39 Poemas nicaragüenses 

ES LARGA LA TARDE

Es larga la tarde
como el camino curvo hasta tu casa
por donde regreso arrastrando los pies
hasta mi cama sola
a dormir con tu olor engarzado en mi piel,
a dormir con tu sombra.

Es larga la tarde
y el amor redondo como el gatillo de una pistola
me rodea de frente, de lado, de perfil.
El sueño pesa sobre mis hombros
y me acerca de nuevo a vos,
al huequito de tu brazo,
a tu respiración,
a una continuación infinita de la batalla
de sábanas y almohadas que empezamos
y que pone risa
y energía
a nuestro cansancio.

Autor del poema: Gioconda Belli

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SOLO EN LA COMPAÑÍA

En las montañas más altas de Quilalí de Las Segovias
y en las zonas mortales de estas tierras heroicas,
entre diez y siete compañeros estrechamente unidos por
la aventura, yo, Manolo Cuadra,
raso número 4395,
iba solo.

Hablan los compañeros de las coplas canallas
surgidas en la hora como una flor de alivio:
cantinas, copas rotas, meretrices…

Yo voy como un tornillo fuera de mecanismo
diciendo a sottovocce mis estupendas misas:
la tragedia de esta raza aborigen,
su pasado lleno de plumas y caciques,
el futuro elevado de su destino insigne.

Hoy por hoy voy de caza contra el indio furtivo,
extranjero en sus propias selvas americanas;
el que sembró cereales de esperanza
y cosechó vientos de pasión ciudadana;
el que enterró la esteva
en el abono de su campiña rica
y vio truncarse el tallo de oro de la espiga
cuando dijo su augurio la boca de la Esfinge.

¿Y mañana?

Soplarán de los puntos cardinales
vahos vigorizantes de enviones proletarios.
Algo que no sospechan las democracias:
espíritu de Rusia, cultura americana.
Pues, en la misma gleba donde la bota hercúlea
tornó la arcilla estéril,
han de surgir violentos
los estandartes nuevos!

Otra vez:
cantinas, copas rotas, meretrices…
(Pero no me tienta la mochila,
menos la inútil precisión de mi rifle)

En las montañas más altas de Quilalí de Las Segovias
y en las zonas mortales de estas tierras heroicas,
entre diez y siete compañeros estrechamente
unidos por la aventura,
yo, Manolo Cuadra,
indio hijo de indios,
de pies electrizados por un amor de gleba
y ojos en los que asoma el orto de un sol nuevo,
repito que iba
solo.

Autor del poema: Manolo Cuadra

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A FRANCISCA

Ajena al dolo y al sentir artero,
llena de la ilusión que da la fe,
lazarillo de Dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame...

En mi pensar de duelo y de martirio
casi inconsciente me pusiste miel,
multiplicaste pétalos de lirio
y refrescaste la hoja de laurel.

Ser cuidadosa del dolor supiste
y elevarte al amor sin comprender;
enciendes luz en las horas del triste,
pones pasión donde no puede haber.

Seguramente Dios te ha conducido
para regar el árbol de mi fe,
hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame...

Autor del poema: Rubén Darío

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ABROJOS

Lloraba en mis brazos vestida de negro,
se oía el latido de su corazón,
cubríanle el cuello los rizos castaños
y toda temblaba de miedo y de amor.
¿Quién tuvo la culpa? La noche callada.
Ya iba a despedirme. Cuando dije "¡Adiós!",
Ella, sollozando, se abrazó a mi pecho
bajo aquel ramaje del almendro en flor.
Velaron las nubes la pida luna...
Después, tristemente lloramos los dos.


* * *

¿Qué lloras? Lo comprendo.
Todo concluido está.
Pero no quiero verte,
alma mía, llorar.
Nuestro amor, siempre, siempre...
Nuestras bodas... jamás.
¿Quién es ese bandido
que se vino a robar
tu corona florida
y tu velo nupcial?
Mas no, no me lo digas,
no lo quiero escuchar.
Tu nombre es Inocencia
y el de él es Satanás.
Un abismo a tus plantas,
una mano procaz
que te empuja; tú ruedas,
y mientras tanto, va
el ángel de tu guarda
triste y solo a llorar.
Pero ¿por qué derramas
tantas lágrimas?... ¡Ah!
Sí, todo lo comprendo...
No, no me digas más.

Autor del poema: Rubén Darío

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QUÉ LÁSTIMA

Qué lástima que duermas
y se interrumpa el diálogo
y no sientas mi beso
en tus ojos cerrados.

Qué lástima tu infancia
así truncada,
ese tiempo sin tiempo
a medio abrir
por el que ya empezaba
a vislumbrarte.

Mañana todo habrá cambiado:
otra vez hablándonos
de lejos
desde nuestras esquivas
soledades.

Qué lástima
los signos de mi amor,
mis apretados círculos
de miedo
que no sé si entendiste.

Autor del poema: Claribel Alegría

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EL INDIO Y EL VIOLÍN

Cuando Mondoy toca el violín
las nubes de diciembre se desmenuzan en plumas
y al Este cruzan seres celestes en bandos de Calandrias
de Paujiles de Jilgueros de Zorzales.
Mondoy cierra los ojos y ladea la cabeza como los ciegos
porque la música es una ceguera dulce
una laguna de aguas azules.
Por su escala
bajan la siete muchachas, las madrugadoras
a recoger en su red el lucero matutino
—coletea entre los juncos en el agua orillera—
y Tonantzin lo toma de las agallas y lo ilumina el alba.

El aliento de Tonantzin es el país ilimitado
donde aletea el violín de Mondoy y gira
volátil con un plumaje de palabras secretas. He oído
cánticos en las cerámicas chorotegas
–ocarinas lunares de vientos lentos que levantan
olas en la laguna como escamas de peces—
pero no esta lluvia, no esta ternura cuando
Mondoy toca el violín y llueve
en Diorimo, en Diriá, en Dirita, en Nindirí.
(¿Acaso no has tenido en el pecho, empapándote
en música, el rostro de una mujer que llora?)

Volverá, tal vez, Agosto, el opresor
azuzando sus perros de fuego en la canícula.
Husmean los caminos del sueño. Saben
que la libertad es un vuelo. O un pensar.
O un cantar cuando Mondoy toca el violín.
Pero nada muere. En el aire
hemos sembrado nuestras estrellas y podemos
levantar el pensamiento y sostenerlo
sobre el puro azul. Mondoy
traza una cruz de música en la constelación
del Sur. Mondoy toca el violín
y nuestros pueblos indios peregrinan
al lugar de la promesa.
Una línea blanca marca el borde tiernísimo del horizonte.
Es la hora en que bajan las siete muchachas
—las soñadoras—con sus sábanas blancas
a recoger el lucero vespertino
y Tonantzin lo toma entre sus brazos
y escuchamos el llanto de un niño
cuando Mondoy toca el violín.

Autor del poema: Pablo Antonio Cuadra

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COMO LATAS DE CERVEZA VACÍAS Y COLILLAS

Como latas de cerveza vacías y colillas
de cigarrillos apagados, han sido mis días.
Como figuras que pasan por una pantalla de televión
y desaparecen, así ha pasado mi vida.
Como automóviles que pasaban rápidos por las carreteras
con risas de muchachas y músicas de radios…
Y la belleza pasó rápida, como el modelo de los autos
y las canciones de los radios que pasaron de moda.
Y no ha quedado nada de aquellos días, nada,
más que latas vacías y colillas apagadas,
risas en fotos marchitas, boletos rotos,
y el aserrín con que al amanecer barrieron los bares.

Autor del poema: Ernesto Cardenal

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LA CORTINA DEL PAÍS NATAL

Mis amigos demócratas,
comunistas, socialcristianos,
elogian o denigran
La Cortina de Hierro,
La Cortina de Bambú,
La Cortina de Dólares,
La Cortina de Sangre,
La Cortina de Caña.
Son unos excelentes cortineros.
Pero nadie se refiere
a la Cortina de Mierda
de Mi Nicaragua Natal.

Autor del poema: Ernesto Mejía Sánchez

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FEBRERO EN LA AZUCENA

Ya está seco el camino del río al valle y secos los senderos.
Ya el río enseña el espinazo de piedra de su raudal como
un potrillo flaco la fila de sus vértebras
Ya un friso oscuro marca en los paredones de la orilla el
nivel que alcanzó la crecida en el invierno
Ya brilla el sol en los bancos de arena
Verano

Ahora es cuando salen a calentarse en los bancos
de arena los lagartos. Donde sale una
hembra salen pequeños machos. Sale uno
grande que los ahuyenta con ruidosos
colazos. Como un hombre pesado que intenta hacer la planca, torpemente se
levanta sobre sus cortas patas y avanza
hacia la hembra inconmovible, oscilando
el extremo de la cola. Con la palanca
de su larga trompa quiere volcarla. Varias veces la empuja bajo el codillo.
Por fin la vuelca y la tiene indefensa.
Ahora es cuando bajan las manadas de chanchos de
monte de las montañas a los llanos para
comer coquitos. Se oyen de lejos los
chasquidos de sus dientes. Las crías van
aparejadas a las madres rozándoles las
costillas. Los machos buscan las hembras
cuando sombrean y se bañan en los charcos.
Ahora es cuando los tigres siguiendo a las manadas
de los chanchos amenazan a los ganados
que también han bajado a los llanos. Los
leones pumas cazan terneros. El tigre
osado y el león ya cebado de la carne del
cerdo, roban chanchos caseros junto a los
mismos ranchos del caserío. Se oyen
las hembras bramar de noche y el ronco bramido
bajo los machos. Y el grito, el grito,
el grito insondable del oso caballo.
Ahora es cuando aparece una pareja solitaria
de pelícanos que llegan todos los años
desde el mar. Y las parejas de martimpeñas
bailan con lento paso militar durante días.
Ahora es cuando suben al río los róbalos de
mar para el deshove.
Ahora es cuando encuentran viscosos nudos de
víboras.

Celo
Es el tiempo en que abunda la caza en donde quiera.
Cususcos o armadillos cruzan por los senderos
meterse en sus hoyos. Los perros se fastidian de perseguir guatusas. En criques y quebradas se ven guardatinajas o tepescuintes.
Se hallan venados en los tacotales. Venados
de ramazón. Venados cabros. Es posible agarrar cachorrillos de tigre y manigordas
o tigrillos de piel de terciopelo. Dantitos pintos y
venaditas temblorosas. Y también nutrias o perros de agua de piel más suave que la gamuza.

Es el tiempo de las pavas, las perdices, las gongolonas, las
becadas o chochas que llaman chúes los niños y
sobre todo de las palomas. Paloma tora. Paloma
posolera. Paloma azul. Paloma patacona. Y la paloma
penadora que da un quejido breve, profundo y espaciado que no se sabe de dónde viene cambia de sitio y causa angustia.

Es el tiempo que dan los marañones en el marañonal de Larios
Es el tiempo de los nidos y de los huevos de colores.
Fecundidad
Han florecido todos los árboles. Los corteses
están tupidos de flores amarillas y alzan sus copas en
el sol haciendo alarde de su amarillo apasionado.
Brillan, refulgen a lo lejos como las legendarias cúpulas de oro de las siete ciudades. Los robles están
cuajados de crespas flores nacaradas. Laurel y sota caballo perfuman todo el aire con la fragancia de sus
blancos ramilletes. El capirote de flores de un blanco
de espuma. El almendro de monte, moradas,
el hombre grande, rojas. Y la coaba, lilas.
Han florecido los matorrales, las orillas de los caminos, las
cercas, la humilde escoba de sus florecitas amarillentas.
Cuando ha soplado el viento el río se cubre de
flores y hasta las criques arrastran pétalos.
Vuelan abejas y mariposas.
Han florecido las yedras y las enredaderas de la montaña.
Amapolas. Veraneras.
Han florecido las orquídeas.
Polen
Ya desde ahora anuncia el tiempo de Semana Santa, con
un silbido de penitencia, un pajarito pardo casi invisible.
El pajarito del Espíritu Santo
Misterio.

Verano en La Azucena.

Autor del poema: José Coronel Urtecho

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