39 Poemas nicaragüenses
EN EL SENDERO
Cuando el rebaño va en la senda,
mueve una música trivial
de piedrecitas, en la tienda
que le hacen los ramajes, y, al
son de esa música, se empina
el alma en los claros floridos
de la esperanza, y la divina
fiesta de mis cinco sentidos
se junta a ti, bajo las ansias
del viento; voluble cáliz
danzando sobre las fragancias
tristes de la carne feliz.
Vuelve hacia mi tu rostro, para
que pueda ver desalterado
mi perro (cual si meditara
con las orejas) a mi lado.
¡Y dame pláticas sabrosas
mientras que de pensar no dejes
que sea nueva el alma de las cosas,
mientras las cosas ya están viejas!
CARTA AL TIEMPO
Estimado señor:
Esta carta la escribo en mi cumpleaños.
Recibí su regalo. No me gusta.
Siempre y siempre lo mismo.
Cuando niña, impaciente lo esperaba;
me vestía de fiesta
y salía a la calle a pregonarlo.
No sea usted tenaz.
Todavía lo veo
jugando ajedrez con el abuelo.
Al principio eran sueltas sus visitas;
se volvieron muy pronto cotidianas
y la voz del abuelo
fue perdiendo su brillo.
Y usted insistía
y no respetaba la humildad
de su carácter dulce
y sus zapatos.
Después me cortejaba.
Era yo adolescente
y usted con ese rostro que no cambia.
Amigo de mi padre
para ganarme a mí.
Pobrecito el abuelo.
En su lecho de muerte
estaba usted presente,
esperando el final.
Un aire insospechado
flotaba entre los muebles
Parecían más blancas las paredes.
Y había alguien más,
usted le hacía señas.
El le cerró los ojos al abuelo
y se detuvo un rato a contemplarme
Le prohíbo que vuelva.
Cada vez que los veo
me recorre las vértebras el frío.
No me persiga más,
se lo suplico.
Hace años que amo a otro
y ya no me interesan sus ofrendas.
¿Por qué me espera siempre en las vitrinas,
en la boca del sueño,
bajo el cielo indeciso del domingo?
Sabe a cuarto cerrado su saludo.
Lo he visto con los niños.
Reconocí su traje:
el mismo tweed de entonces
cuando era yo estudiante
y usted amigo de mi padre.
Su ridículo traje de entretiempo.
No vuelva,
le repito.
No se detenga más en mi jardín.
Se asustarán los niños
y las hojas se caen:
las he visto.
¿De qué sirve todo esto?
Se va a reír un rato
con esa risa eterna
y seguirá saliéndome al encuentro.
Los niños,
mi rostro,
las hojas,
todo extraviado en sus pupilas.
Ganará sin remedio.
Al comenzar mi carta lo sabía.
LAMENTACIÓN DE ARIADNA
No te pierdas, Teseo
vuelve a mí.
La playa está desierta
tengo los pies sangrientos
de correr en tu busca
¿será que me engañaste
dejándome dormida en esta isla?
Perdóname, Teseo
¿Recuerdas nuestro encuentro?
amor eterno me juraste
y yo te di el ovillo
y volviste a la luz
después de haber destruido
al minotauro.
¿Te secuestró algún dios
sintiéndose celoso?
No me inspiran temor
ni Poseidón
ni Zeus
es de fuego mi ira
y se alzará
desde estas aguas
hasta el cielo.
Vuelve,
vuelve, Teseo
no te pierdas
en los laberintos
de la muerte
anda suelto
el ovillo de mi amor
atrápalo, Teseo
vuelve a mí
soy tu tierra
tu luna
tu destino.
Clava en mí tus raíces.
BOUQUET
Un poeta egregio del país de Francia,
que con versos áureos alabó el amor,
formó un ramo armónico, lleno de elegancia,
en su Sinfonía en Blanco Mayor.
Yo por ti formara, Blanca deliciosa,
el regalo lírico de un blanco bouquet,
con la blanca estrella, con la blanca rosa
que en los bellos parques del azul se ve.
Hoy que tú celebras tus bodas de nieve
(tus bodas de virgen con el sueño son),
todas sus blancuras Primavera llueve
sobre la blancura de tu corazón.
Cirios, cirios blancos, blancos, blancos lirios,
cuello de los cisnes, margarita en flor,
galas de la espuma, ceras de los cirios
y estrellas celestes tienen tu color.
Yo, al enviarte versos, de mi vida arranco
la flor que te ofrezco, blanco serafín.
¡Mira cómo mancha tu corpiño blanco
la más roja rosa que hay en tu jardín!
LA MADRE
La madre
se ha cambiado de ropa.
La falda se ha convertido en pantalón,
los zapatos en botas,
la cartera en mochila.
No canta ya canciones de cuna,
canta canciones de protesta.
Va despeinada y llorando
un amor que la envuelve y sobrecoge.
No quiere ya sólo a sus hijos,
ni se da sólo a sus hijos.
Lleva prendidas en los pechos
miles de bocas hambrientas.
Es madre de niños rotos
de muchachitos que juegan trompo en aceras polvosas
Se ha parido ella misma
sintiéndose –a ratos–
incapaz de soportar tanto amor sobre los hombros,
pensando en el fruto de su carne
–lejano y solo–
llamándola en la noche sin respuesta,
mientras ella responde a otros gritos,
a muchos gritos,
pero siempre pensando en el grito solo de su carne
que es un grito más en ese griterío de pueblo que
la llama
y le arranca hasta sus propios hijos
de los brazos.
SOMOZA DESVELIZA LA ESTATUA DE SOMOZA EN EL ESTADIO DE SOMOZA
No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua
porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo.
Ni tampoco que pretenda pasar con ella a la posteridad
porque yo sé que el pueblo la derribará un día.
Ni que haya querido erigirme a mí mismo en vida
el monumento que muerto no me erigiréis vosotros:
sino que erigí esta estatua porque sé que la odiáis.
ENTIERRO DE POBRE
Entierro de pobre, ya sabes, amigo.
No quiero que vengan los otros, conmigo.
Los otros, aquellos del otro camino,
los que me dijeron: es agua tu vino.
Los que sacudieron mi rama florida
Para tejer burlas, en charla subida.
Entierro de pobre, ya sabes, amigo,
sin flores horribles de trapo, contigo,
Y mis cuatro hermanos bellos, silenciosos,
sin esa etiqueta, sin esos curiosos,
Sin los obligados que dicen: debía
venir al entierro y en charla vacía,
Prosiguen narrando su gracioso cuento.
Entierro de pobre. Mi acompañamiento
Será de unos pocos. La misa temprano,
de aquel Padre Valle, canto gregoriano.
En iglesia pobre y un solo cantor:
misa verdadera de Nuestro Señor.
También te suplico, me libres, hermano,
del insulto magno. Al diario profano,
Que a diario blasfema, dile, que no es cierto,
que quién le ha contado que me hubiese muerto
Que estoy bueno y sano y así no dirán
sus majaderías de parrampamplán:
Noble, generoso, digno, caballero,
ciudadano probo, patriota sincero,
De firme carácter, hombre superior...:
y otros disparates del mismo color.
Acuérdate hermano de todos aquellos
versos de mis libros, silenciosos, bellos.
Del «Agua Encantada», de estos mis «Caminos»
que son el consuelo de los peregrinos.
De «Espumas y Estrellas», del «Libro Menor»
que a todos encanta por su buen olor.
Entierro de pobre, ya sabes, amigo.
No quiero que vengan los otros conmigo.
NOTICIAS BUENAS Y MALAS
Noticias buenas y malas.
Siempre la tragi-comedia.
Libres. Esclavos. Paz. Balas.
Modernismo y edad media.
Y bárbaros, sobre todo.
La barbarie nunca falta.
El hombre, fiera, sin modo
sobre sus víctimas, salta.
Sus víctimas!, si pudieras
contarlas! No, no podrías,
arrojadas, en las eras
hondas de las tiranías.
Nerón-Calles. Y tus labios
manchados por este nombre.
Homo Sapiens de los sabios,
homo lupus es el hombre
sin Jesús. Y punto y coma.
Lindbergh vuela, vuela, vuela.
Yanquilandia, mitad Roma
y mitad Cartago, vela.
De tanto velar, se enreda.
Y aunque no se ve camino,
todos pasan, sólo queda
indeclinable Sandino.
Por sus pequeños hermanos
¡Dios se lo pague! Sandino
protesta con las dos manos
alzadas. Será molino
de viento, como los otros?
Será juego del interés?
Y que relinchen los potros?
Y que hablemos en inglés?
QUÉ LÁSTIMA
Qué lástima que duermas
y se interrumpa el diálogo
y no sientas mi beso
en tus ojos cerrados.
Qué lástima tu infancia
así truncada,
ese tiempo sin tiempo
a medio abrir
por el que ya empezaba
a vislumbrarte.
Mañana todo habrá cambiado:
otra vez hablándonos
de lejos
desde nuestras esquivas
soledades.
Qué lástima
los signos de mi amor,
mis apretados círculos
de miedo
que no sé si entendiste.
LAS FIERAS
(Jardin des plantes)
Estamos echados sobre el césped
y no tienen piedad de nuestra dicha.
Nos espiaron ensañados. En sus ojos
no había curiosidad ni complacencia.
Envidia, sólo envidia con ira.
Nadie quiso cubrirnos ni con una
mirada de pudor. Pero
¿qué saben ellos de esto?
Querían, lo supongo, avergonzar mi amor,
el tuyo, el poco amor del mundo.
Y no pudieron con nosotros.
Jadeantes, al fin de nuestra lucha,
ahí estaban, representando el odio
que con tanto trabajo habíamos
logrado arrancar de nuestro pecho.
(Estamos solos contra ellos
pero ellos están más solos
que nosotros. A ellos no los
une ni el odio, a nosotros
hasta su odio nos reúne.)
Quizá llegaron cuando yo era tu yo
y yo era tuyo. Nunca lo sabremos.
Jadeantes, saboreando, lamiendo
nuestra dicha nos encontraron. Echados
sobre el césped nos acorralaron
como fieras. Y, ahí, a sus ojos furiosos,
aterrorizados, hicimos de nuevo
nuestro fuego ya sin recato
pero imperturbable –y ellos viéndonos,
viéndonos, ignorantes y viéndonos.
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