39 Poemas nicaragüenses
ÚNICO POEMA DEL MAR
En Coconut Island,
cuando el sol se mece en las hamacas de las palmas,
miss Christine Braughtigam,
hija de una isleña puta negra
y de un viejo pirata de Holanda,
se da un baño de mar en la inmensidad de las aguas.
Su piel, de un raro color de cinamomo,
cocida a la alta presión del trópico
muchas veces, en los hornos de julio y agosto.
Su cuerpo alegre y esbelto, como el de un junco
ahumado
se irisa en las aguas de plata
entre peces de esmalte y pulpos pequeños.
Envuelta en su maillot de fuego
Christine Braughtigam se sumerge en las aguas,
¡y entonces es una brasa que se apaga!
Desde sus frescos observatorios de cocoteros
una mancha de pájaro isleños
lanza su S.O.S. de sorpresa,
porque pudiera una ola traicionera
de blanca gola con jubón celeste
—verde— llevarse a la perla de canela.
En la isla donde los cocoteros se mueven
pausadamente
esmaltando el cielo de pensamientos alegres,
Christine busca la caricia del mar afuera.
¡Quién colmara las urgencias de su sangre negra!
Desazón de los rubios y pequeños grumetes
que al maniobrar en las aguas de su vientre
despegaban de aquel muelle negro y celeste,
tristes, tristes, tristes...
¡Ay, tristes para siempre!
Fuera del agua ella es como un violinista,
sin violín y sin arco, ante el público.
Las rocas lloran lágrimas saladas,
se varan las algas en las arenas lisas
y se dicen «siento mucho» los peces lúbricos.
Fuera del agua miss Braughtigam es incompleta,
porque su elemento es este solo mar de Coconut
Island.
Miss Braughtigam se acuna en las aguas.
Duerme a la música maternal de las palmas.
En Coconut Island,
cuando el sol se mece en sus hamacas verdes,
miss Christine Braughtigam,
hija de una isleña puta negra
y de un viejo pirata de Holanda,
entra a sus verdes potreros atlánticos
a pastorear su rebaño de pulpos y de peces.
Coconut Island,
donde aburro mi destierro frente al mar Atlántico
mientras arden dátiles y bananos,
y cantan los negros sus canciones esclavas,
indiferentes,
entre los cañaverales vibrantes
y el sordo rumor de las aguas.
EPÍLOGO
...existen los barrotes
nos rodean
también existe el catre
y sus ángulos duros
y el poema río
que nos sostiene a todos
y es tan sustantivo
como el catre
el poema que todos escribimos
con lágrimas
y uñas
y carbón.
CANTO DE LA ESPOSA
Carpintero, labra, carpintero,
labra mi cuerpo entero.
Hazme silla para tu descanso, cama para tu sueño,
tu sueño entero, carpintero.
Hazme mesa para tu almuerzo,
come, carpintero hambriento.
Sueña, carpintero despierto,
pero labra, carpintero,
labra mi cuerpo entero.
Trabájame, artesano,
con el trabajo de tu mano.
Haz de mi cuerpo un lecho, de mi mano un vaso.
Hiéreme con tu amor de filo rápido,
córtame la flor,
corta el racimo de sueños enamorados,
corta también la hoja, corta el árbol.
Corta mi carne de laurel, córtala a tu nivel.
Clávame, martillero.
Púleme, garlopero.
Carpintero, labra, carpintero,
labra mi cuerpo obrero.
AQUEL PADRE VALLE
Aquel Padre Valle! verdaderamente,
que así fueran todos; pero no, señor.
Los otros reciben de la mala gente-
Barba Azules, lobos-, en Tono Mayor,
Dignas alabanzas: muy inteligente,
de buenas maneras, culto, liberal,
no anda con los pobres, sigue la corriente
del mundo, sin regla de uso medioeval;
Dice a los ministros, mi querido amigo,
visita al banquero, tiene mucha influencia,
las viudas enfermas ignoran su abrigo,
pero los señores le piden audiencia.
Las viudas enfermas ignoran su abrigo,
pero los señores le piden audiencia.
Este Padre Valle pasa lejos, lejos,
como un evangelio bello y silencioso;
este Padre Valle tiene los reflejos
super inefables del amor hermoso.
Sus ojos, sus labios, «Leyenda Dorada»
y «Brujas la Muerta» en la imitación
de Cristo; celebra su misa rezada.
Y el camino bello de la perfección,
es su buen amigo. Al verlo deseo
suprimir el lujo de los monseñores,
para cantar Gloria in Excelsis Deo
con la silenciosa voz de los pastores.
Que iban florecidos en la noche aquella,
en el día blanco de la noche buena:
la mula y el buey, mansos, y la estrella
y la virgen ¡Ave Gratia Plena!
Hermano de versos dormidos, poeta,
hay dísticos, perlas de doble fulgor:
por el Padre Valle, Safiro y Violeta,
la luz de tu libro segundo y menor.
DÍA DE LLUVIA
Nunca más esta lluvia
ni esa mancha de luz
en el peñasco
ni el borde
de esa nube
ni tu inmóvil sonrisa
fugitiva.
Nunca más este instante
que ya me dice adiós
desde tus ojos.
HIMNO DEL MARIDO
Oh largo paso hacia la madurez, hacia la ardiente paz
que prepara la madera de María
corazón de cedro fragante!
Es el material vestido de domingo
asomado a tus dedos, es el olor de sándalo de tus manos
de palo,
el perfume de tus cuatro costados,
la habitación nueva de tu cuerpo alfombrado,
tu viga recién labrada,
tu palabra de rama recién cortada.
Ésta es la serena puerta del tiempo que se abre
ante tu rosa madura, tu frondosa presencia que alumbra
los lugares donde permanecerán los hijos,
el serrín de tu cuerpo taladrado
la tabla de una caja que se ensancha
tu destino en el fuego de la sangre.
¡Oh largo paso hacia el hogar de cenizas sagradas!
Entra, entra a las brasas que esperan en ardiente familia
tu tronco dorado.
LA MADRE
La madre
se ha cambiado de ropa.
La falda se ha convertido en pantalón,
los zapatos en botas,
la cartera en mochila.
No canta ya canciones de cuna,
canta canciones de protesta.
Va despeinada y llorando
un amor que la envuelve y sobrecoge.
No quiere ya sólo a sus hijos,
ni se da sólo a sus hijos.
Lleva prendidas en los pechos
miles de bocas hambrientas.
Es madre de niños rotos
de muchachitos que juegan trompo en aceras polvosas
Se ha parido ella misma
sintiéndose –a ratos–
incapaz de soportar tanto amor sobre los hombros,
pensando en el fruto de su carne
–lejano y solo–
llamándola en la noche sin respuesta,
mientras ella responde a otros gritos,
a muchos gritos,
pero siempre pensando en el grito solo de su carne
que es un grito más en ese griterío de pueblo que
la llama
y le arranca hasta sus propios hijos
de los brazos.
LA MARIPOSA
Ya la ceiba no existe
derrumbaron mi ceiba
se hicieron añicos los espejos
eché a secar mi Río
y se escondió la luna.
Estoy vacía de deseos
mi espada
en su estuche de satén.
¿Por qué ahora
por qué
busca seducirme
la poesía?
Entró por la ventana
y se posó en mi mano
la miré con nostalgia
se entreabrieron mis labios
y con un leve soplo
la alejé.
EN EL SENDERO
Cuando el rebaño va en la senda,
mueve una música trivial
de piedrecitas, en la tienda
que le hacen los ramajes, y, al
son de esa música, se empina
el alma en los claros floridos
de la esperanza, y la divina
fiesta de mis cinco sentidos
se junta a ti, bajo las ansias
del viento; voluble cáliz
danzando sobre las fragancias
tristes de la carne feliz.
Vuelve hacia mi tu rostro, para
que pueda ver desalterado
mi perro (cual si meditara
con las orejas) a mi lado.
¡Y dame pláticas sabrosas
mientras que de pensar no dejes
que sea nueva el alma de las cosas,
mientras las cosas ya están viejas!
CARTA AL TIEMPO
Estimado señor:
Esta carta la escribo en mi cumpleaños.
Recibí su regalo. No me gusta.
Siempre y siempre lo mismo.
Cuando niña, impaciente lo esperaba;
me vestía de fiesta
y salía a la calle a pregonarlo.
No sea usted tenaz.
Todavía lo veo
jugando ajedrez con el abuelo.
Al principio eran sueltas sus visitas;
se volvieron muy pronto cotidianas
y la voz del abuelo
fue perdiendo su brillo.
Y usted insistía
y no respetaba la humildad
de su carácter dulce
y sus zapatos.
Después me cortejaba.
Era yo adolescente
y usted con ese rostro que no cambia.
Amigo de mi padre
para ganarme a mí.
Pobrecito el abuelo.
En su lecho de muerte
estaba usted presente,
esperando el final.
Un aire insospechado
flotaba entre los muebles
Parecían más blancas las paredes.
Y había alguien más,
usted le hacía señas.
El le cerró los ojos al abuelo
y se detuvo un rato a contemplarme
Le prohíbo que vuelva.
Cada vez que los veo
me recorre las vértebras el frío.
No me persiga más,
se lo suplico.
Hace años que amo a otro
y ya no me interesan sus ofrendas.
¿Por qué me espera siempre en las vitrinas,
en la boca del sueño,
bajo el cielo indeciso del domingo?
Sabe a cuarto cerrado su saludo.
Lo he visto con los niños.
Reconocí su traje:
el mismo tweed de entonces
cuando era yo estudiante
y usted amigo de mi padre.
Su ridículo traje de entretiempo.
No vuelva,
le repito.
No se detenga más en mi jardín.
Se asustarán los niños
y las hojas se caen:
las he visto.
¿De qué sirve todo esto?
Se va a reír un rato
con esa risa eterna
y seguirá saliéndome al encuentro.
Los niños,
mi rostro,
las hojas,
todo extraviado en sus pupilas.
Ganará sin remedio.
Al comenzar mi carta lo sabía.
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