremece a cada instante
como la piel de un potro
martirizado por las moscas.
OBSEQUIO
Cambiaría un tapiz antiguo
que trae
una cesta de sonrisas
con rosas despreocupadas
y paisajes suspendidos del dedo meñique
con ríos bondadosos y cielos palpables
de tus cabellos saldrá agua dulce
y habrá voces de color en la luna
Por sembrar un beso
bajo la alta palmera de una frase tuya
bella
J A R D I N E R A D E M I B E S O
EL PUEBLO
De aquel hombre me acuerdo y no han pasado
sino dos siglos desde que lo vi,
no anduvo ni a caballo ni en carroza:
a puro pie
deshizo las distancias
y no llevaba espada ni armadura
sino redes al hombro,
hacha o martillo o pala.
Nunca apaleó a ninguno de su especie:
su hazaña fue
contra el agua o la tierra,
contra el trigo para que hubiera pan,
contra el árbol gigante para que diera leña,
contra los muros para abrir las puertas,
contra la arena construyendo muros
y contra el mar para hacerlo parir.
Lo conocí y aún no se me borra.
Cayeron en pedazos las carrozas,
la guerra destruyó puertas y muros,
la ciudad fue un puñado de cenizas,
se hicieron polvo todos los vestidos,
y él para mí subsiste,
sobrevive en la arena,
cuando antes parecía
todo imborrable menos él.
En el ir y venir de las familias
a veces fue mi padre o mi pariente.
O apenas si era él
o si no era
tal vez aquel que no volvió a su casa
porque el agua o la tierra lo tragaron
o lo mató una máquina o un árbol,
o fue aquel enlutado carpintero
que iba detrás del ataúd, sin lágrimas,
alguien, en fin, que no tenía nombre,
que se llamaba metal o madera,
y a quien miraron otros desde arriba
sin ver la hormiga
sino el hormiguero
y que cuando sus pies no se movían,
porque el pobre cansado había muerto,
no vieron nunca que no lo veían:
había ya otros pies en donde estuvo.
Los otros pies eran él mismo,
también las otras manos,
el hombre sucedía:
cuando ya parecía transcurrido
era el mismo de nuevo,
allí estaba otra vez cavando tierra,
cortando tela pero sin camisa,
allí estaba y no estaba, como entonces
se había ido y estaba de nuevo,
y como nunca tuvo cementerio,
ni tumba, ni su nombre fue grabado
sobre la piedra que cortó sudando,
nunca sabia nadie que llegaba
y nadie supo cuando se moría.
Así es que solo cuando el pobre pudo
resucitó otra vez sin ser notado.
Era el hombre sin duda, sin herencia,
sin vaca, sin bandera,
y no se distinguía entre los otros,
los otros que eran él:
desde arriba era gris como el subsuelo,
como el cuero era pardo,
era amarillo cosechando trigo,
era negro debajo de la mina,
era color de piedra en el castillo,
en el barco pesquero era color de atún
y color de caballo en la pradera:
cómo podía nadie distinguirlo
si era el inseparable, el elemento,
tierra, carbón o mar vestido de hombre?
Donde vivió crecía
cuanto el hombre tocaba:
La piedra hostil,
quebrada por sus manos,
se convertía en orden
y una a una formaron
la recta claridad del edificio,
hizo el pan con sus manos,
movilizó los trenes,
se poblaron de pueblos las distancias,
otros hombres crecieron,
llegaron las abejas,
y porque el hombre crea y multiplica
la primavera caminó al mercado
entre panaderías y palomas.
El padre de los panes fue olvidado.
Él, que cortó y anduvo, machacando
y abriendo surcos, acarreando arena,
cuando todo existió ya no existía,
él daba su existencia, eso era todo.
Salió a otra parte a trabajar, y luego
se fue a morir rodando
como piedra del río:
aguas abajo lo llevó la muerte.
Yo, que lo conocí, lo vi bajando
hasta no ser sino lo que dejaba:
calles que apenas pudo conocer,
casas que nunca y nunca habitaría,
y vuelvo a verlo, y cada día espero.
Lo veo en su ataúd y resurrecto.
Lo distingo entre todos
los que son sus iguales
y me parece que no puede ser,
que así no vamos a ninguna parte,
que suceder así no tiene gloria.
Yo creo que en el trono debe estar
este hombre, bien calzado y coronado.
Creo que los que hicieron tantas cosas
deben ser dueños de todas las cosas.
Y los que hacen el pan deben comer!
Y deben tener luz los de la mina!
Basta ya de encadenados, grises!
Basta de pálidos desaparecidos!
Ni un hombre más que pase sin que reine.
Ni una sola mujer sin su diadema.
Para todas las manos guantes de oro.
Frutas del sol a todos los oscuros!
Yo conocí a aquel hombre y cuando pude,
cuando ya tuve la voz en la boca,
cuando ya tuve ojos en la cara,
lo busqué entre las tumbas, y le dije
apretándole un brazo que aún no era polvo:
"Todos se irán, tú quedarás viviente.
Tú encendiste la vida.
Tú hiciste lo que es tuyo".
Por eso nadie se moleste cuando
parece que estoy solo y no estoy solo,
no estoy con nadie y hablo para todos:
Alguien me está escuchando y no lo saben,
pero aquellos que canto y que lo saben
siguen naciendo y llenarán el mundo.
TU CABELLERA
Tu cabellera tiene más años que mi pena,
Pero sus ondas negras aun no han hecho espuma...!
Y tu mirada es buena para quitar la bruma
Y tu palabra es música que al corazón serena.
Tu mano fina y larga de Belkis, me enajena
Como un libro de versos de una elegancia suma.
La magia de tu nombre como una flor perfuma
Y tu brazo es un brazo de lira o de sirena.
Tienes una apacible blancura de camelia,
Ese color tan tuyo que me recuerda a Ofelia,
La princesa romántica en el poema inglés,
Y a tu corazón de oro... de la melancolía
La mano del bohemio permite, amiga mía,
Que arroje algunas flores humildes a tus pies
ENTONCES SE ENVIABAN SUSPIROS EN LAS ROSAS
Entonces se enviaban suspiros en las rosas,
besos-palomas de balcón a balcón.
Pero la sucia noche revolvía alfileres,
sábanas, rezos, cruces, luto de amor.
Caras agrias, en sombra, el deseo encendió.
(Cuántos hijos tirados en paredes,
pañuelos, muslos, manos, por Dios!)
muro de agua, la angustia, se levantó.
Humo rojo en mis venas. Transfigurado cielo.
De polvo a polvo soy.
ENTREGA A SU AMADA UNOS VERSOS
Sujeta tu pelo con horquilla de oro,
y recoge esas trenzas vagabundas.
Pedí a mi corazón que hiciera estos pobres versos:
en ellos trabajó día tras día
una triste hermosura edificando
con restos de batallas de otros tiempos.
Con sólo levantar la perla de tu mano,
ceñir tu largo pelo y suspirar,
corazones de hombres laten y arden;
y la espuma cual cirio sobre la arena opaca
y estrellas remontando el cielo con rocío,
sólo viven para iluminar tus pies que pasan.
YO SOY UN HOMBRE SINCERO
Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.
Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.
Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.
Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.
He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.
Rápida, como un reflejo,
Dos veces vi el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.
Temblé una vez —en la reja,
A la entrada de la viña,—
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.
Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca:—cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcalde llorando.
Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro,—es
Que mi hijo va a despertar.
Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.
Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La víbora del veneno.
Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.
Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.
Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.
Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.
Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto.
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.
Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.
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