10 Poemas de Félix María Samaniego 

EL CUERVO Y EL ZORRO

En la rama de un árbol,
bien ufano y contento,
con un queso en el pico,
estaba el señor Cuervo.
Del olor atraído
un Zorro muy maestro,
le dijo estas palabras,
a poco más o menos:
«Tenga usted buenos días,
señor Cuervo, mi dueño;
vaya que estáis donoso,
mono, lindo en extremo;
yo no gasto lisonjas,
y digo lo que siento;
que si a tu bella traza
corresponde el gorjeo,
juro a la diosa Ceres ,
siendo testigo el cielo,
que tú serás el fénix
de sus vastos imperios.»
Al oír un discurso
tan dulce y halagueño,
de vanidad llevado,
quiso cantar el Cuervo.
Abrió su negro pico,
dejó caer el queso;
el muy astuto Zorro,
después de haberle preso,
le dijo: «Señor bobo,
pues sin otro alimento,
quedáis con alabanzas
tan hinchado y repleto,
digerid las lisonjas
mientras yo como el queso.»

Quien oye aduladores,
nunca espere otro premio.

Autor del poema: Félix María Samaniego

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LA ZORRA Y LAS UVAS

Es voz común que a más del mediodía,
en ayunas la Zorra iba cazando;
halla una parra, quédase mirando
de la alta vid el fruto que pendía.
Causábala mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas.
Miró, saltó y anduvo en probaduras,
pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la Zorra dijo:
«No las quiero comer. No están maduras.»
No por eso te muestres impaciente,
si se te frustra, Fabio, algún intento:
aplica bien el cuento,
y di: No están maduras, frescamente.

Autor del poema: Félix María Samaniego

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EL HOMBRE Y LA CULEBRA

A una Culebra que, de frío yerta,
en el suelo yacía medio muerta
un labrador cogió; mas fue tan bueno,
que incautamente la abrigó en su seno.
Apenas revivió, cuando la ingrata
a su gran bienhechor traidora mata.

Autor del poema: Félix María Samaniego

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LAS DOS RANAS

Tenían dos Ranas
Sus pastos vecinos,
Una en un estanque,
Otra en el camino.
Cierto día a ésta
Aquélla la dijo:
«¡Es creíble, amiga,
De tu mucho juicio,
Que vivas contenta
Entre los peligros,
Donde te amenazan,
Al paso preciso,
Los pies y las ruedas
Riesgos infinitos!
Deja tal vivienda;
Muda de destino;
Sigue mi dictamen
Y vente conmigo.»
En tono de mofa,
Haciendo mil mimos,
Respondió a su amiga:
«¡Excelente aviso!
¡A mí novedades!
Vaya, ¡qué delirio!
Eso sí que fuera
Darme el diablo ruido.
¡Yo dejar la casa
Que fue domicilio
De padres, abuelos
Y todos los míos,
Sin que haya memoria
De haber sucedido
La menor desgracia
Desde luengos siglos!»
«Allá te compongas;
Mas ten entendido
Que tal vez sucede
Lo que no se ha visto.»
Llegó una carreta
A este tiempo mismo,
Y a la triste Rana
Tortilla la hizo.

Por hombres de seso
Muchos hay tenidos,
Que a nuevas razones
Cierran los oídos.
Recibir consejos
Es un desvarío;
La rancia costumbre
Suele ser su libro.

Autor del poema: Félix María Samaniego

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EL ÁGUILA Y EL ESCARABAJO

«Que me matan; favor»: así clamaba
Una liebre infeliz, que se miraba
En las garras de una Águila sangrienta.
A las voces, según Esopo cuenta,
Acudió un compasivo Escarabajo;
Y viendo a la cuitada en tal trabajo,
Por libertarla de tan cruda muerte,
Lleno de horror, exclama de esta suerte:
«¡Oh reina de las aves escogida!
¿Por qué quitas la vida
A este pobre animal, manso y cobarde?
¿No sería mejor hacer alarde
De devorar a dañadoras fieras,
O ya que resistencia hallar no quieras,
Cebar tus uñas y tu corvo pico
En el frío cadáver de un borrico?»
Cuando el Escarabajo así decía,
La Águila con desprecio se reía,
Y sin usar de más atenta frase,
Mata, trincha, devora, pilla y vase.
El pequeño animal así burlado
Quiere verse vengado.
En la ocasión primera
Vuela al nido del Águila altanera,
Halla solos los huevos, y arrastrando,
Uno por uno fuelos despeñando;
Mas como nada alcanza
A dejar satisfecha una venganza,
Cuantos huevos ponía en adelante
Se los hizo tortilla en el instante.
La reina de las aves sin consuelo,
Remontaba su vuelo,
A Júpiter excelso humilde llega,
Expone su dolor, pídele, ruega
Remedie tanto mal; el dios propicio,
Por un incomparable beneficio,
En su regazo hizo que pusiese
El Águila sus huevos, y se fuese;
Que a la vuelta, colmada de consuelos,
Encontraría hermosos sus polluelos.
Supo el Escarabajo el caso todo:
Astuto e ingenioso hace de modo
Que una bola fabrica diestramente
De la materia en que continuamente
Trabajando se halla,
Cuyo nombre se sabe, aunque se calla,
Y que, según yo pienso,
Para los dioses no es muy buen incienso.
Carga con ella, vuela, y atrevido
Pone su bola en el sagrado nido.
Júpiter, que se vio con tal basura,
Al punto sacudió su vestidura,
Haciendo, al arrojar la albondiguilla,
Con la bola y los huevos su tortilla.
Del trágico suceso noticiosa,
Arrepentida el Águila y llorosa
Aprendió esa lección a mucho precio:
A nadie se le trate con desprecio,
Como al Escarabajo,
Porque al más miserable, vil y bajo,
Para tomar venganza, si se irrita,
¿Le faltará siquiera una bolita?

Autor del poema: Félix María Samaniego

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EL ASNO Y EL COCHINO

A los caballeros alumnos del
Real Seminario Patriótico Vascongado


Oh jóvenes amables,
Que en vuestros tiernos años
Al templo de Minerva
Dirigís vuestros pasos,
Seguid, seguid la senda
En que marcháis, guiados,
A la luz de las ciencias,
Por profesores sabios.
Aunque el camino sea,
Ya difícil, ya largo,
Lo allana y facilita
El tiempo y el trabajo.
Rompiendo el duro suelo,
Con la esteva agobiado,
El labrador sus bueyes
Guía con paso tardo;
Mas al fin llega a verse,
En medio del verano,
De doradas espigas,
Como Ceres, rodeado.
A mayores tareas,
A más graves cuidados
Es mayor y más dulce
El premio y el descanso.
Tras penosas fatigas,
La labradora mano
¡Con qué gusto recoge
Los racimos de Baco!
Ea, jóvenes, ea,
Seguid, seguid marchando
Al templo de Minerva,
A recibir el lauro.
Mas yo sé, caballeros,
Que un joven entre tantos
Responderá a mis voces:
No puedo, que me canso.
Descansa enhorabuena;
¿Digo yo lo contrario?
Tan lejos estoy de eso,
Que en estos versos trato
De daros un asunto
Que instruya deleitando,
Los perros y los lobos,
Los ratones y gatos,
Las zorras y las monas,
Los ciervos y caballos
Os han de hablar en verso,
Pero con juicio tanto,
Que sus máximas sean
Los consejos más sanos.
Deleitaos en ello,
Y con este descanso,
A las serias tareas
Volved más alentados.
Ea, jóvenes, ea.
Seguid, seguid marchando
Al templo de Minerva,
A recibir el lauro.
Pero ¡qué! ¿os detiene
El ocio y el regalo?
Pues escuchad a Esopo,
Mis jóvenes amados:
Envidiando la suerte del Cochinos,
Un Asno maldecía su destino.
«Yo, decía, trabajo y como paja;
Él come harina, berza, y no trabaja:
A mí me dan de palos cada día;
A él le rascan y halagan a porfia.»
Así se lamentaba de su suerte;
Pero luego que advierte
Que a la pocilga alguna gente avanza
En guisa de matanza,
Armada de cuchillo y de caldera,
Y que con maña fiera
Dan al gordo Cochino fin sangriento,
Dijo entre sí el jumento:
«Si en esto para el ocio y los regalos,
Al trabajo me atengo y a los palos.»

Autor del poema: Félix María Samaniego

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LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

Érase una Gallina que ponía
un huevo de oro al dueño cada día.

Aun con tanta mala ganancia contento,
quiso el rico avariento
descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro.

Mató, abrió el vientre de contado;
pero, después de haberla registrado,
¿Qué sucedió? que muerta la Gallina,
perdió su huevo de oro y no halló la mina.

¡Cuántos hay que teniendo lo bastante
enriquecerse quieren al instante,
abrazando proyectos
a veces de tan rápidos efectos
que sólo en pocos meses,
cuando se contemplaban ya marqueses,
contando sus millones,
se vieron en la calle sin calzones.

Autor del poema: Félix María Samaniego

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EL ASNO SESUDO

Cierto Burro pacía
En la fresca y hermosa pradería
Con tanta paz como si aquella tierra
No fuese entonces teatro de la guerra.
Su dueño, que con miedo lo guardaba,
De centinela en la ribera estaba.
Divisa al enemigo en la llanura,
Baja, y al buen Borrico le conjura
Que huya precipitado.
El Asno, muy sesudo y reposado,
Empieza a andar a paso perezoso.
Impaciente su dueño y temeroso
Con el marcial ruido
De bélicas trompetas al oído,
Le exhorta con fervor a la carrera.
«¡Yo correr! dijo el Asno, bueno fuera;
Que llegue en hora buena Marte fiero;
Me rindo, y él me lleva prisionero.
¿Servir aquí o allí no es todo uno?
¿Me pondrán dos albardas? No, ninguno.
Pues nada pierdo, nada me acobarda;
Siempre seré un esclavo con albarda.»
No estuvo más en sí ni más entero
Que el buen Pollino Amiclas el Barquero,
Cuando en su humilde choza le despierta
César, con sus soldados a la puerta,
Para que a la Calabria los guiase.
¿Se podría encontrar quien no temblase
Entre los poderosos
De insultos militares horrorosos
De la guerra enemiga?
No hay sino la pobreza que consiga
Esta gran exención: de aquí le viene.

Nada teme perder quien nada tiene.

Autor del poema: Félix María Samaniego

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LA CIGARRA Y LA HORMIGA

Cantando la Cigarra pasó el verano entero,
sin hacer provisiones allá para el invierno;
los fríos la obligaron a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo de su estrecho aposento.

Viose desproveída del precioso sustento:
sin mosca, sin gusano, sin trigo, sin centeno.

Habitaba la Hormiga allí tabique en medio,
y con mil expresiones de atención y respeto
la dijo: «Doña Hormiga, pues que en vuestro granero
sobran las provisiones para vuestro alimento,
prestad alguna cosa con que viva este invierno
esta triste Cigarra,que alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño, nunca supo temerlo.

No dudéis en prestarme; que fielmente prometo
pagaros con ganancias, por el nombre que tengo.

La codiciosa Hormiga respondió con denuedo,
ocultando a la espalda las llaves del granero:
«¡Yo prestar lo que gano con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿Qué has hecho en el buen tiempo?»

«Yo, dijo la Cigarra, a todo pasajero
cantaba alegremente, sin cesar ni un momento.»

«¡Hola! ¿conque cantabas cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que yo como, baila, pese a tu cuerpo.».

Autor del poema: Félix María Samaniego

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EL RATÓN DE LA CORTE Y EL DEL CAMPO

Un Ratón cortesano
Convidó con un modo muy urbano
A un Ratón campesino.
Diole gordo tocino,
Queso fresco de Holanda,
Y una despensa llena de vianda
Era su alojamiento,
Pues no pudiera haber un aposento
Tan magníficamente preparado,
Aunque fuese en Ratópolis buscado
Con el mayor esmero,
Para alojar a Roepan primero.
Sus sentidos allí se recreaban;
Las paredes y techos adornaban,
Entre mil ratonescas golosinas,
Salchichones, perniles y cecinas.
Saltaban de placer, ¡oh qué embeleso!
De pernil en pernil, de queso en queso.
En esta situación tan lisonjera
Llega la Despensera.
Oyen el ruido, corren, se agazapan,
Pierden el tino, mas al fin se escapan
Atropelladamente
Por cierto pasadizo abierto a diente.
«¡Esto tenemos! dijo el campesino;
Reniego yo del queso, del tocino
Y de quien busca gustos
Entre los sobresaltos y los sustos»
Volvióse a su campaña en el instante
Y estimó mucho más de allí adelante,
Sin zozobra, temor ni pesadumbres,
Su casita de tierra y sus legumbres.

Autor del poema: Félix María Samaniego

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